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La presencia personal de Cristo localizada

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Por lo demás, su presencia era local, limitada e individualizada. Si estaba en Judea, no se hallaba en Egipto; si en Jerusalén, no en Capernaum. Después de enseñar sus principios, después de ordenar y comisionar a sus discípulos y después de ofrecerse a sí mismo por todos, finalizó su misión corporal. Su partida era un preliminar necesario para la venida del Espíritu; y para sus discípulos, esa venida sería ganancia.

Mejor que su presencia corporal durante la Era cristiana, sería su morada en lo íntimo de sus seguidores, por medio del Espíritu. A través del Espíritu Santo, él tiene comunión con innumerables corazones en todo el mundo. Ahora se halla presente en todas partes, sin limitaciones geográficas. Cuando Cristo estaba en la tierra, había entre él y los hombres una distancia material, porque se hallaba fuera de ellos. Gracias a la provisión del Espíritu Santo, esta distancia ha desaparecido. Ahora el Señor está infinitamente más cerca que cuando lavó los pies a los discípulos. Observemos esto:

“Y en el día de Pentecostés vino a ellos la presencia del Consolador, de quien Cristo había dicho: ‘Estará en vosotros’. Y les había dicho más: ‘Os conviene que yo vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os le enviaré’. Y desde aquel día Cristo había de morar continuamente por el Espíritu en el corazón de sus hijos. Su unión con ellos era más estrecha que cuando él estaba personalmente con ellos. La luz, el amor y el poder de la presencia de Cristo resplandecían en ellos de tal manera que los hombres, mirándolos, ‘se maravillaban; y al fin los reconocían, que eran de los que habían estado con Jesús’ ” (El camino a Cristo, pp. 74, 75; [la cursiva es nuestra]).

La venida del Consolador

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