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Las circunstancias18

Érase un buen viejo —Diego, Juan o Pedro— que iba ayer tarde por la Calle Real, a horcajadas sobre un borriquillo de anchas orejas. Pero dio la terrible coincidencia de que, al desembocar precipitadamente en el callejón del cuartel, ese pobre viejo y su borrico tropezaron brusca y ciegamente contra el cuerpo de un descuidado transeúnte —Pedro, Juan o Diego— derribándolo a tierra. Y nada más. Pero ese pequeño caso bastó para que alguien que miraba desde las rejillas de una ventana cercana quedárase, de súbito, perplejo, como si hubiera adivinado una profunda y admirable verdad.

Y fue que ante la mente de aquella persona se presentó una interrogación: ¿qué cúmulo de circunstancias, pequeñas o grandes, infinitamente pequeñas o infinitamente grandes, se combinaron para que ese viejecillo inocente llegara a este sitio en el preciso momento en que un transeúnte desembocaba ahí mismo? ¿Y este oscuro transeúnte por qué no salió de su casa un minuto antes o después, por qué no se detuvo en la esquina anterior a conversar con un amigo, o por qué, si lo hizo así, despidióse en el instante necesario para llegar a tiempo de tropezar con el borrico y su caballero?

Es un pequeño misterio tan grande como el de la persona que se ha ganado ayer la lotería y como el de un niño que juega con arena en medio de la calle.

Porque todo acto, el más insignificante, es consecuencia de otros actos anteriores, cuya proximidad va disminuyendo hacia atrás, hasta el infinito. Un individuo compra a las 11 de la mañana un billete de lotería en la Plaza de Bolívar. Pues ese hombre ha sido llevado allí por una serie de circunstancias inmediatas que pueden ser, por ejemplo, el haberse detenido diez minutos en la plaza, el tener en el bolsillo dinero suelto, el haber almorzado media hora antes que de costumbre, el estar alegre, etc.; y de otras más o menos remotas o remotísimas o infinitas al través de su vida y de la vida de sus padres y de sus abuelos y prosiguen y se pierden en los orígenes del hombre y más allá hasta la oscura formación de los mundos... Además, ese acto, sin trascendencia al parecer, se relaciona íntimamente y se complementa con otros innumerables: porque para adquirir aquel billete debe haber pasado por ahí una persona vendiéndolos; tiene también que existir la lotería y los dueños de ese negocio. Ved pues cómo a lo largo de esas otras existencias se va alargando una inconmensurable serie de circunstancias, de movimientos, y de hechos que influirán en el futuro y que son al mismo tiempo efectos directos o indirectos de actos pretéritos o coexistentes, próximos o lejanos: la influencia de Marte, un movimiento socialista en Berlín o un decreto que hace cinco mil años dictó el Emperador de la China.

Por eso la guerra europea y el movimiento de la negra manecilla de este reloj tienen, sin duda, la misma razón de ser y una trascendencia igual, tal vez, pero cuya categoría en el universo es bien difícil de definir.

* * *

Así hablaba esta mañana, aquí en la redacción, un pequeño filósofo que cree de buena fe dar a cada paso con un sentido recóndito y nuevo de las cosas, pero que sólo desentierra muchas viejas mentiras.

El Universal, “Glosas insignificantes”,

Barranquilla, 21 de diciembre de 1918.

18 Este es el primer texto que aparece escrito por Tejada después de su llegada a Barranquilla; seguramente hizo parte de sus “Glosas insignificantes” en El Universal. En todo caso, también fue reproducido por El Espectador de Bogotá el 28 de diciembre de 1918.

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