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INTRODUCCIÓN

También este discurso, como no pocos de Lisias, es valioso sobre todo por la luz que arroja sobre personajes y acontecimientos importantes de la Historia de Atenas, pese a la limitación —y, a veces, al escaso interés para nosotros— de su objeto inmediato.

Desde el punto de vista jurídico foma parte del grupo de aquellos que están en relación con una confiscación. Es el discurso de defensa en un proceso de apographḗ1, si bien, al tratarse de la parte final de la defensa, ilustra más bien poco sobre materia jurídica y, especialmente, sobre el procedimiento en cuestión.

Los acusados son los dos hijos de Éucrates, en nombre de los cuales habla, probablemente, el mayor de ellos. Éucrates era un personaje importante de Atenas en los últimos años del siglo V no sólo porque, como hijo de Nicérato y hermano del célebre Nicias, pertenecía a una de las más sobresalientes y acaudaladas familias de la ciudad, sino porque personalmente tomó parte activa en los acontecimientos del final de la guerra del Peloponeso. Como se deduce fácilmente de §§ 4 y 5, era uno de los estrategos que se opusieron —junto con algunos taxiarcos— a firmar la paz que Terámenes traía de parte de Esparta, tal como se narra en el Contra Agórato2, después del desastre de Egospótamos. Por dicho discurso sabemos que ello supuso la muerte del lider popular Cleofonte; por el presente sabemos que también supuso la de Éucrates. Otro hecho que podemos deducir sobre su vida con cierta seguridad es que poco antes del año 411 había desempeñado un cargo en Tracia3 y que allí debió de suceder algo que diera pábulo a las sospechas de venalidad. En efecto, probablemente poco antes del 411 un tal Políoco había presentado ya una apographḗ contra Éucrates por apropiación indebida de bienes del Estado4. Políoco perdió el proceso y tuvo que pagar mil dracmas, como nos informa el hijo de Éucrates (§ 14). Pero Políoco debía de ser hombre de influencia, tal como se deduce de § 13 —y polyprágmōn sin duda alguna— por lo que, tras la restauración democrática vuelve a la carga y presenta, ahora contra los herederos de Éucrates, una nueva apographḗ. Y éste es el discurso de la defensa, como señalábamos arriba. No es un discurso de acusación en un proceso de ilegalidad como se pensó durante mucho tiempo debido a una cita errónea de Galeno5 y la lectura del manuscrito Palatino, sin duda incorrecta, paranómōn pheúgontos en § 14. Desde Fraenken y Lipsius6 se ha interpretado correctamente como un discurso de defensa —algo que se imponía también por el propio tono del mismo—.

El discurso es incompleto —es la parte final7— probablemente porque el propio Lisias redactó solamente esta sección, que era la más importante8, con vistas a su publicación, y no porque esté mutilado9 o porque lo conservara un gramático tardío debido a su interés oratorio o histórico10. Lo que conservamos, pues, de este discurso es una mezcla desordenada de entimemas con reducción al absurdo y de apelaciones patéticas a los jueces. Todo ello entreverado por una especie de «narración» de la historia de su familia que es, más bien, un panegírico, ya que el tono general está dado por juicios de valor y no por afirmaciones de hecho.

Comienza por una breve próthesis en la que el orador expone el riesgo que corre, junto con su hermano, en caso de perder el proceso: no sólo perderían el patrimonio, sino incluso la ciudadanía «ahora que la ciudad está en democracia» —subraya destacando ya lo que va a ser el motivo dominante de la historia de su familia: su fidelidad a la democracia—. Con ello da comienzo al recuerdo de los miembros prominentes de su familia. Primero su tío Nicias, cuyas virtudes se exaltan mientras se diluye su responsabilidad en el desastre de Sicilia —que no se nombra expresamente—. Luego su propio padre, quien no sólo renunció a unirse a los Treinta, sino que murió por no aceptar una paz que suponía la destrucción de los muros y de la flota. Después menciona a Nicérato, su primo, muerto también por los Treinta. El cuarto hombre de la familia, Diogneto, era un caso más engorroso: perteneció a los Cuatrocientos y, aunque no tomó parte muy activa en su régimen, era conocido en Atenas como afecto a los oligarcas. Por ello el orador hace una alusión negativa («no causó daño alguno») y luego se extiende —más que con ningún otro miembro de la familia— en un episodio del que deduce consecuencias exageradas haciendo de necesidad virtud: gracias precisamente a su filolaconismo y a su amistad con Pausanias, intercedió ante éste cuando los lacedemonios se encontraban acampados en la Academia. El patetismo del cuadro —los niños sobre las rodillas de Pausanias y las súplicas de Diogneto— conducen al orador a una característica reducción al absurdo con la expresión deinòn ên: «sería tremendo que el enemigo se compadeciera y vosotros no», les hace ver a los jueces.

Ahora ya, en § 13, aparece Políoco y desde aquí hasta § 22 se repiten intermitentemente las siguientes ideas: Políoco es uno de esos políticos que actúan por propio interés y buscando una ganancia fácil; los jueces no deben incurrir en contradicción ya que con anterioridad votaron contra Políoco; al Estado no le beneficia la confiscación —aparte de que siempre se lleva una parte ínfima— sino que le interesa que haya ricos que desempeñen liturgias y hagan aportaciones. Es característico que se insista tanto en lo patético y en las apelaciones a la consistencia de los jueces y tan poco a los aspectos técnicos jurídicos: sólo casi de pasada y veladamente se alude en una ocasión (§ 14) al único argumento serio contra Políoco: el que no se puede juzgar dos veces la misma causa. El final (§§ 22-27) vuelve a insistir en los antecedentes familiares y constituye una sarta de súplicas.

No es éste un buen discurso lisíaco a pesar de que nadie haya puesto en duda que sea de Lisias. Y no porque carezca de etopeya, como se ha objetado, pues no tiene sentido crear un carácter para un joven desconocido. Lo eficaz aquí es no crearlo: el orador se identifica, se funde con sus parientes («en la oligarquía moríamos…» etc., § 8), su carácter es el de su familia. Pero sí es cierto que, como dice Blass11 «la concisión (yo diría las virtudes lisianas, en general) se ha sacrificado en beneficio de lo patético». Y aun este patetismo es excesivamente formal —lleno de antítesis y asonancias— para que suene sincero. Pero sin duda produjo sus efectos en el tribunal.

En cuanto a la fecha de su composición, es difícil de determinar con exactitud, pero nos podemos acercar con un margen de más o menos seis años: es obviamente posterior al 403, porque presiden los síndicos (cf. § 26), y anterior, aunque no mucho, a la guerra de Corinto (396 a. C.), si Atenas está en paz con Esparta, como se deduce de § 15.

NOTA TEXTUAL



1 Ver Intr. a IX y a XVII.

2 Cf. XIII § 7 y sigs.

3 Efectivamente, dicho año es el de producción de la Lisístrata de Aristófanes y allí (v. 103) dice Cleonice: «pues mi marido está ausente en Tracia vigilando a Éucrates».

4 En efecto, es muy probable que fuera antes del 411 y no el 403, como sostienen GERNET-BIZOS (cf. II 25 y sigs.), o el 410 como sostiene L. GIL (cf. II 142, nota 4), si el Éucrates de Aristófanes es nuestro hombre. También lo apoya la frase «tantos años después» de § 9. Por otra parte, que no pudo ser en la época de los Treinta lo prueba el que había un decreto (cf. DEM., XXIV 56) que invalidaba todos los actos jurídicos de la Tiranía.

5 En efecto, GALENO (cf. XVIII 2, 657 KÜHN) cita el comienzo de § 2 atribuyéndolo a un Katà Polioúchou de Lisias tomándolo por un discurso de acusación como sugiere la preposición katá.

6 Ver Commentat. Lysiacae, pág. 124 y sigs. y Quaestiones Lysiacae, pág. 14, respectivamente. LIPSIUS interpreta la expresión «ilegalmente» (léase en griego como se lea, cf. nota ad loc.) en el sentido de que se lesiona el principio jurídico ne bis in idem.

7 BLASS (I 530 y n. 5) apunta que recuerda al Sobre el tronco de caballos de ISÓCRATES y señala a SACHSE (Quaestiones Lysiacae, Halle, 1873, págs. 30 y sigs.) como el primero en trazar los paralelos entre ambos discursos.

8 Cf. BLASS, ibid.

9 Así FRAENKEN, ob. cit. pág. 124, y otros.

10 Así L. GIL, II 145.

11 Cf. I 530.

Discursos II

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