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El comienzo de la causa
ОглавлениеA Pedro Etchebest Rodríguez le gusta manejar despacio, por lo que tardó un poco más de cuatro horas en llegar a Dolores desde Capital Federal. El empresario y chacarero que por los 90 compró unos campos en la provincia de Buenos Aires quiso poner punto final a las extorsiones de Marcelo Sebastián D’Alessio. Su amigo y representante legal, José Nigro, no había podido acompañarlo, así que los 300 kilómetros los transitó en soledad. Llevaba en sus espaldas una angustia que lo había consumido durante 30 días. ¿Qué iba a pasar? ¿Iba a ser el final? ¿Conseguiría paz? ¿Volvería a tener las riendas de su vida? No escuchó radio, prefirió el silencio que acompaña el andar de la ruta.
Pensó en Victoria y en sus dos hijos, Matías y Pedro Gastón. Incluso, uno de ellos había estado presente aquel 8 de enero en el balneario CR de Pinamar. Esa jornada, previo arreglo que había realizado Julieta, la secretaria de D’Alessio, Pedro Etchebest fue trasladado desde su casa hasta la vivienda del barrio Saint Thomas Este de la localidad de Canning, donde el hombre con contactos en todos los ámbitos los esperaba para emprender viaje. Por esos días, el espía, al ver que estaba algo escéptico a creer que podía tener acceso directo a la Causa Cuadernos y que uno de los arrepentidos podía nombrarlo si no abonaba una importante cantidad de dinero, lo llevó a la ciudad balnearia que elige la dirigencia política y judicial para descansar durante el estío. Y así iba a ver con sus propios ojos quiénes eran los contactos con los que se regodeaba.
Tanto el viaje de ida como de vuelta en la Range Rover, patente AB 908 FA, fueron grabados por Pedro Etchebest. El chacarero ponía su iPhone en modo avión para no recibir llamadas, apretaba rec y guardaba su móvil en el bolsillo. En el balneario CR de Pinamar, Matías, uno de sus dos hijos, estuvo en la confitería, tomó fotos del encuentro y hasta filmó unos segundos. En esas imágenes, que forman parte de la investigación judicial, se pudo ver al espía D’Alessio vistiendo una remera manga corta color amarillo pastel, pantalón blanco y zapatillas Nike grises. El fiscal Carlos Stornelli, que era la persona con quien se iba a reunir el espía, llevaba una remera y short negros y ojotas, y durante unos minutos de las más de tres horas que duró el encuentro estuvo Gustavo Adolfo Ruberto Sáenz Stiro, quien en ese entonces era intendente de Salta. El dirigente del norte argentino estaba vacacionando en el lugar, los reconoció a lo lejos y se acercó a saludarlos.
En ningún momento Pedro Etchebest Rodríguez compartió café con la dupla en cuestión, así como tampoco pudo escuchar la charla. Se limitó a ser un espectador del encuentro desde otra mesa. Ello le permitió observar la amistosa relación entre las partes; los veía sonreír y hablar fluidamente. En un determinado momento del encuentro, D’Alessio comenzó a tomar nota en una pequeña libreta marrón de símil cuero con la palabra “Orígenes” grabada sobre la tapa. A medida que las tazas de café y jugos de los dos hombres de poder se iban vaciando, Etchebest comprobó que nada de lo vivido era parte de un embuste, sino que era verosímil. Sus tan temidas presunciones se convirtieron en realidad.
Los primeros cuarenta minutos de la reunión que había comenzado a las 11 de la mañana fueron suficientes para comprender que, si no hacía algo, podía quedar preso de D’Alessio. Pasado ese tiempo, Etchebest fue al sector de la confitería que estaba al aire libre y se sentó en uno de los sillones de espaldas al mar. Pidió una gaseosa para saciar la sed que le producían los más de 30° de temperatura.
Sintió alivio por haber grabado cada segundo de las charlas que había mantenido desde el 31 de diciembre a la fecha. Pero no por ello dejó de temer por su vida y la de su familia. Estaba completamente seguro de que, si no hacía lo que le pedían, si no abonaba el dinero requerido, iba a terminar enterrado varios metros bajo tierra.
Durante el viaje al balneario de Pinamar el 8 de enero, el espía le había confesado que en algún momento del encuentro lo iba a llamar para que conociera al fiscal y así “cerrar el acuerdo”. Mientras aguardaba esa señal, Pedro Etchebest fue al baño del parador. A la salida de este estaban los dos personajes frente a sus ojos. D’Alessio los presentó:
“Este es el señor Pedro”, introdujo el hombre de contactos en todas partes.
“Mucho gusto, un placer”, dijo Stornelli y le extendió la mano.
El apretón de manos fue suficiente para dar por cerrado el pacto. La reverencia quedó grabada por las cámaras de seguridad. Luego de ello, D’Alessio y Etchebest emprendieron su regreso.
La vuelta a Ciudad de Buenos Aires fue un martirio. Marcelo Sebastián le reiteró en varias oportunidades que había llegado el momento de hacer su parte: abonar U$300.000 para salir ileso de la situación. Le explicó que la cifra original era más alta, pero que uno de los motivos del encuentro había sido para negociar el monto. Según el espía, el número “300” lo había escrito el propio fiscal en la libreta “Orígenes” de símil cuero que este le mostró a Etchebest para que terminara de convencerse.
El pago incluía un porcentaje para D’Alessio por los servicios prestados, otro para Stornelli, quien le haría una “cortada de boleto”, y el resto iría a las arcas del señor juez de la causa, Claudio Bonadio. Era fundamental que todos quedaran contentos y satisfechos para que el arrepentido Juan Manuel Campillo, de la misma forma que supuestamente se había acordado de su existencia, se olvidara de él, y así Etchebest desaparecería de una causa, sin importar si era culpable o inocente de vaya a saber qué tipo de delito le podrían haber tipificado.
El chacarero insistió varias veces en que no contaba con ese flujo de capital y D’Alessio le recordó que podía pedírselo a sus hijos. “Pueden vender algunas de sus propiedades”, le retrucó. El espía tenía conocimiento de cada uno de los integrantes de la familia Etchebest y de las actividades que realizaban.
Luego del encuentro en Pinamar hasta el día de la denuncia, el chacarero vivió una verdadera persecución y paranoia. Dormía un máximo de cinco horas. Tenía constantes jaquecas. Su humor había cambiado y estaba a la defensiva hasta con sus seres más cercanos. Casi que no salía de su casa, y si lo hacía, miraba en las esquinas de cada cuadra buscando figuras de humanos que nunca encontró. Cada vez que el espía le escribía o lo llamaba para extorsionarlo y recordarle que debía hacer su parte, este le pedía más tiempo y le rogaba comprensión ante la situación. Pero la paciencia de Marcelo Sebastián iba en detrimento y las intimidaciones en aumento hasta el punto de hacerle sentir a Pedro palpitaciones en exceso.
Todo ese pesar recordó en el camino a Dolores aquel 28 de enero. En el asiento delantero de su auto había llevado una carpeta con 24 archivos digitales –capturas de pantalla y fotografías– y un pendrive con todas las amenazas grabadas y filmaciones que daban un total aproximado de 843 minutos. Alrededor de las 10 de la mañana de ese lunes, después de haber dado varias vueltas para encontrar el Juzgado Federal, Etchebest arribó a destino. Se presentó ante el policía que aparcaba en la entrada al lugar, subió las escaleras hacia el primer piso y, en la ventana de la mesa de entradas, se presentó ante la empleada de turno, quien le pidió que aguardase unos minutos. Sentado en uno de los bancos del lugar, esperó un poco más de una hora.
La mujer que lo había atendido golpeó la puerta del despacho de Ramos Padilla y le informó de su presencia. El juez estaba leyendo unas causas y dando giro a otras. Tomó nota del suceso y continuó con su labor. A las 11:30 horas, Pedro Etchebest Rodríguez estuvo por primera vez frente a Alejo Ramos Padilla. Titubeando ante cada palabra y secándose la transpiración de su rostro, le confesó que estaba siendo víctima de una extorsión, que tenía grabaciones y videos que lo corroboraban y que tenía un escrito para presentar.
El ahora denunciante generó más dudas que convicciones en el magistrado. Por eso, Ramos Padilla –haciendo caso a su intuición– llamó a la Fiscal Federal subrogante Natalia Corbetta, para entre los dos tomarle declaración e iniciar un expediente.
La declaración/confesión duró varias horas. La fiscal Corbetta y Ramos Padilla preguntaron desde la ignorancia de lo vivido; le pidieron que fuera minucioso y detallista, que dijera todo lo que recordaba y explicara cada una de las pruebas. Etchebest denunció la extorsión en curso y la intimidación de Marcelo Sebastián D’Alessio. Justificó por qué y cómo lo grabó, detalló su actividad laboral, exhibió las pruebas, fundamentó quién era el hombre que se hacía pasar por espía y cómo lo conocía. Tipeo tras tipeo, las hojas en blanco se fueron llenando de palabras. Finalizada la declaración testimonial, le indicaron a Etchebest que debía volver al día siguiente a ratificar lo exhibido.
En principio, Ramos Padilla creyó que se trataba de un caso conocido en la jerga como “fiscal girado”, es decir que un tercero (Marcelo D’Alessio) exige dinero en nombre de, en este caso, el Fiscal Federal Carlos Ernesto Stornelli. Incluso con la declaración testimonial en sus manos y las pruebas presentadas, había piezas del rompecabezas que al magistrado parecían no concordarle con la imagen descripta y declarada por Etchebest. Amén de ello, actuó con las herramientas que tenía para dar fin a la supuesta extorsión en curso.
A pesar de haber aportado toda la documentación que poseía, Etchebest seguía intranquilo. Incluso la angustia que lo había consumido los últimos días la sentía con más presencia en su ser. Sabía que, si D’Alessio se enteraba de la jugada que acababa de hacer, su vida podía terminar en un segundo. Por eso, sin pelos en la lengua, antes de retirarse del Juzgado les dijo con plena convicción, a Ramos Padilla y a Corbetta: “Tengo temor de que lo obliguen a Campillo a decir algo, pero también tengo temor que me quieran poner alguna cosa en mi casa, droga o algo. Porque D’Alessio refiere que él se dedica a eso, con gente que se dedica a eso, que ha plantado droga. Quiero dejar constancia de eso por si alguna vez me pasa algo (…) No sé qué hacer para resguardar a mi familia, a ver si le pasa algo. Si a mí me pasa algo, él es responsable, D’Alessio”7.
Tras dicha confesión, Etchebest se retiró a paso firme y con la frente en alto. El juez y la fiscal se miraron a los ojos y percataron la sorpresa que percibían sus retinas. Habían quedado más que sorprendidos con lo ocurrido y no dejaban de preguntarse interiormente si todo lo relatado podía ser, efectivamente, verdad. La extorsión en curso había quedado evidenciada y la fiscal ya estaba pensando en las pruebas que iba a solicitar y en cómo iba a seguir.
* * *
Veinticuatro horas más tarde, el martes 29 de enero, Pedro Etchebest Rodríguez volvió a Dolores y ratificó cada palabra, acento, punto y coma que declaró. Lo acompañó su hijo Matías Albano Etchebest Rodríguez, a quien también le tomaron declaración. En la misma jornada la fiscal Corbetta dio curso y pidió la intervención del teléfono celular de Marcelo Sebastián D’Alessio. Envió un oficio a la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), y Prefectura Naval Argentina se encargó de realizar una escucha directa. Con el correr de los días, en el Juzgado Federal de Dolores, pudieron constatar que D’Alessio hablaba con comisarios de la provincia de Buenos Aires, empresarios, empleados de la AFIP, de la justicia y de la política, entre otros. La intervención al celular dio resultados concretos y dejó entrever que la extorsión era uno de los varios delitos que realizaba.
En la declaración del hijo de Etchebest, Matías Albano, este detalló cómo vivió la mañana del 8 de enero, día en que vio por primera vez al fiscal federal Carlos Ernesto Stornelli y al espía Marcelo Sebastián D’Alessio en el parador de la ciudad balnearia. El joven arribó al lugar a las 10:20 de la mañana. Fue el primero en llegar. Tuvo tiempo para elegir una ubicación que le diera una visión panorámica de todas las mesas de la confitería. Había dos personas más, una de ellas tendría unos 50 años, pelo castaño oscuro, con barba candado y de 1,70 de altura que se retiró y volvió a la media hora aproximadamente. Era Gustavo Adolfo Ruberto Sáenz Stiro, el intendente salteño que formó parte, por unos minutos, del cónclave entre el espía y el fiscal.
Para no levantar sospechas, Matías pidió un agua con gas y, mientras saciaba su sed, escuchó la voz de su padre. Lo reconoció a través del reflejo de un vidrio y se quedó de espaldas para no ser detectado. La dupla de ingresantes al local se sentó a dos mesas de su ubicación. Minutos después, D’Alessio se paró y se ubicó a unos siete metros de distancia. Carlos Stornelli apareció en escena y saludó a su amigo con un abrazo. Matías sacó fotos y filmó algunos segundos.
Durante el encuentro, notó que el fiscal federal, además de charlar con D’Alessio, le mostró unos relojes antiguos. El hecho dejaba entrever una relación entre las partes de cercanía y complicidad más directa. De no ser así, ¿se hubiera tomado el tiempo Stornelli de elegir algunos de sus preciados relojes de colección, colocarlos en un elegante maletín de cuero y llevarlos al encuentro?
Cierto es que la afición por los relojes antiguos es un hobby que el funcionario público posee y comparte con varios miembros del sistema judicial. En Capital Federal algunos de ellos suelen comprar y pasar el tiempo en una coqueta relojería sobre la calle Posadas, a metros de Patio Bullrich.
Para llegar a ser el fiscal federal más importante de Argentina, Carlos Ernesto Stornelli formó una vasta trayectoria en la Justicia. En la década de los 90 al funcionario público lo bautizaron con un sobrenombre: “Stoberlli”. ¿Por qué? Porque antes de tener la resonante causa por contrabando de armas contra el entonces presidente Carlos Saúl Menem, el fiscal era estimado por esa casta política. Incluso ese espacio recordaba que en 1994 había sobreseído, de manera provisional, a Amira Yoma, excuñada y secretaria de Audiencias del entonces presidente Menem8. Pero luego la biblioteca jurídica de Stornelli tomó otro rumbo que lo llevó a dejar de ser tan amigo de ese poder.
Años más tarde, en 2007 se pidió licencia de la Fiscalía Federal N° 4, y juró como ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. El gobernador bonaerense era nada más ni nada menos que su buen amigo Daniel Osvaldo Scioli. Estuvo tres años en el cargo. Cuando volvió a Comodoro Py, el epicentro de la justicia federal, Stornelli llevó adelante causas rimbombantes como el “Caso Skanska”, una investigación sobre una compañía sueca con sede en Argentina dedicada a la construcción de gran envergadura. La compañía reconoció haber pagado “comisiones indebidas”, coimas en el léxico callejero, a funcionarios cercanos al entonces ministro de Planificación Federal, Julio De Vido9.
Sin embargo, durante la gestión del macrismo y con la explosión de la investigación en Dolores, el funcionario sufriría una mutación en su apodo; ahora sería conocido por ser “Extorsionelli”10.
* * *
Matías Albano Etchebest Rodríguez también declaró que, luego de haber vislumbrado los relojes, el intendente salteño Gustavo Sáenz apareció en escena. Para no levantar sospechas, a las 11:40 de la mañana pidió otra agua con gas y un tostado. Satisfecho con la evidencia generada se fue del lugar. “Esta gente miraba para todos lados y éramos pocos los que nos hallábamos dentro de la confitería”11, confesó. Pidió la cuenta, pagó $270 y se retiró por una puerta trasera cercana al baño de hombres.
Tras declarar su hijo, Etchebest explicó que se ausentaría varios días por su “seguridad”, ya que el primero de febrero sería la fecha en que probablemente D’Alessio volviese a contactarlo. Aclaró que a través de su abogado y ahora querellante, Edgardo José Nigro, seguiría aportando nueva información de lo que aconteciera.