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La presencia personal de Cristo localizada

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El bautismo del Espíritu no se produjo durante los tres años del ministerio terrenal de Cristo. Era imposible, a causa de la localización y las limitaciones de su humanidad y porque “aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:39). De modo que, durante su carrera terrenal, Jesús nunca bautizó con el Espíritu Santo.

Entre sus últimas palabras figura el encargo de esperar el prometido bautismo después de su partida: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hech. 1:4, 5).

Aquel que bautizaría a sus seguidores con el Espíritu Santo era el ejemplo viviente de todo lo que él desea incorporar en nuestras vidas. El Espíritu lo engendró. Creció bajo el poder y la tutela del Espíritu. Al cruzar el umbral de su ministerio, fue ungido en forma especial por el Espíritu para el servicio. Con el poder del Espíritu vivió su vida, realizó sus milagros y enseñó sus principios. Y se levantó de los muertos por el poder del Espíritu. De la cuna a la tumba, el Espíritu Santo vivió dentro de él.

“La humanidad de Cristo estaba unida con la divinidad. Fue hecho idóneo para el conflicto mediante la permanencia del Espíritu Santo en él. Y él vino para hacemos participantes de la naturaleza divina” (ibíd., pp. 98, 99).

Recordemos que la encarnación de Cristo, su vida inmaculada y su muerte redentora, su resurrección y ascensión, así como la iniciación de su obra mediadora, fueron absolutamente indispensables, a la vez que eran pasos preliminares para este solo fin: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gál. 3:13, 14).

La venida del Consolador

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