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Cuatro atributos de personalidad

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Dios no es un hombre magnificado o sublimado. Solo él posee personalidad perfecta. La ha tenido desde los días de la eternidad, infinitamente antes de que existiera cualquier ser humano con sus limitaciones. Se puede mencionar cuatro atributos de la personalidad: 1) voluntad, 2) inteligencia, 3) poder, 4) capacidad para amar. La personalidad comprende, por lo tanto, un ser consciente de sí mismo, que se conoce a sí mismo, con voluntad propia y con poder de autodecisión.

Una persona es un ser con quien nos podemos comunicar, en quien se puede confiar o del que es posible dudar, a quien se puede amar u odiar, adorar o insultar. En el hombre, estos atributos esenciales de personalidad se encuentran en forma limitada o imperfecta, pero Dios los posee perfecta e ilimitadamente. De modo que la personalidad del Espíritu Santo no admite comparaciones.

Sería de gran ayuda que escucháramos la forma en que Jesús se refiere a este punto, en los capítulos 14 y 16 del Evangelio de Juan. No expresa él siquiera una palabra que pudiera aducirse en apoyo de la idea de que el Espíritu Santo sea simplemente una influencia. Jesús se dirige a él, y lo trata como una persona. Lo llama el Paracleto, un título que solo puede ostentar un ser personal.

La idea de personalidad domina la construcción gramatical de sus oraciones. En los capítulos 14, 15 y 16 de Juan, se usan no menos de 24 veces diversos pronombres personales aplicables al Espíritu (nótense, por ejemplo, Juan 15:26 y 16:13). No es que las personas de la Deidad sean masculinas en contraste con lo femenino, sino que son seres personales en contraste con lo impersonal.

En ciertos textos, la personalidad del Espíritu se presenta subordinada con el propósito de dar énfasis a otra característica. Cristo presenta al Espíritu como alguien que enseña, habla, testifica, guía, escucha y declara. Estas son señales de inteligencia y de discriminación, por lo tanto, lo son de personalidad.

La venida del Consolador

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