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Capítulo XI

500 páginas



Blake

Corro las yardas que me separan del círculo que formaron mis compañeros después de que anotaran un touchdown; el calor sofoca mi cuerpo. Tengo la necesidad de cambiar de piel.

—Timberg, ¿vamos por el punto extra o una conversión de dos puntos? —pregunta Larson, agitado.

—Estamos perdiendo, ir a lo seguro no es una opción —replica el quarterback, hincado en una rodilla—. Saben que me gusta apostar a todo o nada, así que será una conversión.

Mis compañeros sonríen tras sus cascos. La línea entre lo que puede perjudicarlos y hacerlos los vencedores de la noche es muy delgada. Sin embargo, ellos no temen jugar con ella. Nunca lo hacen, y hubo una época en la que yo era igual.

—Quiero probar la jugada que veníamos practicando con el entrenador Martínez. Limpia, rápida y que deje a nuestros visitantes con la boca abierta.

—Y con otros orificios de sus cuerpos abiertos también. —Menea las cejas Shane.

—No creo que debamos hacerlo. —Alzo la voz y los murmullos dentro del círculo cesan—. La jugada implica que anote y sabes que no lo haré. Martínez la cambió por eso. Busca otra forma o úsame como intermediario entre el balón y otro jugador, pero no puedo hacer la conversión.

Nuestro mariscal se pone de pie para enfrentarme.

—Durante todo el partido apostamos a jugar por el centro. Ahora que están descuidando los laterales es hora de cambiar la estrategia, Blake. Intenté mantenerte lejos de cualquier posibilidad de anotación durante todo el juego, pero necesito que actúes de una vez. Eres nuestro receptor más rápido, acéptalo y comienza a hacerte cargo del puesto.

Mi mandíbula se aprieta en cuanto veo la demanda en sus ojos.

—Sé que crees que estoy evadiendo mis responsabilidades como receptor, pero te equivocas. —Bajo la voz, pero sé que nuestros compañeros pueden oírnos a pesar del escándalo proveniente de las tribunas. Veo en ellos decepción y en algunos, una incomprensión que deriva en enojo—. Soy el arma que puedes usar para evitar o avanzar en la contienda, pero no la que va a acabar con ella.

Cualquier cosa menos anotar, eso es todo lo que le pido.

La idea de entrar en la zona de anotación me estremece. Los ayeres empujan la puerta al final de mi mente; tras ella y de sus capas de acero, se almacenan y acumulan los momentos. Quieren salir y recordarme por qué empecé a jugar, pero mientras tenga el control, los mantendré atrás. Mirar al pasado por buenos recuerdos no te protege de que te invadan los malos.

—No hay tiempo, decidan de una vez. —Apresura Dave al mirar el tablero.

—Haremos lo que ya dije, porque puede que tú seas la artillería, pero soy yo el que lidera el ejército. —Steve se encoge de hombros—. Es lo que es.

Hay autoridad en su expresión, pero también una disculpa y un agotamiento constante. Sé que no hago las cosas fáciles en el campo y, a pesar de que detesto que él deba lidiar con lo que muchos denominan rabietas —sin siquiera saber—, no puedo detenerme o siquiera explicarle el porqué.

—No hagas las cosas más difíciles, Blake. Lo único que te pido es una anotación, sé que puedes hacerlo.

«No, no puedo».

Me alejo de los Sharps con las manos echas puños en el intento de no decir nada de lo que vaya a arrepentirme más tarde. Me repito que Steve solo quiere que ganemos, no está haciendo nada para torturarme. Levanto la vista a los fanáticos eufóricos y pienso cómo diablos no los decepcionaré, y la encuentro a ella.

Los dedos de Zoe están enroscados alrededor del brazo de Shepard, apretando el músculo ante la oleada de emoción. El contraste entre la imponente figura del hombre y Zoe, envuelta en flores, me distrae lo suficiente para quedarme mirándola hasta que me pilla.

Sonríe y me saluda con la mano en la que sostiene un café. Sin querer, derrama líquido en su vestido.

Exhalo sin saber que estaba conteniendo el aliento y aflojo las manos. Ella le quita la gorra a Bill y la usa para secar su falda. Él vuelve a arrebatársela. La sacude, se aleja un paso y se la vuelve a poner. Zoe se ríe y se le acerca, pero él vuelve a alejarse. La manda a la banca con el dedo, pero ella lo desobedece.

Vuelve a sonreírme y lucho conmigo mismo, porque me encantaría corresponderle.

Sé que no debería analizar tanto el gesto, sino centrarme en el hecho de que estamos perdiendo y tengo que lidiar con una jugada que no puedo manejar. Sin embargo, la miro más. Soy del tipo de persona que se empeña en ver los detalles de lo insignificante porque cree que no hay insignificancia en ellos.

A veces, hago de las cosas pequeñas un mundo, como si ya no hubiera muchos sin explorar.

—Inténtalo, Blake. —Dave aparece para obstruir mi vista y mi malhumor regresa. En un universo paralelo, sé que lo derribaría para seguir viendo a la chica que me sonríe—. Solo por hoy, inténtalo.

—¡Creo que se viene una conversión de dos puntos, damas y caballeros! —La locutora anticipa a través de los altavoces con efervescencia—. ¿O es que buscarán el punto extra? Los Sharps necesitan doce puntos para alcanzar a los visitantes y, lo que al principio creíamos un juego parejo, está comenzando a tornarse a favor del contrincante. ¡¿Podrá el equipo de Owercity igualar a los Wreckers?! ¡¿Quién se llevará la corona?! ¡Estamos a segundos de averiguarlo!

—¡Madre Santa, acaba de tirarse un pedo! —chilla el locutor, que aparece en pantalla y le entrega el niño a su esposa—. ¡Que alguien me traiga con urgencia algo de aromatizante de ambiente! —Se cubre la nariz y mueve la mano para espantar el hedor—. ¿Qué le diste de comer, Claire? Porque estoy seguro de que el puré de calabaza no puede ser el causante de que arroje bombas atómicas a través de su pañal. Tal vez deberíamos llevarlo al campo y dejar que todos se desmayen, así terminaríamos de sufrir por la paliza que los Wreckers nos están dando.

Los fanes de la OCU lo abuchean.

—¡Solo digo la verdad! Los Sharps están en apuros, deben comenzar a anotar antes de que la pestilencia de Ciro o el temperamento de Bill Shepard los alcance. De otro modo, esto terminará en una derrota que me destrozará el corazón, de la misma forma en que mi hijo acaba de destrozar mi sentido del olfato.

Un asistente de sonido le pasa un abanico y Gabe lo sacude en el trasero del bebé. Es como ver una comedia deportiva en directo.

Los jugadores nos ponemos en posición. Miro a Dave sin mediar palabra, lo que le basta para saber que no seguiré el plan de Steve. Un silencio abrumador envuelve el estadio mientras el árbitro se lleva el silbato a los labios. Antes de soplar, sus ojos caen en la pantalla y Timberg me echa una mirada de sobre su hombro.

Siento la presión y mi corazón late cada vez más rápido aunque aún no empecé a correr. Mis ojos van a la tribuna. La repaso, una y otra vez, en busca de su cara, pero no está en ningún sitio. Luzco inalterado, pero por dentro me estoy volviendo loco. No sé cómo voy a evitar la jugada sin perjudicar al equipo. Además, que los Wreckers nos observen como si fuéramos la cena, no ayuda.

Sin embargo, que la persona frente a ti sea un depredador, no implica que tú seas su presa. Puedes ser una víctima tanto como puedes ser su equivalente; si hay más de un predador, ocurre lo inevitable: el enfrentamiento. Alguien debe ser la presa al final, así funciona la naturaleza.

Me viene una idea y sé que los Wreckers no lo son, sin embargo, pronto lo serán.

La aglomeración en las gradas enloquece con el silbato. La barrera del equipo contrario se lanza contra la nuestra. El centro, Shane, lanza el balón antes de ir hacia el contrincante y Steve aprovecha el hueco para correr, pero el balón está en manos de Elvis, el halfback, que chilla con pánico cuando los de Playork se le avecinan como una estampida. Es mi señal para correr.

El persistente ardor se extiende en cada fibra de mi cuerpo. Elvis lanza, el balón gira como un tornado dirigido y los espectadores se aferran al borde de sus asientos. Mis pies abandonan la tierra al saltar y, cuando la aspereza del cuero roza mis palmas, me aferro a él como si mi vida dependiera de ello.

—¡Impecable lanzamiento por parte del 42 y excelente atrapada del 31! ¡Ahora, Hensley está en la mira de los visitantes!

Los gritos son el oxígeno que me falta y avivan el fuego. Mis piernas se incendian en un violento y doloroso placer cuando corro por el lateral derecho. Las voces de mis compañeros no se distinguen de las de los contrincantes, y aparece un jugador de la universidad contraria. Su constitución física supera la mía y, a través del casco, veo cuánta ansia tiene de acabarme. Acelero, pero se niega a quedarse lejos.

Dave aparece —él siempre aparece— y se interpone para bloquear que pueda llegar a mí sin derribarlo o esquivarlo primero. Voy más rápido y los dejo atrás. Nuestro invitado se frustra, pero yo también lo hago al pasar yarda tras yarda. Una odiosa sensación me seca la boca.

—¡Tres Wreckers están yendo tras el 31 y su trasero! ¡A menos que Hensley reaccione, cenará césped sintético esta noche! —Gabriel se desespera y se aferra a un micrófono que yo no debería estar mirando cuando soy perseguido por un equipo entero—. ¡El mundo se sigue moviendo, muévete con él! ¡Por amor a las hamburguesas y por su propia integridad física, será mejor que este jugador reaccione antes de que Bill Shepard lo haga!

—¡El contrincante se acerca y el local está paralizado a unos pocos pies de la zona de anotación! ¡Tiene el camino libre y está paralizado: repito, tiene camino libre y está paralizado! ¡¿Qué está ocurriendo?! —pregunta Claire—. ¡Los Sharps necesitan los dos puntos de la conversión y los Wreckers están a punto de derri...! ¡Dios! ¡El número 31 lanza!

La jugada original implica que el balón vaya de Shane a Elvis, que Steve simule que se lo dieron para despistar y yo me ocupe de anotar. Sin embargo, echo el brazo hacia atrás y aviento el balón en línea recta y horizontal en dirección al quarterback. La trayectoria es perfecta y Steve, como siempre, está preparado para cualquier cosa cuando se trata de mí en el campo. Corro bajo el cuero porque soy cobarde, pero no abandono. Dos contrincantes buscan barrer sus piernas y solo tengo tiempo para interponerme en el camino de uno de ellos, que colapsa contra mí con brutalidad.

La multitud se pone de pie cuando Steve salta para agarrar el balón. Aún debe encargarse de un adversario por sí solo, mientras que el que me tiró y yo intentamos ponernos de pie.

—¡Jugada innecesaria y atrevida por parte del 31! ¡Todo recae en el 9, líder de los Sharps de Owercity!

El tipo tendido a mi lado me empuja para ponerse de pie. Yo no me muevo y contengo la respiración como el público, veo a Timberg correr hacia la zona de anotación con el jugador de Playork a punto de pisar sus talones

—¡Está por lograrlo, Steve Timberg está por ano…! ¡Madre Santa!

El Wrecker se abalanza para detenerlo. Una parte de la tribuna estalla en aplausos cuando mi compañero logra ser más veloz. Ovacionan con orgullo y una alegría para la que no existe sistema de medida. Se abrazan porque los Sharps acaban de anotar.

Dejo caer la cabeza contra el césped y cierro los ojos, aliviado, pero a la vez avergonzado por haber puesto en riesgo los puntos. Cuando levanto la vista, mis ojos no se fijan en la alterada multitud o en mis compañeros en plena apoteosis, sino en el hombre al otro lado del campo. Shepard no festeja, ni siquiera habla, solo me mira de forma inflexible. Zoe festeja y abraza a los Sharps de la banca, no obstante, su sonrisa vacila cuando me ve sobre el hombro de Jordano. Se zafa con suavidad del abrazo y va hacia el coach. Lo obliga a mirarla y, aunque no puedo escucharlos, sé que hablan de mí.

—Lo volviste a hacer. —Dave me tiende una mano y habla con derrota a pesar de la victoria.

—Lo volví a hacer —repito y acepto su ayuda.


Zoe

Los solitarios reflectores que iluminan el campo opacan a la luna, que se alza en un cielo infinito y despejado. El estadio está casi vacío. Unos pocos miembros del personal de limpieza a recorren las tribunas con escobas en mano, mientras el campo está desierto a excepción de un jugador sentado en la banca, aún con su uniforme puesto a pesar de que los Sharps ganaron treinta y ocho a veintinueve hace una hora.

Gira el casco entre sus manos, con los codos sobre las rodillas, en una postura que muestra su agotamiento.

—Hay una clase de pingüinos originaria del sur de Argentina, son los pingüinos de Magallanes o patagónicos —recuerdo en voz alta y sus ojos me buscan—. Están en una situación crítica porque hay un incremento generalizado de las temperaturas en el planeta, y tú... —Me detengo a unos pasos—. Tú pareces uno de esos pingüinos al enterarse que está en peligro de extinción, no un universitario que acaba de ganar un partido.

Niega con la cabeza y se muerde el labio inferior, en un intento de reprimir una sonrisa. Voy a compararlo más seguido con aves marinas no voladoras si hará eso.

—Ganar un juego no es la gran cosa. No soy de los que festeja de todas formas, pero tampoco un pingüino patagónico que acaba de oír sobre su inminente muerte.

Me río porque acabo de imaginarlo como un pingüino, más bien como un híbrido con bonito y redondo trasero e increíbles bíceps de ser humano, combinados con la cabeza de un Spheniscidae. Lo llamaría Blaküino, aunque no debería hacer chistes sobre hermosos animales en peligro de extinción.

—¿Por qué lo haces? —pregunta al dejar de dar vueltas el caso.

—¿Hacer qué?

Blaküino, me repito, y vuelvo a reír. A mi hermano le daría un infarto si me escuchara nombrando nuevas especies. A Malcom no le caen muy bien las bromas que se relacionan con la genética y la biología. Respeta las áreas científicas y las quiere hacer respetar, por otro lado, Kansas alimenta mi imaginación. Siempre fueron roles opuestos mientras crecía.

—Eso. —Hace un ademán hacia mí con el mentón—. Reír y sonreír más de lo que cualquier persona promedio lo hace.

Deja el casco, se pone de pie y sus ojos pasean por mi rostro, como si fuera una cuenta de matemáticas que al ingresar a la calculadora da error.

—Me gusta sonreír y, por lo general, no controlo mis expresiones faciales como tú te esfuerzas para hacerlo.

Blake arquea las cejas con interés.

—También me gusta observar, pero creo que ya te diste cuenta —añado. Me imagino que no muchos le habrán dicho que es un loco controlador de su propia expresión facial.

Esos lindos globos oculares son lo único expresivo en él dado que las sonrisas, al ser tan diminutas cuando aparecen, no dicen mucho.

—Lo hice, y sé que notaste algo mientras estaba en el campo, de igual forma que yo noté algo al estar en el ático, contigo, ayer.

Esa oración convierte una conversación informal en una peligrosa. Cambio el peso de un pie al otro y entrelazo las manos en la espalda, nerviosa. No pretendía que se olvidara de mi ataque de pánico, pero sí que lo ignorara, como hicieron en Los Hígados.

—Le tengo miedo a las tormentas —confieso y encojo los hombros, sin temor a ponerlo en palabras—. Sin embargo, no voy a decirte por qué. Sería como contarte el final de un libro que nadie que no haya leído las primeras 500 páginas tiene derecho a saber.

Asiente. Me alegra saber que habla en código lector.

—Odio el fútbol americano —revela, sin apartar la mirada.

Teniendo la oportunidad de anotar, se arriesgó a pasar el balón. No le encontré explicación al principio, y Bill tampoco. No sé cómo hizo para mantener la boca cerrada y no recitar una cadena de oraciones ofensivas. Aunque coincidí en que la decisión de Blake fue estúpida, intenté convencer a Shepard de que todo tenía explicación para que no dijera nada al chico hasta el próximo entrenamiento. Lo hice porque, por un segundo, el 31 trasmitió inseguridad. Estaba como perdido en el campo, nada semejante al sujeto que está frente a mí ahora, tan centrado.

—¿A qué se debe?

—Dijiste que sin spoilers, Zoella.

Ojalá me sonriera con normalidad. Estoy segura de que sus dientes deben ser el orgullo de todo odontólogo.

—Si quieres saber, tendrás que leer y déjame aclararte que hay gente que está leyéndome desde hace años y no ha podido llegar al final —informa.

—Supongo que debe ser un final muy trágico para que nadie quiera avanzar.

—O tal vez muchos abandonaron el libro y lo dejaron por la mitad, arrebatándole al escritor la oportunidad de un giro al final.

Mi corazón teje unos brazos para sí mismo y se abraza, conmovido. Cuando cae el silencio, mi mente entra en cortocircuito y a su vez se queda en blanco; la mitad analiza su expresión y la otra más está más muerta que un Velociraptor o Ankylosaurus. No puedo pensar con su intensa forma de mirarme, y tengo que dejar de ver Jurassic Park.

También, Jurassic World y todas las películas en las que sale Chris Pratt.

—Se hace tarde y debo acostarme temprano. Mañana empiezo a cursar —recuerdo más para mí que para él.

—Sé que viniste a pie o en bicicleta —deduce y echa una mirada al estadio vacío—. Dejaste en claro que no eres capaz de contaminar el medioambiente al ponerte detrás de un volante, como también que no eres muy buena conductora.

Escondo el rostro entre mis manos ante el recordatorio.

—¿Podemos ignorar el hecho de que te atropellé e ir al grano?

Antes de que pueda bajar mis manos, siento sus dedos alrededor de mis muñecas.

—El punto es que no me molestaría acompañarte hasta Los Hígados. De todas formas, vamos para el mismo lado y leer me ayudaría a distraerme de... —Lo piensa durante un segundo—. De todo.

—Es curioso que tú quieras leerme para distraerte y yo quiera hacer lo mismo contigo. Podemos ser alguna clase de «lectoamigos» con beneficios.

Por un momento me arrepiento del término inventado y me zafo de su agarre para retorcer las correas de mi cartera. Si mantengo las manos ocupadas, sé que hay menos riesgo de que toque algo que no debo.

No contesta, pero empieza a caminar a mi par. Solo espero que nadie interrumpa nuestra lectura.

—¿Blake?

—¿Sí?

—¿No vas a ducharte antes de irnos? Hueles a cloaca.

Resopla con diversión y quiero gritarle que se ría. Sé que tiene ganas.

—Tengo un baño en mi autocaravana. Si vamos a caminar, seguiré sudando, así que mejor bañarse al llegar y así ahorrar agua. Ser práctico ayuda al medioambiente, de vez en cuando.

—No digas cosas ecológicas, si no quieres convertirte en mi libro favorito.

Extra Point

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