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Una cuestión de importancia suprema

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No es esta una cuestión meramente técnica, académica o poco práctica. Encierra una importancia suprema y del más elevado valor práctico. Si el Espíritu es una persona divina, pero lo consideramos como una influencia impersonal, estamos robando a esta persona divina la deferencia, el honor y el amor que le debemos. Además, si el Espíritu Santo fuera una mera influencia o poder, trataríamos nosotros de obtenerlo y usarlo. Pero, si lo reconocemos como una persona, estudiaremos cómo someternos a él, de modo que él nos emplee según su voluntad. Si pensamos que podemos poseer al Espíritu Santo, nos sentiremos inclinados a engreírnos e inflarnos; pero, el otro concepto –el verdadero– nos conduce a la renuncia personal de nosotros mismos, a la negación y la humillación del yo. No hay nada mejor calculado para abatir la gloria del hombre en el polvo. Acerca de este punto, notemos una vez más la palabra del Espíritu de Profecía.

“No podemos nosotros emplear el Espíritu Santo; el Espíritu es quien nos ha de emplear a nosotros. Por medio del Espíritu, Dios obra en su pueblo ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad’. Pero muchos no quieren someterse a ser guiados. Quieren dirigirse a sí mismos. Esta es la razón por la cual no reciben el don celestial. Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que esperan su dirección y gracia, se da el Espíritu. Esta bendición prometida, pedida con fe, trae consigo todas las demás bendiciones. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, y está lista para abastecer toda alma según su capacidad de recepción” (Obreros evangélicos, p. 302).

No, el Espíritu Santo no es una influencia tenue que emana del Padre. No es un “algo” impersonal que debe reconocerse vagamente, tal como un principio invisible de vida. En la mente de multitud de personas, el Espíritu Santo ha sido separado de su personalidad; ha sido transformado en algo intangible, etéreo, escondido en nieblas y envuelto en irrealidad. No obstante, la mayor realidad invisible en el mundo de hoy es el Espíritu Santo: una personalidad sagrada. Jesús fue la persona más notable e influyente que jamás haya existido en este viejo mundo; y el Espíritu Santo vino a llenar su lugar vacante. Nadie sino una persona divina podía tomar el lugar de su persona maravillosa. Jamás una mera influencia hubiera sido suficiente.

La venida del Consolador

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