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Capítulo 13: El Secreto de las Montañas Azules
ОглавлениеDomingo Castro, conocido entre «la tribu» como Kurüf («Jaguar» en mapudungun), manejaba su pickup Ford F-150 por la ruta sinuosa que serpenteaba hacia Potrerillos. El paisaje era una sinfonía de verdes y azules: a su izquierda, el río Mendoza dibujaba curvas plateadas entre cañadones de roca rojiza, mientras que a su derecha, las laderas de la precordillera se alzaban cubiertas de molles, algarrobos y retamas. El aire olía a tierra húmeda y a hierbas salvajes, mezclado con el aroma lejano de los pinos que coronaban las cumbres. Potrerillos, enclavado como un diamante entre montañas, parecía suspendido en el tiempo: casitas de adobe con techos de teja, huertas familiares y el eco del viento que susurraba historias antiguas a través de las quebradas.
De pronto, un vehículo de Gendarmería Nacional emergió tras una curva, luces giratorias encendidas. Kurüf apretó el volante, los nudillos blancos. «Ngenechen, amulepe taiñ volkal…» («Dios de la tierra y el cielo, guía mi camino…»), murmuró, invocando al espíritu supremo mapuche que equilibraba el mundo natural y espiritual. Dos gendarmes se acercaron, uno joven y otro veterano, con miradas de sospecha.
– Documentación, por favor – ordenó el mayor, mientras el más joven recorría la caja de la camioneta con desinterés.
Kurüf entregó sus papeles con manos temblorosas. Los gendarmes revisaron unas herramientas, una manta tejida y hasta el motor, pero no notaron el maletín de cuero negro que estaba bajo el asiento del acompañante, camuflado entre bolsas de papas. Tras diez minutos de tensión, el gendarme veterano asintió:
– Siga, señor. Cuidado con las piedras sueltas más adelante.
Al reanudar la marcha, Kurüf exhaló aliviado. Siguió la ruta hasta un paraje solitario cerca de Cerro Plata, donde estacionó frente a un bosquecillo de álamos. Allí lo esperaba Nahuel Kallfü («Azul Fuerte»), un hombre de piel curtida y ojos profundos como lagunas andinas. Vestía un poncho negro con franjas azules, símbolo de su linaje.
– Mari mari, Kurüf – saludó Nahuel en mapudungun, alzando la palma hacia el cielo.
– Mari mari, Toki («Jefe») – respondió Kurüf, inclinando la cabeza.
El diálogo fluyó en la lengua ancestral, entrecortada por el canto de un chingolo en los arbustos:
Nahuel:
– «¿Kom pu che rume akui ta Karl?»
(«¿Karl cumplió con su palabra?»)
Kurüf:
– «Feley, Toki. Ina maletún mu, ka mapu mew. Iñche pepi ñi kellu tañi pu chachay ñi lladkülen.»
(«Sí, Jefe. Aquí está el maletín, con el mapa de la tierra. Él juró que guiará a nuestros ancestros al lugar sagrado tras la derrota.»)
Nahuel:
– «Tüfa müten… ka Karl petu kelluan?»
(«Entonces… ¿Karl obtendrá lo que desea?»)
Kurüf:
– «Feley. Ka rume ñi piwke mew, pünon mew. Iñche yem, ñi kupal mew amuley tañi mongen.»
(«Sí. Si esto es real, su dolor eterno terminará. Él podrá descansar, como prometió.»)
Nahuel asintió gravemente y abrió el maletín. En su interior, un pergamino antiguo mostraba un trazado de líneas rojas que indicaban el camino hacia un valle oculto en las entrañas del Cerro Tupungato, marcado con el símbolo de Treng-Treng, la serpiente creadora mapuche que elevó las montañas para salvar al pueblo del diluvio.
– «¡Küme!» (»¡Bien!») – exclamó Nahuel, antes de llevar dos dedos a sus labios y emitir un silbido agudo que resonó entre las rocas.
Desde los pliegues de la montaña emergieron una docena de hombres y mujeres, vestidos con atuendos tradicionales y armados con lanzas talladas en madera de quila. Nahuel se dirigió a ellos con voz de trueno:
– «¡Kom pu weichafe ka pu lamngen! ¡Kañi pu chachay ñi mongen mew, amuaiñ tañi mapu ñi ruka mew! ¡Ka pünon müten, fey müten ta iñchiñ kañi ad!»
(«¡Guerreros y hermanos! ¡En nombre de nuestros ancestros, marcharemos hacia el corazón de la tierra sagrada! ¡Si esto es cierto, recuperaremos nuestro honor!»)
La tribu alzó sus armas al cielo, coreando un grito gutural que hizo temblar el aire. Mientras descendían hacia un sendero oculto, Kurüf observó el valle con esperanza y temor. Sabía que si el mapa era auténtico, Karl Fader – el hombre atormentado que llevaba siglos buscando redención – finalmente encontraría paz… y los mapuches, la victoria que la historia les había negado.
Pero en las alturas, un cóndor trazó círculos en el cielo, como si advirtiera que el camino estaba plagado de peligros. Se avecinaba el momento de la verdad para la tribu.