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Prólogo
ОглавлениеEscribo estas páginas en un momento singular de mi existencia. Hace ya más de dieciséis años que partí de mi Mendoza natal. Me establecí en Moscú, donde la vida me deparó una transformación radical: me volví profesor de idiomas y empecé a viajar mucho. Aunque cambié la tranquilidad mendocina por la vida agitada moscovita, mi visión del mundo se mantuvo firme, pues siempre supe que Rusia era ese faro que guiaba mi camino, esta tierra eslava que tanto me fascinaba y atraía.
Fue aquí, en Rusia, donde conocí al amor de mi vida, Natalia. Ella me inspiró a escribir esta novela donde compartimos la gran aventura de viajar a Mendoza. Es mi regalo para ella, y también una forma de preservar aquellas cosas buenas de la Argentina que llevo dentro, tan distintas al país actual que no he vuelto a pisar en todos estos años.
El enigma Fader
Llevo uno de los apellidos más reconocidos de mi tierra. No creo en misticismos ni en la sangre, sino en la elección. Varias circunstancias hicieron que este apellido me sacara de aprietos en momentos cruciales. Me ayudó tanto en Argentina como en el exterior, y fue precisamente ser Fader lo que me permitió resolver una situación vital extremadamente peligrosa – historia que contaré en otro libro, si la vida me da la oportunidad. Así fue como elegí ser Fader, honrando a quienes antes que yo llevaron este nombre y contribuyeron a hacer grande a Mendoza. Por eso agradezco a mi padre, Sergio, por habérmelo legado.
Así como elegí no solo portar un apellido sino que también honrarlo, elegí ser escritor, dibujante y profesor de idiomas. El mundo es fascinante, y estoy seguro de que, de haber tenido otro apellido, quizá habría seguido otros caminos. Fueron el ingeniero Carlos Fader y su hijo Fernando quienes me inspiraron a soñar, a ver el mundo con amplitud y a creer en lo imposible.
Recuerdo cuando le dije a mi padre que quería irme a Rusia. Su respuesta fue sencilla y contundente: «Hacelo. Alcanzá tu sueño». Y así lo hice.
Mendoza, la tierra que me vio nacer
A menudo los rusos me llaman «latinoamericano». Siempre les corrijo: entiendo que cargan con un estereotipo que homogeniza a toda una región diversa. Les digo que soy argentino, aunque para ellos Argentina sigue siendo lejana, incomprensible y un tanto exótica. No obstante, incluso «argentino» me queda pequeño. Si tuviera que elegir un gentilicio que me definiera por completo, sería «mendocino». Como diría Fernando Fader, nacido en Burdeos: «yo soy mendocino por elección».
Durante mis primeros años fuera, yo renegaba de todo. Después de una década lejos de Mendoza, comencé a entender todo lo que extrañaba: el otoño mendocino, el murmullo del agua en las acequias, la brisa del atardecer, el sol escondiéndose tras Los Andes, los viñedos, los parrales, la tierra seca y firme donde se puede patear una pelota, la sencillez de su gente, con quien se puede hablar de cualquier cosa y luego, espontáneamente, ir a tomar algo así nomás.
Añoro Mendoza, pero soy consciente de que la crueldad inhumana que ha consumado la Argentina, extendiéndose incluso a las nuevas generaciones, convertiría mis recuerdos en una especie de broma de mal gusto. Por eso, con un romanticismo consciente, evoco desde la distancia temporal y física aquellas cosas bellas que me formaron. La Mendoza donde crecí y viví mis primeros años difíciles me hizo quien soy. Esa gente tranquila y soñadora que conocí en mi ciudad permanece viva en mi corazón, y de alguna manera se refleja en otras obras que he escrito.
Gracias, Mendoza. Estoy seguro de que algún día nos volveremos a encontrar.
Luis Fader
Octubre de 2025