Читать книгу Casiopea y la bóveda celeste - Lautaro Mazza - Страница 9
G É N E S I S
ОглавлениеCorría 2004 cuando una tormenta se había desatado sobre la ciudad de Buenos Aires, la abundante e incesable lluvia caía sobre todo el territorio, algunas calles estaban completamente inundadas, el viento había causado estragos. Su intensidad fue tal que algunos autos tuvieron la mala suerte de ser aplastados por las ramas que no pudieron resistir tanta violencia. Los cristales estallados de las ventanas de los autos adornaban las calles como purpurina plateada. Grandes descargas eléctricas volcaban toda su energía en los pararrayos y antenas de los más altos edificios de la zona, mientras que los truenos hacían temblar todo. Algunos colectivos parecían barcos al pasar por las calles llenas de agua, ya que generaban un oleaje que rompía contra las casas.
El insomnio había atacado a Marina, el ruido que ocasionaba el temporal no la dejaba dormir, suspiró y con cautela se sentó en la cama. Era de noche y no quería despertar a su esposo, una prominente panza llena de vida se podía ver a simple vista, su largo pelo le tapaba los hombros y con un movimiento circular se acariciaba la panza, por lo bajo cantaba un a ro, a su lado dormía Marcelo que entredormido le preguntó:
—Maru, ¿estás bien? –Ella lo miró y con una dulce voz le pidió que se vuelva a dormir que todo estaba bien. Lentamente giró sus piernas y las dejó colgando al borde de la cama, como si estuviera en un juego de kermés, atinó a colocarse las pantuflas moviendo los pies tratando de embocarlos en los orificios. Una vez calzada, se paró y caminó hasta la ventana corrió la cortina y en un tono muy bajo dijo:
—Cómo llueve, este clima cada vez está más loco. –Un relámpago alumbró la penumbra de la habitación y la idea de un mate en la madrugada se había hecho presente.
Marina bajó las escaleras y fue a la cocina. Un velador alumbraba la alacena y parte del anafe, tomó la yerba y el azúcar. Mientras se calentaba el agua ella ojeaba una revista de espectáculos que había traído la mejor amiga de su madre.
—Qué grandiosa la farándula argentina, nunca un talento –Con su mano derecha agarró la revista y, cuando la quiso apartar, una carta se había caído de entre las hojas, sorprendida la tomó y la dio vuelta, era una carta de tarot, para ser más específico, era la carta del Mago, un arcano mayor. Su madre y la amiga solían tirar las cartas y “predecir” el futuro, ella nunca creyó en esas cosas, pero su madre decía frases como Las brujas no existen… Pero que las hay las hay… Sin tanta importancia agarró el mate y colocó la yerba dentro, el volátil polvillo casi invisible se elevó por el aire ingresando en las fosas nasales de Marina–. ¡Achús!
A Marina le daban pánico los estornudos, sentía que se desarmaba cada vez que el espasmo de aquella reacción la sacudía de manera violenta recorriendo su cuerpo. El agua estaba lista, tomó la pava y se dispuso a tomar el primer mate de la madrugada. Con su cara expresó un sentimiento de ardor y urgencia, tragó con dificultad y relajó, en ese instante nuevamente una luz desplazó la penumbra de aquella oscuridad y un trueno la dejó sorda, debido a la intensidad del ruido Marina pegó un grito, la luz se había ido por unos segundos, y para empeorar la situación, había roto bolsa, las contracciones comenzaron a dar señales de que estaba a punto de dar a luz.
—¡Marcelo! ¡Por favor! ¡Ayudame! –gritó desesperada al ver que estaba a oscuras, sola y por parir, afuera la tormenta no daba tregua. Marcelo salió disparado de la cama al escuchar los gritos de su mujer, las pisadas no tardaron en sentirse, bajó con su celular en mano y al alumbrarla observó que estaba toda mojada.
—No… decime que no.
Una expresión de terror se apoderó de él. Claro, padre primerizo y ya estaba en apuros
—Pensé que iba a ser de otra manera.
—No sé de qué manera hablás, pero vamos al hospital. ¡YA!
Caminaron juntos hasta el garaje y notaron que una rama del árbol de la casa de junto había caído justo en su portón.
—Esto es una pesadilla –refunfuño Marcelo. Marina por otro lado estaba apoyada contra la puerta y se agarraba fuerte la panza, estaba retorciéndose de dolor.
—Marcelo, vamos en taxi, olvidate del auto.
Con lo puesto Marcelo salió a la calle en plena tormenta y en la esquina de Julián Álvarez y Castillo apareció un taxi como por arte de magia, Marcelo le hizo señas y lo frenó.
—Señor, por favor, mi mujer está por dar a luz, necesitamos ir al Sanatorio Güemes urgente. –El agua de la intensa lluvia recorría las facciones de la cara de Marcelo. El taxista sin dudarlo le dijo que se subieran. Marina se subió como pudo y los tres emprendieron viaje al sanatorio. Durante el trayecto Marina no paraba de quejarse, los dolores la atormentaban y el pensamiento de parir en un taxi en medio del temporal cada vez cobraba más fuerza. Marcelo tomó de la mano a Marina y trató de calmarla con su mirada.
—Amor, ya vamos a llegar, no estamos lejos, respirá. –En un juego de cómplices miradas, Marina recordó el día de su boda y una sonrisa se manifestó en su cara.
—Parece la noche de nuestro casamiento… Te amo.
El taxi no paraba de dar vueltas, muchas de las calles estaban cortadas, y el chofer en un intento de valentía decidió arriesgarse un poco y tomó una calle inundada. Marina al observar la acción se preocupó y vio algo que le pareció muy llamativo, el agua no tocaba el auto, era como si hubiera una barrera, entrecerró los ojos, y pensó que seguro estaba mareada y veía mal
—¿Qué pasa si nos quedamos? Por favor apúrese, señor. –El auto había salido casi seco de esa calle. De a poco se empezaban a ver las luces del Sanatorio, el limpiaparabrisas no daba abasto, el agua parecía provenir de una cascada. Marcelo sacó doscientos pesos y le pagó al taxista más de lo que valía el viaje. Los dos ingresaron a la guardia empapados. Una enfermera rellenita de pelo rubio y ojos marrones estaba de turno, con rapidez le acercó una silla de ruedas para que se relajara un poco.
—Buenas noches, soy Noelia. ¿Cómo se siente?, ¿cuándo empezaron las contracciones?
Marina estaba pálida, sus ojos miraban para todos lados sin entender lo que pasaba, las luces la encandilaban y podía hablar muy poco. Parecía que la tensión del momento le había bajado de repente. La ingresaron a la sala de partos y dos médicos cirujanos frenaron a Marcelo antes de entrar.
—Hasta acá, señor, del resto se encarga el equipo médico, le voy a pedir por favor que espere afuera.
Marcelo se quedó inmóvil, sus ojos llenos de preocupación veían cómo se cerraban en cámara lenta las puertas de aquella sala, dio unos pasos hacia atrás y sin querer se chocó con una señora alta de ojos color miel atigrados, parecía una pantera, estaba vestida con una especie de capa negra y un turbante, su maquillaje muy ochenta había cohibido a Marcelo.
—Pe Perdón, señora, no la quise empujar.
La dama en cuestión lo miró y le dijo con voz gutural de fumadora:
—No se preocupe, joven, no es nada.
Dentro de la sala de parto, Marina ya había vuelto en sí y estaba lista para dar a luz, con ayuda de las enfermeras y las doctoras de a poco iba dilatando, dos chicas le sostenían sus manos, mientras las otras dos iban ayudando desde la punta de la camilla.
—Vamos, madre, hay que pujar. –Marina con su cara colorada y ardida, parecía que intentaba inflar un globo, inhalaba y exhalaba de manera frenética. De a poco de entre sus piernas flexionadas, asomaba una cabeza–. Vamos que ya sale, vamos, mami –arengaban las enfermeras. Unas gotas de sudor recorrían la cara de Marina y de a poco se fue sintiendo más aliviada…
Fuera de la sala de partos la temperatura había descendido más de lo normal. Marcelo miró con vergüenza a la señora.
—Gracias es que est… –La mujer lo interrumpió:
—¿Está a punto de ser papá, no?
Él la miró asombrado y le dijo:
—Sí, ¿cómo lo supo? –La luz de aquel pasillo parpadeó y Marcelo miró para todos lados, parecía una discoteca. La voz de la señora no tardó en responder.
—Va a ser una linda niña –Las cejas de Marcelo se arquearon y casi le pregunta a la señora cómo sabía que esperaban una beba Pero la señora susurró.
—Más sabe el diablo por viejo que por diablo… –La mujer echó una carcajada risueña y buscó asiento en aquel frío pasillo, Marcelo en ese momento la miró y forzó una sonrisa, estaba incómodo, nunca antes se había sentido invadido de esa manera. Parecía que la mujer se había metido en su cabeza.
En el momento en que Marina había dado a luz, un rayo cayó sobre el hospital y un apagón dejó a la comuna de Villa Crespo a oscuras, un llanto agudo surgió entre medio de la oscuridad y automáticamente el grupo electrógeno del sanatorio se había activado, la luz no tardó en llegar a la sala de parto. Los ojos de Marina se llenaron de lágrimas al ver que una hermosa beba había venido a cambiar su mundo, ya no serían dos
La enfermera que los había recibido se acercó a Marcelo y le dijo el número de habitación a la que habían llevado a su esposa y a su hija. Por educación volteó para saludar a la señora, pero ya no estaba Se sintió extraño por unos segundos, pensaba a dónde se podría haber ido.
—Señor, acompáñeme así lo guío hasta la habitación. –Sin más que hacer en aquel desolado pasillo, Marcelo y la enfermera se dirigieron a la habitación 1081. La puerta se abrió y en la cama se encontraba Marina con su hija en brazos, la enfermera se despidió y antes de cerrar la puerta les dijo–: Felicitaciones, familia. –Marcelo se acercó a la cama y comenzó a llorar de felicidad, la espera había terminado, se inclinó y besó en la frente a Marina.
—Te amo, hola, hija, soy papá –Los pequeños ojos de la bebé todavía no se abrían, pero sonreía y eso les llenó el corazón de amor y felicidad a los dos Pasaron la noche en el hospital hasta la mañana siguiente. El doctor de cabecera examinó a Marina, a la beba y satisfactoriamente les dio el alta.
Los tres tomaron un taxi y se dirigieron a su casa, esta vez el trayecto fue corto, dentro del auto solo se respiraba felicidad y el daño que había ocasionado la tormenta pasaba desapercibido para aquellos dos padres primerizos y esa bebita recién nacida. El taxímetro marcaba setenta pesos, pero Marcelo agarró cien y con una sonrisa le dijo al chofer–: Guarde el cambio.
La mañana era fría a pesar de estar en pleno verano, los dos se bajaron del auto y antes de entrar a la casa, se percataron de que la rama del árbol, ya no estaba… Marcelo abrió la puerta de entrada y Marina le dijo a la beba:
—Bienvenida a casa, Casiopea…