Читать книгу Casiopea y la bóveda celeste - Lautaro Mazza - Страница 19

E L N A C I O N A L B U E N O S A I R ES

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Un nuevo día asomaba y una molesta melodía aturdía la cálida y placentera mañana de lunes, el teléfono no paraba de sonar y no era la alarma, era Micaela, la mejor amiga de Casio, ella la estaba llamando para pedirle que la acompañara a la biblioteca del colegio al cual ambas asistían, Mica estaba realizando un curso de verano de latín, y necesitaba ayuda y, como Casio manejaba bien el idioma, no tuvo otra idea que pedirle ayuda. Con mucha fiaca Casio le dijo que sí.

Luego de una hora, Mica salió al balcón, se acercó lo más que pudo a la ventana de Casiopea y le gritó:

—¡Casio, estoy lista! ¿Vos cómo vas? Los balcones de ambas casas estaban a la misma altura así que Casio abrió la ventana y le contestó:

—¿No sentís un poco pesada la mañana? –En tono irónico.

Micaela se rio y concluyó:

—Dale, te espero abajo, pesada, ja, ja…

Una vez juntas en el auto, el padre de su amiga las llevó hacia el Nacional Buenos Aires, nuevamente Casio se encontraba en el casco histórico de la ciudad, parecía que le iba a dar un empacho de historia… Sobre la calle Bolívar al 263, se encuentra el colegio Nacional Buenos Aires, un bastión de la educación argentina. El enorme edificio fue construido en 1910 y su estilo École des Beaux-Arts se debe a que pertenece a la corriente del academicismo francés, un tipo de arquitectura que se destaca por su simetría, grandes entradas, imponentes columnas, escalinatas de mármol y demás características que conforman un complejo ecléctico. Hoy alberga un millar de alumnos, que se nutren en sus amplias e históricas aulas. El establecimiento cuenta con espacios de importantes dimensiones, posee un natatorio, un observador astronómico y la más grande biblioteca de toda América Latina que puede poseer un colegio. Dentro de sus 20.000 metros cuadrados y como en todo edificio antiguo las leyendas e historias recorren cada rincón de este increíble lugar. Mica y Casio ingresaron al colegio y al entrar Casiopea se sintió tan bien que su ánimo repuntó de modo rimbombante.

—Gracias, Mica, por pensar en mí, seguro me hubiese aburrido como un clavo en casa sola…

—Ja, ja, ja, ¿vos aburrida? No me hagas reír el culo, miss inquieta te dicen.

Juntas atravesaron unas enormes columnas y quedaron frente a la famosa escalera de mármol de alfombra roja, en tiempos de ciclo lectivo, estas eran transitadas por cientos de alumnos, pero aquel día, el colegio estaba casi vacío, ya eran vacaciones de verano.

—Si estas escaleras hablaran… –Casio miró a Mica y le dijo:

—Subí, mejor subí

A medida que se adentraron en el colegio, las chicas fueron recorriendo los solitarios pasillos del segundo piso, la luz del sol de mediodía ingresaba con furia por los ventanales iluminándolo todo y sus pasos retumbaban contra las cerámicas color jade que se replicaban horizontalmente sobre la pared.

Antes de llegar a la biblioteca, se encontraron con su preceptor.

—Micaela y Casiopea, qué sorpresa, ¿qué hacen por acá? –les preguntó en tono burlón

—Vinimos a buscar unos libros de latín, Mica necesita ejercitar.

—Sí, Pablosky, necesito ejercitar, el año que entra se viene complicado y no cazo mucho de latín yo…

Casio estaba cruzada de brazos riéndose, Micaela la agarró de los hombros a Casio y la mandó al frente.

—Ella, ella sabe mucho y, bueno, es como mi teacher personal…

El preceptor las miró y lanzó una risa:

—Ja, ja, ja, ustedes siempre me hacen reír, me parece bien, me alegro de verlas de nuevo por acá, disfruten que no queda mucho, ¡felices vacaciones!

Las chicas se despidieron y Micaela le dijo a Casio.

—¿Está loco este? Si recién vamos menos de una semana.

—Llegamos. ¿Ya sabés qué libros vas a usar?

—Sí, me pasaron una lista por WhatsApp. –Unas enormes puertas de madera y vidrio repartido se encontraban abiertas de par en par dándoles la bienvenida a la gran biblioteca. Cualquiera que entrara en segundos le daría la sensación de viajar en el tiempo, su aroma a madera añeja, libros antiguos y luminarias creaban un clima único, la biblioteca posee dos pisos con grandes paredes tapizadas de libros. Al entrar, Mica respiró profundo y se embriagó con aquel aroma que la transportaba a quién sabe dónde, subió unas escaleras y, cuando llegó al segundo piso, se puso a buscar los libros de latín y lengua castellana recomendados.

Mientras tanto, Casio deambulaba por la parte de abajo y observaba la quietud, ese día no había nadie, la biblioteca estaba para ellas dos solas. Las mesas largas con antiguas lámparas yacían vacías, el cuadro era algo nostálgico, a pesar del silencio que se debía mantener, siempre había más de diez personas. Micaela se asomó a la baranda y le dijo que había encontrado los libros que buscaba.

—Casio, encontré latín tomo uno pero me fal ¿Dónde se metió esta piba?

Sin respuesta de Casio, ella siguió buscando su libro de ejercicios. Indirectamente eso le daría a Casio algo de tiempo para explorar un poco más la antigua biblioteca.

Atraída por un ruido Casiopea caminó directo a uno de los anexos de la biblioteca y cuando estuvo lo suficientemente cerca descifró que esos ruidos eran pasos, parecía que había alguien del otro lado. Cautelosamente ingresó en puntas de pie y con ojos de halcón, observó todo, pero no encontró a nadie. –Hola, ¿hay alguien? (Qué cosas pregunto por Dios, mejor me voy). Pensó Se dio media vuelta, escuchó cómo un libro se había caído.

Al girar contempló un espacio vacío en una de las repisas de libros, miró al piso y ahí estaba, abierto de par en par un libro que parecía muy antiguo, a simple vista podía percibirse que correspondía a algún libro de geografía por su contenido. En una de sus hojas había un mapa con islas y continentes. Casio lo levantó y cuando lo cerró leyó, PTOLOMEO COMPENDIO UNO, entre las hojas divisó unos apuntes de un profesor de Geografía de apellido Montes, que se habían salido de entre medio de las hojas con el movimiento. En aquellos apuntes había garabatos por todos lados, pero lo que más le llamó la atención fue leer el nombre de San Brandán, al instante recordó que una de las cartas de la caja tenía ese nombre y además la noche anterior había soñado con mapas y una isla.

—Esto me lo tengo que llevar…

—¡Buuu, te atrapé! –Casiopea se sobresaltó tanto que estuvo a punto de gritar.

—¿Estuviste acá todo el tiempo? Ya terminé, vamos, mi viejo llega en diez minutos…

—¿Vos me querés matar del susto, Micaela?

—No, pero te vi tan concentrada que…

—¿Conocés a algún profesor de apellido Montes?

—No, ni idea, Casio ¿sabés qué pensé? Que te habías perdido en los túneles y habías llegado a la Manzana de las Luces…

—Ja, ja, ja, esos túneles ¡qué miedo! Deben estar llenos de arañas y bichos, puaj.

Esa tarde las chicas estuvieron practicando latín en el balcón de la casa de Mica. Casio por momentos se perdía, le era imposible no pensar en la fantasmagórica señora del convento, el libro que tenía en su mochila y el sueño de la carta que leyó De fondo el hermanito de Mica había puesto en el reproductor de música una canción infantil de María Elena Walsh en loop y toda la tarde estuvieron escuchando “El brujito de gulugú”.

—Mica, una vez más que pone ese tema y me tiro por el balcón.

—Decímelo a mí. ¿Decís que me va a quedar algo? –le preguntó preocupada a Casio.

—No sé, pero por lo pronto ponele auriculares a ese chico. –El hermanito de Mica la miró, se sonrió y por lo bajo le dijo:

—Magia. –Casio lo miró y le devolvió la sonrisa.

—Enano, ¿qué hablamos? Andá para tu cuarto.

—Es magia… –Casio miró desentendida a su amiga y una vez finalizada la jornada de “estudio” Casio se trepó al balcón de su casa y se metió por la ventana y en ese momento escuchó:

—¡Che, nena, te vas a matar! –Su vecina la había visto y ella se moría de vergüenza.

—Qué metida…

Esa noche antes de dormir Casiopea estaba dispuesta a ojear el libro y leer algunas de las anotaciones del profesor. Se sentó frente a la computadora, sacó el libro y comenzó a investigar un poco, en el buscador ingresó el nombre de Claudio Ptolomeo y encontró que había sido un importante astrónomo que durante muchos siglos sus teorías fueron utilizadas y tomadas como la verdad absoluta capaz de echar luz sobre los misterios del universo Algo había leído en su momento, pero solo para algún trabajo práctico de la primaria, por lo tanto el vago recuerdo de su nombre no había quedado impreso en su memoria... Entre sus obras encontró una llamada ALMAGESTO y encontró lo siguiente:

“Almagesto es el nombre árabe del tratado astronómico Hè megalè syntaxis ('composición matemática'), escrito en el siglo II por Claudio Ptolomeo de Alejandría (Egipto). Contiene el catálogo estelar más completo de la antigüedad, que fue utilizado ampliamente por los árabes y luego los europeos hasta la alta Edad Media, y en el que se describen el sistema geocéntrico y el movimiento aparente de las estrellas y los planetas”.

Tomó el libro de la biblioteca y leyó las notas del profesor. Su contenido era algo extraño, hablaba sobre islas que aparecían y desaparecían, un texto incompleto hablaba sobre la bahía de Samborombón y un desprendimiento de tierra capaz de haber navegado por el Río de la Plata hasta el océano Atlántico a distancias desmesuradas, el nombre de una de las islas coincidía con una de las cartas que la caja poseía, la carta dos, La isla de San Brandán. Una vez acostada en la cama agarró su celular e investigó un poco, pero no encontró mucho, sentía que estaba armando un rompecabezas, algo le decía que esas vacaciones serían únicas Estiró su mano y sacó la carta II, se acomodó y mientras observaba la carta Casio se percató de que tenía dibujada una brújula y un mapa con estrellas.

Sin darse cuenta al leer el título de la carta, una neblina invadió los ojos de Casio, y ahí iba de nuevo, su cuerpo se estaba desdoblando, ella movía sus labios y susurraba lo que leía, de a poco sentía el peso del cuerpo desaparecer, en un parpadeo se encontraba viajando por un túnel lleno de luces y colores similar al de los toboganes de agua del parque acuático, sentía la electricidad recorriendo sus extremidades, lentamente captó una desaceleración en el viaje y ya podía ver a su alrededor. Casio había llegado y esta vez le tocaba ser la joven hija de un expedicionista fanático de las tierras lejanas.

Casiopea y la bóveda celeste

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