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La política extranjera: bolshevikismo

Ya que esta exótica palabreja ha tenido en los últimos días cierta resonancia en el país, estaría bien que quienes tan perverso uso hacen de ella, arrojándola como calificativo denigrante al rostro de los partidos oposicionistas, trataran al menos de profundizar un poco en su sentido y de estudiar el movimiento avasallador que bajo ese rótulo eslavo amenaza invadir el mundo entero, trastornando los viejos valores políticos, sociales y religiosos que hoy imperan.

Ninguno, sin embargo, de los que hacen arma de combate de toda palabra incomprendida y sonora, de los que hablan de socialismo, anarquismo y bolshevikismo a propósito de cualquiera manifestación popular, más o menos pacífica, inocente y modesta, ha tratado de aplicar una gota de análisis o una migaja de observación a ese vastísimo fenómeno que se presenta en Rusia, y que es como una embriaguez de libertad, reacción lógica contra la opresión milenaria de los zares.

También es verdad que acá sólo sabemos de eso lo que dicen las agencias de información, establecimientos fabricantes de noticias justamente desacreditados. Parece que en Europa Occidental, las entidades y personas a quienes interesa más, no han logrado formarse aún tampoco una cabal idea de lo que es, o puede ser, en el fondo, el movimiento ruso.

La Conferencia de la Paz, cuando tan grave asunto iba a discutirse, apeló, para informarse, al testimonio del Dr. Scavenius, embajador de Dinamarca en Petrogrado, quien relató algunas escenas de sangre y de muerte, es cierto, pero no expuso las ideas, la parte teórica que necesariamente ha de existir para justificar todos aquellos hechos terribles.

Juzgando por deducción, y pensando que el acto es siempre tanto más enérgico cuanto más intensa sea la idea que nos domine y que nos impulse a ejecutarlo, podría asegurarse que a esos hombres feroces, salvajes, que incendian y asesinan, que saltan sobre los conceptos sagrados de propiedad, de vida, de tradición, ha de animarlos un ideal supremo, trascendente. Caracteriza a esos desgreñados apóstoles de la estepa un neocristianismo sencillo, un sentimiento puro de amor a los humildes, de justicia, un misticismo fervoroso que hace pensar a veces en el advenimiento de algún nuevo Cristo que llegue desde el fondo de aquella raza misteriosa predicando la religión desconocida del porvenir.

Los bolsheviques, en sus métodos de propaganda, con el asesinato, con el incendio, con la destrucción, en fin, tienen al parecer un punto de contacto con los anarquistas, que hacen réclame a sus teorías con la bomba y con el puñal; lo que Paul Brousse llamó: “La propaganda por el hecho”. ¿Pero serán, en el fondo, los ideales revolucionarios rusos tan amables, tan bellos y tan humanitarios como los ideales anarquistas? ¿Quién lo sabe? Los maximalistas no han dicho aún qué es lo que piensan construir sobre las ruinas de Europa.

Pero el mundo timorato, el mundo militarista y conservador de hoy se ha inquietado y toma una actitud defensiva. Las graves y grandes potencias se aprestan para contener la ingente invasión que aparece en Oriente; los viejos partidos socialistas, moderados, pacíficos, protestan en masa contra esos temibles perturbadores que izan la bandera roja como un símbolo trágico; Ramsay MacDonald, delegado del socialismo avanzado inglés, ruge contra ellos en la Conferencia de la Paz con la aprobación unánime de los asistentes, incluso los mayoristas21 alemanes.

Todos los que bendicen aún a la Revolución Francesa, porque disfrutan de las libertades que engendró y no piensan ya en la sangre inocente que se derramó, ni en las iniquidades que se cometieron para poder hacer posibles esas libertades, se alían ahora con los poderes constituidos contra la fiera avalancha revolucionaria.

Sin embargo, podremos creer todavía que aquellas turbas de ilusos que creen sinceramente en una posible y total reconstrucción del mundo serán exterminadas convenientemente. Recordemos la sugestiva frase de Trotsky, en Brest-Litovsk, cuando los delegados alemanes exclamaron: “¿Con qué cañones vais a respaldar vuestras peticiones?”. Y Trotsky dijo: “No, no hay cañones. Pero nosotros somos contagiosos”.

Y es el contagio bolshevique, como bacilo invisible de libertad, el que aparece súbitamente en Berlín, en Viena, en Budapest, en Nueva York, en Buenos Aires, y el que se irá propagando más aún, haciendo presa en los desheredados, en los descontentos, en los rebeldes, que existen en todas partes y en todas partes están listos a aprovechar la hora de las reivindicaciones.

Una interrogación: ¿Qué sucederá? ¿Presenciaremos la hecatombe, veremos entonces nuestros templos y nuestros hogares subir en cenizas al cielo, hasta contemplar una nueva aurora, o nos resignaremos a que el mundo siga, como siempre, marchando sobre sus ruedas mohosas?

Rigoletto, “Editorial”, Barranquilla, 2 de abril de 1919.

21 Para Tejada y otros escritores hispanoamericanos de aquellos años, la traducción de la palabra bolchevique se basó en la comprensión de que se trataba del grupo mayoritario del partido socialdemócrata ruso. Por esa razón, en vez de bolcheviques, Tejada a veces dijo “maximalistas” o “mayoristas”.

Nueva antología de Luis Tejada

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