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Un vistazo a una historia de perversión

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Una palabra más antes de terminar con esta sección sobre el carácter del Espíritu Santo. Un breve comentario sobre la historia de la tergiversación de esta verdad puede ser útil. En el siglo III –un tiempo de apostasías florecientes–, Pablo de Samotracia presentó una teoría que negaba la personalidad del Espíritu, considerándolo como una simple influencia, una expresión de energía y poder divinos, una fuerza que emanaba de Dios para ser ejercida entre los hombres. Luego, durante el tiempo de la Reforma protestante, hubo dos hombres, Laeleus Socinus y su sobrino Fausto, que revivieron esa teoría, y muchos la aceptaron.

La influencia enfriadora de este concepto se deja sentir aún en todas las iglesias protestantes. En la Versión Inglesa Autorizada de la Biblia, que data de 1611, el pronombre personal aplicado por Cristo al Espíritu Santo se traduce por el pronombre neutro ‘lit” o “itself”, en Romanos 8:16 y 26. Este es un indicador de la actitud imperante en aquel tiempo, porque los cristianos de entonces hablaban del Espíritu como de algo neutro.

Es muy significativo el hecho de que las declaraciones del Espíritu de Profecía referentes a este asunto contradijeran directamente los sentimientos prevalecientes de algunos pioneros del Movimiento Adventista quienes, al referirse al Espíritu, se inclinaban hacia esta idea de una influencia impersonal, descartando así la doctrina de la Trinidad. Verdaderamente, la fuente de esos escritos inspirados es el cielo, y no la tierra.

No solamente se atacó la personalidad del Espíritu Santo en aquellos lejanos siglos, sino también su divinidad fue puesta en duda por Arrio, un presbítero de Alejandría del siglo IV. Él enseñaba que Dios es una persona eterna, infinitamente superior a los ángeles, y que su Hijo unigénito ejerció poder sobrenatural en la creación de la tercera persona, el Espíritu Santo.

La diferencia entre estas dos herejías, el socinianismo y el arrianismo, consiste en que el último reconoce la personalidad del Espíritu Santo mientras que niega su divinidad. Según Arrio, el Espíritu Santo es una persona creada; y, como creada, no pertenece a la Deidad. Hasta aquí nuestro estudio sobre la personalidad del Espíritu.

1 La idea de pronombres neutros o impersonales para referirse al Espíritu no puede apreciarse en castellano con la misma claridad que en inglés, por no existir el problema en nuestro idioma (N. del T.)

La venida del Consolador

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