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Capítulo 7: El pasado dando pistas

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El maletín continuaba su tranquilo viaje por los canales de agua de Mendoza. Debajo de un pequeño puente de ladrillos en Godoy Cruz, donde el agua se mezclaba con hojas secas y ramitas rotas, la corriente lo empujó contra una roca. Allí quedó atrapado, medio escondido bajo la sombra del arco, como si alguien hubiera decidido detenerlo por un momento.


Desde una casa cercana, un hombre que acababa de regresar del trabajo notó el maletín atascado bajo el puente. Sin pensarlo dos veces, salió caminando rápido, arrastrando sus viejas zapatillas. Con un palo largo, alcanzó a mover el maletín y lo jaló hasta sacarlo del agua. El peso lo sorprendió. La cerradura, vieja y oxidada, se rompió con un movimiento brusco.


De pronto, una luz verde brillante iluminó todo como un relámpago. El hombre retrocedió asustado, cubriéndose los ojos, y soltó el maletín. Este cayó de nuevo al agua con un sonido apagado. Cuando pudo ver bien, el maletín ya se había desatascado y seguía flotando río abajo, llevándose consigo el misterio de esa extraña luz.


– —


A solo diez kilómetros de distancia, en el exclusivo barrio Dalvian, las calles estaban rodeadas por altos muros y hermosos jardines. Domingo Castro, el hombre robusto del museo, estacionó su camioneta Ford F-150 frente a su moderna casa. Llevaba un maletín bien sujeto bajo el brazo, como si temiera que pudiera desaparecer.


Al entrar al garaje, las luces automáticas se encendieron, mostrando herramientas perfectamente colgadas y una moto Harley Davidson brillante. Pero Domingo no prestó atención a nada de eso. Subió directamente a la cocina-comedor y colocó el maletín sobre la mesa de madera. Sus manos temblaban mientras lo abría.


Dentro, sobre un forro de terciopelo negro, había un objeto pequeño. Domingo lo observó en silencio, con los ojos llenos de emoción.


– Por fin – murmuró, cerrando el maletín cuidadosamente – . Por fin.


En ese momento, sintió una gran satisfacción. Años de espera, búsqueda y preparativos habían llegado a su punto final. Pero también sentía algo más, algo que solo él podía entender. Algo que cambiaría todo para siempre.


Mientras tanto, en los canales de Godoy Cruz, el otro maletín seguía su camino hacia lo desconocido, movido por el agua que, poco a poco, lo acercaba al corazón de Mendoza.

El misterio de los Fader

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