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ОглавлениеObreros
La huelga de Girardot, que adquiere proporciones considerables según dicen los telegramas, prolonga aún la actualidad que los últimos sucesos capitalinos dieron al problema obrero, actualidad que no se ha aprovechado convenientemente para estudiar y discutir a fondo ese problema.
En las frívolas circulares oficiales y en los terribles discursos de la prensa, preocupados unos y otros por echarse la culpa de un infausto acontecimiento, se ha pasado con imperdonable ligereza sobre el carácter íntimo de aquel trágico suceso, que no implicó tal vez la exteriorización del odio de un pueblo a un gobierno, ni fue seguramente una mera agitación política, sino más bien el principio de una serie de conmociones puramente sociales que se irán sucediendo, cada día con más poderosas proporciones.
Alguien dijo que en Colombia, donde no hay capitalismo, no existe tampoco una clase proletaria, perfectamente definida. Eso está bien, pero no significa que aquella clase no vaya a existir algún día, tal vez más cercano de lo que muchos pudiéramos creer.
Este país va orientándose lentamente por una vía de industrialismo: poco a poco las fábricas se multiplicarán, las maquinarias crujirán en los talleres, las empresas más diversas florecerán en todas partes, y esto traerá un aumento proporcional y correspondiente del elemento obrero, y un robustecimiento del capitalismo, ya que la riqueza se irá acrecentando y concentrando. Entonces se hará una diferenciación perceptible entre esas dos clases que hoy apenas se insinúan vagamente. Esa diferenciación, o traerá la oposición lógica entre el proletariado y el capitalismo, y veremos en nuestras ciudades hoy silenciosas la lucha de clases, con los caracteres trágicos que asumió en un tiempo, y asume todavía, en todas partes: en Buenos Aires, en Berlín, en Nueva York, en Petersburgo. ¡Aún presenciaremos muchas jornadas de Marzo, aún las ametralladoras y las bocas negras de los fusiles rugirán en las calles y habrá más sangre y más lágrimas!
El obrerismo, hasta ahora incipiente y disgregado, por el ejemplo del extranjero quizá, ya por convicción natural, va adquiriendo ya conciencia de su fuerza, se congrega, se organiza, exige y amenaza, y hasta empieza a constituirse en partidos que tratan de incorporarse a las grandes asociaciones socialistas mundiales.
Quienes no simpatizan del todo con las teorías socialistas y difieren en opinión y en ideales de los programas propuestos por aquellas grandes masas, pero siguen con alguna curiosidad expectante el prodigioso movimiento social que, desde la Revolución Francesa, invade el mundo como una avalancha y está destinado a triunfar, esperan con cierto angustioso estupor el advenimiento de los grandes sucesos que se cumplirán en el país, como consecuencia inevitable de la evolución popular y el resultado final que en el mundo entero tendrá el formidable incremento que el obrerismo está adquiriendo y adquirirá aún después de la guerra.
Los obreros y las mujeres constituyen las dos poderosas fuerzas sociales que se han definido hoy, con rasgos enérgicos. Ya Míster Wilson proclamó la llegada a primera línea, después de un éxodo oscuro de siglos a través de la historia, de esos hombres humildes, de manos encallecidas, que son tenidos al fin como algo influyente y considerable en la resolución de los destinos humanos. Pero Míster Wilson no se atrevió a profetizar hasta dónde llegará esa influencia temible.
En su anhelo de reivindicación, en su ansia de libertad, después de una opresión milenaria, el hombre de la azada, del martillo o del escoplo, es duro, es cruel cuando llega por cualquier camino que sea al ejercicio del poder. Empieza por imponer sus condiciones al capitalista y al gobernante y concluye, como en Rusia, por ahogar en sangre, con razón tal vez, las viejas aristocracias.
Sólo que después suele constituirse en César, más sañudo, más implacable, más férreo que el autócrata. Entonces llega el gobierno de los Sóviets. La tiranía de la Democracia.
Rigoletto, “Editorial”, Barranquilla, 9 de abril de 1919.