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La naturaleza de su personalidad

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Se corre el riesgo de limitar la idea de personalidad a meras manifestaciones corporales. Nos resulta difícil comprender el concepto de personalidad divorciado de las formas tangibles y corporales de la humanidad: seres provistos de cuerpos físicos y limitados. Pero, personalidad y realidad corpórea han de distinguirse claramente, aunque a menudo se confundan. La idea de personalidad no está circunscripta a las limitaciones de la humanidad. El Espíritu de Profecía también habla acerca de esto:

“El Espíritu Santo es el representante de Cristo, pero despojado de la personalidad humana e independiente de ella. Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor en la tierra. Nadie podría entonces tener ventaja por su situación o su contacto personal con Cristo. Por el Espíritu, el Salvador sería accesible a todos. En este sentido, estaría más cerca de ellos que si no hubiese ascendido a lo alto” (El Deseado de todas las gentes, pp. 622, 623).

Dios el Espíritu no ha de medirse con patrones humanos. No podemos expresar lo infinito en términos perecederos. El Espíritu Santo está más allá de una definición acabada y concisa, y no necesitamos resolver el misterio de su naturaleza. Acerca de esto se nos amonesta específicamente:

“No es esencial para nosotros ser capaces de definir con precisión qué es el Espíritu Santo. Cristo nos dice que el Espíritu es el Consolador, ‘el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre’ (Juan 15:26). Se asevera claramente, tocante al Espíritu Santo, que en su obra de guiar a los hombres a toda verdad, ‘no hablará de sí mismo’ (Juan 16:13).

“La naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. Los hombres no pueden explicarla, porque el Señor no se la ha revelado. Los hombres de conceptos fantásticos pueden reunir pasajes de las Escrituras y darles interpretación humana; pero la aceptación de esos conceptos no fortalecerá a la iglesia. En cuanto a estos misterios, demasiado profundos para el entendimiento humano, el silencio es de oro” (Los hechos de los apóstoles, p. 43).

“Todos nuestros maestros deben mantener una relación viva con Dios. Si Dios mandase a su Espíritu Santo a nuestras escuelas para amoldar los corazones, elevar el intelecto y dar sabiduría divina a los estudiantes, habría quienes, en su estado actual, se interpondrían entre Dios y los que necesitan la luz. No comprenderían la obra del Espíritu Santo; nunca la han comprendido; en lo pasado ha sido para ellos un misterio tan grande como lo fueron para los judíos las lecciones de Cristo. Su obra no consiste en crear curiosidad. No toca a los hombres decidir si pondrán las manos sobre las manifestaciones del Espíritu de Dios. Debemos dejar a Dios obrar” (Consejos para los maestros, pp. 358, 359).

La venida del Consolador

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