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Capítulo 4: El encuentro en Mendoza

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El avión surcaba los cielos, dejando atrás el frío invierno de Moscú. En clase business, Luis y Natalia disfrutaban de la comodidad de sus asientos. Natalia, con un cuaderno de dibujo en su regazo, trazaba líneas suaves y precisas. Sus hábiles y delicadas manos daban vida a un paisaje de viñedos que parecía salido de un sueño. Los trazos eran tan vívidos que casi se podía sentir el aroma de las uvas maduras y el sol acariciando las hojas.


– Nunca dejás de sorprenderme – dijo Luis, observando con admiración el dibujo de Natalia – . ¿Cómo es que una moscovita como vos puede captar tan bien la esencia de los viñedos?


Natalia sonrió, sus ojos brillando con picardía.

– Quizás es porque llevo tanto tiempo soñando con Mendoza que ya la siento parte de mí – respondió, mientras terminaba de sombrear una fila de vides.


Luis la miró con cariño, pero en su expresión había un destello de inquietud. Natalia lo notó y, dejando el lápiz a un lado, lo tomó de la mano.

– Luis, hay algo que no entiendo – dijo con suavidad – . ¿Cómo te volviste rico de repente? No me lo explicaste bien.


Luis soltó una risa nerviosa y desvió la mirada hacia la ventana del avión.

– Ah, ya estamos de nuevo con eso – dijo, intentando aligerar el tono – . ¿Qué tal si te digo que encontré un tesoro enterrado en el patio de mi casa? ¿O que gané la lotería sin comprar un boleto?


Natalia lo miró fijamente, sabiendo que estaba evadiendo la pregunta. Pero en lugar de insistir, simplemente lo abrazó.

– Está bien, Luis – susurró – . No necesito saberlo todo. Solo quiero que estemos juntos.


Luis la abrazó con fuerza, sintiendo un alivio momentáneo. Sin embargo, en lo más profundo de su mente, una sombra de preocupación persistía. Sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentar la verdad.


El avión aterrizó en el aeropuerto El Plumerillo bajo un cielo despejado. Las montañas de los Andes se alzaban majestuosas en el horizonte, sus picos nevados brillando bajo el sol. Natalia quedó boquiabierta al ver el paisaje.

– ¡Es increíble! – exclamó, apretando la mano de Luis – . Nunca había visto algo tan hermoso.


Luis, por su parte, sintió una oleada de emociones al pisar tierra mendocina después de 16 años. Respiró hondo, sintiendo el aire fresco y seco que tanto había extrañado. Sus ojos se humedecieron levemente al recordar los recuerdos de su infancia: los días de verano en los viñedos, las tardes de asados familiares, las risas compartidas con su padre y sus amigos. Mendoza no era solo un lugar; era parte de su identidad.


– ¿Estás bien? – preguntó Natalia, notando la expresión de Luis.


– Sí – respondió Luis, sonriendo con nostalgia – . Es solo que… hace mucho que no estaba acá. Mendoza es mi hogar, y volver después de tanto tiempo es… abrumador.


Natalia lo abrazó, sintiendo la emoción en su voz.

– Entonces esto es aún más especial – dijo – . Estoy feliz de estar acá contigo, en tu tierra.


Luis asintió, agradecido por su comprensión. Juntos, caminaron hacia la terminal, donde Sergio los esperaba con una sonrisa amplia. Al ver a su hijo, lo abrazó con fuerza.

– ¡Luis! ¡Cuánto tiempo! – dijo, emocionado. Luego, se dirigió a Natalia con una mirada cálida – . Y vos debés ser Natalia. Bienvenida a Mendoza, hija.


Natalia sonrió, sintiéndose inmediatamente acogida.

– Gracias, Sergio. Es un honor estar acá.


Sergio los guió hacia su Volkswagen Gacel, un auto clásico que parecía tan mendocino como las montañas que los rodeaban. Mientras se subían al auto, Natalia no podía apartar la vista del paisaje.

– Es como si las montañas nos estuvieran acompañando – comentó, maravillada.


– Así es Mendoza – respondió Sergio, arrancando el auto – . Las montañas son parte de nuestra vida. Y ahora, son parte de la tuya también.


Durante el trayecto, Sergio les habló entusiasmado sobre su nueva finca y los planes que tenía para los viñedos.

– Ya planté las primeras cepas de malbec – dijo, mientras conducía por caminos rodeados de viñas – . Pronto tendremos nuestro primer vino Fader.


Luis sonrió, sintiendo un orgullo inmenso por su padre.

– Es increíble, papá. No puedo esperar para verlo.


Natalia, por su parte, estaba fascinada.

– Sergio, ¿podemos visitar la finca mañana? – preguntó, ansiosa por sumergirse en este nuevo mundo.


– ¡Por supuesto! – respondió Sergio – . Mañana les muestro todo. Pero primero, vamos a casa. Mi esposa los está esperando con un asado mendocino.


Natalia, curiosa, volvió a mirar a Luis.

– Luis, ¿hay alguna diferencia entre el asado mendocino y el asado normal? – preguntó con inocencia.


Luis no pudo evitar soltar una carcajada.

– Claro que hay una diferencia, mi amor – respondió con una sonrisa pícara – . El asado mendocino es correcto, y el normal… bueno, simplemente no lo es.


Natalia lo miró con incredulidad, pero luego se rió.

– ¡Qué manera de pensar! – dijo, dándole un suave codazo – . Bueno, entonces tendré que probarlo para entender qué lo hace tan especial.


– Ya lo vas a ver – dijo Luis, guiñándole un ojo – . El asado mendocino es una experiencia que no se olvida.


– —


Al llegar a la casa de Sergio, el aroma del asado los recibió. La familia Fader estaba lista para recibir a Natalia con los brazos abiertos. Mientras compartían la comida y reían juntos, Luis y Natalia supieron que, sin importar lo que el futuro les deparara, estaban donde debían estar: juntos, en la tierra del sol y del buen vino.


Natalia probó el asado mendocino y sus ojos se iluminaron.

– ¡Es increíble! – exclamó – . Ahora entiendo por qué decís que es el correcto.


Luis sonrió, satisfecho.

– Te lo dije, mi amor. Mendoza tiene algo mágico.


Y así, entre risas, vino y asado, comenzó una nueva etapa en la vida de Luis y Natalia, llena de amor, aventuras y, por supuesto, el mejor asado del mundo. Luis, con el corazón lleno de gratitud, supo que había vuelto a casa, no solo a un lugar, sino a un sentimiento que lo había acompañado toda su vida.


El misterio de los Fader

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