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La provisión del Nuevo Testamento

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De paso, puede ser de interés notar que el Espíritu Santo se menciona 262 veces en el Nuevo Testamento –un verdadero batallón de textos. Detrás de todo, encontramos la obra terrenal de Jesús acabada y la persona glorificada de nuestro adorable Señor. Al contemplar al Salvador glorificado, observamos que su obra terrenal fue concluida por su obediencia hasta la muerte, para traernos a Dios, mediante la sustitución vicaria obrada mediante su propia vida sin pecado y su muerte expiatoria, cumpliendo así los requerimientos de la justicia y la Ley, tanto como los de la santidad. Por esto vino el Espíritu Santo, como señal de que el Padre aceptaba la obra del Hijo; también, para dar al hombre la seguridad de que esa obra sería eficaz para él. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo” (Heb. 10:14, 15).

Tomemos en consideración el doble carácter de la obra del Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento, actuó sobre los hombres más de afuera hacia adentro, pero no moró permanentemente en ellos. Se les apareció y los revistió de poder, y en algunos casos hizo a menudo su morada en ellos. Pero, desde Pentecostés en adelante, se efectuó un tremendo cambio. A partir de ese momento, la suya es una obra especial, diferente de la realizada en épocas pasadas. Se hizo provisión para que, en adelante, el Espíritu entrara y viviera en todos los creyentes cristianos, y para que su obra se realizase de adentro hacia afuera, llenándolo todo e impregnándolo todo.

Esta presencia del Espíritu Divino en el ser íntimo de cada persona es la gloria distintiva de la dispensación cristiana. Todo el pasado había sido una experiencia preparatoria para esto. La provisión del Antiguo Testamento había sido promesa y preparación; la del Nuevo, cumplimiento y posesión. La diferencia yace, simplemente, en la distinción de significado entre una obra hecha desde afuera y la de morar en lo íntimo del ser. Y este morar en lo íntimo del ser es una posesión permanente, puesto que el Espíritu viviría con nosotros perpetuamente.

La venida del Consolador

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