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Cuando los diablos vienen marchando

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Como puede observarse, los performances de la CNTE estuvieron orientados a evidenciar su capacidad de organización y su fuerza para tomar el espacio público de la capital del país. Sus movilizaciones buscaron socavar el tránsito de vialidades principales, bloquear el Congreso, así como posicionar sus reclamos en sitios clave que les daban una visibilidad internacional, como su presencia en embajadas y en el aeropuerto de la Ciudad de México. Otro punto central de la protesta fue el que se ubicó delante de las televisoras. Con esto dejaban en claro su rechazo a la reforma educativa frente a los otros actores políticos —en particular los partidos y el presidente de la república— y ante la opinión pública. Generaron así una serie de respuestas, a veces de rechazo y otras de comprensión de su lucha, algo normal en este tipo de disputas. No obstante, las protestas magisteriales adquirieron otro tono cuando fueron colocadas en un registro tal que cuestionaron, para algunos, performances políticos centrales para la reproducción simbólica del poder político, mismos que en ese momento buscaba restaurar el PRI y su gobierno: el informe presidencial, el Grito y el desfile militar. Cuestionamientos que además se hacían desde el centro del poder político del país: el Zócalo. Así, la CNTE puso en juego acciones que la opinión pública evaluó de forma diversa, pero que en el fondo se interpretaban como un desafío a los performances del poder, no solo del gobierno, sino del Estado mismo.

Salvo para los especialistas —cuyas manifestaciones aparecían solo marginalmente en los medios de comunicación—, el debate conceptual sobre la reforma educativa contraponía principios incontrovertibles (González, 2014; CNTE, 2013). Pero más allá de lo irresoluble del debate, este pronto fue puesto en un segundo plano, dando lugar a otro: el relativo al derecho de la CNTE para manifestarse en las calles de la ciudad, fundamentalmente, de ocupar el Zócalo. Aun cuando la pretensión de la CNTE de impedir la celebración de las ceremonias oficiales nunca fue explícita, los observadores la dieron por hecho y así la confrontación con el gobierno federal fue leída a partir de dos conjuntos de discursos binarios. El primero de ellos centró el conflicto en términos de relaciones de fuerza: la CNTE era fuerte por la propia debilidad del Estado para hacerles frente mediante la ley. En este sentido la confrontación era una disputa entre aquellos que no respetaban la ley y quienes no la querían aplicar. El segundo conjunto estableció la premisa de una relación asimétrica de oficio político: la CNTE era clara en su posición y objetivos —lo cual hacía comprensible su actuación— y ello le permitía movilizarse de forma efectiva, mientras que el gobierno había sido torpe y carente de imaginación para evitar la movilización. Por tanto, el conflicto era el resultado de la pericia política de la CNTE frente a la impericia política del gobierno. Ambos conjuntos de discursos binarios no estaban dirigidos a cuestionar la capacidad del Estado para procesar el tratamiento de la reforma educativa, de hecho, tanto la reforma constitucional como las leyes secundarias fueron aprobadas por amplias mayorías y en tiempos relativamente cortos, sino que se orientaban a la capacidad del Estado para evitar la movilización de la CNTE.

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