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Se completa la Reforma inconclusa

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Se han producido tres grandes movimientos religiosos contrarios al Papado: La Reforma del siglo XVI, encabezada por Lutero; el movimiento evangélico dirigido por Wesley y sus asociados; y el mensaje y movimiento adventista de los últimos días.

La Reforma encabezada por Lutero era necesaria, porque en los primeros siglos de la Era cristiana el Espíritu Santo había sido destronado, y Constantino se había transformado en el patrono de la iglesia. Los hombres perdieron de vista la justificación por la fe debido a sus conceptos materialistas, porque abandonaron su lealtad al Espíritu Santo. Así perdieron, también, la aplicación del sacrificio de Cristo, su muerte, que el Espíritu Santo realiza en respuesta a la fe personal.

El reavivamiento evangélico era necesario porque la iglesia de la Reforma había perdido de vista la santificación, de modo que Wesley fue levantado para promover la santidad. La visión de la santidad estaba velada, en la iglesia, porque esta había desoído la voz del Espíritu Santo. Se da el nombre de Espíritu Santo a la tercera Persona de la Deidad no porque sea más santo que las otras dos, sino porque una de sus funciones especiales es cultivar la santidad en el hombre. Los clérigos cazadores de zorros, tan comunes en Inglaterra en el siglo XVIII, tenían muy poco interés en Dios y en la salvación de las almas. Pero Wesley y el Club de la Santidad, de Oxford, pusieron de relieve una vez más la verdad de la santificación de las vidas humanas para el servicio.

La reforma del siglo XX, o movimiento adventista, fue puesta en acción, en el plan divino, con el fin de completar las reformas inconclusas del pasado. Llama al pueblo a repudiar totalmente las desviaciones de la verdad bíblica introducidas por el Papado y retenidas por el protestantismo apóstata y, por otra parte, busca la completa restauración del Espíritu Santo al lugar exaltado y absoluto que le corresponde, tanto en la creencia como en la vida y el servicio del cristiano.

Es la aceptación total de este hecho lo que ha posibilitado el derramamiento parcial de la lluvia tardía durante el tiempo en que hemos vivido desde 1888, pero cuyo poder en su plenitud todavía nos espera en gran medida.2 La lógica inevitable de este asunto es indiscutible.

¡Cuánto necesitamos estar vivos y despiertos para enfrentar esta situación!

Hace algunos años, un vapor surcaba de noche las aguas de un río de los Estados Unidos. El piloto dio inesperadamente una fuerte señal para indicar su intención de reducir la velocidad. Era una noche de luna brillante, y no había obstáculos a la vista.

–¿Por qué mandó usted disminuir la velocidad? –preguntó el maquinista subiendo al puente de mando para averiguar la razón de la orden.

–Se está juntando neblina... La noche se hace más oscura y... yo... no puedo ver –fue la entrecortada respuesta del piloto.

Entonces el maquinista lo miró directamente a los ojos, y se dio cuenta de que estaba agonizando.

Resulta trágico, pero más de un “piloto” eclesiástico está muriendo espiritualmente, y no puede ver para guiar a otros por el verdadero camino. ¡Dios nuestro, en esta hora traicionera, concédenos nueva vitalidad de la Fuente de vida!

2 Véase la obra Christ Our Rigtheousness, por Arturo G. Daniells.

La venida del Consolador

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