Читать книгу Extra Point - Ludmila Ramis - Страница 12

Оглавление

Capítulo I

Dispar



Presente

Zoe

Hoy es un buen día.

«Para atropellar a alguien».

En realidad, creo que nunca es un buen día para llevarse por delante a un peatón. Grito, freno el Jeep de golpe y salto fuera para encontrar un chico inconsciente en medio de la calle.

¿Y si lo maté? ¿Puede ocurrir tal desgracia por ir a doce millas por hora? Hay gente que muere por tragarse monedas o intentar abrazar el reflejo de la luna estando ebrio, como le pasó a un poeta chino llamado Li Bai.

«Dios, Dios, Dios…», pienso. Varias personas mueren por una mala caída todos los días.

—¡Lo siento tanto! ¡Juro que no quise hacerlo! —Me arrodillo junto al extraño que está de espaldas a mí—. No es como si alguna vez haya querido atropellar a alguien —apresuro a corregirme, aunque muchas veces dije o pensé que quería arrasar con mi coche a la profesora de educación física—, o por lo menos no de verdad.

¿Por qué de los más de setecientos cincuenta millones de personas tuvo que cruzar la calle conmigo al volante?

—Dime que sigues respirando —susurro, nerviosa—. Vamos, por favor, inhala oxígeno por las vías aéreas superiores y expulsa el dióxido de carbono, no es difícil.

¿Debería tocarlo? ¿Llamar a emergencias? Estoy tan paralizada que no logro hacer memoria de la clase de RCP que tomé el verano pasado. No quiero tocar un cadáver o, por lo menos, no uno que no sea utilería de Halloween y que no se use con el fin de dar dulces a los niños y mucha clientela a los dentistas.

—Por favor, por favor, por favor...

Miro alrededor desesperada por ayuda, pero en la cuadra solo estamos nosotros y dos perros apareándose junto a una autocaravana. No se escuchan ni los pájaros y no logro gritar ya que tengo un hilo de voz. Sin saber qué hacer, me atrevo a tocarle el hombro y echarle un vistazo. Mechones oscuros caen sobre su frente. Los aparto con dedos temblorosos; debe tener una edad cercana a la mía.

—Eres demasiado lindo para morir —me espanto.

Estoy a punto de verificar que sigue respirando cuando un repentino grito me sobresalta y hace caer sobre mi trasero.

—¡Apártate, ahora! —Una chica asiática, vestida con un buzo neón demasiado grande, salta los escalones de un porche y corre hacia nosotros con dos pequeños rodetes azules que rebotan en la cima de su cabeza—. ¡Akira Arlet Lee, estudiante de medicina de segundo año! ¡Dame espacio!

Sus ojos van y vienen con rapidez por el desconocido, como los de un lector relámpago, mientras apoya dos dedos en su cuello para tomarle el pulso.

—Accidente de tránsito a velocidad mínima, probabilidad de heridas mortales del 10 % —murmura para sí.

Saca un estetoscopio del bolsillo del su buzo y escucha su corazón. ¿Qué clase de fanática de Grey’s Anatomy o Doctor House es esta? ¿Acecha tras su ventana a posibles víctimas para salir a auxiliarlas?

—Dime que está bien, por favor, dímelo —ruego—. ¡Fue un accidente!

Ahora saca una linterna médica y le abre los párpados. No salgo corriendo porque estoy en contra del abandono de persona, pero las ganas no me faltan.

—Paciente inconsciente con posible contusión de primer grado en codo derecho y hematoma en la cadera. No hay lesión en la cabeza y las pupilas responden correctamente. —Le examina las orejas, la boca, la nariz y hasta las axilas en cuestión de minutos—. Conclusión a partir de la inspección, palpación y auscultación indirecta... —dice al mirarme por primera vez, seria—... el paciente muere.

—¡¿Qué?! —Mis ojos van del muchacho a la tal Akira con desconcierto y pavor—. ¡Pero tú acabas de decir...!

Me corta:

—Lo siento, hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance.

—¡No has hecho nada, ni RCP! —me exaspero—. No puede estar muerto. Por casualidad, ¡¿no tienes algo que dé descargas eléctricas dentro de tu buzo mágico?!

Probablemente porte un bisturí, lo cual sea tan útil como peligroso.

—Claro que no, ¿quién te crees que soy? Pero podemos esperar a que Zeus te oiga y nos lance un rayo. —Se encoge de hombros—. Si es que Percy no se lo robó aún.

«Percy Jackson no robó el ra...», como sea, estoy estupefacta para cuando su expresión anterior se desvanece y se empieza a desternillar de la risa.

«¿Qué le pasa a esta lunática?».

—Tranquila, Blake no va a morir hoy. —Sonríe, animada, y deja el estetoscopio alrededor de su cuello—. O por lo menos no por ti y tu inoperancia automovilística. ¿Cómo es que siquiera conseguiste la licencia para conducir? El que te aprobó debió haber tenido una fiesta de drogas antes de evaluarte o habrá recibido un buen soborno. —Su alegría se evapora de golpe y me mira con severidad—: ¿Tú consumes drogas?

—No, ¡claro que no!

Acabo de mudarme de Betland a Owercity y ya arrollé a una persona. Escapo de mis problemas en mi antigua ciudad para ser recibida por esta extraña y su charla sobre alucinógenos.

—Genial, porque como tu doctora debo decirte que esas cosas son malas para ti; pero como tu amiga debo decir que no sé qué esperas para probarlas. Son el alma de las fiestas universitarias por aquí.

¿Mi doctora? ¿Mi amiga? Antes de tener como médica a esta posible toxicómana prefiero que me atienda Víctor Frankenstein. No obstante, mientras levantamos al chico que parece conocer, le agradezco por aparecer.

—¿Es un hábito tuyo dejar a los chicos inconscientes? —pregunta.

—Algo así. —Mis mejillas se vuelven un semáforo en rojo—. Dejé inconsciente al actual esposo de mi exniñera, la cual resultó ser mi cuñada y cuyo novio terminó siendo mi hermano.

—¿También lo atropellaste, Rayo McQueen?

—Tenía siete, así que no sabía conducir nada más que autos a control remoto —digo en mi defensa, aunque ni esos coches sabía maniobrar. Los hacía estamparse contra una pared y con eso se esfumó mi sueño de correr en Fórmula 1—. Le di vodka en vez de agua, sin querer, por supuesto.

Frena en seco. Está costando mucho mantener a Blake en posición vertical mientras lo subimos por el pórtico de su casa, pero estiro el cuello tanto como puedo, porque la preciosa pero obstaculizante cabeza de este chico se interpone entre nosotras.

—Eres una joya en bruto. —Sus ojos cafés brillan con picardía—. ¿Podrías dejar al muchacho que me gusta inconsciente por mí? Yo me encargo del resto.

No puedo descifrar si lo dice en broma o no. Me aterra un poco lo que podría pasarle a un ser humano estando a solas con tal amable, pero perturbadora señorita.

—Alcoholicé a un sujeto y atropellé a otro, ¿estás segura de querer eso para tu enamorado?

Entramos a la casa y dejamos a Blake sobre un sillón con tanta suavidad como podemos. Ella le acomoda la cabeza y le sube los pies mientras me arrodillo junto a él para volver a disculparme a pesar de que no puede oírme.

—Cuando la persona que te gusta no te corresponde del todo, o nota lo muy enamorado que estás, hay dos opciones. —Toma la mano inerte del su paciente ilegal y dobla tres de sus dedos, dejando el índice y el dedo medio en alto en un lindo signo de la paz—. Lo enfrentas y esperas que sienta lo mismo. —Baja el índice y reprimo una sonrisa avergonzada—. O llamas a…

—Zoe Murphy —me presento.

—O llamas a Zoe Murphy para que le propine un knockout con su coche o alcohol, y así tienes la posibilidad de secuestrarlo.

Enfatiza su plan y deja caer el brazo de su marioneta humana mientras me sonríe. Para no ser descortés, le sonrió de vuelta; pero vacilo un poco al hacerlo.

—Bienvenida a la ciudad, forastera —afirma.


Blake

Una semana antes

—Te estás quedando sin dinero —recalca por cuarta vez en lo que va de la noche.

No quiero responder porque sé que no llegaremos a un acuerdo sobre el asunto, y tampoco me apetece que Kassian se despierte, como ya lo ha hecho en otras ocasiones por escucharnos discutir.

—No puedes seguir manteniéndola mientras ella está en quién sabe dónde, Blake.

Me sé de memoria el recorrido que hace alrededor de la maltratada mesa de fresno para llegar a donde estoy. Veo sus zapatos antes de que se arrodille con la intención de que la mire a los ojos. Estoy tan cansado que apenas puedo permanecer sentado en la silla.

—Se marchó. —No dice su nombre, pero siempre hay exasperación en su voz cuando la recuerda—. No la amas. No sé por qué haces esto.

Intenta tomar mi mano, pero huyo de su contacto. Con un suspiro, se pone de pie y se aleja. Sabe la impotencia que me genera no poder contradecirla.

—No tenemos dinero, y lo sabes. Mi trabajo y el tuyo no bastan. Deja de estar presente en su vida cuando ella no está en la tuya, ¿de acuerdo?

Permito que la carencia de palabras junto con el zumbido que proviene del refrigerador llenen el vacío que pretende ocupe mi voz al decir que tiene razón.

—¿Terminaste? —pregunto.

Por primera vez desde que Kassian se fue a dormir, la miro. Sus ojos son iguales a los míos y a los de papá, pero la parte pertinente viene de Betty. Me pongo la cazadora de cuero y me acerco a ella.

—Vendré por... —empiezo.

—Vendrás por Kassian el viernes, lo sé.

Sé que está agotada de mis análogas y cortas respuestas, de su trabajo no tan bien pagado y del padre de su hijo que se comporta como un imbécil. Así que, cuando le beso la mejilla, le recuerdo dos cosas:

—Te quiero, y tu vida no siempre será así. Ya verás, mejorará.

Espero en el corredor del cuarto piso hasta oír que cierra la puerta con llave y echa el pestillo. Una vez que salgo del complejo, la calidez de la brisa de mediados de junio me recuerda que falta poco para el cumpleaños de Kassian. La simple idea de celebrar algo me da gracia. Sería una ironía.

Camino calle abajo con la única compañía que brinda mi sombra. La gente no suele andar a esta hora por lugares como este, así que está desértico. Las nubes obstruyen la luna y cada estrella. El gris se fusiona con el azul oscuro, casi negro, y la tormenta se aproxima a paso diligente. Los interminables y lujosos edificios brillan a la distancia y acaparan la atención que las construcciones que hay en estos lugares jamás tendrán. Mis dedos se mueven inquietos mientras guardo la imagen en algún lugar de mi cabeza, lejos de la migraña que me ha acompañado por días. Tengo el impulso de pintar, de dibujar, de esculpir o de hacer algo que sea capaz de guardar en sus líneas y en sus colores lo que estoy viendo y sintiendo en este momento: el paisaje combina con mi enojo y mi mísera esperanza.

Miro mi reflejo en la ventanilla polvorienta de un coche y me pregunto qué se sentirá ser de los tipos que se dejan llevar y exteriorizan lo que sienten causando destrozos. Lo probaría de no saber cuánto le costará al dueño repararlo, de no imaginar el frío que podrían pasar sus hijos en el asiento trasero al llevarlos a la escuela por la mañana, y de no tener el arte como mi salvavidas.

Quiero llegar a casa y dormir, olvidarme de todo por unas escasas horas a pesar de que sé que al final es inútil porque, cuando abra los ojos, todo seguirá igual y veré que no puedo cambiarlo. Mi pasado seguirá convirtiéndose en mi presente, y mi futuro volverá a verse amenazado con ser una réplica de lo que, de forma constante, tengo el infortunio de vivir. Nada variará a excepción de que consiga más dinero o deje de transferir la mitad de todo lo que gano a Mila.

Mi celular vibra y por un momento me convenzo de que no es necesario contestar; pero con cada segundo que pasa, me imagino un rostro que puede necesitarme: Mei, Kendra, Dave, Shane…

—No sueles tardar en contestar —señala una familiar voz a través de la línea.

—Tú no sueles llamar a esta hora. —Reduzco el paso al que voy—. Es mi fin de semana libre.

—Ya no lo es. Tengo trabajo para ti, un cliente de último minuto, ¿lo tomas o debo llamar a alguien más?

—¿De cuánto es la paga?

—No hay paga esta vez, es más como una especie de favor... —Sé que quiere añadir algo más, pero se retiene—. Sin embargo, si necesitas dinero…

—Lo haré —interrumpo—. Lo que sea que necesites sabes que lo haré.

Como siempre, dejo que la jefa cuelgue primero.

Extra Point

Подняться наверх