Читать книгу Casiopea y la bóveda celeste - Lautaro Mazza - Страница 21
U N A M I G O D E O T R O M U N D O
ОглавлениеEran las 5:30 de la madrugada y las alarmas se habían activado… Algo o alguien había abierto un portal desde otra dimensión, el elemento agua había sido el medio y un experimentado mago lo había sentido todo
Dentro de un ecléctico y antiguo hall de entrada una llamarada iluminó la penumbra de unas quietas y silenciosas esculturas, el antiguo mármol boticcino clásico arropaba el piso de aquel salón, este poseía un dibujo en el cual un círculo y unos pequeños triángulos a modo flecha apuntaban a cinco arcos simétricos. Siguiendo la dirección de la flecha central del dibujo, una mujer enfiló hacia una imponente escalera, alzó la vista y por sobre ella observó una cúpula con un techo en vitral francés, un esplendoroso diseño la sobrevolaba, era un sol incaico lleno de energía que de a poco se iba iluminando con las primeras luces del amanecer.
El andar de sus tacos se hacía cada vez más intenso, un pasillo blanco y alumbrado por la cálida luz de varias arañas era transitado por esa mujer, llevaba gafas de sol, guantes y una capa negra, estos formaban parte de su delicado atuendo... Una puerta doble de color blanca aguardaba ser abierta al final de aquel recorrido, la delicada dama se detuvo a no menos de dos pasos, la puerta se abrió, y dejó ver a un hombre que se encontraba en medio de una plataforma elevada sobre un espejo de agua.
Con sus manos manipulaba aquel elemento y generaba formas que se remontaban hasta el techo…
—Admirable manejo de la sustancia, Esteban. Supongo que tu llamado se debe a una urgencia, ¿no?
—Ignacia… Es serio… Parece que algo se coló al plano terrenal.
—Ajá… O sea a nuestra dimensión… –Ignacia se acariciaba el mentón y miraba de reojo el arte de Esteban.
—Inquietante… ¿Sería posible encontrar la fuente de energía que lo ocasionó?
—Podría, pero tardaría días. –Esteban se paró y caminó sobre el agua como una deidad.
—¿Creés que tiene que ver con el cierre de las cúpulas? –consultó Ignacia mientras observaba parte de la decoración de aquel salón Esteban la seguía con la mirada mientras ella recorría el perímetro
—Puede ser… deberíamos contactarnos con Andrómeda –dijo Esteban preocupado. Ignacia lo miró fijo y advirtió:
—Okey, voy a dar aviso a los demás integrantes del consejo. Mantengamos esto en secreto, ya sabes cómo son las cosas... Ah, y deberías cambiar los cálices, estamos en la Legislatura porteña, no en cualquier edificio. Si querés te puedo pasar un contacto que tiene cosas únicas e interesantes, soy diseñadora y decoradora de interiores, corazón, no puedo con mi genio, te quiero.
Esteban se rio e Ignacia abandonó aquel salón envolviéndose en llamas. Él se quedó sentado en el desnivel de entrada observando los antiguos cálices, pero lejos de pensar en el consejo de Ignacia, su mente estaba inquieta tratando de descifrar cómo había sucedido aquel pase interdimensional…
Era temprano y el calor se comenzaba a sentir, una fresca brisa apaciguaba las altas temperaturas, las hojas de los árboles se sacudían con delicadeza y el ruido ambiente se iba acrecentando. Una sensación de dolor y punzante presión se extendía por el cuello de Casiopea. La templada brisa golpeaba su nuca y de a poco ella abrió los ojos. Al momento de intentar ponerse recta un dolor espantoso invadió la parte trasera de su cuello. Con un delicado movimiento fue irguiendo de a poco su columna, por su posición contraria a la ventana sus oídos podían captar los sonidos que venían de la calle y se percató de uno en particular, un ronroneo constante sonaba detrás de ella, sus cejas se arquearon y la sensación de sorpresa y miedo se mezclaron, con cautela se giró y ahí estaba… Oscuro como la noche y con unos hermosos ojos, un gato negro estaba sentado en la cama mirándola fijamente con un aire muy sereno, se lamió su patita y maulló tiernamente, parecía que le daba los buenos días. El gato comenzó a acercarse y a Casiopea casi le dio un ataque, era muy temprano para visitas Él comenzó a caminar sigilosamente en su dirección y ella con cautela se alejaba para no asustarlo, de pronto él se detuvo y ella también, parecía un baile en espejo, Casio ya se había arrastrado a un metro de distancia de la cama.
El gato agachó su cabeza se giró y con su boca agarró un collar con una piedra extraña, esa fue la primera señal que él le dio.
—¡Salvador! ¿Sos vos? –El animal asintió con un movimiento de cabeza y un suave parpadeo–… ¡Sos un gato! ¿Cómo es que pasó? ¿Qué fue de la vida de Mina, Jo y Claudio? –Casio estaba eufórica, iba y venía–. Es un sueño, es un sueño, le estoy hablando a un gato… Los gatos no hablan, tengo que parar…
De izquierda a derecha Salvador la seguía con sus profundos ojos hasta que un maullido le puso fin a esa frenética caminata y llamó su atención.
—Sí. ¿Me hablaste? –preguntó ella, pero él no dijo ni miau, solo se movió de donde estaba sentado dejando al descubierto algo que dejaría a Casiopea completamente desconcertada… Un haz de luz le pegó de lleno a la cama y un dorado resplandor se reflejó en las paredes de su habitación, era la famosa brújula de Claudio, el talismán de los océanos.
—¡NO! ¡Esa es La brújula, la brújula de Claudio!
De pronto una voz fuerte y con eco sonó en su cabeza:
—Hola, Casiopea.
Los vellos de los brazos de Casio se erizaron y ella pegó un grito.
—¿Quién es? ¿Quién habla?
—Yo, Salvador…
—¡No hagas nunca más eso!
—Bueno, perdón, no me quedó más remedio
—¿Cómo hacés para que nos comuniquemos?
—Yo no hago nada, solo te hablo, creo que hay algo que tenés que saber… –Casiopea lo miró desconcertada–. ¿Qué tengo que saber, Salva?
—Lo que tenés que saber es que sos especial, sos mágica. –Los ojos de Casiopea se abrieron y se puso colorada.
—Desde que abrí la caja de mis abuelos, mi vida cambió mucho, no entiendo por qué nunca dijeron nada Salvador, decime que esto no es un sueño
—Tranquila, de a poco vas a ir despertando y yo también, solo sé que me encomendaron la misión de cuidarte y guiarte, tengo recuerdos borrosos… Creo que los dos buscamos respuestas.
—¿Quién te dijo que me tenías que cuidar? ¿Fueron mis abuelos? –De repente la puerta se abrió
—Casio, ¿con quién hablás? –Era Marcelo.
—Con el… (el gato desapareció) –pensó–. Con Micaela… –completó.
—Bueno, bajá a desayunar que ya son más de las diez… –Con un gesto de okey Casio despachó a su padre de la habitación y se dio cuenta de que estaba sola…
—Fue un sueño
—No, no desaparecí –Otra vez la voz con eco.
—¿Me querés matar de un susto? ¿Dónde estás? –Salvador se había escondido detrás de la cama y de a poco asomaba su cabeza–. Te vas a tener que acostumbrar ¿Por qué no te fijás en lo que tenés atrás de la cama?, quizá te sorprenda –Casiopea lo miró y con su mano le hizo un gesto para que se corra, cuando se acercó extendió el brazo y se sintió como Elena revolviendo el estanque, para su sorpresa su mano había palpado un frío elemento que parecía un hilo metálico, lo tomó y cuando lo sacó vio que la cadena del estanque de la estancia de Elena estaba entre sus manos… La voz de Salvador volvió a sentirse.
—¿Encontraste lo que buscabas? –Casiopea lo miró y le dijo:
—Necesito que me cuentes lo que está pasando, pero ahora te vas a quedar acá hasta que vuelva de desayunar.
—Por el momento no tengo opción, me quedo. –Salva se subió a la silla de escritorio y se recostó. Mientras Casio se calzaba agarró una campera de verano del ropero, se miró en el espejo y detrás de ella se reflejaba Salvador observando atentamente todo lo que ella hacía. Una mirada y una expresión de silencio bastaron, para que Salva se quedara en el molde. Casio agarró su celular y salió del cuarto, un estornudo la detuvo a metros de la escalera, se frotó la nariz y recordó que olvidaba algo, volvió sobre sus pasos y abrió la puerta nuevamente, asomó la cabeza y le preguntó a Salvador:
—Me olvidaba. ¿Querés algo?
—Muero por comer pescado... –Casiopea se rio y le dijo:
—Qué original, ¿pescado ahora? Es temprano, más tarde quizá consiga algo, ahora te puedo traer… –El grito de una madre alterada recorrió las escaleras de la casa
—CASIOPEA, A DESAYUNAR. –Marina había comprado facturas para el desayuno y había preparado una exquisita mesa con jugos frescos y una linda vajilla. Una taza de té a medio enfriar aguardaba a Casiopea.
—Buenas noches, ya era hora, querida, ¿dormiste bien? –le preguntó su madre.
—Sí, ma, solo que... –Casio había vuelto a estornudar y la punta de su nariz estaba un poco colorada.
—Te resfriaste. ¿Dormiste con la ventana abierta? –Mientras Marina estaba sirviendo agua en un vaso, Casio miraba cómo de a poco se llenaba y pensó...
—El agua, me resfrié por el agua. –Ella sabía que no podía decirles a sus padres lo que había pasado porque iban a pensar que estaba loca. Entonces prosiguió:
—Sí, me olvidé la ventana abierta y no me tapé, colgué
—Ay, hija Colgué, ¿qué es eso de colgué?
Marcelo había entrado a la cocina, encendió la radio y se sentó en la punta de la mesa junto a un paquete de galletitas moribundo y olvidado. Extendió su mano, cerró sus ojos e hizo un gesto circular sobre las facturas.
—Abracadabra, pata de cabra, ¿cuál será la elegida para que mi boca se abra? –Casio por un momento pensó que estaría a punto de presenciar un acto de magia y se quedó observando, esperando ver que una medialuna flotara…
—Papá, ¿vos también sos…?
—¡Ah! ¡Medialuna con pastelera! ¡Funcionó!
—Ja, ja, ja, Marcelo, dejá de hacer pavadas, no se juega con la comida. –Casiopea estuvo a punto de preguntarle a su padre si también era mágico Entre tanta perorata, Casio se dio cuenta de que su té se había enfriado y sin prestar atención alguna echó tres cucharadas de azúcar al té y colocó la taza en el microondas ignorando que la cuchara de metal había quedado dentro de la taza. Presionó el botón de comenzar y el display marcó treinta segundos, un show de “fuegos artificiales” con un ruido eléctrico se había desencadenado dentro de aquel electrodoméstico, Casio se alejó pegando un salto acompañado de un grito, Marcelo desenchufó el aparato y miró a Casio. Con vergüenza ella se sonrió y le dijo:
—¡Ta, tan! Magia…
—Un día vamos a salir todos volando.
—¿Qué pasó? ¿Qué fue ese ruido? –gritó Marina desde el comedor.
—Nada, mi amor… –Marcelo le guiñó un ojo a Casio y ella se alejó con una risa nerviosa, tomó una tortita negra y subió a su cuarto.
—¿Y esto es? –preguntó indignado Salvador.
—Una tortita negra, es lo único que encontré Yo sé que los gatos solo comen pescado y alimento balanceado pero
—¿Alimento qué? –Casio le explicó que el alimento balanceado es una comida para animales que contiene todos los nutrientes necesarios para que ellos se mantengan fuertes y felices…
—Lo mejor de todo es que vienen con formitas de pescados y estrellitas… –Casio intentaba animar y explicarle a Salvador, pero este la miraba como no entendiendo qué quería decir.
—Genial, ahora soy un animal doméstico, te recuerdo que sigo siendo el chico del puerto, y el pescado me gusta porque me acostumbré a él Ya sabés, el mar, la taberna…
—Bueno, está bien, probá esto y después me decís si te gustó o no. Casio y Salvador estuvieron planeando cómo decirles a sus padres que había un nuevo integrante y que formaría parte de la familia, ella necesitaba caminar para pensar, así que tomó su mochila y metió a Salvador dentro.
—Ah, no te olvides de la brújula y el collar. –Ese mediodía los dos salieron a pasear por el barrio,
el sol era agradable, no se veía ni una nube, el cielo estaba celeste, celeste.
Era temprano, por lo tanto había bastante gente haciendo mandados y paseando a sus perros, Salvador estaba un poco inquieto, el apresurado paso de Casio lo sacudía para todos lados, estar dentro de la mochila le recordaba a las tormentas en alta mar.
—Casio, ¿puedo ver?
—Bueno, pero con cuidado, no quiero que nos persigan los perros…
Casiopea abrió el cierre dorado de la parte superior de su mochila violeta con estrellas y una pequeña cabeza de gato afloraba. Salvador estaba fascinado con el mundo que lo rodeaba, sus ojos giraban para todos lados, lo primero que vio fue la esquina del parque.
—¿Qué es ese lugar? –Casio le contó que aquel lugar era el Parque Lezama, uno de sus lugares favoritos y que de vez en cuando iba a pasar las tardes con sus amigos o sola…
—Salva, explicame algo, ¿cómo puede ser que tenga la brújula y el collar?
—Collar, brújula y gato… Creo que te faltan más cosas igual, son siete cartas, leíste dos.
—Ah, pero estás bien enterado ¿Quién te contó?
—Es muy largo, necesito comer, pasar de un mundo a otro cuesta mucha energía y da hambre –dijo él, en tono desganado y Casiopea ratificó su teoría.
—Sí, es verdad, cuando tengo esos sueños me despierto con ganas de comerme el mundo
—Sí… ¿Soy yo o hace calor?
—No te quejes… –dijo ella y una señora de capelina, solero verde agua y gafas venía caminando en sentido contrario a Casiopea arrastrando su carrito de las compras y, justo cuando pasó a su lado, escuchó ese “no te quejes” Se frenó y le dijo.
—Nena, yo sí me quejo ¿No viste los políticos que tenemos? Son un desastre Además, decime vos, ¿por qué no me puedo quejar?
Salvador se estaba muriendo de risa y Casio tuvo que sacar fuerzas de quién sabe dónde para no estallar de risa frente a la señora. Antes de abrir la boca y hablar, sus cuerdas vocales temblaron y pensó: Que sea lo que Dios quiera Ahí justo en ese momento la actriz que llevaba dentro salió y se manifestó.
—Señora, discúlpeme, buenos días, yo no le hablé a usted y, con todo respeto, jamás le diría a nadie que no puede hacer algo, estaba hablando con el manos libres…
—Ah, pero, chiquita, perdoname… Qué hermosa, sos muy respetuosa Viste lo que es llegar a esta edad, la Argentina necesita más gente como vos, no te robo más tiempo, tesoro… Buen día… –Salva se asomó y observó a la señora alejarse y otra vez se escondió, los dos comenzaron a reírse y por un momento se olvidaron de sus incertidumbres. La nariz de Salva se contrajo y se relajó rápidamente, se alborotó y Casio se frenó
—¿Y ahora qué pasa?
—¿De dónde viene ese olor? –preguntó él.
—¡Es verdad, tu comida! Volvamos, te va a encantar. –Casiopea había llevado a Salva a una de las mejores marisquerías de Barracas y le compró tres deliciosas y doradas empanadas de pescado, su repulgue era perfecto, parecían de revista.
—Gracias, qué aroma más agradable, me recordó a la taberna
—De nada, Salva, volvamos, quizá después de comer podamos pensar mejor
Casio y Salvador habían llegado a la puerta de su casa y con sumo cuidado la abrió para no llamar la atención de sus padres, además de haber salido sin permiso por segunda vez consecutiva ahora traía a alguien más… Una vez dentro, vio a sus padres muy atareados en el patio y se dirigió hacia la escalera, subió rápido en puntitas de pie y se metió a su cuarto, cerró la puerta y se apoyó sobre ella, tomó aire y sopló su flequillo.
—¡Misión cumplida! ¡Ahora sí! Se dirigió a su escritorio, abrió el cierre dorado de su mochila y Salvador salió corriendo, una vez fuera se estiró.
—Ah, qué placer, qué incómoda es esa cosa.
—Bueno, no tengo otro lugar donde llevarte.
Salva dio unos pasos y se sentó junto a unos cuadernos en el escritorio de Casio y aguardó a que Casio abriera la bolsa de papel madera que contenía las exquisitas empanadas. Salvador estaba inquieto, iba, venía, de lejos miraba aquel manjar, su felino paladar lo pedía a gritos Casiopea se acercó y le dejó una empanada lista para ser devorada, él la olfateó y con sus patitas la acomodó, abrió su boca y comenzó a disfrutar de la comida, su ronroneo era lo único que se escuchaba además del continuo masticar.
Casio lo miraba con una enorme sonrisa, nunca había tenido una mascota, se sentía feliz y acompañada, además no era cualquier mascota Era Salvador, su nuevo compañero de aventuras Que de por cierto debía darle varias explicaciones
—¿Te puedo preguntar algo?
—Sí, Casio, adelante… –Salvador disfrutaba de sus últimos bocados, ya estaba casi lleno.
—Volviendo al tema… ¿Quién te pidió que me cuidaras? –En ese momento, tragó y se sentó mirándola muy fijo a los ojos
—Es una historia larga pero esto que te voy a contar ahora es todo lo que sé, o lo que recuerdo. –Casio se sentó en el piso, se cruzó de piernas como si fuese a meditar y escuchó atentamente…
—Cuatro conciencias residentes de una constelación, de la cual no recuerdo el nombre, invocaron mi presencia para guiarte y ayudarte a descubrir quién sos, pero en el medio de todo esto, algo sucedió y perdí parte de mis recuerdos Solo sé que te conocí…
—¡En el barco! –interrumpió ella.
—No… te conocí antes…
—¿Antes cuándo?
Salvador le contó que su primer encuentro tuvo lugar la vez que leyó la carta de la Luz mala, allí él se habría presentado como aquel perro amistoso, que luego había desplazado la temible luz roja…
—Increíble… –Casiopea no podía parpadear, se encontraba absorta, mientras escuchaba a Salvador. De la ansiedad que sentía no había dejado dedo con uña Parecía que era la única manera de mantenerse calma
—Según tengo entendido, reunís una cantidad de cualidades, que no todos las tienen, una de ellas es que sos una viajera experimentada.
—¿Qué cualidades? ¿Viajera?
—Ves más allá, sentís otros planos. –La conversación de a poco iba tomando consistencia, según Salvador, los viajeros eran personas con la habilidad de poder separar su forma astral o espíritu fuera del cuerpo, permitiéndoles viajar a otras dimensiones o lugares, sin la necesidad de estar ahí físicamente
—Ahora yo te voy a preguntar algo a vos… Salvador se puso más serio de lo normal, Casio se acomodó y aguardó la pregunta con mucha atención–… ¿Me podés traer agua?, tengo sed…
—Ay… Qué tonto, bueno... –Mientras ella estaba en la cocina, Salva pegó un salto y caminó hacia la cama donde se encontraba su collar, lo miró y pensó–: Chintamani… –La piedra emitió un leve resplandor cian, y Casio observó cómo la luz de la cocina parpadeó unas cuatro veces. Con cuidado, Salvador agarró el collar con la boca y lo mantuvo entre sus dientes. Aunque era peligroso él se quedó sentado sobre la cama esperando a que Casio vuelva a su cuarto, una vez arriba ella abrió la puerta y vio una hermosa luz.
—Guau, la piedra, la piedra brilla... –Dejó el plato con agua al costado del escritorio y se dirigió hacia Salva.
—¿Qué es?
—Esto es una fracción de una milenaria piedra que cayó de la constelación de Orión, se dice que viajó dentro de un cofre junto a tres objetos más que se dispersaron por el mundo y “desaparecieron”, algunos lo llaman regalo de las estrellas y yo soy el guardián de este.
Casiopea escuchaba con atención la historia y estaba maravillada con el resplandor que emanaba aquella piedra y recordó la caja que le habían obsequiado sus abuelos.
—Salva, ¿creés que la caja de mis abuelos tenga algo que ver con esto? –Los dos posaron sus ojos en la majestuosa caja y suspiraron.
—Podría ser... Quizá somos parte de un rompecabezas.
—¿Que podemos hacer para que recuperes la memoria? Casio estaba ansiosa por conocer todos los detalles.
—No lo sé, si tan solo pudiera… –La piedra emitió un brillo más potente y luego se debilitó hasta que se apagó. Curiosamente la luz en la casa también se había ido–. Ups, creo que cortamos la luz.
Un grito en coro había provenido de la planta baja.
—Oooh... –Marcelo y Marina estaban cortando el césped con una bordeadora eléctrica, su día de jardinería había finalizado, no había luz. Era un verano lluvioso así que el pasto y demás arbustos crecían como locos.
—Salva, ¿y si te pongo el collar? –Casio lo tomó y sin tocar la piedra lo ajustó al pequeño cuello de su nuevo amiguito.
—Gracias, Casio. –Salva se estiró placenteramente y comenzó a ronronear. Tres golpes interrumpieron aquel momento.
—Rápido, escondete. –Salvador parecía una cañita voladora, apresurado se escondió detrás de la cama y aguardó la señal para salir. Casio tomó lo primero que encontró y simuló estar leyendo.
—Hija, ¿estás ahí?
—Sí, ma, pasá. –Casiopea estaba apoyada contra su cama simulando leer una revista anual de novias.
—Se cortó la... ¿Qué hacés con mi revista de novias?
—Miraba unos vestidos de fiesta. –La coartada de ella era casi perfecta, salvo por el pequeño detalle de que la revista estaba al revés.
—No me digas que querés fiesta.
—No, no, solo estaba mirando…
—Está al revés.
—¿Qué?
—Que la revista... Está al revés.
—Ah, ja, ja, sí, quería ver un vestido desde otra perspectiva.
Su madre seguía posada en el marco de la puerta, parecía que tenía algo que proponerle...
—Se cortó la luz, ¿querés venir al centro conmigo y pasamos por el Starbucks? –La oferta era tentadora, no había luz, hacía calor y un frapuccino no le vendría nada mal...
—¡Me prendo! –Marina cerró la puerta y Casio esperó unos segundos para darle la señal a Salva de que ya podía salir.
—¿Qué es Starbucks? –preguntó el felino, Casio le contó que es una cafetería donde venden variedades de infusiones, café, brebajes frutales y cosas ricas para comer.
—¿Me llevás?
—¿No era que la mochila es incómoda?
—Me puedo adaptar.
—Bueno, vamos. –Casio abrió su mochila favorita y con un gesto lo invitó a entrar, la condición era no llamar la atención ni hacer ruidos raros…
—¿Vas a pintar, Casio? –le preguntó Marina mientras se subían al auto.
—¿Cómo pintar?
—Por la mochila… –Su madre la miraba por el retrovisor mientras se abrochaba el cinturón.
—Quizá Sí. –Esta vez le costaba actuar, estaba nerviosa y frente a su madre… Las dos estaban listas para ir a pasear por la ciudad de la furia y alguien más iba con ellas
Marina dejó el auto estacionado a unas pocas cuadras de la aseguradora y juntas se dirigieron al Starbucks, no bien llegaron a la esquina de Perú y Belgrano Casio observó con detenimiento una placa de cemento en la pared de un edificio donde yacían grabados dos apellidos: Dirks & Dates, a diferencia de muchos porteños Casio solía levantar la vista y perderse en los detalles arquitectónicos de la ciudad, ya que desde pequeña en Barcelona hacía lo mismo. Seguramente hoy en día su admiración por detenerse en esos detalles se debía a que todavía era joven, curiosa y no formaba parte del tirano mundo laboral que conlleva tener estrés, preocupaciones, desatención de ciertas cosas, ansiedad, aceleración, etc. Solo disfrutaba, inclinó más su cabeza y vio un increíble edificio sostenido por figuras humanoides, en total contó ocho telamones o atlantes y se quedó pensando en que cada uno parecía representar un oficio en particular
—Guau, nunca vi este edificio…
—¿Qué? ¿Qué mirás? –preguntó Salvador.
—Ahora te cuento…
—Sí, decime, hija.
—No dije nada…
—Estás rara, ¿te tomaste una copita de algo?
—Ay, mamá, no tomo alcohol…
—Bueno, yo a tu edad tomaba cerveza y… Pero, bueno, era otra época vos no tomás nada, ¿okey?
—Nada de nada…
Casio corrió su mirada más a la derecha y vio una hermosa puerta con un extraño diseño, la puerta en su parte superior llevaba una telaraña de hierro con su creadora en el medio. Arañas... diug... Las chicas ingresaron por esa puerta metálica y luego atravesaron una última puerta de madera de roble, Marina le preguntó a Casio qué quería tomar, ella observó el panel y se decidió por un rico frapuccino de dulce de leche a base de crema… Venti por supuesto, Salvador se encontraba dentro de la mochila casi asfixiado y contactó con Casio...
—Podrías abrir un poco la mochila, no puedo respirar... –De inmediato Casio abrió un poco la parte del costado de la mochila y una bocanada de aire seco y frío le devolvió el alma a Salvador...
—¿Estás mejor? –le dijo Casio a Salva, Marina la miró y le contestó:
—Sí, hija, ¿por qué? –Casio se puso de todos colores, no sabía qué contestar.
—Por el calor, como acá hay aire... –Marina se echó a reír.
—Hija, yo voy a estar en la aseguradora acá al lado, en media hora o más nos vemos
—Bueno, antes de irte. ¿Me dejás algo más de plata?
—Sí, medite nada más… –Marina sacó de su cartera unos billetes y estuvo a punto de abrir la mochila para guardarlos, pero Casio fue rápida y los agarró...
Una dulce voz pero potente se oyó detrás del mostrador.
—¡Casiopea! –La cajera estaba avisando que su pedido ya estaba listo, su madre la miró y le dijo:
—Tu pedido, gorda, andá, te veo en un rato.
Marina había dejado la cafetería y como Casio ya tenía entre sus manos el delicioso batido con su nombre, se dirigió a unas mesas junto a la ventana, a esperar que su madre termine.
—Tendrías que hablar de una manera no verbal, te van a descubrir...
—Ja, ja, no me digas… ¿Cómo se hace?
—Con práctica… –le contestó cocorito Salvador.
Sin saberlo Casio se encontraba dentro del edificio donde funcionaba la Cámara Reguladora Argentina de Magia... Y justo esa tarde una importante reunión se estaba llevando a cabo.
Andrómeda lideraba la junta semanal y se ubicaba en la punta de la mesa, parte del círculo elemental mágico se encontraba a los costados junto a otros representantes de organismos afines, pero solo había dos representantes del mundo terrenal y eran de alto calibre… El vicepresidente de la República Argentina y la ministra de Seguridad Diana Monsalve. Ambas partes se habían congregado en aquel espacio dimensional mágico para tratar algunos temas sumamente delicados, los cuales podrían ser potencialmente peligrosos para su plano...
—Gracias por concurrir en este delicado momento... –Andrómeda intentaba contener su preocupación, ella debía dar una imagen de seguridad ante los dos representantes del gobierno nacional.
—Gracias a ustedes por llamarnos y acudir al Gobierno para unir fuerzas... –dijo Federico Arriaga, vicepresidente de la nación, Diana sonrió y agregó:
—Para nosotros su seguridad es tan importante como la de cualquier otro ciudadano, forman parte de nuestro mundo también.
—Me gustaría iniciar esta asamblea con una pregunta que tengo hace días sobrevolando mi cabeza... –dijo Federico. Luego de aclarar su garganta, posó sus codos sobre la mesa, entrelazó los dedos de sus manos, apuntó su mirada hacia Andrómeda y disparó.
—¿Las desapariciones de menores y adolescentes tiene que ver con la magia? –Esa pregunta había invocado a la mismísima incomodidad, todos en la mesa se miraron y Andrómeda les contestó:
—Efectivamente, señor vicepresidente, estamos trabajando para encontrar a los jóvenes y menores, llevamos contados al menos cuarenta y cinco desapariciones. –Las miradas entre Andrómeda, Selene y Kosmo habían comenzado.
—Si me permite, ministra Monsalve, la buena noticia es que todos están con vida, todavía podemos sentirlos activos. Algo o alguien los desplazó a alguna dimensión del inframundo, oculta por cierto, por eso todavía no pudimos dar con ellos –agregó Selene muy segura de sus investigaciones...
—Es bueno saber que están con vida. Por cierto, ¿están implementando alguna medida de seguridad para cuidar del resto y evitar más secuestros? –La pregunta de la ministra de Seguridad había “despertado” a Esteban, este frunció el ceño y se unió a la charla.
—Sí, desde el círculo de magos elementales, nos unimos al plan de consejo supremo de clausurar todos los portales que impliquen viajar a otras dimensiones, ya sea a través del agua, fuego, aire o tierra.
Esteban y Diana, a pesar de estar preocupados, sospechaban que la situación no estaba siendo abordada de manera efectiva ante los incidentes de público conocimiento.
—Solo por los portales terrenales está permitido viajar ya que no tienen conexión alguna con los otros mundos, es una ruta alternativa y totalmente segura, no hay peligro –comentaba Ignacia mientras bebía una infusión de cítricos, menta y especias. Con sus manos ella generaba el calor necesario para que su taza nunca se enfriara–… Por cierto, ¿alguien precisa calentar su infusión?
Federico observó maravillado y dijo:
—Yo… ¿Podría? –Ignacia apuntó sus ojos hacia la taza de té y elevó la palma de su mano, a medida que esta se elevaba la temperatura del té también lo hacía
—Gracias, que agradable gesto. Espero que todos aparezcan sanos y salvos, allá afuera la presión de los medios es grande
—Sé del esfuerzo que hacen.
—Gracias, señor vicepresidente y ministra, nosotros también esperamos encontrarlos, por el momento tenemos controlados los accesos y esperamos que se mantenga así, en cuanto a los desaparecidos no tengan dudas de que estamos haciendo hasta lo imposible. ¿Quién les dice que próximamente los tengamos de nuevo entre nosotros, no?
—Es lo que todos esperamos, bueno, gracias por todo, como siempre fue un placer –cerró Federico.
Una vez finalizada la reunión todos se despidieron cordialmente. Un grupo de camarógrafos y periodistas de la prensa estaban sobre la calle Perú esperando a ver si era real que el vicepresidente había visitado aquel misterioso edificio… Casio estaba muy tranquila contemplando la avenida cuando unas corridas la distrajeron, alzó la vista y observó un tumulto de gente en la otra calle. La piedra de Salvador había comenzado a brillar y un ruido muy particular lo obligó a salir de la mochila. Aprovechando aquel despliegue, decidió emprender camino hacia el baño de mujeres y cuando ingresó no encontró nada, aquel ruido se había intensificado. Dentro de la mente de Casio resonó una voz
—Casio Casio necesito que vengas a los baños
—Salvador, te dije que te quedaras adentro de la mochila, no que salgas… –En ese momento, Casio se apresuró, tomó su mochila y sin querer se volcó en su mano lo último que quedaba del frapuccino, la mesa era un enchastre, pero no había tiempo para limpiar, observó el entorno y en la cafetería todos estaban con sus celulares grabando y sacando fotos abarrotados en los ventanales, así que aprovechó todo ese revuelo y de inmediato corrió hacia el baño, al atravesarlo sintió como si hubiese atravesado una cortina invisible y el piso se movió, las líneas de las baldosas se curvaron y la voz de Salvador se había distorsionado un poco, por un segundo todo alrededor de ella había cambiado hasta que Salvador le dijo:
—¿Escuchas ese ruido? –Mientras miraba para todos lados, sus orejas se movían, caminaba en círculos...
—No, no escucho nada. ¿Qué hacemos acá? Volvamos a la mesa.
—¡No! Concentrate, este ruido me recuerda algo y no sé qué es...
Casio lo miró y se quedaron unos segundos en silencio, el sonido de fondo que ella llegaba a escuchar era la multitud de la gente, pero la acústica del baño dejaba aquel ruido en un cuarto plano. Me voy a lavar las manos, cuando termines de buscar me avisás. –Casio se enfrentó al espejo, abrió la canilla y el agua comenzó a brotar. Salvador inquieto se había subido a la mesada de las bachas.
—¿Qué pasa, Salva?
—El ruido ahora es más fuerte... –Salvador seguía insistiendo.
—No escucho ningún ruido. –Casio estaba terminando de lavarse las manos y el agua había cesado, pulsó el botón y nada, probó en las otras y tampoco nada, tenía las manos enjabonadas y Salva no paraba de caminar de un lado al otro.
—¡Necesito agua, tengo las manos llenas de jabón! Quedate quieto, te vas a marear.
Casio lo seguía por el reflejo del espejo tentada de risa por su locura.
—No... Es que si… Hay un ruido… Concentrate, tenés que poder escucharlo.
—Bueno, voy a intentarlo... –Casio se miró en el espejo, apoyó sus enjabonadas manos sobre la mesada, cerró sus ojos y se enfocó en todos los ruidos que podía oír a su alrededor... En su mente los sonidos se dividían en gente gritando, bocinas a lo lejos, alguna que otra puerta cerrándose y el eco del aire del baño, Salva la miraba fijo esperando que se dé cuenta, pero nada.
—No escucho nada, Salva.
—No puede ser... está ahí el ruido, es como si alguien se zambullera a una piscina… –De pronto un extraño sonido metálico comenzó a escucharse, despacito Casio se acercó a las paredes y aquel ruido se acrecentó, las canillas hacían un ruido extraño, igual al que hacen las tripas cuando alguien tiene hambre o cuando se sufre de retorcijones... Salva observó lo que pasaba y se alejó.
—Ese no es el ruido del que yo hablaba. –Se puso alerta y se alejó de la pared.
—¿Cómo qué no?
—No…
El ruido había cesado y los dos se miraron, el silencio era extraño, de repente todas las canillas comenzaron a expulsar un caudal enorme de agua, los inodoros desbordaron y ambos estaban empapados. De un tirón Casio agarró su mochila para meter a Salva y olvidó que estaba abierta, con aquel arrebatado movimiento la brújula que se encontraba dentro había salido disparada y cayó al inundado piso y cuando la tomó su dorado relieve se iluminó.
—¡Salva, la brújula!
—Fijate dónde apunta. Era casi imposible, el agua no paraba de brotar y hasta los aspersores de incendio se habían activado, literalmente llovía dentro del baño, la brújula estaba descalabrada, sus agujas no paraban de girar, lo mismo había pasado en la expedición a San Brandán, hasta que una flecha marcó el sur.
—¡Ya está!
—¿Y? ¿A dónde apunta? –preguntó Salva desde abajo de la bacha–… ¡Al sur pero no hay nada detrás de mí!
—Yo creo que sí... –El agua había funcionado como una especie de líquido corrosivo, dejando al descubierto una extraña puerta, que antes no habían visto
Casio volteó y se quedó frente a frente con una puerta totalmente diferente a la de los demás cubículos.
De color roble oscuro y con un símbolo similar a una estrella de cinco puntas con un círculo e inscripciones varias, se presentaba ante ellos. Casiopea posó la palma de su mano y le dio un empujón, la puerta se abrió y Salvador dio unos pasos. Los dos miraban asombrados.
—Increíble ¿A dónde dará?
—Esto es un portal, vamos.
—No, pero ¿Y si mamá llega y no nos encuentra?
—Es ahora o nunca, tenemos que ir. –Los dos se encontraban de cara a un largo e inmaculado pasillo con varias puertas, dieron un paso e ingresaron en él, al mirar hacia atrás la cosa se había puesto más rara, donde debería estar la puerta solo había una pared con un gran espejo y ellos estaban secos