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Jesús presenta a su Sucesor

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Luego, Jesús pasó a descubrir, ante ellos, la gloriosa provisión de “otro Consolador”. Esta declaración implica que Jesús era el primer Consolador. Un consolador es “ayuda en tiempo de necesidad”. Si eres huérfano, necesitas de un padre; si estás enfermo, un médico; si te hallas perplejo, un abogado; si vas a construir, un arquitecto; y si estás en dificultades, un amigo. Todo esto, e infinitamente más, es nuestro Consolador celestial.

Los discípulos no quedarían huérfanos, privados de un Padre divino que los cuidara, protegiera y ayudara. En el momento más impresionable de sus vidas, Cristo les mostró la venida del Espíritu Santo como la culminación de su obra terrenal en favor de ellos y la continuación de su tarea.

La recepción del Espíritu Santo constituía el privilegio supremo que pudieran tener, como también hoy lo tiene cada discípulo que espera el regreso corporal y visible de su Señor, para llevarlo a las mansiones celestiales. Notemos lo siguiente:

“En las enseñanzas de Cristo se hace prominente la doctrina del Espíritu Santo. ¡Qué vasto tema de meditación y ánimo es éste! ¡Qué tesoros de verdad añadió al conocimiento de sus discípulos con sus instrucciones relativas al Espíritu Santo, el Consolador! Se espació sobre este tema con el fin de consolar a sus discípulos en la gran prueba que pronto experimentarían, para que sintieran ánimo en su gran desilusión [...]. El Redentor del mundo se esforzó por llevar el consuelo más efectivo al corazón de los dolientes discípulos. Pero del amplio campo de asuntos que tenía a su disposición, escogió el tema del Espíritu Santo, el cual inspiraría y confortaría sus corazones. Sin embargo, a pesar de que Cristo dio tanta importancia al tema del Espíritu Santo, ¡cuán poco se considera en las iglesias!” (Elena G. de White, Bible Echo, 15 de noviembre, 1893).

Antes de abandonar su magisterio terrenal, Jesús presentó a su Sucesor en su discurso de despedida.

“Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor en la tierra” (El Deseado de todas las gentes, pp. 622, 623).

Reveló, así, la formidable realidad de la dispensación del Espíritu. Y este aspecto dispensacional es imposible de sobrestimar. Se basa en la obra terrenal de Cristo, y su inauguración era imposible hasta cuando él acabara su tarea y ascendiera a los cielos. En Juan 14 y 16 Jesús desarrolló tres verdades colosales: 1) El prometido advenimiento del Espíritu Santo; 2) El carácter y la personalidad del Espíritu Santo; 3) La misión, u obra, del Espíritu Santo.

La venida del Consolador

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