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Capítulo 12: El pasado que persigue
ОглавлениеEl puerto de La Boca, Buenos Aires, finales del siglo XIX. El aire olía a salitre y a madera húmeda, mezclado con el humo de las chimeneas de los barcos que llegaban y partían. El sol de la tarde se reflejaba en las aguas turbias del Riachuelo, iluminando el bullicio de trabajadores, marineros y comerciantes que se movían entre los muelles. Entre la multitud, un joven alemán de aspecto serio y vestido con un traje oscuro y algo gastado bajaba lentamente de un barco. Llevaba una maleta de cuero en una mano y un sombrero en la otra. Su mirada era firme, pero en sus ojos se podía percibir una sombra de inquietud.
Los agentes de migración lo observaron con desconfianza desde el momento en que pisó tierra. Su aspecto, aunque pulcro, no encajaba del todo con el de los inmigrantes comunes que llegaban en busca de trabajo. Uno de los agentes, un hombre robusto con bigote grueso y uniforme arrugado, se acercó a él con paso decidido.
– Usted, joven – dijo con voz autoritaria – . ¿Nombre y procedencia?
El joven alemán se detuvo, ajustó el sombrero en su cabeza y respondió con un acento marcado pero claro:
– Karl Fader. Vengo de Hamburgo, Alemania.
El agente lo miró de arriba abajo, escudriñando cada detalle de su apariencia.
– ¿Y qué viene a hacer aquí, señor Fader? – preguntó, cruzando los brazos.
– Soy ingeniero naval – respondió Karl, manteniendo la calma – . Vine a trabajar en los astilleros. Tengo experiencia en la construcción de barcos y en la mejora de sistemas de navegación.
El agente frunció el ceño, claramente escéptico.
– ¿Ingeniero naval, dice? – repitió, como si dudara de la veracidad de sus palabras – . ¿Y tiene documentos que lo acrediten?
Karl asintió y abrió su maleta, sacando un fajo de papeles cuidadosamente doblados. Los entregó al agente, quien los revisó con detenimiento. Los documentos parecían genuinos, pero la desconfianza del agente no disminuyó.
– Venga conmigo – ordenó, señalando hacia una pequeña oficina cerca del muelle – . Vamos a hacerle algunas preguntas más.
Karl lo siguió sin protestar, pero en su interior sentía frustración y preocupación. Sabía que su llegada a Argentina no sería fácil, pero no esperaba un interrogatorio tan severo.
Dentro de la oficina, el ambiente era opresivo. Las paredes estaban cubiertas de mapas y carteles con regulaciones migratorias. Un escritorio de madera oscura ocupaba el centro de la habitación, y detrás de él, otro agente de migración, de aspecto más severo, esperaba con los brazos cruzados.
– Siéntese – ordenó el primer agente, señalando una silla frente al escritorio.
Karl obedeció, colocando su maleta a un lado. Los dos agentes se sentaron frente a él, y el interrogatorio comenzó.
– ¿Qué lo trae exactamente a Argentina, señor Fader? – preguntó el segundo agente, con una mirada penetrante.
– Como ya le dije, soy ingeniero naval – respondió Karl, manteniendo la calma – . Vine a trabajar en los astilleros. Tengo experiencia en la construcción de barcos y en la mejora de sistemas de navegación. Creo que puedo contribuir al desarrollo de la industria naval aquí.
– ¿Y por qué eligió Argentina? – insistió el agente – . ¿No hay trabajo en Alemania?
Karl respiró hondo antes de responder.
– En Alemania hay trabajo, pero quiero explorar nuevas oportunidades. Argentina es un país en crecimiento, y creo que aquí puedo desarrollarme mejor.
Los agentes intercambiaron miradas, claramente incómodos con sus respuestas. El primer agente tomó la palabra de nuevo.
– ¿Y qué sabe usted de la situación política aquí? – preguntó, con un tono que sugería que esperaba una respuesta equivocada.
– Sé que Argentina es un país joven, con mucho potencial – respondió Karl, evitando mencionar cualquier tema delicado – . Mi interés es puramente profesional.
El interrogatorio continuó durante varios minutos, con preguntas cada vez más incisivas. Los agentes parecían decididos a encontrar alguna inconsistencia en sus respuestas, pero Karl mantuvo la compostura, respondiendo con precisión y calma.
Justo cuando la tensión en la habitación parecía llegar a su punto máximo, la puerta se abrió bruscamente. Un hombre de mediana edad, vestido con un traje elegante y con una presencia imponente, entró en la oficina. Los agentes se pusieron de pie inmediatamente, sorprendidos.
– Señor General – dijeron al unísono, con una mezcla de respeto y nerviosismo.
Era Julio Argentino Roca, el futuro presidente de la Nación. Con una mirada fría pero curiosa, observó a Karl, quien seguía sentado, sin saber cómo reaccionar.
– ¿Quién es este joven? – preguntó Roca, dirigiéndose a los agentes.
– Un inmigrante alemán, señor Presidente – respondió el primer agente – . Dice ser ingeniero naval, pero estamos verificando sus intenciones.
Roca asintió lentamente, sin apartar la mirada de Karl.
– Déjenme a solas con él – ordenó, con un tono que no admitía discusión.
Los agentes intercambiaron miradas de sorpresa, pero obedecieron sin cuestionar. Salieron de la oficina, cerrando la puerta detrás de ellos.
Roca se sentó frente a Karl, estudiándolo con atención.
– Karl Fader, ¿verdad? – preguntó, con una voz más suave de lo que Karl esperaba.
– Sí, señor Presidente – respondió Karl.
– Usted dice ser ingeniero naval. ¿Qué sabe de barcos?
Karl respiró hondo y comenzó a hablar. Durante los siguientes veinticinco minutos, la conversación fluyó con naturalidad. Karl habló de sus experiencias en los astilleros de Italia y España, de sus ideas para mejorar la navegación en los ríos argentinos, y de su visión para el futuro de la industria naval en el país. Roca lo escuchó con atención, haciendo preguntas ocasionales pero sin interrumpir.
Al final de la conversación, Roca asintió lentamente, con una expresión que mezclaba aprobación y curiosidad.
– Usted es un hombre interesante, señor Fader – dijo, levantándose de la silla – . Creo que Argentina puede beneficiarse de sus conocimientos.
Karl se puso de pie, sintiendo un alivio momentáneo.
– Gracias, señor Presidente – respondió, con una inclinación de cabeza.
Roca lo miró por un momento más, como si estuviera evaluando algo en su mente. Luego, sin decir una palabra más, salió de la oficina.
Karl se quedó solo, sintiendo que el mundo a su alrededor había cambiado en cuestión de minutos. Sabía que su encuentro con Roca no había sido casual, pero no podía evitar preguntarse qué implicaría para su futuro en Argentina.
La imagen de Karl y Roca conversando en la oficina se desvaneció bruscamente, dando paso a una escena completamente diferente. Ahora, Karl se encontraba en medio de un campo abierto, bajo un cielo grisáceo y amenazante. A su alrededor, soldados argentinos avanzaban con rifles en mano, mientras grupos de indígenas huían en desbandada. Los gritos de dolor y los disparos resonaban en el aire, creando un caos ensordecedor.
Karl intentó moverse, pero sus piernas parecían estar atrapadas en el suelo. Observó cómo Roca, montado a caballo y con un uniforme impecable, daba órdenes con frialdad. La matanza era indiscriminada, y Karl observaba la escena con horror e impotencia.
De repente, un grito desgarrador lo sacó de la pesadilla.
Karl se despertó sobresaltado, cubierto de sudor frío. Estaba en su mansión de Mendoza, en nuestra época. Simplemente había tenido una pesadilla. Una de las que tan frecuentemente sueña de vez en cuando. Pesadillas que le recordaban que había hecho alguna vez algo muy malo cuyas consecuencias seguían resonando en el latir de su corazón inmortal.
Karl decidió levantarse de la cama en plena madrugada. No podía dejar de pensar en la noticia de la reina de la Vendimia de capital de su mismo apellido. Decidió llamar a sus asistentes para pedirles que investiguen más en el tema.