Читать книгу Casiopea y la bóveda celeste - Lautaro Mazza - Страница 20

L A I S L A D E S A N B R A N D Á N

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Gran Canarias, La Palma, 1589

Luego de salir de un período de incertidumbre y muerte por una epidemia de peste bubónica contraída por el comercio marítimo, las islas de a poco volvían a la normalidad, un excéntrico geógrafo y navegante se encontraba junto a su equipo de investigadores en su casa preparando una expedición por misteriosas aguas que al parecer escondían celosamente una isla fantasma.

Impulsado por otros cartógrafos e importantes figuras de la época, Claudio, un bon vivant, contaba con un grupo de aficionados como él.

—Muchachos, como sabéis debemos trazar esta noche la ruta marítima hacia aquella misteriosa isla. Un señor de pelo blanquecino y una tupida barba –dijo con un acento francés

—Pues sí, es necesario, llevamos varias reuniones pero ninguna ha ido más allá de la idea, esta noche debéis trazar la ruta, de lo contrario me iré La disputa llevaba lugar en la sala de la mansión de Claudio que se había convertido en la base de operaciones para gestionar aquella travesía. La sala se hallaba repleta de globos terráqueos, mapas, tinteros por doquier y una réplica de su navío, el talismán de los océanos III, ellos recopilaban y confeccionaban mapas de navegación. Una vez finalizado el encuentro, Claudio despidió a sus compañeros acompañándolos hasta la entrada de su casa por lo cual Mina, su hija, sigilosamente había ingresado a escondidas al estar y como siempre se deslumbró con aquellos mapas trazados y anotaciones en tintas rojas sobre los mapas.

Su aventurera alma se asemejaba mucho a la de su padre, una brújula dorada brillaba en la esquina del escritorio de su padre, era increíble cómo ese brillo resaltaba entre tanto desorden. Su diseño era extraordinario, la prolijidad y dedicación se observaban a simple vista. Heredada por tradición esta vez le tocaba a su padre y seguramente a Mina más adelante, aunque una mujer al mando de un barco era muy difícil de ver en esos tiempos, pero para Mina soñar no costaba nada. Su padre siempre le decía que nunca se rindiera y siga sus sueños.

Siendo joven ya tenía muchísimo carácter, de mente abierta y aventurera, siempre mostró valentía. Aceptó la muerte de su madre de una manera tan madura que a su padre le llamaba la atención.

Se dice que aquella brújula había sido diseñada especialmente para la familia por un misterioso alquimista, claro estaba que la tradición familiar era la navegación, la pasión por los océanos y por el descubrimiento. La brújula fue considerada como un talismán desde el día que fue concebida, de ahí el nombre de la nave. Una vez despachado el equipo de científicos Claudio se dirigió a la sala de estar, abrió las puertas y ahí estaba Mina con sus manos metidas dentro de todo el papelerío y sosteniendo la brújula con la mano izquierda

—¿Habéis encontrado lo que buscabas?

Faltaba esa pregunta para que Casiopea se dé cuenta de que estaba “soñando” nuevamente, se miró en el reflejo de una caja de cristal y vio a una chica de su edad, pero muy distinta a ella. De pelo negro, con una piel tostada por el sol y pecas, una vez más encarnaba en la vida un personaje nuevo. De a poco se dejaría llevar por esta nueva aventura.

Esa noche Mina cenó con su mejor amiga, una mujer africana de 40 años llamada Johari, su nombre significa joya o diamante en lengua africana, y su historia era un poco triste ya que unos franceses la habían “rescatado” de un naufragio, y le prometieron que tendría una vida, libre y tranquila, pero todo resultaría ser una mentira, la esclavizaron y terminó perdiendo su amada libertad truncando su cofre de sueños.

Después de unos años el padre de Mina junto con los vecinos del pueblo exigieron liberar a la muchacha y otros más que estaban en su misma situación. Sorprendidos por la petición tuvieron que acceder, mucha alternativa no tenían, era un pueblo contra ellos. Ese era un peculiar comportamiento para la época, ya que se estilaba tener esclavos. La visión de Claudio era tan interesante que los lugareños habían adoptado otra forma de pensar y así ellos decidieron que no era ético esclavizar a las personas. Siempre que Johari contaba esta historia, Mina se emocionaba.

Johari le había pedido a Claudio si podía ir con él ya que no tenía dónde ir, fiel a su estilo Claudio no pudo decir que no y le dio un techo, Jo se había ofrecido para cuidar de la pequeña y así fue como forjaron su magnífica amistad.

Mientras las chicas cenaban, Claudio se encontraba en su estar y paseaba con una pluma de tinta en su mano izquierda de acá para allá, mientras que con su mano derecha mecía intensamente una copa de vino, como un mar embravecido las olas de esa sustancia bordó rebasaban los bordes de la copa, manchando todo lo que había en el camino. Claudio marcaba los mapas y murmuraba hasta que eufórico gritó: ¡Eureka! Atolondrado como él solo, sin querer rompió aquella copa de vino contra el escritorio y esta empapó unos mapas que tenía allí. Johari y Mina se asustaron y al oír tanto lío se dirigieron a la sala:

—¿Estás bien, padre? –Claudio jocosamente le dijo:

—Pues sí, hija mía, he terminado de confeccionar el mapa que os llevará a la famosa, ¡Aprositus! ¡La inaccesible, la isla de las siete ciudades!

Entusiasmado esa noche pondría fecha a la travesía, que marcaría sus vidas para siempre.

Los meses pasaron y el día de la expedición se acercaba, la casa de Mina parecía un centro de logística, maletas por doquier, mapas, prismáticos y sextantes decoraban todo. Conforme se acercaban los días, la preocupación de a poco invadía a Johari, ella había escuchado historias sobre algunos marineros que no habían vuelto de sus expediciones en busca de la isla y ella le expresó su inquietud a Claudio, pero el hizo caso omiso. La historia de que la isla aparecía y desaparecía era conocida por todos los habitantes de Canarias, fantásticos cuentos contaban que aquel lugar parecía encantado. Animales extraños, espectros y hasta gigantes rondaban esa porción de tierra misteriosa. Claudio le había pedido a Johari que, mientras él no este, ella cuidara de Mina como si fuera su hija. En ese momento Johari miró con ojos de madre a Claudio y con dolor aceptó su petición. Jo era 13 años mayor que él y siempre lo consideró como un hijo. Luego de que la salvara y le ofreciera su tan preciada libertad ella decidió quedarse a su lado, la esposa de Claudio había fallecido durante el brote de peste bubónica y al verlo que estaba solo con la pequeña Mina se sintió identificada

Ese sería el motivo por el cual su devoción hacia la familia era tan grande, ella ya había perdido a sus seres queridos y no le quedaba nada, en ellos dos pudo encontrar aquel afecto que había perdido hace tiempo, lejos de ser explotada por Claudio, Johari vivía en su casa como una más y entre todos se repartían las tareas, Claudio era un hombre de un inmenso corazón.

Escondida detrás de la puerta junto a un gran macetón, Mina había escuchado las conversaciones de su padre y el equipo de navegación.

Esa noche los compañeros de aventuras de su padre fueron de a poco vaciando la casa, las maletas eran recogidas cada 30 minutos y llevadas al antiguo puerto. Las lámparas de fuego alumbraban aquella escena, Mina se encontraba contra el barandal de la escalera observado cada movimiento.

—Mina, ven aquí, cariño, deja a los hombres hacer su trabajo, es hora de dormir. –Desganada Mina subió las escaleras y juntas se dirigieron a su cuarto, en un tono muy serio ella le dijo a Jo.

—Tenemos que hablar. –Siempre que ella decía eso era porque alguna idea loca o descabellada se le iba a ocurrir.

Mina sacó de su bolsillo una brújula:

—Sin esto no podrán navegar. –En ese momento Jo le aclaró a Mina que debía devolver eso de inmediato, que era peligroso que su padre salga de expedición sin su herramienta principal.

—Lo sé, por eso el trato será la brújula por dos pases

para acompañarlos. No la tiraré pero lo convenceré de que, si no nos deja viajar, la dejaré caer al agua. –Jo trató de convencer a Mina de que lo que iba a hacer su padre era peligroso.

—Oye, pequeña, he oído historias aterradoras sobre esa isla, además las fuertes borrascas podrían dañar la nave.

—Suficiente, Jo… No funciona, sabés que a mí nada me da miedo…

Jo la miró con cara rara y le dijo:

—Hay algo que sí… –Y con su mano simuló el movimiento de una araña

—Diug, las odio, me dan miedo, terminad que me dará algo.

Sin más remedio, terminó de escuchar el plan de Mina. Infantil pero con sentido; le había propuesto meterse dentro de una caja y luego salir de ella antes de que el barco zarpara, mostrándole al padre que ella tenía la brújula, Jo pensaba en que, si algo salía mal, su padre las mataría, bueno, no tanto, pero sí se enfadaría.

Algunas cajas quedaron dentro de la mansión y serían retiradas al día siguiente luego del mediodía, Mina y Jo observaron por última vez las cajas desde la planta alta.

—Será perfecto… –Jo cerró los ojos y pensó: Que sea lo que Dios quiera…

Por la mañana los tres compartieron el último desayuno en tierra de Claudio, refinadas piezas de porcelana y tartaletas de frutos rojos copaban aquella mesa redonda, las miradas cómplices entre Jo y Mina eran evidentes, su padre se reía y les preguntó:

—¿Qué estáis tramando vosotras? –Desde aquella terraza natural se podía ver el océano, y esquivando la mirada de su padre Mina le dijo que no era nada.

—Hemos planeado recoger algunas frutos silvestres, haremos mermelada…

—Ah, ¿alquimia, no? –Claudio se echó a reír y le dio a Mina un gran abrazo antes de irse y le pidió que sea buena con Jo.

—Cariño, estaré siete días fuera, cuando llegue espero no encontrar la casa en llamas.

—Sí, padre, no te preocupes la casa no arderá. –Johari abrazó a Claudio y entre lágrimas atinó a decir:

—Cuídese, señor, lo vamos a estar esperando. –Mina pensó: Qué buena actriz… Su padre se retiró de la mansión. Mina la tomó de la mano a Jo y juntas fueron corriendo a buscar los mapas, la brújula y algo de ropa que habían preparado, a último momento Jo, se arrepintió.

—Nos quedamos… No puedo, creo que esto es demasiado, tu padre no nos perdonará jamás… Mina, desafiante, se escapó del lado de Jo e ingresó en la caja.

—¡Es ahora o nunca, venga, entra conmigo!

En segundos los compañeros de viaje del padre irían por esa caja de madera, Mina desde adentro invitaba fervientemente a Jo, para que se meta con ella, sin opción y con un sentimiento de culpa, entró en la caja, se camuflaron y aguardaron a que se la lleven. Fuertes golpes retumbaban dentro, la estaban sellando para que no se abra en el camino. Los muchachos tomaron los últimos objetos que quedaban en la mansión y se fueron directo al puerto.

La caja a diferencia de las otras se sentía pesada, los marineros se preguntaban qué llevarían allí.

Por un trozo de madera agrietada, Mina podía ver todo el trayecto hasta el viejo puerto, la vegetación abundaba y los caminos se enredaban. No tardaron en percibir el aroma característico del mar, era la señal de que habían llegado. Un viejo y enorme navío se erguía imponente con sus tres enormes velas, un prominente carajo asomaba de aquella embarcación de color verde con franjas color madera, parecían piratas en busca de un tesoro, pero no, solo querían explorar nuevas tierras y saber qué tan cierta era la historia de esa isla fantasma. El puente de carga se estaba por cerrar, los últimos tripulantes apresurados corrían por la pasarela llevando la caja donde se encontraban las chicas, esta se comenzó a mover para todos lados. Dentro las muchachas se mecían de acá para allá, parecía un lavarropas. Jo un poco desesperada le dijo en voz baja:

—Mina, no han abierto la caja y estamos subiendo al barco y encim ¡AY! –Jo se había golpeado tan fuerte la cabeza contra una esquina que su grito casi las delata, una vez en el compartimiento debajo de la cubierta ambas aguardaron a que las dejen solas, para poder abrir la puerta, pero cuando intentaron abrir la tapa de la caja, no pudieron.

—Maldición, estos tíos la cerraron por completo –Jo con sus manos buscaba alguna grieta como hacer presión pero no pudo encontrar nada. Mina buscaba la manera de agujerear la madera con un abre cartas, pero este terminó partido a la mitad.

Mina y Johari se pusieron de acuerdo:

—Vale, Jo, las dos juntas patearemos fuerte, tan fuerte que la madera se romperá. –Jo la miró toda transpirada y le dijo–: ¿Tú crees que funcionará?

—Por supuesto, somos fuertes. Las dos se apartaron y con un envión partieron una parte de la caja, ambas salieron con cautela, Jo pegó dos saltos y enérgicamente aplaudió.

—Lo hemos logrado, estamos fuera… Un momento…

Mina la interrumpió y con una sonrisa le dijo:

—Sí, estamos navegando, no ha hecho falta chantajear a nadie, ¡seremos la sorpresa! –El plan de Mina había salido a la perfección

Al cabo de unas largas horas, en la proa se encontraba Claudio con sus tripulantes observando el horizonte, aquel periplo acababa de iniciar, un rojizo cielo se expandía por encima de ellos. Las primeras estrellas iban apareciendo, y la noche se hacía sentir, la temperatura descendía y la luna llena alumbraba las aguas. La bóveda celeste resplandecía y su mapa se proyectaba en las alturas.

Las chicas no encontraban la salida de la bodega, buscaron por horas, hasta que Mina reparó en una diminuta puerta que se encontraba en el techo, Jo la ayudó alzándola.

—Venga, ayúdame a levantarme, necesito abrir esa puerta. –Abrieron aquella compuerta y una escalera se extendió, subieron de nivel, recorrieron parte de aquel navío hasta casi llegar a cubierta.

Claudio, junto al capitán, comentaba qué sería lo primero que harían al llegar a la isla.

—Muchachos, lo primero que haremos es contemplar la naturaleza y observar su geografía, Miguel, quiero que te encargues de los retratos de la flora.

—¡Sí, señor!

Canarias habían quedado muy atrás y casi no se veían, era la señal de que ya debían estar cerca de su destino, pero nadie divisaba ni un ápice de tierra.

Mina y Jo continuaban fugitivas en aquellos compartimientos, engañaron al estómago con unas frutas que habían llevado y bebieron agua de una vieja cantimplora. Pero tenían apetito, esto las llevó a buscar en la cocina del barco más provisiones.

Un joven cocinero de unos 16 años se encontraba preparando sopa para la cena. Sigilosamente Mina ingresó agazapada a la cocina y a tientas tomó unas frutas que estaban a mano, pero ella calculó mal y tiró el plato al piso, provocando que el muchacho la descubra. En ese momento el chico le dijo sorprendido: “Mina“, ambos se miraron y ella salió corriendo tomando bruscamente a Jo de la mano, juntas se escondieron nuevamente. Johari no sabía cuánto más iba a esperar Mina para aparecer y contarle al padre que estaba allí, cada minuto que pasaba bastaba para agregar más peso al castigo que les impartirían a las dos, cada vez que ella pensaba en eso, se persignaba y pedía que el señor Claudio no se enoje tanto. El joven cocinero no podía sacarse de la cabeza su peculiar color de ojos, solo esperaba volver a verla, él sabía de quién se trataba. Claudio había solicitado a un tripulante unos mapas y su brújula.

—Joven, si es tan amable, estaría precisando las herramientas de navegación. –El muchacho fue en busca de los mapas, y descubrió que una de las cajas estaba abierta.

—José, esto está liao, que alguien se nos ha colado. –Este evento alarmó a la tripulación y dieron aviso de que alguien había irrumpido en la nave.

—Atentos, buscad en todos lados, parece que tenemos intrusos. –Pero no todo terminaba allí, cuando le acercaron la brújula a Claudio este la miró desencajado y enfurecido gritó:

—Ostras, esta no es mi brújula, ¡encontrad a los intrusos y mi brújula!

Claudio se dirigió a paso firme al interior de la embarcación y comenzó a buscar la brújula desesperado, su valor era incalculable y era vital para poder navegar, esa brújula lo acompañó desde que él tuvo uso de razón. Entre tanto alboroto y descontrol por no poder encontrar la brújula, una voz muy tierna y particular se hizo presente

—¿Has encontrado aquello que buscabas? –Era su hija y entre sus manos traía la bendita brújula, sus ojos no podían creer lo que veía, felicidad, enojo y emoción se mezclaban en su corazón, en ese momento se escucha con voz temerosa otra conocida voz.

—Perdón, señor, ha sido mi culpa. –Johari entraba en escena, muy afligida por el accionar de ambas. Claudio no podía enojarse con su hija, al fin y al cabo de él había heredado esa alma aventurera.

—Hija, lo que habéis hecho es una locura… –Una vez aclarado el embrollo, Claudio dio aviso a la tripulación que todo había sido un mal entendido y que los intrusos no eran intrusos sino su hija y su “guardiana”.

Las estrellas brillaban y sobre la cubierta Claudio estaba posado contra un mástil, de repente llamó a uno de los tripulantes de abordo.

—Eh, tú, ¿cómo te llamas? –El muchacho le contestó que su nombre era Salvador–. ¡Venga, Salvador, traed tragos para todos, mi hija y Jo están aquí! Vamos a festejar. –Mina lo miró y se sonrió, parece que había encontrado un amigo, el barco siguió su rumbo, rebosante de alegría, luego de una noche de jarana, se dispusieron a dormir, pero antes, Mina buscó a Salvador, y le agradeció por guardar el secreto.

—Gracias por no decir nada, parece que eres de confiar…

—De nada, no os preocupéis, todo va de lujo, estoy para ayudarte, chavala.

Estrecharon manos y se despidieron.

Al otro día el sol brillaba en plena cubierta, Jo dibujaba un barco con velas en forma de mariposas y un gritó llamo su atención, de pronto corridas provinieron desde la cubierta e interrumpieron el calmo sonido del océano: ¡Tierra a la vista! Todos salieron apresurados para contemplar el descubrimiento. Mina estaba deslumbrada por la intensidad de aquel momento y le contaba a Jo todo lo que haría cuando lleguen.

—Voy a anotar todo, el color del agua, la arena, las plantas, ah, y me voy a llevar un par de conchillas…

La isla cada vez se veía más cerca, y todos ansiaban desembarcar en ella. El sol se fue apagando, unas nubes grises comenzaron a borrar ese celeste y pacífico cielo, una tormenta se estaba formando arriba de ellos, las nubes se arremolinaban y amenazaban a la tripulación, la inactividad del viento sobre la superficie alertó un poco a todos , hasta que uno de ellos gritó:

—¡El agua, mirad el agua!

—¿Qué demonios es eso? –dijo Claudio.

Casi todos observaron que debajo del agua unas pequeñas luces se desplazaban como delfines en dirección a la isla.

Claudio sabía que había comenzado la acción, junto al capitán Veech comenzaron a dirigir la nave hacia la isla, a unos cien metros, observaron cómo dos columnas de “cristal” se elevaron desde las profundidades del mar hasta el cielo, este fenómeno es conocido como tromba marina. La escena era perfecta y aterradora, los rayos bordeaban aquellos torbellinos y más luces se veían trasladarse a gran velocidad, siempre con dirección a la isla. El cielo estaba tan oscuro que parecía de noche.

—Jo, observa cómo esos torbellinos forman un arco, ¡parece que caminan! –Jo se tapaba la cara y miraba aterrada.

Para algunos las columnas descendían de los cielos y para otros ascendían desde las profundidades. Los intentos por desviar el barco fueron inútiles, este no respondía y cada vez se acercaban más al peligro, el miedo se sentía en toda la cubierta.

El viento soplaba cada vez más fuerte y el barco se desestabilizaba, todos en la nave iban de un lado al otro, se mecían como una cuna, el agua ya entraba por todas partes. Mina estaba fascinada con la idea de una tormenta en alta mar, parecía que no le tenía miedo a nada, en cambio Jo estaba a punto de lanzar todo el desayuno, no le alcanzaban las manos para sostenerse, al cabo de unos minutos la tormenta, había comenzado a perder fuerza hasta que perdió fuerza y desapareció .Los rayos del sol asomaron tímidamente y el viento se entibió, parecía que la calma había llegado, si no fuese porque un ruido bastante extraño atrajo la atención de algunos hombres, todos miraron a su alrededor y no encontraron nada, pero luego un fuerte y constante repique sonaba por todos lados, estaban lloviendo peces. ¡Todos adentro! La tripulación se resguardó y observó cómo caían los pescados del cielo, un pescado a esas alturas podía ser mortal. Luego de aquella loca secuencia la densa neblina que escondía la isla se esfumó y todos observaron aquellas tierras desconocidas. Una cadena montañosa verde con un morro en forma de pico les daba la bienvenida, para Mina se asemejaba a una mano cerrada apuntando con su dedo índice al cielo, era un paraíso, una obra de la naturaleza o de algún creador. El sol embriagaba de luz las playas de arena blanca y la verde vegetación, habían llegado a la mítica isla de San Brandán…

Una vez en tierra firme, con cautela, descargaron las herramientas necesarias para su trabajo, decidieron entre todos acampar cerca del barco por si acaso, se dice que muchos exploradores debieron abandonar la isla de un momento para el otro. La leyenda contaba que, si uno hacía fuego allí, la isla temblaría y se movería. Claudio y el resto del equipo sabían que no tenían que generar fuego, ya que arruinaría por completo aquel viaje.

Mina y Jo contemplaban los peces de colores que nadaban cerca de la orilla, en un área rocosa y con profundidad brillaban en el fondo unos seres con tentáculos, transparentes, estos emitían una bonita y tenue luz azul.

—Hasta los animales son extraños aquí. ¿No te parece, Jo? ¿Jo?

Jo se encontraba observando aquel gris y oscuro morro.

Claudio observó su brújula, y se percató de que estaba descalibrada, giraba como loca, no podía hallar su norte, sorprendido les mostró a sus otros colegas, y ellos descubrieron que con sus brújulas pasaba exactamente lo mismo. ¿Qué misterio escondía esa isla que volvía locas las brújulas? La noche iba ganando terreno y las muchachas antes de irse a dormir observaron el peculiar color del cielo y las estrellas, parecía que algo o alguien habían cambiado las constelaciones de lugar. Algunos astros se veían rojos y grandes, todos tenían la sensación de haber entrado en otro mundo. La noche transcurrió normal, hasta que sintieron unos temblores extraños, desde las carpas se comunicaban en voz baja, el sonido parecía que viajaba, se acercaba y se alejaba. Esa noche nadie había podido dormir.

Al otro día, Claudio preocupado les preguntó a todos.

—Muchachos, ¿vosotros habéis prendido fuego ayer por la noche?

—No, de ninguna manera, eso arruinaría nuestra expedición –dijo Manu–. De hecho el barco sigue donde lo dejamos, según las investigaciones, si la isla se hubiese movido, el barco ya no estaría

—Vale, vale –dijo Claudio preocupado.

Otro de los cartógrafos aseveró que esos sonidos podrían ser producto de algún volcán que se encontraba bajo de la isla, pero esa teoría quedaría descartada luego de que un curioso tripulante había ido a investigar. La sorpresa era enorme, había descubierto huellas que medían tres metros de largo, algo había estado caminando por su zona la noche anterior. Claudio incluyó en su bitácora de viaje similitudes que le recordaban a las disparatadas anécdotas de los antiguos exploradores. Con el correr de las horas planificaron la expedición al valle de la isla, según los mapas, este se encontraba en un área donde cuatro ríos desembocaban sus aguas en un gran lago turquesa, así que Claudio y parte de su equipo penetraron la abundante vegetación de la zona y vieron cómo árboles inmensos se elevaban por encima de ellos, flores silvestres, de variados e intensos colores y mariposas extrañas formaban parte de un paisaje natural paradisíaco, habían pasado treinta minutos desde que comenzaron la caminata, la vegetación de a poco permitía ver parte de lo que pensaban que era un morro. Un gran cañadón de tierras naranjas y amarillentas se hacía presente, un accidente geográfico que según se podía apreciar había tenido lugar en el período cretácico, sus paredes estaban llenas de minerales preciosos, magnetitas, amatistas, piedra de la luna, entre otras. Claudio por momentos se sentía observado, pero decidió poner la atención en lo que tenía por delante, los caminos eran increíbles paredones de cien metros que se elevaban a sus costados, pequeños arroyos de agua cristalina recorrían aquel trayecto, un microclima se podía sentir, la selva volvía a emerger esta vez habían llegado a un mirador. Lo que observaban era majestuoso, aves de distintos tamaño surcaban los cielos, la selva se multiplicaba por todas partes, y un espejo de aguas turquesas yacía en el medio del valle.

Mina y Jo aguardaban a los muchachos en aquella bahía donde habían desembarcado. Habían encontrado moras silvestres y unas frutillas. Dentro de un coco se dispusieron a mezclar todo y bebieron aquel fresco brebaje.

La noche se acercaba, el capitán Veech las invitó a volver a la embarcación, las chicas fueron escoltadas hasta la nave en un pequeño bote y allí treparon por la escalera. Mina estaba un poco enojada ya que su padre no le había permitido ir con él, por lo tanto decidió ir a pasear sola por aquel viejo barco. En la cocina se encontraba Salvador preparando la cena, una sopa de pescado con vegetales era el menú de esa noche, Mina se acercó y le preguntó:

—Hola, Salvador. ¿Otra vez sopa?

Él la miró y se alegró de que estuviese allí:

—Mina ¿cómo estás?

—Un poco enojada, mi padre no me dejó acompañarlo. –Tomó una especiero y percibió un fresco aroma – ¿Qué es? –Salvador apuntó el recipiente con su cuchara de madera y le dijo:

—Eso es cilantro, lo amas o lo odias. –Mina lo miró y se sonrió.

—¿Qué hace un chico tan joven aquí, también has venido con tu padre?

—No, vine por mi cuenta… Estoy solo, bueno, solo conozco al capitán, es amigo de mis tíos…

Salva le contó que era de Italia y sus padres lo habían enviado a trabajar al puerto de Canarias con sus tíos y de ellos aprendió el arte de la cocina, tenían una pequeña taberna que ofrecía comida a los marineros del puerto, según su padre a los 16 uno ya era un hombre y tenía que valerse por sí solo, Mina lo miró y le dijo que ella solo veía a un chico:

—Deberías disfrutar más, quizá tengas dos años más o uno, pero no dejas de ser menor, no hagas caso a esos mandatos… ¡Sé libre! –Salvador la miró y quedó impresionado ante la visión de Mina, era notable que su padre y Jo la habían criado en un ambiente de libertad y comprensión. La suerte de tener un padre como Claudio y una guía como Jo no la tenían muchos. Jo se posó en el marco de la puerta de la cocina y saludó al joven cocinero.

—Hola, chef… Mina, ven conmigo, quiero que veas la luna. –Salva sin que las chicas se den cuenta se inquietó un poco y con una sonrisa le dijo a Mina que fuera a verla.

Mientras que una parte de la tripulación se encontraba mirando la hipnótica luna, Salvador servía la cena en la cubierta. Según el termómetro la temperatura rondaba los 26°C y la noche era perfecta para cenar afuera. La mesa era larga y todos disfrutaron de aquella sopa. La gran mayoría luego de haber cenado se fueron a descansar, al otro día debían confeccionar las bitácoras de viaje.

Mina se encontraba observando la luna que todavía brillaba pero había perdido un poco su color, Jo se acercó por detrás y le dijo:

—Qué magnífica aquella tonalidad, nunca en mi vida vi algo así…

Salvador observaba de lejos a Mina y Jo mientras charlaban y reían con la luna de fondo, por más que la noche parecía calma Salvador estaba inquieto Claudio y sus hombres habían encontrado un perfecto lugar para acampar, las estrellas brillaban tanto que la luna podría pasar desapercibida si no fuera por ese color rojo que emanaba. Durante la madrugada, la temperatura en aquella selva se mantenía calurosa, los mosquitos estaban insoportables, por suerte el equipo llevaba unas plantas de citronela para repeler un poco aquellos molestos zumbidos y poder descansar.

Un grito despertó a los acampantes, Claudio aturdido salió de su carpa y sus compañeros de viaje atormentados le dijeron que la carpa había salido volando y los temblores de la otra noche se volvieron a sentir, un sonido casi les rompe los tímpanos, los hizo estremecer, para cuando se quisieron dar cuenta, ninguna de las carpas estaba allí, sin aviso alguno había comenzado a diluviar, Claudio alcanzó a ver cómo un árbol se movía solo, en segundos un relámpago iluminó aquella escena, y se horrorizó, lo que se movía no era un árbol, era un gigante, dio aviso a sus hombre y corrieron a través de la maleza, unos seres oscuros emergieron del suelo como si fuesen un denso humo y comenzaron a perseguirlos, la caza había comenzado. Lo único que los alumbraba a los hombres eran las luces de los “relámpagos”, la tormenta era tan fuerte que los destellos hacían parecer que llovía de abajo hacia arriba, uno de los muchachos se quedó cautivado al ver que las estrellas eran las causantes de emitir aquellas estroboscópicas luces, en aquel lugar la naturaleza tenía otras reglas, llovía con un cielo totalmente despejado.

Mina se encontraba tranquila estudiando unos mapas de la isla, cuando se vio interrumpida abruptamente por Jo.

—¡Mina!, hay unas luces raras y la cascada de la isla parece fuego. –Los mapas volaron por el aire y ambas se acercaron a la baranda.

—Maldición, Jo, eso no es agua es lava, parece que mi padre está en peligro, debemos avisarle. –Mina tomó su mochila y las dos rápidamente comenzaron a bajar por la escalera de auxilio hasta el bote, Salvador salió a cubierta y observó un resplandor que brotaba de aquella cascada, se acercó a las escaleras y vio a las chicas a punto de subirse.

—¡Las acompaño!

Claudio y sus compañeros llegaron a un risco y allí los 6 usaron unas pistolas de bengalas, y pensaron que si alguien en el barco estaba despierto podrían llegar a ver su pedido de ayuda, luego de aquel despliegue en cubierta, el capitán y otros más se despertaron y observaron seis luces de bengala en el cielo desaparecer entre la altísima vegetación. Los muchachos ya habían encendido las alarmas y sin salida se lanzaron a un río que corría por debajo de ellos.

Mina y Jo planeaban cómo encontrar a su padre. Salvador les dijo que había un río, en el cual el mar inyectaba agua a las entrañas de la isla, utilizaron el bote del barco y se adentraron en aquellas aguas de color azul petróleo. Una antorcha era sostenida por Jo en la punta del bote y alumbraba el camino, mientras que Salvador y Mina remaban. En un instante el agua se iluminó y las luces los llevaron río adentro. Los tres estaban fascinados al ver tantas luces de colores alrededor del bote, era hermoso. Un inquietante ruido cautivó sus oídos y cuando miraron hacia atrás observaron cómo varios árboles se habían caído cerrándoles el camino, las luces parpadearon y tomaron profundidad, parecía que se habían asustado.

“Supongo que ya no podremos volver”, pensó Jo.

—Vale, vinimos a buscar a mi padre, prometo que saldremos rápido… –dijo Mina.

Alrededor del barco unas grotescas sirenas de aspecto físico tenebroso llamadas ondinas asomaron su cabeza a la superficie, sus ojos estaban en llamas.

Ellas comenzaron a nadar en círculo y esto produjo que el agua comenzara a girar violentamente en espiral generando que el talismán de los océanos III se alejara de la isla, ni siquiera las anclas habían funcionado. Todos se miraban con zozobra y una intensa neblina verde los tapó por completo, de a poco los tripulantes comenzaron a desmayarse, nadie pudo hacer nada, sus cuerpos yacían inmóviles en el piso Parecía que la isla rechazaba la visita de los mortales.

Las aguas en aquel río se volvieron turbulentas, Claudio y sus hombres cada vez perdían más fuerza ante su potencia. El bote de Mina se encontraba a la deriva y se dirigía a gran velocidad en dirección a unos rápidos, los tres se agarraron fuerte de donde pudieron y surcaron esas temibles corrientes revoltosas, el agua los había empapado y parecía que cada vez costaba más mantenerse estable. Una vez fuera de las furiosas corrientes, siguieron río adentro y desembocaron en un gran lago, habían llegado al núcleo de la isla, el fulguroso resplandor de la lava que caía del morro alumbraba un poco aquella orilla, por ende los tres alcanzaron a ver una cuantas huellas en la arena, Mina rogaba porque fueran de su padre. De su mochila sacó una prenda de ropa, tomó un palo y la envolvió en él.

A Salvador la idea no le agradaba mucho que digamos y con sumo cuidado Mina lo roció con un poco de líquido inflamable, la antorcha estaba lista, con ayuda de las piedritas chispeantes de Jo el fuego surgió y se hizo la luz.

—Recuerda que el fuego es peligroso… –le dijo Salvador a Mina, ella lo miró y le contestó:

—No me digas... –Jo envalentonada sacó un machete que había en el bote y siguió a Mina, juntos se internaron nuevamente en la selva. Salvador inquieto pensaba que se meterían en problemas más grandes si no abandonaban la isla pronto. Mientras deambulaban por la selva, Jo cortaba la exuberante vegetación para poder pasar, el machete afilado rebanaba de cuajo la maleza a la perfección.

—Oye, oye, Jo, si fuera tú no lo haría. –Jo lo miró y con un gesto le dijo:

—¿Hacer qué? –En ese momento Jo le dio un machetazo a un árbol y los tres se percataron de que eso era la pierna de un gigante, aquellos enormes seres dormían parados y poseían una habilidad camaleónica, sus largas horas de sueño los dejaban vulnerables ante otras especies, por eso a menudo se escondían en los bosques y selvas para camuflarse y pasar desapercibidos.

Un gruñido perturbador resonó en toda la isla, y como una ola expansiva, viajó varios kilómetros, eso provocaría el despertar de la isla por completo, Salvador en ese momento les dijo que corran y no miren hacia atrás, los seres que habitaban aquella misteriosa isla estaban furiosos, la tierra se movía y se desarmaba, entre tanta debacle Mina tiró la antorcha al suelo y esa fue la última acción que desencadenaría el cataclismo final. La antorcha tocó el suelo y se hundió como si se la hubiesen tragado y la lava comenzó a brotar del suelo.

Salvador guiaba a las chicas con un rumbo incierto, o quizá eso pensaban ellas, detrás de los tres un enjambre de extraños insectos voladores de color azul y violeta los perseguían, parecían enormes avispas que lanzaban aguijones de fuego, y las ramas de los árboles intentaban destrozarle los pies.

Como si Salvador conociese la isla les dijo:

—¡Seguidme, vamos! –Habían encontrado un atajo, un espacio en forma de círculo que estaba rodeado de árboles y parecía seguro. Al fin un poco de paz, debían pensar en un plan, su padre estaba perdido y necesitaba ayuda. Mina y Salva discutían lo que deberían hacer, uno decía A y el otro decía B, no lograban ponerse de acuerdo, eran dos chicos peleando, Jo se hartó y se alejó unos centímetros de ellos y oyó un ruido extraño en la copa de los árboles, mientras discutían ella les pedía que bajen la voz, Salvador en un momento desvió sus ojos desacreditando lo que decía Mina y se detuvo en un punto fijo.

—Ay, no. –Mina lo miró y le dijo:

—¿Y ahora qué sucede, chaval?

Mina casi se infarta, desde la copa de los árboles se veía cómo descendían arañas enormes, negras y con tonalidades azuladas. Esos arácnidos no poseían vista pero eran capaces de oír hasta la caída de un alfiler, además mediante los movimientos de su exoesqueleto se podían comunicar. Los chicos estaban rodeados, parece que no tenían escapatoria. Las arañas en círculos aguardaban el primer movimiento de su cena. Parecía un tablero de ajedrez, de a poco se empezaron a comunicar entre ellas y una de las arañas escupió un hilo de seda al centro, este se desvaneció emitiendo un gas extraño y Salvador se tapó la boca, nariz y cerró los ojos, pero las chicas no. Mina y Jo comenzaron a reírse a los gritos, entonces las arañas hicieron vibrar sus cuerpos, el ruido se asemejaba a unas maracas, era una clara señal de ataque. Salvador tenía un haz bajo la manga, siempre llevaba consigo un pequeño tubo de pimienta con cilantro, así que lo sacó y se lo hizo oler a las chicas. Mina y Jo estornudaron y de esa manera expulsaron las esporas extrañas que tenían los hilos. Una vez en sí, Mina observó a su alrededor y vio las horripilantes fauces y colmillos con gotas de veneno, pegó un grito tan fuerte y agudo que los tímpanos de las arañas explotaron, provocando su inmediata retirada. Salva miró con cara de asombro a Jo y ella le dijo:

—Es normal, les tiene pánico Era la ocasión perfecta para escapar, una vez alejados de esos seres fueron en busca del Claudio.

La isla se estaba autodestruyendo, el agua del gran lago turquesa había entrado en estado de ebullición, un vapor cian comenzó a brotar del lago y a medida que se expandía todo se iba secando, aquel gas estaba acabando con la vida de toda la isla.

Los chicos se encontraron con una especie de caverna donde al final se veía una luz, Mina entró corriendo y los demás la siguieron, en un abrir y cerrar de ojos, desembocaron en una playa iluminada por el sol de mediodía, nadie entendía nada, bueno, quizá alguien sí entendía… No bien observaron el terreno Jo se percató de algo.

—¡Niños, huellas!

Salvador se puso en cuclillas y al cerrar sus ojos tocó las huellas.

—Son de Claudio. Pensó–. Vamos, chicas.

Los tres siguieron el camino de huellas y desconcertados, se dieron cuenta de que habían llegado al punto de partida, pero el barco ya no estaba.

—¡Se fueron sin nosotros! –gritó Jo, Salva trazó unas líneas que, si mal no recordaba, atravesaban la isla y estas poseían la suficiente energía para alterar el tiempo y el espacio. Mina asombrada le dijo:

—¿Qué cosa? –Salvador le explicó que existían unas arterias que corrían por debajo de la tierra y que la isla funcionaba en espejo, ellos deberían estar del otro lado de la isla pero en un tiempo en el cual ellos no habían llegado y debían salir de ahí antes de que sus otras versiones llegasen. Los tres observaban con temor el océano, aguardando que aparezca el barco. Mina sintió que Salvador conocía la isla

—¿Cómo es que sabes todas esas cosas? ¿Quién eres? –La mirada de Salva se apagó un poco y con una mueca de incomodidad le contó a Mina que la conocía de antes y que estaba para ayudarla, sus recuerdos eran muy vagos, por momentos recordaba quién era, pero por otros no. Sus tíos le dijeron que él era muy especial y que no todos podrían entenderlo, por esos sus padres se lo sacaron de encima, además Salvador le explicó que tenía habilidades muy peculiares, de vez en cuando podía adivinar cosas, otras veces podía conjurar hechizos y mover objetos con la mente, pero no siempre se manifestaban esos aspectos. Mina se quedó desencajada, no entendía, estaba muda, el silencio duró segundos, porque justo en ese momento un grito había interrumpido la revelación, era Claudio

—¡Mina!

—¡Padre! –Los dos corrieron al encuentro y se fundieron en un fuerte abrazo… Claudio los miró y les dijo:

—¡Se fueron sin nosotros! Maldigo al capitonto Veech… –Jo se acercó corriendo y le dio unas cálidas palmadas en su hombro.

—Claudio, qué bien que estás bi… ¡Eh… Eh! ¡Miren! ¡El barco está volviendo por nosotros!

Claudio cogió sus prismáticos y observó que en la cubierta de aquel barco había otra Jo, otra Mina, y un doble de él.

—Vale, oíd con atención, estamos en otra dimensión, debemos escapar antes de que ellos lleguen a la orilla. –Los tres miraron a Salvador y asintieron, no había más tiempo, debían abandonar ese lugar de inmediato, si no podrían generar un desastre temporal, los cuatro rápidamente se dirigieron al túnel, detrás de ellos se veía cómo aquellas columnas de cristal descargaban toda su furia, una vez en la entrada de aquel túnel, decidieron taparlo con ramas y arbustos, para no ser descubiertos, volvieron sobre sus pasos a las entrañas de la isla y todavía era de noche. Las plantas y los árboles se habían secado, una baja y densa niebla cubría todo el suelo.

Los cuatro emprendieron su regreso rumbo a la playa, a sus costados el silencio era mortal, todo lo que antes tuvo vida ahora había perecido, la isla estaba en su lecho de muerte… Por el panorama que los circundaba muchos de los seres habían muerto, arañas enormes y aves prehistóricas yacían sin vida colgando de los árboles, entre unas raíces la mitad del cuerpo de un gigante había quedado atrapado, su mano extendida hacia el cielo parecía que clamaba piedad o auxilio, las estrellas ya no brillaban. Una explosión liberó una cantidad de luz exorbitante, Claudio de inmediato pensó en que el cráter del volcán había explotado, pero el acontecimiento distaba mucho de un evento geológico Si bien la lava bajaba a gran velocidad de aquel morro lo que había explotado era otra cosa, de alguna manera un agujero negro se había formado sobre aquella isla a 300 metros de altura, la gravedad que este generaba comenzó a elevar enormes porciones de tierra, rocas y árboles, todos eran tragados por este fuerza descomunal, el fin estaba cerca. El río por el que habían viajado se encontraba casi seco. Caminaron por aquel difunto río y llegaron a toparse con el cañadón que atravesó Claudio al principio, una grieta vertical se abría paso.

—El cañón Oigan estamos a media hora de la bahía

A metros de la bahía, Jo se percató de que la isla seguía viva, unas raíces en punta se dirigían con velocidad a Mina, ella las empujó y las raíces tomaron de la cintura a Jo, sus ojos se apagaron y las lágrimas comenzaron a recorrer su rostro. Esas raíces tenían un efecto anestésico al dolor que provocaba el desgarro del alma, lo que hacían era succionar la energía y para hacerlo sin problemas a las presas les mostraban sus vidas de la manera que siempre anhelaron.

Mina se lanzó contra Jo, sacó una navaja y comenzó a cortar las raíces para liberarla.

Pero de a poco la tumba de Jo iba tomando forma, las raíces subían por su cuerpo como ofidios, detrás de esa trágica escena la grieta de aquel cañón había comenzado a iluminarse, la lava se acercaba, Claudio y su hija luchaban, para sacar a Jo de ahí, Salvador se había quedado horrorizado e inmóvil ante la mártir expresión de aquella mujer.

—¡Salvador, haz algo! ¡Jo se está muriendo, no hay tiempo! –gritaba Mina. Salvador cerró sus ojos, se quitó el collar y con fuerza clavó la punta del cuarzo en aquellas raíces, estas lo comenzaron a enredar a él también. Mina estaba a punto de perder a dos personas increíbles, los ojos de Salvador se pusieron blancos y pegó un grito.

—¡LUX! –Una luz blanca descendió de los cielos devolviéndole toda la energía a Jo y pulverizando aquella peligrosa flora, Salva socorrió a Jo y la ayudó a recomponerse, no había tiempo para las emociones, al llegar al agua observaron que el barco parecía estar a la deriva.

Mágicamente las bondadosas luces aparecieron y los ayudaron a llegar al barco creando corrientes de agua que aceleraron su andar... Ya debajo del galeón Claudio ayudó a Jo a subirse a la escaleras. Antes de subir Salvador les agradeció a las luces por la ayuda que les brindaron durante todo el viaje, Mina lo observó y se emocionó al saber que las luces eran almas bondadosas. Los últimos en subir a cubierta fueron Salvador y Mina, quienes ignoraban lo que había sucedido, en aquel barco. Mina se asomó y vio a Claudio arrodillado mientras Jo lo abrazaba. Parecía que todos en la nave estaban muertos, los cuerpos de los tripulantes que quedaban estaban esparcidos por todos lados, Jo se volteó y se acercó a Mina.

—No mires, voltéate, no mires, tú tampoco, Salvador… –Jo, Salvador y Mina se giraron y observaron la destrucción de la isla, el morro había desaparecido. Un ruido indescriptible resonaba por todos lados, y el sollozo de Claudio se mezclaba con la moribunda escena, era el sonido de la mismísima devastación. Estaba amaneciendo y la isla les ofrecería un último espectáculo nunca antes visto... Un gigantesco sol menguante de una tonalidad coral asomaba.

—Es hermoso. –Pensaba Mina, parecía un eclipse, la imagen surrealista quedaría de recuerdo para toda su vida. Mina se acercó a Claudio y le dio un abrazo.

—Lo siento, padre... –Jo observó el cielo y unas nubes verdosas y grises se arremolinaron por encima de ellos y el barco comenzó a navegar hacia un gran banco de niebla. Salvador los miró y dijo:

—El portal se está abriendo nuevamente, nos vamos. –La niebla los invadió y una pausada lluvia comenzó a caer sobre la cubierta, las gotas impactaban sobre la curtida piel de los tripulantes y de a poco comenzaron a despertar...

—¡Papá, el capitán! –Claudio fue corriendo a socorrerlo y vio que de a poco todos despertaron.

Una vez atravesado el banco de niebla el sol ya no menguaba, se veía normal y no había indicio alguno de la isla... Ya nadie sería el mismo luego de esa experiencia. Las horas pasaron y una vez en tierra, se lamentaron por las pérdidas e hicieron minuto de silencio por los que murieron durante la expedición y con gran abrazo celebraron el hecho de estar vivos. Mina se encontraba mirando el océano y Claudio se acercó dándole un protector abrazo.

—Me temo que ha llegado el fin de una etapa, no volveré a explorar tierras lejanas por un largo tiempo. –Mina se sonrió y una lágrima cayó de su ojo.

—Casi muero de tristeza, pensé que te había perdido. –Claudio se inclinó, la miró a los ojos, la tomó por la cara y con su pulgar barrió una lágrima que yacía posada en su mejilla.

—Perdóname, hija, me has salvado la vida… Oye tengo algo para ti... –Claudio hurgó en su bolsillo y sacó su brújula–. Toma, estoy seguro de que no la necesitaré por mucho tiempo. –Mina sintió una dantesca felicidad, saltaba de alegría, en sus manos tenía el talismán de su padre

Luego de ese entrañable momento Claudio se detuvo en un puesto ambulante de un feriante que vendía piedras preciosas y amuletos...

—Jo, ¿me ayudaríais a escoger uno de estos? –Ella encantada accedió al pedido.

—¿Sabía que mi nombre quiere decir joya o gema en lengua africana? –Claudio se rio.

—Interesante dato... Es bueno saberlo…

Salvador se encontraba en el muelle contemplando el ocaso, los destellos del calmo mar parecían diamantes flotantes. Mina se sentó a su lado y con suspicacia el viento alborotaba su melena mientras el aroma del mar los envolvía a los dos...

—¿Así que aquí termina todo, no? –preguntó Mina.

—Eso depende de ti... –Parecía que Salvador tenía otros planes.

—¿A qué te refieres?

—A que si quieres aprender magia, esto recién es el comienzo... –le dijo Salvador–. Tú decides.

Mina lo miró y le dijo:

—Vale, chaval, quiero aprender... –Salvador extendió su mano y ella lo miró extrañada.

—¿Qué haces?

—Toma mi mano.

—¿Ahora?

De lejos Johari los miraba y se reía, parecía que Mina había encontrado un nuevo amigo.

La mano de Salvador aguardaba el tacto de la mano de Mina.

—Sí, anda, toma mi mano. –Mina accedió y en el instante que tomó su mano, Salvador se lanzó al mar arrastrándola con él, los dos cayeron en la profundidad de las aguas con la velocidad de un tren bala, una presión inexplicable golpeó a ambos y desaparecieron en la vasta oscuridad del océano...

Esta historia me la contó la mejor amiga de mi abuela durante unas vacaciones en Canarias y al finalizar me dijo: “Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba, el paraíso y el infierno se corresponden de alguna manera, sus planos existenciales están entrelazados”. Ah, ¡no os olvidéis de saludar a Salvador de mi parte!

Te ama, tu abuela Maricarmen

Casiopea emitió un grito ahogado, había comenzado a intentar agarrar un poco de aire, abría la boca desesperadamente y sentía que se ahogaba, su garganta hacía movimientos violentos, su nariz le quemaba y su cuerpo reaccionaba con espasmos, el movimiento fue tan brusco que se cayó de la cama, el golpe la había despertado, abrió los ojos, tosió un poco y escupió agua. Estaba oscuro y su cara estaba pegada al piso, ella veía su cuarto dado vuelta, no entendía nada, se sentó contra la cama y se percató de que estaba toda mojada, en su mano izquierda llevaba la carta de su abuela toda estrujada, se acomodó un poco y leyó las últimas líneas

—¿Saludar a Salvador? Detrás de ella un maullido interrumpió el silencio de la madrugada, Casiopea anonadada se giró y dos ojos amarillos, verdosos, la estaban observando y automáticamente se desvaneció

Casiopea y la bóveda celeste

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