Читать книгу El estatuto del Prácticum externo: aspectos jurídicos-sociales comparados - María Luisa Gómez Jiménez - Страница 37
5. Valoración de los programas universitarios por parte de los dos principales actores: alumnos y empresas
ОглавлениеComo consecuencia de estas deficiencias la colaboración en prácticas entre universidades y empresas se presenta como un sistema con enorme potencial en su crecimiento aunque aún inmaduro. Vilanova y Tarruella (2011) destacaron que las empresas han calificado a sus alumnos de la Universidad de Lleida con la nota más alta en voluntad (81,4%) y capacidad de integración (75,7%), pero esta calificación bajaba hasta un 54,3% al preguntar por sus habilidades y a un 31,9% por su formación previa. Los alumnos son aún más severos al contestar a esta última pregunta: sólo un 16% piensa que su formación previa es muy buena. Por otra parte, el nuevo escenario de convivencia y trabajo abordado por los alumnos en el ámbito empresarial conlleva asumir cierto choque cultural, a lo que se une el hecho de que la coincidencia de intereses y objetivos entre estos y los miembros de la organización es sólo parcial. El mencionado estudio recoge opiniones de los alumnos que valoran a los responsables de la empresa de manera inversa a su posición jerárquica. Los trabajadores de su entorno recibían la mejor valoración, los mandos intermedios algo menos y los gerentes y directivos la más baja. Esta situación delata que el alumno padece la asimetría de sus relaciones en la empresa. Asimismo, el rol del becario soporta determinadas amenazas del entorno “Hay que señalar como una amenaza el riesgo de que en el imaginario social arraiguen definitivamente los estereotipos –que, como todos los estereotipos, tienen cierto fundamento real– del becario al que sólo se encarga hacer fotocopias, rellenar bases de datos, preparar café… y que, en definitiva, es utilizado, en el peor sentido de la palabra, como mano de obra barata para tareas rutinarias y poco formativas. Otros clichés, afortunadamente menos extendidos, podrían tener un efecto mucho más dañino, como el que advierte que el tutor está formando a la persona que más pronto o más tarde le desplazará de su trabajo.” García Delgado (2002: 7-8). Desafortunadamente, los síntomas de la degradación del rol de becario en prácticas están confirmados, si bien debemos ser prudentes ante una excesiva generalización del fenómeno.
En el estudio de caso presentado por Vallejo y Herrera (2016) los alumnos centran sus demandas hacia las empresas y el programa de prácticas en los siguientes aspectos:
− Ciertas dificultades para que los tutores de empresa dediquen tiempo al alumnado, para escuchar y planificar sus actuaciones. Esta carencia fue más notoria en las pequeñas empresas. Mostrando las grandes una mejor articulación de los procesos de tutorización.
− La tendencia a utilizar las prácticas para cubrir determinadas tareas de rutinarias y que no son populares entre los empleados de la plantilla: archivos o actualización de bases de datos. Asimismo, se contempla –como posible amenaza– que algunas empresas acumulen tareas residuales deliberadamente en espera de que lleguen los alumnos en prácticas a hacer la “limpieza”. Esto, sin duda, es un factor que da y dará trabajo a los gestores universitarios.
− El éxodo estival: la rotación del personal por el disfrute de periodos vacacionales no facilita la inserción de los universitarios.
− Dificultades para lograr una óptima inserción laboral a través de las prácticas: los alumnos echan de menos una mayor conexión del programa de prácticas con el reclutamiento de personal de las propias organizaciones.
Por otra parte, el mismo estudio resume así las demandas de las empresas hacia el alumnado y la propia universidad:
− Deficiente nivel en idiomas: las empresas entienden que los alumnos pierden potencial de cara a su inserción laboral, además de quedar al margen de cubrir determinados puestos o tareas que requieren estas capacidades.
− Las limitaciones horarias del programa de prácticas (5 horas diarias), que no siempre se adapta a las necesidades reales de la empresa. Algunas empresas reivindican ser las gestoras de sus propios horarios, debiendo además de acatar condiciones distintas a las de los propios empleados.
− La breve duración de los periodos hace difícil la adaptación a empresas a las que el alumno sube como a un “tren en marcha”. La empresa lucha por dar continuamente respuesta a su entorno, mientras relativiza los esfuerzos invertidos en la formación e integración de los becarios. Sus esfuerzos formativos se centran en el personal con ciertas perspectivas de permanencia, y resulta más difícil que lo hagan con universitarios en colaboraciones esporádicas de algunos meses.
− La necesidad de intensificar demasiado la supervisión de algunas tareas, debido a las lagunas en conocimientos y capacidades que adolecen algunos alumnos. Este es el caso del reiterado discurso en las empresas de que los alumnos ya no escriben como antes. En el momento que los supervisores deben dedicar “demasiado” tiempo a pulir las tareas de los alumnos en prácticas, dejan de percibir la colaboración como productiva.
En cuanto a los aspectos favorables del programa de prácticas resaltados en este estudio, debemos destacar –entre las empresas– la impresión generalizada de que el programa es una buena vía para conocer nuevos candidatos para ocupar potenciales puestos de trabajo, a un coste razonable y sin recurrir a una relación laboral más comprometedora. Asimismo, se cree que es una buena herramienta para dar respuesta en etapas de fuerte demanda de personal. Por parte de los alumnos, el programa brinda una buena oportunidad para vivir “una primera experiencia laboral”, facilita aprendizajes y experiencias que están fuera del alcance de las aulas, permite “hacer currículum” –al menos deja de estar en blanco– y establecer algunos contactos que les puedan orientar sobre sus posibilidades en el mercado laboral. Los alumnos destacaron este hecho por la inseguridad que implicaba lanzarse a la búsqueda de oportunidades de empleo con el “marcador a cero”.
Por otra parte, los resultados presentados en el trabajo de Ferrández-Berrueco y Sánchez-Tarazaga (2019), acerca de las motivaciones y demandas de las empresas, nos indica:
(…) que las entidades colaboran, sobre todo, movidas por principios de Responsabilidad Social Corporativa, aunque subyacente a esa motivación aparece la selección de potenciales futuros empleados como base de la colaboración. En el terreno de las demandas, aparecen el de mejorar la calidad, cantidad y formas de relación entre ambas organizaciones, así como la posibilidad de disfrutar de beneficios en la utilización de servicios universitarios. Al hablar de colaboración entre universidad y empresa para la docencia en nuestro país, en términos generales, parece hablarse de relación unidireccional. Las universidades muestran un cierto desinterés por mantener y fidelizar dicha relación. De hecho, esta preocupación parece estar más vinculada a la localización de los puestos de prácticas que a la idoneidad específica de estos. Además, dichas prácticas suelen estar diseñadas únicamente por profesorado universitario no teniendo en cuenta las necesidades reales del mercado laboral. Ferrández-Berrueco, 2019: 1).
En esta línea también se pronuncian Ferrández-Berrueco, Kekale y Sánchez-Tarazaga (2016), que afirman que la universidad frecuentemente olvida que la empresa espera alguna compensación, sin mostrar preocupación por sus expectativas. De hecho, la mayoría de las empresas declara que desconocía la posibilidad de realizar colaboraciones participando en las propias aulas (clases, seminarios, conferencias…), se trata de actividades de divulgación que permite al as empresas darse a conocer y fomentar su red de contactos, aspecto en el que estamos bastante a la zaga de otros países europeos (véase también Koski, 2017), además se da un escaso contacto con el profesorado de las prácticas (Zabalza, 2011 y 2013).
Además, entre las acciones de colaboración que se ponen en marcha se detectan carencias de continuidad. Así se delata en el estudio realizado en la Universidad Jaume I: “La aplicación de metodologías activas en cooperación universidad-empresa comenzó a realizarse desde la llegada del EEES (aprendizaje basado en proyectos y en resolución de problemas, por destacar algunos ejemplos). Sin embargo, estas colaboraciones se quedan más en la simulación o en actividades esporádicas, sin profundidad ni calado”. (Ferrández-Berrueco Sánchez-Tarazaga, 2019: 10). En definitiva, se da una percepción generalizada de que las necesidades de la empresa no se integran realmente en el modelo (Zabalza, 2011; Feznández-Barrueco, Kekale y Sánchez-Tarazaga, 2016, Feznández-Barrueco y Sánchez-Tarazaga, 2019).
En definitiva, se observan dificultades para la consolidación del modelo, sin que se haya logrado generar una intensa cultura de prácticas de empresa en la universidad (Vallejo y Herrera, 2016). Estos autores destacan que los programas ganarán peso cuando las universidades y sus gestores los identifiquen como realmente importantes. sin que hasta ahora se traten como una cuestión vital para el funcionamiento de los centros. En este sentido, otras instituciones han tomado ventaja, cómo es el caso de las escuelas de negocios en España –tomando un referente en el sector privado– o, los programas de formación y empleo, en el caso del sector público.