Читать книгу Casiopea y la bóveda celeste - Lautaro Mazza - Страница 12

L A B Ú S Q U E D A D E L T E S O R O

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No muy lejos de Monserrat transcurría una cálida y hermosa noche, una amena brisa recorría la comuna de Barracas en la Capital Federal, a lo lejos se escuchaban autos, gente caminando por la calle, risas y alguna que otra canción sonaba perdida entre las casas del barrio y las ventanas de los edificios se veían como si fueran pixeles.

La puerta se abrió y enmarcada como en un cuadro una adolescente de 14 años, pelo castaño y rodetes estaba posada en la ventana de su cuarto contemplando el firmamento, su padre con un tono burlón le preguntó:

—Casiopea, ¿vas a comer o te vas a quedar mirando el cielo? –Una peculiar mirada se posó sobre él y dos ojos completamente diferentes uno celeste y el otro color miel lo observaron de arriba abajo y ella le dijo:

—Sabes que sí, amo la pizza.

—Bueno, bajá, porque el que llega último lava los platos. Automáticamente padre e hija salieron disparando, simulando una carrera, dejando atrás esa postal porteña de una noche de verano.

—Se van a lastimar, si siguen jugando así ustedes dos, ayúdenme –dijo Marina.

Una vez ubicados en el comedor los tres comenzaron a cenar.

Esa tarde Marina había decidido cambiar de look y ahora en vez de llevar el pelo largo había optado por cortarlo a la altura de los hombros y hacerse un refinado flequillo. Realmente le sentaba de maravilla.

—Fui a la pelu-pelu. ¿Les gusta? –preguntó ella.

—Estás hermosa como siempre, amor –respondió Marcelo.

—Gracias, amor. –Ambos se tiraban flores.

—Me gustaba más largo, pero no puedo negar que te queda muy bien, te hace más interesante –le dijo Casio.

—Mmm. Ja., ja, ja, más te vale… Cielo, tengo una sorpresa para vos, cerrá los ojos.

Con las manos posadas en la cara Casio esperó la orden de su madre para poder ver lo que le tenían preparado.

—Sabía que te habías enamorado de esos aros y te los compré.

Eran un par de pendientes en forma de rosa de color lila magenta con un núcleo de oro simulando el dulce néctar de una flor.

—Gracias, ma, gracias, pa, son un sueño, pero les deben haber salido cari…. –En ese entonces su madre la interrumpió y le dijo:

—No, no, sh, hay algo que queremos darte, el abuelo te dejó un alhajero que era de la abuela Eleonora, debe estar en alguno de los roperos. –El regalo era doble, Casiopea se sentía afortunada, ya que iba a recibir algo que les perteneció a sus abuelos, sus padres estaban felices de ver tanta alegría en su cara después de todo lo que habían vivido, aquel era el regalo perfecto luego de haberse esforzado por ingresar a uno de los colegios más interesantes de Capital Federal, el famoso Nacional Buenos Aires. Mientras los padres de Casio disfrutaban un helado en el jardín, de fondo se escuchaba “La zamba de la candelaria”. Marina tarareaba la canción y movía su pie derecho al compás de la música que provenía de algún balcón vecino de la cuadra

—El placar es un quilombo, Marcelo, se va a perder, ja, ja.

—No creo y si se pierde nos llama.

—Ja, ja, qué tonto.

El ropero era enorme, había muchas puertas, cajones y grandes espacios repletos de cosas, perfumes, fotos, medias y hasta una botella de whisky. La búsqueda de Casio comenzó por los cajones que le quedaban a su altura, revisó todo de izquierda a derecha y no encontró nada, no obstante tomó una silla tapada de ropa y la usó para treparse y seguir buscando, parecía que el alhajero no estaba ahí, luego de varios intentos se sentó en la cama y miró el placar con gran decepción.

“Al final, busqué por todos lados y no encontré nada. Mamá se debe haber confundido a menos que…”.

De repente una corriente de aire entreabrió la puerta de la habitación, y en fuga quedó enmarcada una escalera caracol que conducía al “altillo”. Sí, el altillo, es por ahí.

Casio recordó que allá arriba había otro placar donde siempre guardaban fotos, juguetes y demás objetos. Tomó aire y se dirigió hacia esas enroscadas y frías escaleras de metal.

Como si fuese la luna de a poco su cabeza iba asomando en aquel oscuro lugar, sacó el celular y alumbró un interruptor, una vez encendida la luz, Casio recorrió parte del altillo y en el trayecto observó libros, accesorios, chucherías y hasta unos trofeos de baile de sus padres, sonrojada se rio y pensó en voz alta.

—A veces me hacen pasar vergüenza en los cumpleaños, pero son tan buenos que hasta ganan premios…

También recordó que a sus abuelos argentos les encantaba bailar tango y que a su abuela española Maricarmen le fascinaba bailar flamenco. Durante su niñez, Casio había vivido entre Buenos Aires y Barcelona y de vez en cuando el nombre de la calle donde vivían sus abuelos en Barna resonaba a lo lejos, carrer de Roselló 240, en ese momento, Casiopea pudo recordar los lugares que solían visitar juntos, el Museo Egipcio de Barcelona, la Sagrada Familia, la Pedrera de Antoni Gaudí y otros lugares emblemáticos, cada vez que los recorrían, historias fantásticas surgían y los ojos de Casio observaban el arte y la arquitectura en cada esquina, detalle no menor, algo similar le sucedía en la ciudad porteña de Buenos Aires con sus abuelos argentinos, caminatas, paseos por la famosa avenida de Mayo, por el casco histórico y algunos espacios verdes que solía frecuentar, Parque Lezama, Parque Centenario, amaba esos trayectos tanto que siempre los retrataba en sus cuadernos. Luego de recorrer viejos momentos, Casio recordó que estaba ahí para buscar el alhajero. Con fuerza corrió un baúl que obstruía las puertas de un viejo ropero y lo abrió.

—Más vale que aparezca rápido, me muero de calor acá arriba.

Dentro del ropero había sábanas, almohadones, papeles y libros, todo era una maraña de viejos objetos. Casio sin prisa pero sin pausa de a poco fue vaciándolo.

Aquel mueble no era de gran altura sino más bien era pequeño, pero poseía una profundidad particular. Quedaban mantas solamente, ya con desconfianza tironeó de una y esta arrastró hasta sus pies una caja de madera. “¡Eureka, diría Arquímedes! ¡Qué hermoso alhajero!”. Con una expresión de sorpresa Casio observaba aquella caja fascinada, era rectangular y un poco pesada, tenía grabados en madera, apliques metálicos en tonos dorados y ocre, estrellas y varias líneas la cruzaban por todos lados, la caja parecía tener un mapa impreso, los detalles eran tantos que era fácil perderse en ese encantador trabajo de arte, todavía conservaba ese olor a madera virgen.

Casio llevó la caja a su habitación y la investigó por más de tres días para encontrar el modo de abrirla, cuando se la enseñó a su madre, ella le dijo:

—Qué hermosa caja, ¿dónde la encontraste? –A lo que Casio le respondió:

—Entre las sábanas del roperito de arriba, pensé que este era el alhajero. –La madre agarró la caja y la nostalgia la abrazó fríamente, por unos segundos su corazón solo bombeaba tristeza.

—No, cielo, esto no es. El alhajero estaba en el modular del living, si no me equivoco esto era de la infancia de tu abuelo, un juguete tal vez, usala, es hermosa.

Casio se fue a su habitación con la caja dejándola al pie de la cama y se durmió mirando las estrellas.

La noche siguiente sus padres debían asistir a una fiesta que había organizado el club de baile, por lo tanto ella se quedó sola.

—Casio, nos vamos, sabés que cualquier cosa nos llamás al celular.

—Sí, quédense tranquilos ¡en vez de un trofeo traigan torta!

—¡Trofeo y torta! ¡CHAU!

Una vez con sus padres fuera de la casa, Casio se puso en modo detective, esa caja tenía algo y ella lo iba a averiguar, así que buscó la lupa de su padre y la investigó a fondo. “Esta caja no me va a ganar, algo tiene que tener adentro”. Una línea dorada muy difícil de percibir se dejó ver y con su uña la empezó a seguir, tomó un cincel plano para modelar y lo encastró justo en esa franja dorada, la caja se abrió y encontró sobres con papeles en blanco. “Hojas, solo hojas”. Era tal la concentración que tenía que cuando sonó el timbre a Casio le dio el susto de su vida, era el delivery, su plato favorito había llegado.

—¡Aaah! La pizza, se me va la pizza, ¡YA VA! –gritó por la ventana, una rueda de queso y masa crujiente hecha a la piedra eran la vedette de la noche. Cenó en el living despatarrada en el sillón mirando TV y habló con sus amigas por chat hasta que el sueño la atrapó. Con un cansancio tremendo subió las escaleras, casi arrastrando los pies, caminó por el recibidor, subió el desnivel que la llevaba a su habitación y cuando abrió la puerta, sin prender la luz, Casiopea vio cómo la luna alumbraba la caja.

En la oscuridad, el dorado brillaba y la blanquecina luz patinaba la madera recorriendo todos sus detalles. Como si de un imán se tratara Casio fue directo a los pies de la cama donde se encontraba la caja, la observó un tanto decepcionada y se acostó. En pocos segundos ella cayó en un profundo sueño, el colchón parecía arena movediza, lentamente su cuerpo se hundió y el portal al mundo onírico se abrió.

Casiopea había entrado en un enorme salón blanco.

—¿Hola?

Su eco se replicó en todas direcciones y vio cómo cinco relojes tomaban el tiempo de diferente manera, a lo lejos un timón giraba sin parar y de repente alguien la nombró.

—Casiopea, es hora.

Todo quedó a oscuras, los cinco relojes se elevaron brillando por sobre ella como estrellas y emitiendo luces parpadeantes, de a poco Casio reconoció el lugar, estaba en su habitación y se podía ver a sí misma dormida. “¿Otra vez?”, dijo con desesperación, no era la primera vez que Casio experimentaba este tipo de sueño, ella sentía las cosas tan reales que le costaba poder despertar de esa máxima tensión que le generaba aquel tipo de experiencias. Aunque a veces podía controlarlo, esta vez se le hizo imposible, como una polilla en medio de la noche, se vio atraída por la caja, esta emitía un extraño resplandor, era mágico y cuando se acercó para tocarla, experimentó un racconto de su vida con sus abuelos, calles, nombres, múltiples lugares, estaba reviviendo situaciones puntuales.

Casio había experimentado un tremendo flashback y debido a su intensidad, sus ojos se movían como locos debajo de sus párpados, sus facultades motrices eran escasas ya que no podía mover ni siquiera la punta de los dedos de su mano. Conmovida por soñar con sus abuelos, las lágrimas no tardaron en caer de sus ojos, lo más extraño y aterrador fue que sus cristalinas lágrimas se tiñeron de negro de un momento para el otro.

De repente en su habitación comenzó a llover tinta negra y las cartas se mojaron a tal punto que quedaron completamente manchadas.

Una gota de proporciones gigantescas cayó sobre Casio y como en el teatro un gran telón se cerró y dio fin a la función.

Ya había amanecido, los padres de Casio ya estaban en casa, dejaron sus cosas desparramadas por ahí y se fueron a dormir, necesitaban reposar su cuerpo, habían bailado mucho.

Eran las diez de la mañana y la inoportuna bocina de un camión despertó a Casio, los haces de luz de un potente sol acariciaban su cara, el árbol de su ventana generaba una piadosa sombra, evitando que aquella luz sea una molestia, al girarse hacia el lado opuesto de la ventana, vio que algunas cartas estaban tiradas en el suelo y con un poco de dificultad se acercó a levantar una de ellas, en ese instante Casio se llevó la sorpresa más desconcertante de su vida.

“Pero no puede ser, ayer solo eran papeles en blanco. ¿Cómo es posible?”. Las cartas estaban escritas,

tomó una nota que se encontraba por encima de los demás sobres y la leyó.

Querida Casio: estábamos esperando este momento, por fin encontraste la caja del almagesto, aquí se unen varios mundos en una serie de relatos, leyendas y mitos. Estos han sido seleccionados para que descubras las historias más increíbles. Cada una de ellas se corresponde con un aspecto en particular. Pilotear en la tormenta siempre nos hace más fuertes y nos prepara para momentos difíciles, la vida tiene muchos matices y es necesario que aprendas. Como nosotros, fuiste seleccionada, vimos buena madera en vos, estamos orgullosos de hacerte parte de este nuevo mundo.

A veces la vida es injusta pero al final de cuentas ella siempre nos recompensa con nuevos amaneceres, esta vez te toca a vos. Nunca dejes de creer. A partir de ahora vas a entender muchas virtudes que llevas dentro y, explorando estos mundos, todas las respuestas serán reveladas, te dejamos un instructivo, cuidado, el camino es largo y es tiempo de volver a nacer… Despierta, pequeña tromba, el universo te está esperando…

Eleonora, Maricarmen, Paco y Lito

Casiopea y la bóveda celeste

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