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Capítulo II

Mugunghwa



Zoe

Mi madre murió cuando cumplí once.

Ese es uno de los principales motivos por los cuales estoy aquí, porque a pesar de ser criada por personas que considero mi familia, el recuerdo de Anne Murphy persiste y persistirá en mi antigua ciudad. No es como si me hubiera marchado porque no quiero recordarla, pero estaba rodeada de gente que aún, luego de tantos años, me sigue mirando con lástima.

Me gusta recordar a mamá, pero no con los ojos afligidos que me persiguen mientras camino por la calle siendo un constante recordatorio de la pérdida y no de la alegría que ella trajo a mi vida.

Siete años observada de la misma manera fueron suficientes.

Kansas Shepard, la mujer que solía ser mi niñera, me regaló su Jeep todoterreno cuando cumplí diecisiete. Al principio, lo rechacé; los automóviles son grandes emisores de gases contaminantes que destruyen el planeta, en parte responsables por el cambio climático y nocivos para la salud humana. Objeté que, como futura estudiante de Ecología, tenía que dar el ejemplo; pero al final tuve que aceptarlo porque no podía cargar con más de ocho cajas de mudanza y Gloria en mi bicicleta.

No era mi opción terminar en Owercity. A pesar de que cursé los primeros meses de la carrera en la BCU —por estar indecisa acerca de a dónde partir y si sería capaz de alejarme de mi familia—, en el fondo, siempre supe que quería irme lejos. Sin embargo, Bill Shepard, mi padre adoptivo, consiguió trabajo como suplente del entrenador de los Sharps de la OCU. Me matriculó ahí y me rogó que considerara venir dado que, según su otra hija, está experimentando el síndrome del nido vacío y se rehúsa a soltarme como tuvo que hacerlo a regañadientes con Kansas. Conseguir el pase de una universidad a otra no fue un problema gracias a su posición.

Bill tiene esposa, pero como regalo de cumpleaños le pagó un viaje all inclusive de tres meses alrededor de Australia. No sé si fue con la intención de deshacerse de la mujer por un rato o si lo hizo de corazón, pero Anneley está correteando canguros o intentando capturar a Nemo desde la semana pasada.

Mientras tanto, yo estoy aquí con una posible Dory. Blake sigue inconsciente en el sofá, ¿y si hice que perdiera la memoria?

Mantengo la espalda erguida, incómoda, mientras espero a Akira. Ella subió las escaleras hace veinte minutos con la excusa de ponerse pantalones, pero tengo la teoría de que es muy indecisa para elegir su atuendo, su cuarto es un desastre o se metió en su armario para intentar encontrar la puerta a Narnia. Sin mucho que hacer, curioseo alrededor para no pensar que dejé el todoterreno en medio de la calle con mi mascota en dentro.

Ahora que sé que no maté a alguien, me fijo en la pared de la chimenea. No la hubiera ignorado si no hubiera pensando que podría ir a la cárcel: a simple vista solo parece una silueta femenina en tonos pasteles sobre un fondo blanco; pero cuando me acerco, veo el relieve de palabras en otro idioma que bordean la figura y abarcan toda la pared en un sutil tono hueso. El perfil y torso de la mujer está hecho y relleno con pequeñas mugunghwas, la flor nacional de Corea del Sur.

No sé por qué recuerdo eso y no cómo hacer RCP. Mi instinto de supervivencia es nulo.

Recorro los símbolos con las yemas. Como apenas puedo lidiar con mi propio idioma, me imagino que cuentan una historia, canción o poema con el que Akira creció.

—Simbólico, introspectivo y sutil —clasifico, como de costumbre.

Este mural tiene mi aprobación, lo cual en términos artísticos no vale un comino porque apenas puedo recordar los colores primarios. Me gusta apreciar el arte, pero crearlo se me hace imposible. Soy del tipo que dibuja los cuerpos de las personas con palillos y círculos para representar sus cabezas, y van desnudos o con una falda hecha con un triángulo.

—¿Por qué?

—Simbólico, porque representa algo propio de una cultura. —Paso el peso de mi cuerpo de un pie al otro—. Introspectivo, porque desemboca una reflexión interna sobre qué es lo que significa. Y sutil, porque no es llamativo. De lejos parece tan simple que puede ignorarse, pero si te acercas no puedes negar su complejidad. Me recuerda a las personas. ¡Y está precioso! Dejaría que el artista me lo tatúe en una nalga.

Me río de mi propio comentario, pero al instante me callo y giro, despacio, con las manos bajo mi mentón.

—Lo siento tanto —digo por vigésima vez, pero esta vez sé que puede escucharme.

No quiero saber cuánto tiempo estuve mirando la pared como si hubiera reencarnado en un florero mientras él volvía en sí. Me coloco el cabello tras las orejas y me acerco, preocupada, al ver que se está frotando la cadera, adolorido.

—Estaba distraída porque miré por el espejo retrovisor y vi el terrario de Gloria vacío, entonces me di vuelta por un segundo para ver dónde estaba, ¡y lo siguiente que supe es que te estaba usando para trapear el asfalto! Soy una mala conductora. Lamento tu contusión de segundo gra… —El vómito verbal se detiene cuando me mira.

Benditos sean esos globos oculares.

Deseo saber cuánta melanina hay en sus iris y la forma en que se distribuye para obtener la intensa, perspicaz y «vuelacalzones» mirada que tiene este sujeto. Sin embargo, se encarga de reventar la burbuja cuando desliza sus ojos a lo largo de la cicatriz que va desde mi sien derecha a mi mentón. Doy un paso atrás y ladeo la cabeza, haciendo que el mismo mechón que empujé tras mi oreja caigan como una cortina sobre la irregularidad.

Estoy acostumbrada a apartar el pelo de mi cara porque en Betland todo el mundo conoce la cicatriz y aprendieron a ignorarla; pero aquí es diferente. Con él y con todos lo será. Las verdaderas heridas no se cosen, se curan por sí solas. Es injusto, pero se abren en lo que dura un latido y sanan en lo que se cura un corazón. Sin embargo, a pesar de tener una cicatriz sé que aún no sané; es complicado hacerlo cuando la gente me mira de la forma en que lo hace él.

—En verdad, lo siento. —Llevo las manos a mi espalda y me aclaro la garganta—. Si tu codo, cadera o cualquier parte del cuerpo empieza a doler, déjame pagarte la consulta al médico. Es lo menos que puedo hacer, pero considera elegir a uno ya recibido, no a Akira. Ella ya te había declarado muerto a las 14:31.

Le sonrío en un intento de aligerar el ambiente, pero sus ojos continúan vagando por mi rostro, como si pudiera conocer mi historia sin que se la cuente. Estoy tan incómoda que me planteo la idea de subir al Jeep y conducir de vuelta a casa, pero sus labios me detienen. Se curvan, no lo suficiente para ser una sonrisa, pero sí para quedar en camino a ella.

¿Cómo se respiraba? Porque siento que acabo de comer un festín navideño y estoy dentro de unos jeans tres talles más pequeños que cortan mi circulación y cuyo botón saldrá disparado como una bala en cualquier momento. Debo recordarme que traigo un vestido para no temer exhalar y que ese imaginario botón no le sacará un ojo a este tipo frente a mí, que está a punto de hablar, cuando alguien se le adelanta.

—Akira declara muerta a las personas hasta cuando se atragantan con una aceituna. No es de fiar.

Me giro hacia las escaleras y la persona me tiende una mano morena salpicada de manchas color crema. Nunca había conocido en persona a alguien con vitíligo. Afecta desde su rostro hasta sus brazos descubiertos por una camiseta de tirantes delgados. Es como una obra de arte móvil.

—Soy Glimmer y tú debes ser Zoella. Bienvenida a la fraternidad Los Hígados, como ves, el nombre lo eligió Akira.

—Mi cerebro no está procesando lo que me estás diciendo —digo, aunque acepto su mano.

¿Cómo me conoce? Tengo cincuenta y tres seguidores en Instagram y estoy segura de que no forma parte de ellos.

—Eres la chica de Betland que estaba buscando una compañera para la renta, ¿verdad? Bueno, soy la del anuncio en Facebook.

—¿No te llamabas Ingrid? —inquiero.

—En esta casa hay una computadora de escritorio y cinco personas con la sesión iniciada en la aplicación, es normal equivocarse de cuenta.

—También es difícil compartir un baño, pero hacemos lo que podemos con desodorante de ambiente. —Akira aparece en la parte superior de las escaleras, aún sin pantalones—. Ya verás cómo funciona todo, foraste... ¿A dónde se fue el paciente 001?

Cuando me giro, el sofá está vacío.


Blake

—¿Dónde estabas, Hensley? —inquiere Dave al ponerse una camiseta—. Puede que el antiguo entrenador te perdonara los retrasos, pero dudo que el suplente lo haga.

—¿Es un tipo duro? —evado su pregunta.

Evito contarle lo que estuve haciendo porque si lo hago comenzará a atar los cabos sueltos. Es lo suficiente inteligente como para no formular preguntas en voz alta; pero me incomoda el hecho de que las formule para sí mismo y me miré con ojos precavidos en el intento de encontrar las respuestas.

Iba a casa de Mei para decirle que no podía acompañarla a una exposición el sábado porque tengo trabajo, pero que, si ella aún quiere, podría llevarla y recogerla —me siento culpable al cancelar planes—, cuando un coche dobló la esquina y me dejó inconsciente.

Aún sigo algo adolorido, pero tenía que venir.

—No lo conocí, pero según los rumores lo es. —Se sienta a mi lado en el banco del vestuario y busca mis ojos—. Lo digo en serio, Blake. No creo que él sea tan indulgente contigo como lo era el coach Martínez.

Pienso en la cantidad de veces que falté y voy a faltar a las prácticas, los partidos que perdí y sé que me perderé. A pesar de que estoy continuamente esforzándome para lograr hacer todo, la realidad me dice que es imposible. Trabajo, estudio, entreno, soy niñero a medias de mi sobrino y tengo compromisos que cumplir, gente que ayudar.

Si tengo que quitar horas de mi agenda, esas solo pueden ser de fútbol.

—No quiero su indulgencia. Con que no me saque del equipo, me basta.

Dave se reserva los comentarios y asiente. No es alguien de muchas palabras, pero es capaz de expresar en una oración más de lo que muchos son capaces de decir en quince.

—¡Adivina de qué me enteré hoy, Hensley!

Me giro ante la alegre voz de Shane Wasaik. Es el polo opuesto de Dave; moreno, bajito, calvo, amante en exceso de los carbohidratos, hiperactivo y flojo tanto de lengua como de trasero: sus gases pueden hacer que el vestuario quede despejado en tiempo récord.

—Estaba hablando con la prima de la tía de la cuñada de mi hermana cuando me enteré que Pablo Picasso, ese pintor que te gusta, en realidad se llamaba Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso. —Exhala con fuerza cuando termina—. Pobre hombre, ¿cómo se acordaba su nombre completo? Yo apenas puedo deletrear el mío y a veces me olvido de escribirlo en mayúscula.

—Odio tus árboles genealógicos —dice con un desdén sereno Dave, como es usual, pero yo arqueo una ceja entretenido.

Todos creen que Shane habla por los codos porque puede. En parte así es, pero también es el primero en notar cuando estás estresado. Te hace hablar de cosas que te gustan para que dejes de pensar en las que no.

Ya afuera, en el pequeño estadio, han retirado el techo retráctil que utilizamos los días de lluvia. Según los meteorólogos lo vamos a necesitar en los próximos días, pero de momento el sol baña el césped y a un hombre que está de pie, mirando su sujetapapeles y con el rostro oculto por una gorra de los Kansas City Chiefs. Su figura es imponente.

Los murmullos del equipo entero se escuchan al ritmo de nuestras pisadas mientras nos acercamos.

—Quiero ejercicios de estiramiento y movilidad muscular, dos millas de trote alrededor de la pista de atletismo y uno, corriendo. Traigan escaleras coordinativas, conos, redes de entrenamiento y todos los malditos balones que haya en este lugar. —Su voz es áspera como la lija y acalla hasta el zumbido de las moscas—. No quiero presentaciones. Los conoceré a medida que vayan cometiendo estupideces y exija saber sus nombres. —Sigue sin mirarnos—. Mi nombre es Bill Shepard y estoy a cargo de ustedes, señoritas.

—¿Bill Cyrus Shepard? —Shane susurra atónito—. ¿No es el suegro de Malcom Beasley, el quarterback de los Saints? ¿No entrenó también a Logan Mercury? —Se agarra la calvicie sin poder creerlo—. El novio de una amiga del tío de una excuñada me consiguió un autógrafo del 27 el año pasado. Venero ese pedazo de papel como los hindúes a la vaca del chocolate Milka.

Dave ladea la cabeza sin comprender quién es el novio de la amiga del tío de una excuñada de Shane y yo reprimo una sonrisa.

—Creo que no fui lo suficientemente claro, zopencos…

El suplente levanta la vista y de forma instantánea muchos desean bajarla. Su rostro es un conjunto de facciones férreas e imperturbables. Si tuviera que retratarlo, lo haría con carboncillo. Blanco o negro, a si parece reducir el mundo este hombre.

—Quiero que hagan cada una de las cosas que dije ahora mismo —reitera, y cuando nos quedamos observándolo, brama—: ¡¿Qué están esperando?! ¡¿Una carroza, un jet privado o un jodido poni?! ¡A trabajar, que holgazanes sobran en el mundo!

No es hasta que estoy en las duchas —casi muerto—, que las palabras de Dave vuelven a mi mente. Es verdad, Shepard no será indulgente conmigo, pero no sé cómo voy a explicar mi situación a un tipo que entrenó profesionales y no dudará en echarte si no ve compromiso y disciplina en extremo de tu parte. Él no podría entender mis motivos y tampoco se los confesaría.

Con una toalla envuelta en la cintura regreso a mi casillero mientras froto mi codo. Cuando desperté en el sofá de las vecinas estaba algo mareado, pero en cuanto escuché la voz de la responsable de mis hematomas jamás me sentí más lúcido. Repaso nuestra pequeña conversación, o más bien su monólogo sobre mi mural, y cada vez me intrigo más. Es extraño que llegue alguien nuevo en esta época del año, más aún, que lo haga con una historia escrita en el rostro. Apenas logré mirarla por menos de dos minutos antes de que Glimmer apareciera y yo recordara que mi teléfono debía seguir en la calle. Miré el reloj de la sala y no quise interrumpir su conversación. Además, tenía que llamar al trabajo.

—¡Lindos abdominales! ¿Puedo conseguirlos por internet? No me importa pagar el envío.

Me giro hacia la misma voz de esta mañana. Los Sharps me impiden verla, pero tengo la certeza de que está cerca, más allá de las decenas de cuerpos, toallas y ropa interior usada que vuela de un lado al otro.

Extra Point

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