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Don Fidel Cano

Apenas se supo la dolorosa noticia de la muerte de don Fidel Cano, el señor Presidente de la República, que viajaba entonces a bordo del vapor fluvial Pérez Rosa, expidió un decreto de honores, sereno y ecuánime, que enaltece al mandatario y hace justicia a la memoria del insigne patricio desaparecido.

Cuando el castizo escritor, que es al mismo tiempo primer Magistrado de la nación, llama al gran periodista muerto “modelo de ciudadanos” creemos que quiso dar a este último vocablo cierto sentido elevado que debe tener en la vida republicana: ciudadano, aquel que ha acumulado un número máximo de virtudes cívicas y privadas, el hombre perfecto en sus relaciones con la patria, con la ciudad, con la familia y con el prójimo.

Don Fidel Cano era, además, y lo seguirá siendo en la historia del país, uno de aquellos raros hombres públicos que han surgido sin mácula del turbio torbellino de nuestras luchas democráticas. En su agitada vida de trabajo de combate, llena de triunfos bravos y de gloriosas derrotas, supo alcanzar un altísimo grado de valor moral suficiente para no contaminarse del lodo de las pequeñas ambiciones, en férvidas épocas de confusión en que todos los rectos senderos de la justicia y de la virtud se borraban al paso de las pasiones desenfrenadas. Por eso, don Fidel Cano no es ya sólo una gloria del partido al que pertenecía; lentamente fuese saliendo su nombre del radio de admiración de sus copartidarios para entrar a ser admirado y respetado por todos aquellos matriculados en cualesquiera asociaciones políticas que profesan, antes que el amor al partido, el amor a la patria y a los verdaderos hombres de la patria. Su nombre, pues, es un nombre nacional, es lo que pudiéramos llamar un nombre símbolo. Porque, siempre, quienes quieran personificar algo que deba ser como un “modelo de ciudadanos”, quienes quieran simbolizar, en dos sencillas palabras, un vago ideal de perfección moral a que todos aspiramos, acudirán al nombre de este patricio para izarlo como una bandera de bondad.

Hoy, como siempre, el tiempo ha vencido a la carne, y el cuerpo austero de don Fidel Cano no está ya con nosotros. ¿Pero no creéis que el espíritu inmortal de los varones eminentes se eterniza en la conciencia de las generaciones futuras?

La Nación, “Cotidianas”, Barranquilla, 16 de enero de 1919.

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