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Tres dispensaciones consecutivas

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Antes de que Cristo se humanara, el Padre era la persona más conspicua en el horizonte de la Deidad; cuando Cristo vino al mundo, la segunda persona llenó este horizonte; y en esta dispensación del Espíritu, la tercera persona ocupa el lugar de preeminencia, constituyendo la culminación de las provisiones progresivas de Dios.

En la dispensación del Padre, la norma de la ley era sobresaliente; en la dispensación del Hijo, se agregó la reconciliación; y en la dispensación del Espíritu Santo se añade el poder santificador y habilitador. Por lo tanto, estos tres conceptos son acumulativos. Cada uno refuerza y suple al anterior.

En cada dispensación, la espiritualidad de la iglesia ha estado condicionada a su adhesión a la verdad principal del período en que vivía. Se estableció la norma de la justificación, se proveyó el medio de reconciliación y expiación, y por último, ahora el agente que había de aplicar estos beneficios al hombre ocupa el campo en forma predominante.

Las tres grandes pruebas históricas de fe referentes a la santificación son: primero, en el período anterior a la encarnación, la prueba de “un Dios” versus el politeísmo, y el derecho divino de gobernar, con la ley como norma y el sábado como señal; segundo, la prueba de comprobar si, en ocasión del primer advenimiento de Cristo, quienes habían cumplido la primera prueba aceptarían a Jesús como el Hijo y el Redentor divino; luego la tercera, después de haber aceptado las primeras dos, ver si nos someteremos enteramente al poder del Espíritu Santo, con el fin de que él haga eficaz, en nosotros, todo lo que se nos había preparado.

Estos amplios principios fundamentales contienen todo lo que es vital en el plan divino de salvación.

La venida del Consolador

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