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SOBRE LA CONFISCACIÓN DE LOS BIENES DEL HERMANO DE NICIAS. EPÍLOGO

Considerad, pues, jueces, qué clase de ciudadanos somos, [1] tanto nosotros como nuestros parientes, cuando suplicamos recibir piedad por las injusticias sufridas y obtener justicia. Pues estamos litigando no sólo por nuestra hacienda, sino incluso por la ciudadanía1, por si hemos de formar parte del Estado ahora que está en democracia. En primer término, pues, acordaos de nuestro tío Nicias. Respecto a [2] cuanto éste realizó en provecho de vuestro pueblo2 sirviéndose de su propio criterio, se verá que ha resultado causante de numerosos bienes para el Estado y que ha infligido numerosísimos y graves daños al enemigo. Mas con relación a cuanto se vio obligado a realizar sin desearlo y a su pesar, por un lado él recibió personalmente una parte nada insignificante de las desgracias; por otro, sería justo que se llevaran [3] la culpa del desastre3 quienes os persuadieron, puesto que él demostró, al menos, su lealtad hacia vosotros y su valor tanto en vuestros éxitos como en los desastres del enemigo. Pues como estratego tomó numerosas ciudades y levantó numerosos y bellos trofeos contra el enemigo, cada uno de los cuales sería largo trabajo enumerar4.

[4] Pues bien, Éucrates, que era hermano de aquél y padre mío, demostró la lealtad que tenía para con vuestro pueblo ya en el momento de librarse la última batalla naval5: vencidos en el combate naval, fue elegido estratego por vosotros y cuando lo invitaron a participar en la oligarquía los [5] que conspiraban contra el pueblo, no quiso prestarles oídos, pese a verse cogido en una coyuntura en la cual la mayoría de los hombres cambian de acuerdo con las circunstancias y se abandonan al azar, cuando la democracia estaba en desgracia; y no dejándose arrastrar fuera de la constitución6, y sin tener enemistad particular alguna contra los que iban a detentar el poder, ya que le era posible, por el contrario, formar parte de los Treinta y ser no menos poderoso que ninguno, prefirió perecer actuando en favor de vuestra salvación antes que permitir que los muros fueran abatidos, las naves rendidas al enemigo y vuestro pueblo esclavizado.

No mucho después Nicérato7, que era primo mío e hijo [6] de Nicias, y leal a vuestro pueblo, fue arrestado por los Treinta y murió sin que pareciera ser indigno, por familia, hacienda o edad, de participar de su régimen. Pero tales eran los compromisos que se consideraba que tenía para con vuestro pueblo, tanto a través de sus antepasados como de él mismo, que nunca podría haber ambicionado otro régimen. Porque bien sabían que todos ellos eran estimados por el [7] pueblo y que habían combatido por vosotros en muchas partes; que habían aportado grandes contribuciones y desempeñado liturgias con el mayor esplendor y que jamás rehuyeron nada de lo que la ciudad les encomendó, sino que aceptaron las liturgias con entusiasmo. Sin embargo, ¿quiénes [8] podrían ser más infortunados que nosotros si en la oligarquía moríamos8 por nuestra lealtad al pueblo y en la democracia nos vemos privados de nuestros bienes como enemigos del pueblo?

[9] Pero es más, jueces. También Diogneto9 marchó al exilio calumniado por los delatores, pero ni combatió contra la ciudad en compañía de los oligarcas exiliados ni se dirigió a Decelía. Y no hay mal del que haya sido causante contra vuestro pueblo ni en el exilio ni después del regreso; antes bien, a tal grado llegó de virtud que sintió mayor irritación contra los que os habían perjudicado que agradecimiento [10] para con los responsables de su regreso. Y no desempeñó magistratura alguna en la oligarquía. Pues tan pronto como Pausanias y los lacedemonios llegaron a la Academia10, tomó al hijo de Nicérato y a nosotros que éramos niños, a aquél lo depositó sobre las rodillas de Pausanias y, poniéndonos a nosotros cerca, contaba a Pausanias y a los demás presentes todas las desgracias que habíamos sufrido y la clase de infortunios que habíamos afrontado. Y suplicaba a Pausanias que nos prestara socorro, en virtud de las relaciones de amistad y hospitalidad existentes entre nosotros, y que se convirtiera en vengador de quienes nos habían perjudicado. Desde entonces comenzó Pausanias a sentir simpatía [11] por el pueblo11, poniendo ante los demás lacedemonios nuestros infortunios como ejemplo de la perversidad de los Treinta: en efecto, para todos los lacedemonios que habían venido quedó bien claro que éstos no mataban a los ciudadanos más perversos, sino a quienes precisamente debían honrar por su estirpe, riquezas y demás excelencias. Y [12] tanta piedad recibimos y tan graves sufrimientos les pareció que habíamos padecido, que Pausanias se negó a aceptar los dones de hospitalidad de manos de los Treinta y aceptó, en cambio, los de nuestras manos. Conque sería terrible, jueces, que se compadecieran de nosotros cuando éramos niños los enemigos que habían venido para prestar auxilio a la oligarquía y en cambio, jueces, nosotros, cuyos padres murieron en aras de la democracia, nos vemos privados por vosotros de nuestros bienes cuando hemos tenido tal comportamiento.

Bien sé, jueces, que Políoco tendría en la mayor estima [13] ganar este juicio, por considerar que es para él una buena demostración ante ciudadanos y extranjeros de que es tan grande su poder en Atenas que os hace votar en contradicción con vosotros mismos en aquello sobre lo que habéis [14] prestado juramento. Y es que todos sabrán que en aquella ocasión condenasteis con una multa de mil dracmas12 a éste porque quería que nuestra tierra fuera del estado y que ahora habrá obtenido la victoria por aconsejar confiscarla; y que, fijaos bien, en ambos juicios los atenienses votaron en contradicción consigo mismos cuando era acusado contra la [15] legalidad el mismo hombre13. ¿No es, pues, vergonzoso que hagáis firme lo que pactasteis con los lacedemonios14 y, en cambio, anuléis tan fácilmente lo que votasteis en vuestro propio interés15? ¿Y que hagáis firmes los pactos con aquellos y nulos los establecidos con vosotros mismos? ¿Y que os irritéis con los demás griegos si alguno tiene a los lacedemonios en más que a vosotros y, en cambio, vayáis a mostraros con una actitud más leal hacia aquéllos que hacia [16] vosotros mismos? Lo justo sería, más bien, irritarse porque quienes dirigen los asuntos del Estado tienen ya tal disposición, que los oradores no proponen aquello que va a ser más útil para el Estado, sino que aquello de lo que van a deducir ellos mayor provecho16, esto es lo que vosotros votáis.

Y, claro, si a vuestro pueblo le conviniera que unos se [17] queden con lo suyo y, en cambio, se confisquen injustamente los bienes de otros, podríais desentenderos razonablemente de lo que estamos diciendo. Ahora bien, todos admitiríais que la concordia es el mayor bien para el Estado y, en cambio, la discordia es causante de todos los males; y que las disensiones mutuas surgen precisamente en estos casos, cuando unos ambicionan lo ajeno y otros se ven privados de sus bienes.

Y esto lo habéis reconocido vosotros mismos después [18] del regreso, juzgando rectamente. Pues todavía recordabais los desastres sucedidos y suplicabais a los dioses que la ciudad se instalara en la concordia, antes que dedicaros al castigo de hechos pasados y que la ciudad se pusiera en discordia y los oradores se enriquecieran rápidamente.

Y, con todo, a quienes acaban de regresar les sería más [19] perdonable el que tuvieran rencor a que se entreguen, tanto tiempo después, a castigar hechos pasados, persuadidos por unas gentes que, tras permanecer en la ciudad, creen ofreceros esta prueba de su lealtad haciendo mal a otros —en vez de presentarse ellos mismos como personas honestas— y aprovechando ahora la fortuna de la ciudad sin haber participado antes de vuestros peligros.

Además, si vierais que se conserva para el Estado lo que [20] éstos confiscan, podríamos perdonarlos. Ahora bien, sabéis que una parte de ello desaparece por obra suya, mientras que los bienes de mucho valor se venden por poco17. Si me hiciérais caso, no os beneficiaríais de ellos vosotros mismos [21] menos que nosotros, los que los poseemos. Pues incluso ahora tanto Diomnesto como yo y mi hermano, tres como somos, con una sola hacienda desempeñamos la trierarquía, y cuando el Estado necesita dinero, nosotros os lo aportamos18 con estos bienes. Conque ya que es ésta nuestra actitud y que nuestros antepasados fueron así, cuidáos de nosotros. [22] Pues nada, jueces, nos impediría ser los hombres más infelices si bajo los Treinta quedamos huérfanos y en democracia privados de nuestros bienes —nosotros, a quienes la fortuna nos concedió socorrer al pueblo cuando, siendo niños todavía, acudimos a la tienda de Pausanias—. Teniendo semejantes antecedentes, ¿a qué jueces desearíamos recurrir? [23] ¿Acaso no a los que viven en un régimen por el cual murieron tanto nuestro padre como nuestros parientes? Pues bien, ésta es la gracia que os pedimos ahora a cambio de todo ello, que no permitáis que quedemos sin recursos ni privados de lo necesario y que no destruyáis la fortuna de nuestros antepasados; antes bien, que nos pongáis como ejemplo, para quienes quieran hacer bien al Estado, de qué clase de jueces encontrarán en vosotros en situaciones de peligro.

[24] No tengo, jueces, a nadie a quien hacer subir a la tribuna para que suplique en favor nuestro: de entre mis allegados, unos han muerto en la guerra, luego de mostrar su hombría de bien y de engrandecer a la ciudad y, otros, después de beber la cicuta en favor de la democracia y de vuestra libertad bajo los Treinta: así que de nuestro desamparo han sido [25] causantes tanto las virtudes de nuestros parientes como los infortunios de la ciudad. Es justo que os acordéis de ello y nos socorráis decididamente pensando que en la democracia es justo que reciban de vosotros buen trato aquellos que en la oligarquía tuvieron su parte en las desdichas. También [26] pido a estos síndicos19 que sean benévolos con nosotros recordando aquellos tiempos en que, exilados de la patria y perdida la hacienda, considerabais que los mejores hombres eran quienes morían por vosotros y suplicabais a los dioses poder devolver el agradecimiento a sus descendientes. Pues [27] bien, nosotros, hijos y parientes de quienes se arriesgaron por la libertad, os reclamamos ahora este favor y os suplicamos que no nos perdáis injustamente, sino, muy al contrario, que ayudéis a quienes tuvieron parte en vuestras mismas desgracias. Por consiguiente yo os pido, ruego y suplico; yo estimo justo conseguir esto de vosotros. Pues no nos arriesgamos por poca cosa, sino por todos nuestros bienes.


1 El hecho de que la atimía, o pérdida de derechos ciudadanos, vaya unida a la confiscación es prueba de que el delito de Éucrates es de malversación de dinero público y que su fortuna es insuficiente para hacer frente a la compensación pecuniaria que se le reclama. Cf. GERNET-BIZOS, II 28.

2 Traducimos así el término plêthos, aunque en contextos de esta clase (unido a hyméteron, etc.) tiene siempre connotaciones políticas, plêthos es (casi en sinonimia con dêmos) el «pueblo como sujeto de democracia» o, simplemente, a veces «el partido democrático» (frente a los olígoi, etc.). Cf. también en § 4 y en XII 42; TUCÍD., I 125.

3 Alusión, no exenta de eufemismo, a la desastrosa expedición militar a Sicilia. Cf. TUCÍD., VI-VII.

4 Nicias, hermano de Éucrates y tío del que habla, fue uno de los personajes más notables de la Atenas postperíclea. Demócrata moderado y adversario, en este sentido, de Cleón, fue, en efecto, responsable de notables victorias en la guerra del Peloponeso y también, junto a otras causas, responsable de la derrota final debido a su escaso talento estratégico y su carácter dubitativo y supersticioso (cf. PLUTARCO, Nicias 23). Sus hechos de guerra están narrados con imparcialidad por TUCÍD. en los libros III y IV y, por citar algunos, ya que el orador no lo hace, nos referiremos a la toma de Mínoa en Mégara el 427 (TUCÍD., III 51), la ocupación de Citera el 424 (TUCÍD., IV 53-54) y la brillante campaña de Tracia el 423 (ibid. 129-131). También intervino decisivamente en la paz con Esparta, que lleva su nombre, y que divide la guerra del Peloponeso en dos partes. Fue muerto por las tropas del general espartano Gilipo, contra la voluntad de éste, en las canteras de Siracusa; cf. TUCÍD., VII 86.

5 Se trata de la batalla naval de Egospótamos que se libró el año 405. Cf. JEN., Hel. II 1, 20 y sigs.

6 Éucrates, demócrata como su hermano Nicias, pero de actitud más decidida y radical que éste, formaba parte de los estrategos y taxiarcos que se rebelaron, con Cleofonte en cabeza, y se opusieron a firmar la paz con Esparta. Sobre estos hechos, ver XIII 7 y sigs., donde no se le cita. Por las palabras del orador sabemos que, con los demás, tuvo que tomar la cicuta por orden de los Treinta.

7 La muerte por los Treinta de Nicérato, hijo de Nicias, fue, junto con la de León el salaminio, una de las que más escandalizaron a los atenienses. El joven Nicérato, en efecto, quien «nunca hizo nada por la democracia como su padre Nicias» como señala Terámenes en el discurso que JENOFONTE (Hel. II 3, 39) pone en su boca, les enajenó a los oligarcas el apoyo de los demócratas tibios. Por otros testimonios sabemos que se interesaba menos por la política que por la poesía y los concursos rapsódicos (cf. ARISTÓT., Ret. 1413a).

8 La utilización del plural es una estratagema retórica por la que el orador se identifica con sus antepasados. La etopeya no tiene aquí mucho sentido: el orador se esconde, simplemente, tras la grandeza de su familia. Cf. Introducción.

9 Diogneto, tercer hijo de Nicérato el viejo, era conocido por su relación con los grupos oligárquicos, con los cuales participó en el establecimiento de los Cuatrocientos. Sin embargo, parece que tampoco fue muy activo dentro de este régimen y, desde luego, si hemos de creer a su sobrino, no colaboró en la conspiración de éstos contra Atenas desde Decelía, en poder de los espartanos desde el 413 (Cf. TUCÍD., VII 19), una vez que habían fracasado.

10 No sabemos, porque JENOFONTE (cf. Hel. II 4, 28 ss.) no lo registra, a qué momento de la estancia de Pausanias en Atenas se debe su acampada en la Academia. Jenofonte (loc. cit.) dice que «acampó en un lugar llamado Halípedo, junto al Pireo», pero ello debe ser anterior al episodio que narra Lisias.

11 Esta afirmación no sólo es hiperbólica —lo mismo que más abajo (§ 12), cuando dice que rechazó la hospitalidad de los Treinta y aceptó la suya— sino simplemente falsa. Aparte de que el carácter de Pausanias era más bien manso, es de sobra conocida la rivalidad entre Lisandro y él. Si el primero, de carácter mucho más duro, favorecía a los oligarcas abiertamente, Pausanias desempeñó un papel más moderado y desde el primer momento no ocultó sus simpatías por los demócratas moderados. Cf. J. B. BURY, History of Greece, Londres, 1966 (reimpr.), págs. 51-53.

12 Si el que iniciba un proceso de confiscación (ho apográpsas) perdía el mismo, era multado con mil dracmas, no con la atimía, como demuestra este pasaje. En caso contrario, Políoco no podría haber iniciado un nuevo proceso. Cf. PAOLI, Studi di diritto attico, pág. 320 ss.

13 Aquí hay un problema de texto crucial, al que aludimos en la Introducción, ya que de aceptar una lectura u otra depende el entender correctamente la naturaleza de este proceso: aceptamos paranómōs con LIPSIUS con lo que pensamos: a) que es un proceso ilegal (paranómōs) de apographḗ y no de ilegalidad (paranómōn); b) creemos que «el mismo hombre» es Éucrates, no Políoco. Cf. BLASS, I 525 y nota 6.

14 Se refiere, naturalmente, a los términos de la capitulación de abril de 404 (cf. JEN., Hel. II 2, 22. Esta afirmación implica, pues, que Atenas se encuentra todavía en paz con Esparta. Es, por tanto, una época anterior a la guerra de Corinto (395), lo que constituye un terminus ante quem para fechar el discurso. Ver Introducción.

15 El orador invoca sesgadamente los pactos del Pireo, como si la acusación de Políoco los quebrantara, forzando una antítesis con los pactos con Esparta.

16 El que iniciaba un proceso de confiscación (ho apográpsas) se llevaba tres cuartas partes de lo confiscado si ganaba el juicio. Cf. HARRISON, II 212.

17 A juzgar por la aparición de este argumento en XIX 31 y 61 esto debe ser un tópos en esta clase de discursos.

18 Gr. eisphéromen puede referirse a la eisphorá que, técnicamente, designa a un impuesto sobre el patrimonio (cf. A. BOECK, Staatshaushaltung der Athener, Berlín, 1886), o hacer alusión a aportaciones extraordinarias que algunos ciudadanos hacían ocasionalmente.

19 La presencia de los síndicos, que presiden el juicio, sirve de terminus post quem (403 a. C.) para fechar el discurso. Cf. Introducción.

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