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La dispensación del Espíritu

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Al analizar estas verdades en el orden enunciado observamos, primeramente, la explícita declaración acerca de la venida del Espíritu Santo. Resulta impresionante notar que tan ciertamente como los profetas prenunciaron el advenimiento de Jesús, así él anunció la venida de Otro igual que él y sucesor suyo. Uno ascendía, mientras el otro descendía. El mismo reconocimiento y deferencia que los discípulos acordaron a la autoridad de su Señor, habrían de brindar al Espíritu Santo como vicario de Cristo en la tierra.

Así como la misión de Cristo debía realizarse en un marco de tiempo determinado, la del Espíritu Santo también tendría límites específicos: del Pentecostés a la Segunda Venida. El Espíritu es una persona de la Deidad, que vino a la tierra de manera específica, en un tiempo determinado, para realizar una obra particular. Y, desde entonces, ha estado aquí tan ciertamente como Jesús estuvo durante los 33 años que duró su misión especial.

“La dispensación en la cual vivimos debe ser, para los que soliciten, la del Espíritu Santo” (Testimonios para los ministros, p. 511).

Nos hallamos bajo la tutela personal y directa de la tercera Persona de la Deidad tan ciertamente como los discípulos lo estuvieron bajo la dirección de la segunda.

El Pentecostés fue, por así decirlo, la sesión inaugural de la obra especial del Espíritu Santo, aunque este existía y obraba desde tiempos inmemoriales. Muchas biografías de Cristo comienzan con Belén y terminan en el Gólgota, a pesar de que él existía desde los días de la eternidad.

El Espíritu se menciona 88 veces en 22 de los 39 libros del Antiguo Testamento. Las huellas de la tercera persona de la Deidad pueden trazarse a lo largo de los siglos, desde el comienzo del mundo.

La venida del Consolador

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