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Su relación con la Deidad

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Esto nos lleva a un breve examen de la relación del Espíritu Santo con las otras personas de la Deidad. Nuestra concepción de la Trinidad a veces nos inclina a imaginar tres dioses en lugar de uno. Nuestro Dios es uno solo (Deut. 6:4); pero hay tres personas en esta Deidad singular. La dificultad surge al tratar de concebir los seres espirituales en términos físicos. Probablemente, una ilustración cruda podría ser apropiada: un triángulo es una figura, pero posee tres lados. Así, también la Deidad, siendo una, se manifiesta como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El mismo Jesús aseveró: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). La siguiente declaración es de gran ayuda:

“‘Si me conocieseis –dijo Cristo–, también a mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le habéis visto’. Pero los discípulos no lo comprendieron todavía. ‘Señor, muéstranos al Padre –exclamó Felipe, y nos basta’.

“Asombrado por esta dureza de entendimiento, Cristo preguntó, con dolorosa sorpresa: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?’ ¿Es posible que no veáis al Padre en las obras que hace por medio de mí? ¿No creéis que he venido para testificar acerca del Padre? ‘¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?’ ‘El que me ha visto, ha visto al Padre’. Cristo no había dejado de ser Dios cuando se hizo hombre. Aunque se había humillado hasta asumir la humanidad, seguía siendo divino” (ibíd., pp. 618, 619).

Con referencia a la venida del Espíritu Santo, Cristo afirmó, nuevamente:

“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros [...] y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:16-18, 23).

De modo que la presencia del Espíritu Santo implica también la presencia de Jesús y del Padre. En otras palabras, en esta dispensación del Espíritu Santo, la plenitud de la Deidad se halla presente y operante en el mundo. Entonces, el Espíritu Santo es, por así decirlo, el otro yo de Jesús, y mediante él Jesús hace real su presencia universal en todo su pueblo.

“Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna” (ibíd., p. 352).

La venida del Consolador

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