Читать книгу Sociedad, cultura y esfera civil - Liliana Martínez Pérez - Страница 18
El Grito
ОглавлениеConforme los días avanzaban y la ceremonia litúrgica del Grito iba a tener lugar se resignificó la operación hecha desde el discurso contra la CNTE. El conflicto se transformó de uno acerca de la política educativa entre el Estado y los maestros, en otro entre unos ciudadanos de dudosa reputación y la totalidad de los ciudadanos de bien. Al mismo tiempo, la ceremonia del Grito pasó de ser de una ceremonia oficial a una de todos los mexicanos. El Estado pasó de ser sujeto de una disputa a defensor de un oficio republicano que simbolizaba no solo el nacimiento de un país. Como apunta Balandier (1994), cada vez que el presidente da el Grito a las once de las noche, los dirigentes se transforman en los guardianes de la continuidad mística de la Independencia y de la Revolución, creando la ilusión de su permanencia.
Dada la relevancia de este performance, se expresaba la necesidad de su realización en forma de plegaria: “la esperanza [era] que a través de súplicas o amenazas, los dirigentes de la [CNTE] se [apiadaran] o se [atemorizaran] y [dejaran] libre” (Sarmiento, 2013e) el Zócalo y se dimensionaba como insoslayable dado que los símbolos
son importantes para la vida de cualquier país. [Y] si el gobierno de Peña Nieto [mostraba] desde su primer año de gobierno que no [tenía] la capacidad de utilizar la plaza mayor, y que un grupo político [podía] decretar la cancelación o la mudanza de dos de las ceremonias más significativas de la vida nacional, [sería] muy difícil pretender que se [tenía] autoridad para lo que [restaba] del sexenio (Sarmiento, 2013e).
Frente al Grito, las voces discordantes parecieron acallarse. Quienes, como los panistas, trataban a los maestros como vándalos, celebraron que estos “hayan decidido” (De la Redacción, 2013b) desalojar el Zócalo. Los perredistas, quienes desde el GDF se habían negado sistemáticamente a desalojar a los maestros, elogiaron que se “haya acordado el retiro pacífico” (De la Redacción, 2013b) y atribuyeron la necesidad del operativo a actos que “fueron protagonizados por manifestantes ajenos a los profesores, hechos respecto de los cuales los propios maestros se han deslindado” (De la Redacción, 2013b). Si bien algunos actores políticos se expresaron en contra del uso de la fuerza o definieron como absurdo al operativo y reclamaron la falta de concertación para el desalojo del Zócalo, ninguno objetó que el propósito fuera la realización de las ceremonias cívicas del día de la Independencia.
Menos de una hora después de haber ingresado la policía federal al Zócalo de la ciudad, los trabajadores de la Secretaría de Obras del GDF iniciaron las labores de limpieza (Martínez, Poy y Jiménez, 2013). Cuatro horas más tarde, el Ejército comenzaba a instalar el mobiliario para los festejos (Dos ejércitos…, 2013), fueron colocadas doce mil vallas metálicas en todo el perímetro de la plaza y fue encendida la iluminación de los símbolos patrios (Durán, 2013). A partir de ese momento cinco mil elementos de la policía federal coordinados por el Estado Mayor Presidencial vigilaron el Zócalo (Méndez, 2013b). El número de elementos llegaría a diez mil el día del Grito. En torno de la plaza se estableció un perímetro de seguridad que abarcó 20 manzanas del Centro Histórico. El cerco incluyó cuatro cinturones de seguridad, 35 arcos detectores de metales, nueve aparatos de rayos X y perros amaestrados (Méndez, 2013a; Del Valle, 2013). Además, y ante el temor de infiltraciones por parte de los llamados grupos radicales, se desplegaron decenas de “‘indicadores’, que son funcionarios de la Secretaría de Gobernación, la Comisión Nacional de Seguridad, la Presidencia y autoridades locales que [habrían de vestirse] como deportistas, padres de familia y amas de casa, para avisar” (Jiménez, 2013).
La plancha del Zócalo fue dividida en dos. Una franja a lo largo del Palacio Nacional, a manera de primera fila frente al balcón desde el cual el titular del Poder Ejecutivo presidiría la ceremonia, estuvo destinada para los acarreados del Estado de México, quienes, vestidos de rojo (D’Artigues, 2013; Acarrean mexiquenses…, 2013) y/o portando el logotipo y pines priistas, habían arribado entre las quince y las dieciocho horas (Jiménez, 2013; Acarrean mexiquenses…, 2013) en camiones provenientes de los municipios de Ecatepec, Cuautitlán Izcalli, Nicolás Romero, Tultitlán, Nezahualcóyotl y Zumpango, principalmente (Jiménez, 2013; Acarrean mexiquenses…, 2013). Sus expresiones de apoyo “¡Peña! ¡Peña!” buscaban contrarrestar algunas manifestaciones contrarias al presidente (D’Artigues, 2013; Jiménez, 2013).
Los que no llegaron en camiones que portaban cartulinas con la frase “Acceso Vehicular - México: Gobierno de la República” (Jiménez, 2013; Acuden pocos…, 2013) y que fueron estacionados detrás de la Catedral, tuvieron problemas para ingresar al Zócalo (Arvizu, 2013). La revisión rigurosa en los cinturones de seguridad incluía el decomiso de paraguas, botellas, palos, pilas, llaveros y hasta elotes (Jiménez, 2013). Se estima que, por dificultades de acceso, ocho mil personas no pudieron llegar al Zócalo (Sierra, 2013; Servín, 2013). El saldo fue una asistencia de cincuenta mil visitantes, casi un 50% menos que la registrada en años anteriores (Sierra, 2013; Servín, 2013).
En un ambiente desangelado, en el que ni la promesa de la presencia de artistas de mucha convocatoria, como Juan Gabriel, logró levantar los ánimos (D’Artigues, 2013), en punto de las 23:00 hrs., como establece el protocolo, Peña Nieto procedió a oficiar la ceremonia de acuerdo con el canon: apareció en el balcón acompañado exclusivamente por su mujer en un evidente segundo plano, hizo tañer la campana nueve veces y pronunció los nombres de Hidalgo, Josefa Ortiz de Domínguez, Allende, Aldama, Galeana y Matamoros ayudado por un “acordeón” al que recurrió, al menos, en cuatro ocasiones y sin improvisar una sola palabra (Núñez, 2013a; Cano y Vargas, 2013). Luego entonó el himno nacional y, ya acompañado también por los hijos del matrimonio presidencial, presenció el espectáculo de fuegos pirotécnicos (Jiménez, 2013; Reséndiz, 2013).
Al interior del Palacio Nacional 740 invitados especiales8 asistían a la otra parte del evento político y atestiguaban “el regreso del PRI a los protocolos de las fiestas patrias” (Núñez, 2013b), aunque un evento extraordinario lo obligará a alterar sobre el final el guion. A las 22:00 hrs. descendió de un helicóptero y se dirigió a su despacho “donde se ajustó la banda presidencial y realizó un ajuste de tiempo” (Reséndiz, 2013). Acompañado de su esposa, “salió por la Biblioteca Presidencial, y cruzó los salones Verde, Azul y Morado hasta llegar al salón de Recepciones” (Reséndiz, 2013), a unos pasos del balcón recibió de una escolta de cadetes del Heroico Colegio Militar la bandera nacional y se asomó a oficiar el Grito. “Todo aquí [funcionó] conforme a un guión preestablecido: los invitados [ocuparon] los salones alrededor del balcón presidencial, para presenciar desde ahí el Grito de Peña Nieto y la pirotecnia” (Núñez, 2013b). A las 23:30 horas los invitados comenzaron a bajar hacia el patio central al que habría de acudir el presidente después de la ceremonia propiamente dicha y tras una reunión urgente con el gabinete en su despacho. “Un prolongado aplauso [coronaba] su entrada al patio central, al son del Huapango de Moncayo” (Cano y Vargas, 2013). Frente a los invitados agradeció “su presencia y se [excusó], además de expresar su solidaridad con las familias de los fallecidos a causa de fenómenos naturales” (Cano y Vargas, 2013).
Las circunstancias específicas en las que se desarrolló la ceremonia del Grito de 2013 promovieron que los discursos que se estructuraron en los días posteriores pusieran en duda —tal vez por primera vez— su autenticidad. Si bien en las crónicas del día siguiente no faltaron las descripciones tradicionales de la “gala” y la “verbena popular”, los medios no soslayaron que se trataba de un montaje. Si bien aquellos que denunciaron la calidad de los autobuses y los costos de movilización de los maestros no se pronunciaron en cuanto a los de los “simpatizantes”, pareció evidente que se trataba de expulsar a unos para acarrear a otros. No hubiese sido la primera vez en la que un presidente hubiese tenido que enfrentar consignas contrarias a su persona, tampoco lo fue el hecho de que la movilización no haya sido espontánea, sabido es que en los tiempos de oro del sistema posrevolucionario las estructuras de las organizaciones corporativas de masas eran movilizadas de manera obligatoria, pero nunca había sido tan evidente el contraste entre quienes querían permanecer en el Zócalo y los que debieron ser “invitados” para llegar.
El cuestionamiento de la autenticidad del Grito se hizo evidente en la medida en que revitalizó los posicionamientos discursivos binarios entre quienes a) consideraban la recuperación del Zócalo como una prueba de que el gobierno tenía la capacidad y la voluntad para recuperar el espacio central de producción simbólica del poder político, y b) quienes reclamaban el uso del Zócalo como el lugar privilegiado para hacer escuchar demandas que consideraban legítimas. Entre los primeros, continuó exaltándose la calidad y necesidad del operativo policial. Se decía que “el DF no [era] la ciudad de Oaxaca” (Periodistas de El Universal, 2013), que se utilizó la “fuerza pública sin excesos” (Fuerza pública sin excesos, 2013) y que “Peña y Mancera acabaron con ‘el mito’ y la ‘tara’ —políticas y sociales— de la represión brutal y hasta criminal de 1968” (Alemán, 2013f). Si bien los partidarios del desalojo no hicieron mayores comentarios respecto de la ceremonia del Grito, antes bien la obviaron, reconocieron, de manera irónica, que “no cabe duda que los priístas del Estado de México quieren mucho a Enrique Peña Nieto, pues ahora resulta que ellos solitos se organizaron para ir a apoyarlo en su primer Grito de Independencia” (Bartolomé, 2013), aunque compensaron la crítica indirecta con un reconocimiento al presidente por haber cancelado la cena en Palacio Nacional para atender la emergencia de las lluvias (Bartolomé, 2013). Entre los segundos se reclamaba que “tras enviar contingentes de policías antidisturbios y columnas de provocadores a desmantelar el campamento magisterial, Peña organizó un espectáculo de autoexaltación con miles de acarreados mexiquenses” (Miguel, 2013) y que el “peñismo violentó derechos y garantías para satisfacer necesidades ceremoniales” (Hernández, 2013).