Читать книгу Extra Point - Ludmila Ramis - Страница 19

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Capítulo VII

Fontanería



Zoe

—No tienes horario fijo, cuando te llame, vienes y punto, aunque tendré en consideración tu horario de cursada. La paga justifica tu disponibilidad.

Troto a su espalda porque camina demasiado rápido. La cantidad de cámaras que hay en el edificio me ponen nerviosa.

—Ten tu documentación actualizada y a mano. Siempre lleva mi agenda y el teléfono adicional de negocios contigo. Tenlo con un mínimo de 65 % de batería. Una llamada que no hagas o recibas puede dejar sin provisiones a un cocinero, a una novia con un vestido demasiado pequeño o a una boda sin cura.

—Eres como Meryl Streep en The Devil Wears Prada —digo al perder el miedo y recuperar la emoción.

—No, querida. Meryl Streep en The Devil Wears Prada es como yo, no te confundas.

«Eso es algo que Meryl Streep en The Devil Wears Prada diría», pienso.

Entramos a una oficina donde casi todo es de cristal: paredes, estantes, cuadros, escritorio.

—¿Te imaginas si alguien entrara aquí con un bate y mal temperamento?

Me lanza una mirada de desaprobación al hundirse en el cuero de un sofá. Estoy a punto de tomar asiento cuando enarca una ceja. Quedo inmovilizada en una sentadilla, como cuando uso los baños públicos.

—Troy o Trey, no estoy segura de cómo se llamaba, dejó una lista de quehaceres por ahí. —Hace un ademán a tres cajas apiladas junto a la puerta—. Toma esas cosas y vete. Te llamaré cuando te necesite.

—Eso haré, y gracias por la oportunidad. No veo la hora de planear una boda.

Me mira como si me faltara un tornillo.

—El único motivo por el que estás aquí es porque Bill Shepard me lo pidió. No te excedas. Hago esto desde antes de que nacieras. Nunca acepté sugerencias y no comenzaré ahora, soy capaz de encargarme de todo sola. Tú te limitas a hacer lo que te digo, sin aportar nada.

—Si usted puede hacerlo por su cuenta, ¿por qué necesita a alguien que haga tales cosas por usted?

Me tiemblan los brazos por el esfuerzo al levantar las cajas y traspasar el umbral.

—No lo necesito, pero los que tienen dinero a menudo prefieren dar las órdenes para que los demás las acaten. —Se encoge de hombros, se levanta y acerca con los brazos cruzados—. Además, hacer algo de caridad nunca está de más.

Nunca me habían dicho que era un caso de «caridad». No duele como creí que lo haría, pero sí me molesta. Al final, le facilito su trabajo y no lo reconoce. Estoy a punto de decírselo cuando murmura un «au revoir» y cierra la puerta en mi cara.

—Ni Meryl Streep actuó así de perra, ¡reclamaré el Óscar por usted! —grito al verla volver al sofá.

Ella me ignora.

—Troy, su último asistente, duró tres meses —dice una voz a mis espaldas—. También empacó sus pertenencias en menos de cinco minutos, así que veremos cuánto tardas tú.

El hombre que me ayuda al quitar dos cajas de mis brazos está casi por los treinta. Es como una copia ejecutiva del jugador que le gusta a Kansas, Travis Kelce, pero sin tanto músculo.

—No saques tu cronómetro aún.

—¿Tanto necesitas el trabajo como para no haber salido corriendo después de conocerla? —Acomoda las cajas bajo su brazo para tenderme una mano—. Soy Corbin, por cierto.

—En realidad, no lo necesito o, por lo menos, no por mucho tiempo. —Recuerdo que debo decidir qué hacer con la herencia, así que pego una nota mental junto a mi hipotálamo para reflexionar sobre eso—. Un placer sufrir contigo bajo el mando de esa dictadora, Zoella Murphy a tus servicios, pero la mayoría me dice Zoe.

Tal vez Betty sea la villana de la empresa, pero eso no significa que sus empleados sean los secuaces malévolos.

—¿Ocurre algo? —pregunto cuando Corbin se queda callado.

Algo en su reacción me recuerda a la de Blake cuando la señora MacQuoid le dijo que yo era la nueva asistente. «Intenta no enamorarte de ella esta vez», añadió. Intento no prestarle demasiada atención a esa oración, no es mi asunto ni soy psicoanalista, pero es difícil dejar de pensar en él cuando lo encuentro en todas partes. De seguro a este paso iré al baño y su cabeza emergerá del agua invadida por las bacterias.

«Me gustaría ser fontanera para sacar al lindo de ahí».

—No, no es nada —asegura Corbin—. Es que creo haber oído tu nombre una vez.

Lo dice de forma casual, con una postura despreocupada, sin embargo, en lo que respecta a sus ojos no hay nada por casualidad o quietud en ellos.


Blake

—La abuela de la hermana de una amiga de la madre de un conocido de mi primo me dijo que estas cosas son fáciles de cocinar. —Shane sacude una caja de pastel de vainilla—. ¿Creen que al final se parecerá a una tarta de cumpleaños y no a una bola de masa cruda con posible riesgo de muerte al primer bocado?

—Yo no tengo mucha fe en tus habilidades culinarias —dice Dave—. En realidad, no te tengo fe en nada que no sea tapar el excusado. En eso sí que eres un campeón.

—Por favor, estoy comiendo —se queja Steve Timberg mientras mira su tazón de cereales y frutas—. Un poco de respeto por los que intentan nutrirse en esta casa.

Nuestro quarterback es el tipo más saludable, centrado y bienhablado que conozco. También es el único que come semillas con todas las comidas. Parece un maldito pájaro. ¿Quién le echa chía a las papas fritas o al helado?

—Esto dice que lleva dos huevos. —Shane lee las instrucciones—. Se los pediría a Steve, pero los perdió cuando decidió convertirse en el chico que le besa el trasero al entrenador.

Timberg es el favorito de Bill hasta ahora.

—Cadúcate —suelta, porque es demasiado educado como para decir «púdrete».

—Lamento informarte que Shane tiene fecha de fabricación, pero no de expiración. —Me uno a la conversación.

—Ese es un buen amigo —responde el aludido mientras abre el refrigerador —. Uno que tendrá una gran porción de pastel al terminar el día.

—Si antes no quemas Phi Beta Sigma con nosotros dentro —recuerda Dave, optimista.

Dave siempre tuvo una personalidad adusta, sin embargo, yo la adquirí con los años y los hechos que ocurrieron en medio.

—Hablando de posibles futuros incendios —dice Steve—. ¿Iremos a la cena en Los Hígados esta noche? Están celebrando la llegada de la chica nueva.

Mis músculos se tensan ante la mención de Zoe. Voy a ayudar al cocinero, en parte para camuflar mi interés sobre la conversación de Dave y en otra porque Shane está intentando romper un huevo con su frente.

—Tú odias ir a Los Hígados —señalo.

—Odio ir cuando Ingrid está ahí —corrige—, pero teniendo en cuenta que está comiendo gelato en Italia o intentando convencer al papa de actualizar su guardarropa, tengo ganas de ir.

—¿La nueva será la misma que entró al vestuario el ayer? —comienza a teorizar Shane—. Y hablando de ella, ¿por qué te ofreciste a acompañarla hasta el despacho del coach, Hensley?

Me concentro en que ningún trozo de cáscara caiga en el bol, pero siento todos los ojos en mí. Dave es el único que sabe sobre Mila. Conoce por qué no busco relaciones amorosas y por qué guardo distancia de las chicas que no pertenecen a los viejos miembros de Los Hígados, pero Shane y Steve no. Preguntan por curiosidad y, aunque Dave también la tenga, pone en primer lugar mi comodidad, por lo que no insiste.

—Nos habíamos conocido más temprano —contesto—. Hubo un pequeño malentendido y quería disculparme, eso es todo.

—¿Qué malenten...? ¡Mierda, ¿por qué me gol...?! ¡Ah, ya entendí! —dice a Wasaik a mis espaldas y reprimo una sonrisa al saber que Dave frenó su interrogatorio—. Como sea, ¿vamos a ir a la cena? ¡Digan que sí, hay que divertirse! Puedo llevar de postre mi bizcocho.

Me giro para mirarlo mientras bato la mezcla, después de haberle añadido todo lo que faltaba.

—A lo que me refiero es que podemos llevar el pastel de Blake —corrige.

—Kassian se quedará conmigo esta noche —me excuso.

—Llévalo contigo, sabes que las chicas y Elvis lo adoran más que a nosotros cuatro juntos —se mofa Dave.

—No sé si estoy de humor para ir.

Desde que mi madre hizo el comentario sobre Mila, no estoy de humor para nada. Me ocupo en precalentar el horno al tiempo en que escucho a Dave quejarse de Shane y a Shane quejarse de Steve.

—¿Tío Blake?

Los cuatro levantamos la mirada hacia la puerta. Kassian está de pie en el umbral y Larson está a su espalda, con las manos sobre sus hombros. No me sorprende que él esté aquí, vive en la fraternidad, pero sí que tenga el coraje de acercarse a mi sobrino conmigo presente.

Le digo a los muchachos que se queden con Kassian y hago un ademán a la sala de estar para Larson.

Hablamos del 24 de abril.

Mal tema de conversación, sobre todo cuando menciona a mi hermana.

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