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Prólogo

por Jorge L. Ahumada

El término autismo se incorporó a la psiquiatría hace ya un siglo, de la mano de Eugen Bleuler como parte de la tríada sintomática de la esquizofrenia, pero su acepción actual surgió con la descripción de Leo Kanner del autismo infantil precoz (1943). El título de su trabajo pionero, Trastornos autísticos del contacto afectivo define aún hoy este disímil campo: según Kanner el niño autista carece de simpatía y no diferencia entre sí y los otros, ni entre un “yo” y un “tú” y trata a los seres animados (su madre inclusive) como inanimados; un tercio de sus pacientes mostraba mutismo, mientras que el resto presentaba un lenguaje bizarro apartado de los fines de comunicación personal. Al año siguiente se describió en Viena una variante, el síndrome de Asperger, donde el lenguaje estaba preservado y los pacientes solían tener capacidades intelectuales o artísticas especiales. Una década después, a partir de 1952, Margaret Mahler incorporó el autismo al campo del psicoanálisis describiendo una “psicosis simbiótica” de aparición algo más tardía, en tanto que Emilio Rodrigué en 1955 fue el primero en abordar el tratamiento del autismo infantil precoz desde una perspectiva kleiniana. Para estos autores y quienes los sucedieron –como Frances Tustin (1971) y Donald Meltzer y col. (1975)– el autismo infantil se ubicó en lo fundamental dentro de las psicosis infantiles, en tanto que Winnicott lo consideró una variante de la esquizofrenia infantil.

Las décadas siguientes fueron testigo de una expansión de lo que se llamó Trastorno del espectro autista (ASD) que pasó en el DSM-IV a incluir además del autismo infantil precoz de Kanner y el síndrome de Asperger, el trastorno de déficit de atención con hipermotilidad (ADHD) y el trastorno de déficit de atención (ADD): el trastorno de la atención, sobre todo de la atención emocional y social, era la característica en común. Valga como muestra de la precariedad de los intentos de distinción taxonómica en este terreno que el reciente DSM-V colapsó estas distinciones en una única categoría, el “Trastorno del espectro autista”, al tiempo que daba un lugar por vez primera a los trastornos autistas de los adolescentes y los adultos.

El paso de las décadas fue además testigo de un crecimiento explosivo en cuanto a su incidencia: mientras Kanner, quien lo consideraba una enfermedad orgánica, la estimó en 1 caso cada 10.000 niños, en la actualidad el organismo oficial de estadísticas de los Estados Unidos estima que la padece 1 de cada 10 niños varones en edad escolar, reconociendo además, tardíamente por cierto, que “no existen medicaciones que puedan curar el ASD ni aún tratar los síntomas principales” (CDC 2013). Lo cual no obsta para que las medicaciones sigan siendo usadas a través del orbe en muchos millones de casos y que constituyan, junto con las terapias cognitivo-conductuales, el abordaje habitual. Valga como medida del impacto global de lo que ha pasado a llamarse la “epidemia del autismo” que Ban Ki-moon, Secretario General de las Naciones Unidas, le dedicara su mensaje anual del año 2012 y que la Asamblea General declarara en forma unánime el 2 de abril como Día Mundial de Concientización del Autismo.

El contexto de la actual “epidemia del autismo” es el telón de fondo para apreciar la relevancia del libro Autismo. Una perspectiva psicoanalítica de Lia Pistiner de Cortiñas. Como hicieran notar Christakis y col. (2004), los trastornos del espectro autista pasaron a ser la psicopatología infantil más frecuente, por encima de las neurosis infantiles y desde ya muy por encima de las psicosis. No entraré aquí a detallar los motivos por los cuales el psicoanálisis se ha mostrado remiso en abordar este terreno: baste mencionar que -como señaló Frances Tustin (1988)- en la década del 50 los psicoanalistas empleando la técnica clásica diseñada para las neurosis defraudaron las expectativas, lo cual frenó en buena medida el desarrollo de este campo. Aún en la década del 70, en su muy influyente libro Exploración del autismo Meltzer sostenía que la técnica que utilizaba en el tratamiento de los niños autistas no difería básicamente de la empleada por Melanie Klein en el tratamiento de los niños neuróticos y psicóticos (Meltzer y col., 1975).

En el ámbito del método, es decir en el terreno de lo que realmente hacemos los analistas en la sesión, se ubica a mi entender el aporte más personal así como el mérito central de Autismo. Una perspectiva psicoanalítica. Éste surge de rescatar la autonomía conceptual de los funcionamientos autísticos respecto de los fenómenos psicóticos y de la fina captación de que los funcionamientos autistas requieren, en función de la pérdida de la vitalidad psíquica y de la profunda perturbación de los procesos de simbolización, modificaciones de base en la técnica psicoanalítica respecto de las dinámicas neurótica y psicótica. Ya Kanner había observado que los niños autistas rechazan denodadamente cualquier esfuerzo educativo, vivido como una intrusión, y lo mismo ocurre con las interpretaciones analíticas, lo cual es el desafío mayor en el tratamiento de estos pacientes.

En un aporte técnico de mérito, y a fin de generar en el contexto de dicho denodado rechazo de las intervenciones de la analista un ámbito relacional en la sesión, la autora recurre imaginativamente, siguiendo la idea de Melanie Klein (1929) de “personificar” objetos internos en los juguetes del niño, a transformar en personajes a ciertas emociones, objetos o rasgos de personalidad y ponerlos a dialogar entre sí. Así, con su paciente Camila, la autora genera a partir de la pelota un personaje, “doña Pelota”, hablándole a la cual y hablando desde la cual da forma y vehiculiza la protesta y el llanto, en verbalizaciones muy simples a nivel descriptivo. Esta técnica imaginativa de personificación lúdica, que debemos agradecer a la autora, permite con las inevitables idas y vueltas el surgimiento en sesión de, para decirlo en términos freudianos, la transferencia como campo de juego.

Con Autismo. Una perspectiva psicoanalítica de Lia Pistiner de Cortiñas aporta un testimonio vívido y generoso de su tarea con niños y adultos del espectro autista, que resultará de mucha utilidad a quienes aborden la tarea de ayudarlos.

Referencias

CDC (2013).1 in 10 US kids diagnosed with ADHD. www.webmd.com/childhood-adhd/news/20130401/

Christakis D. A., Zimmerman F.J. DiGiuseppe D. L., y McCarthy C. A. (2004): Early television exposure and subsequent attentional problems in children. Pediatrics 113: 708-713.

Kanner L. (1943). Autistic disturbances of affective contact. The Nervous Child 2: 217-250. Meltzer D., Hoxter S., Weddell D. and Wittenberg I. (1975). Explorations in Autism. Strath Tay: Clunie Press.

Tustin F. (1972) Autism and Childhood Psychosis. Londres, Hogarth. (1988). The ‘black hole’: a significant element in autism. Free Assoc. 1: 35-50.

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