Читать книгу Extra Point - Ludmila Ramis - Страница 14

Оглавление

Capítulo III

Disminuir



Blake

Cuando conozco a alguien tiendo a pensar con qué materiales lo retrataría y sé que a ella solo podría hacerla con acuarelas. Colores cálidos para el rubio de su cabello y el rosado rubor de su cuello y sus mejillas, y una mezcla de azul y gris apagado para sus ojos. Es extraño que colores de una intensidad tan débil puedan transmitir tanta vida, pero cuando me sonrió con esas cicatrices a la vista se me hizo la chica hecha con el cristal más resistente capaz de redireccionar cualquier luz.

—¿Alguien me podría decir dónde está la nueva oficina de Bill, por favor? —pregunta—. Porque no creo que su escritorio esté junto a una pila de malolientes calcetines y un montón de universitarios a medio vestir.

Trata de disimular su inquietud con comentarios divertidos. A mí también me incomodaría aparecer en el vestuario del equipo de natación femenino con veinte chicas casi desnudas.

Escucho que Shane le da instrucciones para llegar al despacho mientras me pongo unos pantalones cortos y tiro de una camiseta sobre mi cabeza tan rápido como puedo. Con las zapatillas y el teléfono en mano, me abro paso hasta la puerta; todavía me gotea el cabello.

—Puedo acompañarte —ofrezco.

Las voces se hacen cada vez más débiles. Mis compañeros no se ponen a silbar, aplaudir o hacer bromas porque están demasiado extrañados. La expresión de Dave es la misma que tuve al ver El Huevo de Kubin o Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión de Bacon por primera vez. Shane hace boca de pato, como diciendo: «Ajá, no lo veía venir, qué interesante, Hensley...».

La extraña se sorprende al verme, pero no tarda en sonreír, despreocupada.

—Lo agradecería. —Asiente juntando las manos a su espalda.

Shane nos sostiene la puerta y me mira con una complicidad a la que niego con la cabeza. Cuando siento el cemento del corredor bajo los pies, Dave lo arrastra dentro y cierra la puerta para darnos privacidad. Del vestuario no se escucha ni pío, y aquí el zumbido de los tubos de luz llena el silencio.

—Lo siento —decimos al mismo tiempo.

Ladea la cabeza en un gesto simpático.

—Te arrollé con mi auto hace unas horas. Tú no hiciste nada, Blake.

Me nombra como si ya lo hubiera hecho un centenar de veces. Me gusta su familiaridad.

—En realidad, lo hice —aseguro, arrancando el recorrido al despacho tan lento como puedo—. Me quedé viéndote en silencio y te hice sentir incómoda, no hace falta que lo niegues o lo minimices.

Que usara el cabello como escudo fue evidente, como también que se llevara las manos a la espalda para ocultar los dedos inquietos.

La joven retuerce las correas de su cartera por un tiempo y su sonrisa se desvanece con la misma velocidad en que reaparece, pero esta vez es demasiado amplia y me hace pensar que antes de ella, nunca nadie me sonrió en la vida.

—Está bien —dice sin rastro de inseguridad—. También te miraría intrigada si tuvieras una marca así de notable cruzando tu cara. No hace falta que te disculpes.

—No me quedé mirando por intriga —admito.

Deja de caminar y me sostiene la mirada. Mi corazón late más lento con cada segundo que pasa, como cuando pinto. Puede que no me haya sentido tan tranquilo en días.

—¿Y por qué lo hiciste?

Me hubiera encantado responder o invitarle un café, pero dos cosas nos interrumpieron: mi móvil y la puerta al final del pasillo.

—¿Zoella? —pregunta el nuevo entrenador, asomando la cabeza.Ella me mira y debate consigo misma si debe indagar por mi respuesta o contestar a un Bill Shepard que aparentemente conoce. Miro la pantalla donde brilla el nombre de mi jefa y luego a la chica, disculpándome en silencio por la interrupción.

Me marcho por segunda vez en el día.


Zoe

—¿Cómo es la casa? ¿Y tu habitación? ¿En qué calle queda? ¿Tiene un sistema de seguridad? Quiero la dirección —demanda mientras me tomo la libertad de sentarme en su silla y dar vueltas mientras inspecciono su nueva oficina—. ¿Cuántas personas viven ahí? ¿Comparten baño? ¿Alguno tiene testículos? Pido autorización para darle una charla, en ese caso.

—¿Desde cuándo pides autorización para algo?

Se cruza de brazos con una sonrisa maliciosa.

—Buen punto.

—¡Relájate, Billy! Ya estoy grande, puedo cuidarme sola y tú aún estás a tiempo de iniciar una carrera en el FBI si te apetece jugar al investigador. Sin embargo, sé que vas a descubrir todo de una forma u otra, así que aquí tienes las respuestas: la casa tiene un detector de humo, pero intentaré no iniciar un incendio al cocinar. Mi habitación es un ático remodelado que a Gloria ya le gusta. Estamos a seis cuadras de aquí y viven cinco personas conmigo, pero solo conocí a dos. Todas chicas a excepción de un tal Elvis Preston.

—¿Elvis Preston? —repite aún con los brazos cruzados—. Acabo de conocerlo en la práctica. Es el inútil más inútil de los inútiles. Hicimos un partido improvisado y anotó en contra.

—No seas tan duro. Tal vez solo estaba distraído.

—¿Para anotar cuatro veces en contra?

—¡¿Cuatro?! Bueno, tal vez es un poquito inútil —reconsidero—, pero eso no justifica que debas gritárselo en la cara y hacerlo sentir mal. ¿Recuerdas a Chase Timberg? Ese hombre tuvo serios problemas de autoestima por tu culpa.

—¿De qué problemas me estás hablando? Ese chico necesitaba a alguien que lo presionara porque de otra forma no hubiera sido capaz de dar un 110 % en el campo y tampoco en la vida. Era un gas en el aire, apestoso, pero débil, y contribuí a hacerlo tan potente que podría aniquilar la humanidad. —Me pasa una revista de las cajas abiertas que se apilan en una esquina, con expresión orgullosa al ver a su exjugador en la portada—. El método Shepard funcionó con él y lo hará con el zoquete de Elvis Preston.

—Tu método consiste en amenazas, ¿no podrías agregarle algo de amor? Un abrazo diario, uno que otro beso en la mejilla, decirle que lo quie…

—Esto es fútbol americano. No voy a darle besitos como si fuera su madre, ¡a qué ni ella le da besos!

—Ser más afectuoso no te matará.

—Pero sí a mi reputación.

Saco las llaves de mi cartera y se las lanzo. Solo accedí a usar el vehículo de Kansas para mudarme y para viajar a Betland o a Louisiana de visita, si no, me manejaré en algo que no contamine el medioambiente. Bill vendió su coche para obtener el dinero que le faltaba para deshacerse de su esposa y enviarla a Australia, así que estamos compartiendo el vehículo después de que se negara a que Malcom y Kansas le compraran otro auto. Es muy orgulloso como para aceptar algo así.

—Intenta ser amable con estos muchachos —pido rodeando el escritorio, ahuecando sus mejillas y depositando un ruidoso beso en el inicio de su calvicie—. O por lo menos con la mayoría.

Con lo último deja de maldecir a regañadientes. Se conforma con tener una sola víctima, ¿y más de una? Eso es un buen regalo adelantado de Navidad. Mejor que el dinero que podría llegar a darle el hada de los dientes, pero de todas formas a Bill ya no se le caen los dientes y supongo que si lo hicieran, sería de forma permanente.

—Los partidos son los domingos. Espero verte por aquí, lejos para no distraer a mis jugadores, pero cerca para mantenerte vigilada.

Enarco una ceja al abrir la puerta. Sabe que uso su vigilancia como papel higiénico.

—Estaré aquí para apoyar a los Sharps, pero recuerda que mi corazón siempre estará con los Jaguars de Betland. —Le guiño un ojo.

—Eso está por verse, Murphy. —Olfatea el desafío en el aire. Si alguien puede hacerme una infiel de equipos, es él—. Tengo planes para los Sharps. Grandes planes. El quarterback de la OCU te robará el corazón este fin de semana.

—¿Y ese quién frijoles es?

Pronuncia su nombre e intento ocultar mi sorpresa.

Como era de esperarse, el muchacho que atropellé ya no sigue en el corredor cuando salgo, pero hay alguien más que me está esperando.

Extra Point

Подняться наверх