Читать книгу Casiopea y la bóveda celeste - Lautaro Mazza - Страница 18
E L C A S C O H I S T Ó R I C O
ОглавлениеUn antiguo e histórico adoquinado se prolongaba sobre una calle icónica en un barrio único, a lo lejos un viejo tango sonaba y la magia de aquel lugar cobraba fuerza. En una esquina, locales y turistas se amuchaban para deleitarse con el baile de una pareja de jóvenes tangueros, todos en aquella esquina podían sentir su energía, sus pasos eran tan precisos que manejaban el tiempo a la perfección. Casiopea no podía dejar de observar los movimientos de aquella bailarina, sus tacos eran oscuros como la noche y sus movimientos eran sutiles pero agresivos, aquel vaivén era hipnótico.
Un aplauso colmado de gratitud había inundado la emblemática esquina de San Telmo.
Defensa y Humberto Primo brillaba por sus números artísticos, los bailarines emocionados les agradecieron a todos, y sin aceptar dinero se perdieron entre aquel público callejero, eso era lo que Casiopea llamaba amor al arte.
Feriantes y personajes emblemáticos de la zona componían las mejores postales de la ciudad, la nostálgica arquitectura que recordaba a viejos tiempos, se mezclaba con la contemporaneidad y la virtud de tantos artistas y curiosos que merodeaban por sus calles llenas de historia. Para Casiopea San Telmo era como un parque de diversiones. Mientras caminaba con sus padres por la calle Defensa, Marina se detuvo en un lugar donde vendían toda clase de dulce de leche.
—¡Casio! ¿Venís? ¡Vamos a comprar dulce de leche! –dijo su madre entusiasmada
—Ahora voy, entren que ya los alcanzo.
Casio había ingresado a una galería que se encontraba al costado de aquel negocio, una vez allí recorrió algunos locales y uno en particular le llamó la atención, ya que antes de ingresar había que pasar por debajo de una treintena de paraguas de colores, se pegó a la vidriera y observó una caja que le recordó a la suya. Una amable señora se le acercó y cuando vio sus ojos quedó fascinada…
—Hola, hermosa. ¿Buscabas algo? –Ella le respondió que no, pero quería saber algo
—Si yo le muestro una foto. ¿Usted me podría decir a qué siglo pertenece un objeto? –Casio no buscaba vender la caja ni nada por el estilo, se sentía afortunada de tenerla y no había dinero que pudiera comprar aquella reliquia heredada por parte de sus abuelos, pero sentía curiosidad y buscaba el parte de alguien que supiera sobre el tema. Ella sacó su celular del bolsillo y le mostró varias fotos, la mujer muy interesada la miró y le dijo.
—Qué trabajo tan increíble, esto puede ser algo que data de muchos siglos atrás, traela y la investigamos. –La mujer le dejó una tarjeta del local a Casiopea para que guarde el contacto.
—Gracias, ah, perdón. ¿Cómo se llama?
La mujer la miró y le dijo que su nombre era Ignacia.
—¿Y el tuyo dulce?
—Casiopea.
—Hermoso nombre, espero volver a verte.
Casio le guiñó un ojo y la saludó con una sonrisa pero antes de que se dé vuelta la mujer le dijo:
—¿A dónde vas?
—Voy con mis papás…
—¿Por la ventana? –Casiopea se quedó hiper asombrada, la mujer se rio y negó con su cabeza.
—Podría jurar que había una puerta –insistía ella.
—Todos se confunden, vení que te muestro la salida. –La mujer guio a Casio hacia la puerta del local que daba a la calle Defensa, y al salir vio un toldo de color verde musgo con letras en dorado y leyó:
Abraxas… Y se quedó pensando en cómo hizo para pasar de un lugar a otro así como si nada. ¿Será que hay pasadizos secretos en San Telmo? Se encogió de hombros y dijo:
—Naaa. –Antes de ir con sus padres, Casiopea volvió a pasar por delante de la galería y una joven mujer vestida de negro y turbantes había llamado su atención, un amistoso aroma a copal y salvia blanca atrajeron a Casiopea nuevamente hacia la galería, giró a su derecha, se acercó a una enorme vidriera donde se exhibían unas hermosas piedras preciosas y colgantes con cristales, estuvo a nada de ingresar pero su teléfono había empezado a vibrar, sus padres la estaban llamando.
Luego de haber pasado por ese dulce y empalagoso comercio, siguieron su rumbo.
Una enorme construcción de época se levantaba en la esquina de Belgrano y Defensa, estaban llegando al Convento de Santo Domingo. Casiopea se quedó mirando a los granaderos y su padre le dijo:
—Es increíble, estos tipos se merecen mis respetos, juraron proteger y defender la bandera de su país hasta el último día de su vida. –Y Casiopea recordó su jura a la bandera. Último día de su vida. Resonó en su cabeza… Recorrieron los rincones de aquella magnífica construcción neoclásica, donde se encuentra el mausoleo del creador de la bandera argentina, Manuel Belgrano. Casio observó las torres del campanario y en ellas vio las cicatrices que dejaron las trágicas Invasiones Inglesas que databan de unos doscientos años atrás.
Esa tarde los tres recorrieron otros lugares como la Manzana de las Luces y la Casa Rosada.
La historia rodeaba a Casiopea y sus padres, ubicados casi en el medio de la Plaza de Mayo oyeron cómo dos gigantes de cobre anunciaban con campanadas las 16 h y repentinamente todos pusieron su atención en la cima del Consejo de la Magistratura de la ciudad.
Con su celular Casiopea había grabado una historia en la cual sin querer apuntó al Cabildo y recordó que por av. de Mayo se podía llegar al Palacio Barolo, con su tierna mirada trató de convencer a sus padres para ir a aquel lugar.
—¿Por qué nos vamos al Barolo? No está lejos y podríamos ver la puesta del sol si llegamos –Los padres se miraron y le dijeron que sí pero sería el último trayecto y después a casa, sí o sí… Estaban más para tomar algo en el Café Tortoni que para seguir paseando.
El trayecto no fue largo, pero bastó para que Casiopea observara la arquitectura de la ciudad que tanto le gustaba, la av. de Mayo lo era todo, cruzaron la 9 de Julio y a lo lejos entre las copas de los árboles asomaba la cúpula del Congreso de la Nación.
Una vez dentro del Palacio Barolo, tomaron un circuito guiado por una agraciada chica que llevaba un lindo bombín, se dice que este edificio de asombrosas características fue el primer rascacielos de Latinoamérica y que su interior fue inspirado en la obra La divina comedia, de Dante Alighieri, su recorrido nace desde las entrañas del infierno y llega hasta el cielo. Los pasillos y sus oficinas ofrecen historias inquietantes, los ascensores y toda la decoración poseen tintes esotéricos, su simbología es masónica y muy fantasiosa, sin saberlo a modo sorpresa aquel paseo culminaba con una visita al punto más alto, el faro. Subieron por una escalera enroscada de diminutas proporciones y una vez arriba de todo tomaron asiento frente al gran cañón de luz y observaron todos los edificios de Buenos Aires. Al ver el famoso edificio Kavanagh varias historias de amor y tragedia se le vinieron a la cabeza pero no fue la de Corina Kavanagh la que se le vino a la mente sino la de Felicitas Guerrero y Marina dijo:
—Pobre Felicitas…
Casiopea recordó algo que había escuchado con respecto al palacio y le preguntó a la guía.
—¿Es cierto que existen ascensores secretos? –La guía la miró y sonrió.
—No, son leyendas del palacio y si existen hasta hoy nadie los pudo encontrar.
Había transcurrido una tarde de domingo llena de historia argentina y a su madre se le había ocurrido que por último podían visitar el convento de Felicitas Guerrero, este poseía una trágica historia de amor y a ella le encantaban estos relatos.
—Marcelo, nos queda de paso, ¿vamos al convento de Felicitas?
—La última, eh, parece que estoy de remisero.
Marina lo miró y le dijo:
—Dale, vamos.
Al llegar al convento, Casio observó que en todo el perímetro enrejado había pañuelos y listones blancos atados.
Una señora se acercó y le comentó que esos pañuelos eran dejados por las futuras novias que contraerían matrimonio, generalmente pedían prosperidad y mucha felicidad para sus futuros días como esposas de sus compañeros de vida, pero también a veces solo pedían ayuda Si estos aparecían húmedos, la petición había sido tomada.
Un guía les comentó que los padres de Felicitas decidieron construir aquella maravilla de estilo ecléctico alemán en honor a su difunta hija. Esposada a los 16 años, comenzaría a transitar los caminos de una trágica historia, la enfermedad y la muerte le quitarían a su esposo e hijo.
Enviudando a los 26 años se convirtió en una gran terrateniente, codiciada por su belleza y delicada forma de ser, muchos hombres la deseaban, pero solo dos fueron los que lucharon por su amor. En una violenta reyerta uno de los pretendientes hirió de muerte con un arma a Felicitas a la altura del pulmón para luego suicidarse. A raíz de esta tragedia nacería el mito del fantasma de Felicitas
La madre de Casio siempre se emocionaba al escuchar ese desdichado relato, no podía acreditar tanto dolor. Su padre en cambio era un poco más frío y les prestaba más atención a los detalles de aquella construcción.
Casiopea siempre fue inquieta así que decidió ir a explorar un poco aquella iglesia, sus ojos escaneaban todo, y con su celular tomaba fotografías, el carrete de la galería ya tenía poco espacio, había sacado fotos desde que habían salido de su casa, un grupo de palomas se alborotó y salieron volando por una puerta, ella las siguió y a lo lejos divisó a una joven sentada de espaldas en un jardín lateral cerca de la gruta, la chica parecía afligida, por lo bajo se podía percibir un sutil sollozo. Casio sacó un pañuelo y muy cuidadosamente se acercó a ella.
—Hola, me llamo Casiopea, no quiero importunar pero espero que este pañuelo te sirva –le dijo a la muchacha, esta lo recibió cálidamente, se secó las lágrimas y le dijo–: ¿Creés que el amor sería amor sin la existencia del dolor?
La muchacha finalizó diciendo:
—Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba. –Casio confundida se quedó pensando mientras miraba el campanario, en ese entonces la bondadosa señora que se encontraba en la puerta se acercó y le dijo:
—¿Encontraste lo que buscabas? –Con extrañeza se desentendió y se volvió a la chica–: Me vo… –Para su sorpresa, ella ya no estaba, mientras sus padres la llamaban, se percató de que la señora también había desaparecido. Casio se había quedado sola. Mientras volvían a su casa, pensaba en las extrañas secuencias de aquella tarde, no podía encontrar explicación alguna y en silencio miraba por la ventana las iluminadas calles de su barrio.
Al llegar a la casa todos estaban cansados, Marcelo bostezó y dijo:
—¿Alguien va a querer cenar? –Casio y Marina dijeron con una voz desganada:
—No. –Cada una se dirigió a su habitación y su padre se preparó una sopa instantánea.
Fue tal el cansancio que sentía Casiopea que esa noche entró a su cuarto, observó el desorden y pensó: “Mañana lo acomodo, no doy más ”. Abrió su cama, corrió las cortinas y se acostó. De reojo miraba las cartas y pensaba en todo lo que había sucedido esa tarde, de a poco el cansancio la fue adormeciendo. Parecía que le habían suministrado una dosis de anestesia, luego de unos minutos se había quedado completamente dormida. Esa noche Casio experimentaría una vez más fuertes sensaciones con la particularidad de que en una fracción de segundos, como si un tren eléctrico pasara frente a ella, vería una compilación de mapas y lugares, algunos conocidos y otros no tanto. Parecía que su subconsciente no podía aflorar del todo, algo pedía salir Mientras Casiopea experimentaba aquel frenesí, Marcelo estaba cenando y las luces de la cocina parpadearon, el canal de TV se congeló por unos segundos y un vago recuerdo a una situación similar años anteriores lo alcanzó pero en el instante en que la luz se estabilizó se despreocupó ¿Será que aquel hechizo se estaría rompiendo? ¿Los recuerdos volverían? ¿Todos en la familia recuperarían la memoria? ¿Y Casio sus poderes?
Aquella tarde no había tenido lugar para otra cosa que el paseo por el casco histórico. Los padres de Casio antes de dormir prendieron la TV de su habitación y en el noticiero estaban hablando de la desaparición de 6 menores de edad, cuatro en diferentes partes de la ciudad y dos en la provincia.
—Qué desastre, deberíamos restringir o supervisar más las salidas de Casio, ¿no te parece? –Marcelo miró a Marina y le dijo que sí, que los tiempos que corrían eran peligrosos.
—Mejor prevenir que curar. –Apagaron la tele y se fueron a dormir.
Escondidos en su dimensión oscura, los magos tenebrosos cada vez reclutaban más víctimas a la fuerza, parecía que su ambicioso plan requería de almas jóvenes con nuevos envases.
Lucrethia y los suyos necesitaban emprender camino por los oscuros senderos del cosmos con aliados que brindaran su poder y servicio a las sombras sin importar qué.
El libro que ellos le habían robado a Cristal era una recopilación de antiguos saberes prohibidos que poseían información sobre fuentes de energías lumínicas y oscuras, en los textos se aseveraba que los verdaderos magos en la Antigüedad aprendieron a utilizar ambas energías balanceándolas de manera equilibrada para no alterar los flujos de las fuerzas involucradas. Realmente era un trabajo alquímico bastante arduo. Pero Lucrethia lejos estaba de intentar comprender o impartir esos conocimientos sobre aquellos jóvenes, a ella solamente le interesaba la parte sombría del libro, su meta era dominar la materia oscura, las tinieblas y desplazar a la luz del mundo y la galaxia para siempre.
En nuestro universo, existen o existieron entidades muy poderosas que nunca llegaron a caminar sobre esta tierra, por millones de años vagaron por el cosmos tratando de doblegar toda corriente de vida y se los conoce como los avatares de la muerte, durante su existencia buscaron alimentarse de todo lo que brillaba y al parecer, estos seres llegaron a devorar galaxias completas y dimensiones. Además ellos dieron origen a temibles bestias como los tenebrios y los drenadores…
—¡Hijos de la oscuridad, sus acciones y sacrificios serán recompensados, a partir de hoy formarán parte de la gran legión del fin del mundo, la oscuridad va a volver a reinar, nada ni nadie más resplandecerá! –Una decena de chicas y chicos ubicados en un semicírculo dentro de la ex Casa Anda escuchaban atentamente el nefasto discurso de la gran maestra Lucrethia Montanari.
La tétrica mujer mientras impartía su verticalista línea de objetivos apuntó con su esquelético dedo hacia los jóvenes señalando a alguien en particular, e invitó a pasar al frente a un joven encapuchado sin rostro.
—Les presento al discípulo oscuro, su futuro guía... es hora.
El joven encapuchado movió la cabeza hacia ella, la miró y sus ojos se encendieron, su cuerpo se elevó unos centímetros en el aire y comenzó a recitar un extraño mantra, los jóvenes secuestrados se durmieron parados y Lucrethia poco a poco empezó a rejuvenecer. De los setenta y cinco años que aparentaba, pasó a lucir de veintiocho. Impunemente el discípulo oscuro le había robado un poco de vida a cada uno de los chicos y chicas que se encontraban congregados en aquella dimensión.
Lucrethia los miró y de un chasquido los despertó.
—Contemplen el gran poder que proviene de la fuente de la oscuridad, tengo treinta mil años y la magia inversa de este ser me devolvió mucho más que juventud ¡Me dio miles de años más de vida, y mucho, mucho poder! Síganme y serán infinitos, con mi conocimiento milenario y su vitalidad seremos invencibles.
Embriagada de poder Lucrethia lanzó un hechizo en dirección a ellos y terminó de eliminar todo remanente de energía positiva que podría quedar en los secuestrados. Al terminar el encuentro todos en aquella casa con temibles voces de ultratumba gritaron: Mortus Universum. Sus bocas se abrieron tan grandes que terminaron deformándose, para luego emitir un demoníaco grito, el cual fue escuchado en todos lados.
El reclutamiento había comenzado el día en que Casiopea había nacido Lucrethia se había hecho presente esa noche en el Sanatorio Güemes, porque debía experimentar y testear la energía de aquella beba. Un apagón de luz no lo provoca cualquiera, una tormenta así no sucede todos los días, ella sabía que la chiquita era especial, tanto que cuando nació la energía que liberó fue más de lo que un talentoso mago podría generar, así que aprovechó y absorbió un poco de la energía liberada por Casiopea pero al saborearla se dio cuenta de que aquella energía era extraña, para ser más precisos era inestable, por lo tanto abandonó el lugar y se dirigió hacia otro hospital o sanatorio en busca de otros magos.
Casiopea no vino sola al mundo, esa tormentosa noche más chicos y chicas habían nacido.