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2.4. LA MERA IMPRESIÓN SUELE MANTENERSE

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Cuando hablo de mera impresión, seguro que usted piensa en la primera impresión que uno tiene. Así es, el lío es que ella puede ser permanente, por eso he preferido hablar de mera impresión. A veces las primeras impresiones se quedan en el tiempo, como tantas opiniones que se repiten entre generaciones o descaradamente en la prensa (un «líder de opinión» en prensa, puede ser un simple creador de meras impresiones, de doxa).

No omita la primera comprensión ni siquiera en la vida cotidiana. Son primeras impresiones a las que nos aferramos las que impiden, por ejemplo, tener una vida agradable en familia si usted reacciona según lo que se imagina, no según la verdad.

Un ejemplo de primera impresión que se mantiene en el tiempo: pensemos en la pandemia de la COVID 19. Al momento de escribir estas líneas aún no hay vacuna y sigue la necesidad de distanciamiento social. Todos queremos volver a la normalidad, pero ¿a cuál normalidad?: ¿la de personas muriendo en guerras y de hambre; la de una sociedad que prefiere películas de trama infantil y de alabanza de la fuerza bruta, como las de superhéroes o la mayoría de acción y aventuras, a las que invitan a reflexionar ante los horrores de la guerra y ciertas conductas humanas como en La tumba de las luciérnagas?

¿Por qué cree que los jóvenes consideran suficientes sus opiniones y desdeñan las enseñanzas de los mayores? Porque los mayores hacen exactamente lo mismo, como lo hicieron antes ellos de jóvenes. Ese es otro aspecto de la tragedia de la sociedad sin criterio. Por ello, los jóvenes son tan influenciables, como saben los medios de comunicación, los demagogos y la publicidad. Crecieron con primeras impresiones, sin explicaciones serias. Ahora todo son meras impresiones, incluso entre personas de más edad. Eso no es nuevo, si bien el fenómeno adquiere nuevas dimensiones según proponen documentales como El dilema de las redes sociales.

Otra de las creencias que han dado origen a la tragedia de la sociedad sin criterio es que no hay que arrepentirse de nada, porque eso significa que todo vale y que lo primero es la felicidad, aunque hasta la maldad la provoca. ¿No se dice que lo bailado nadie lo quita? En un campo así crece la irresponsabilidad o la frivolidad. Lo que no hay que hacer es arrepentirse y quedarse allí, llorando sobre la leche derramada; hay que cosechar sobre la experiencia, buscar que los errores no se repitan, lograr la reconciliación o la reparación en lo posible y pasar una mejor enseñanza a las siguientes generaciones. En cuanto a la felicidad, debe sustituirse por algo más integral: la paz en su verdadero sentido.

La tragedia de la sociedad sin criterio

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