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Capítulo tres

7 de septiembre de 2017

Desperté demasiado cansada, como si mi mente no hubiese parado en toda la noche. El cansancio hacía que mis ojos descendieran, ¿o era por haber llorado? No lo sabía, pero me parecía poco redundante pensar en ello. Debían ser las seis de la mañana cuando decidí levantarme de la cama y desperezarse como siempre hacía. Lo primero que hice fue ir a mi armario y sacar algo de ropa cómoda para el día que tenía que afrontar. Sin embargo, mientras me duchaba, escuché a mi madre toser con demasiado ímpetu, como si hubiese estado fumando durante muchos años. Me preocupé, lo último que necesitaba era que mi madre pillara un resfriado. En su estado, tan débil, podía ser hasta mortal. Salí de la ducha de inmediato y, aún con la toalla rodeando mi cuerpo, me dirigí a su habitación a paso acelerado.

—¿Estás bien, mamá? —pregunté en cuanto entré en su habitación.

La escuché toser aún más fuerte. Entonces me acerqué, amarrando la toalla en un nudo, y toqué su frente. Estaba ardiendo.

—No te preocupes, cielo. —No quería preocuparme, pero se notaba la debilidad en su voz.

—¿Cómo no quieres que me preocupe? ¡Estás ardiendo, mamá!

A toda prisa, fui a mi habitación y me puse lo primero que pillé. Corrí de nuevo hasta el cuarto de mi madre, teléfono móvil en mano, y llamé a un taxi. El hospital más cercano, donde siempre nos habían tratado, estaba a quince minutos, pero me negaba a llevar a mi madre en metro tal y como estaba. Parecía débil, como si la vida se le estuviese escapando de las manos. Después de varios pitidos tras el teléfono, la agencia de taxis contestó y pude pedir uno. Sabía de sobra que el dinero no nos iba a caer de la chimenea (sobre todo porque no teníamos), pero era una urgencia.

Ayudé a mamá a levantarse de la cama, sin embargo, Alba apareció de repente soñolienta y frotándose los ojos. No obstante, al verme, su cara cambió radicalmente.

—¿Qué pasa? —preguntó, andando hacia nosotras.

—Nada —le respondí de forma seca, lo último que quería era que se preocupase.

—No me mientas. —Alba me escaneó con los ojos achinados—. ¿Le pasa algo a mamá?

Entonces, dejé caer todas y cada una de las barreras que había forjado para que Alba no se preocupase. Era mi hermana y debía saber el estado en el que se encontraba nuestra madre.

—Mamá está ardiendo, tengo miedo de que haya pillado un catarro o la gripe. En su estado no sé cómo podría reaccionar su cuerpo.

—Mierda, mierda, mierda... —bramó Alba, demasiado enfadada—. ¿Has llamado a un taxi?

—Niñas —nos llamó mi madre—, ya os he dicho que estoy bien.

Fijé la mirada en ella, su sonrisa fingida guardaba las lágrimas que querían caer de sus ojos. La conocía demasiado bien.

—¿Has llamado a un taxi? —insistió Alba ignorando a mamá.

—Viene de camino.

—Voy a vestirme —dijo ella, corriendo hasta su habitación.

—¡Alba ni se te ocurra! —grité, ayudando a mamá a levantarse—. Tienes que ir al colegio.

—¡No pienso dejarte sola en el hospital, quiero estar a tu lado!

Me mordí el labio inferior orgullosa de la educación familiar que había obtenido mi hermana. No me iba a dejar sola en esto, ella iba a estar ahí para ayudarme en todo y apoyarme.

En menos de cinco minutos, Alba ya estaba vestida y ayudándome para que mamá anduviese hasta el ascensor del edificio. Bajamos, intentando no llamar mucho la atención de aquellos curiosos que vagaban su mirada hacia nosotras, y subimos al taxi. Justo como había pensado, en quince minutos ya estábamos en la puerta de urgencias y rellenando los papeles para que mi madre pudiese ser atendida por el médico. Al tener cáncer, mamá fue ingresada de inmediato. Nos aseguraron que no era nada grave, sobre todo por el pensamiento de que el cáncer se hubiese extendido, pero que su sistema inmunitario estaba débil y debía quedarse en observación durante varias horas.

Mi hermana y yo estábamos en la sala de espera para familiares, solas y con el resol que entraba por una minúscula ventana. Olía a alcohol y a desinfectante, algo normal a lo que ya estaba acostumbrada por las idas y venidas al centro sanitario.

—¿Crees que mamá estará bien?

Desvíe mi mirada del techo a Alba, estaba nerviosa. No paraba de redoblar el borde de su camiseta hasta el punto de deshilarla. Suspiré antes de abrazarla.

—Claro que estará bien —afirmé.

—¿Por qué le tiene que pasar esto a ella? Mamá es una buena persona.

—La vida no es fácil y siempre le pone obstáculos a las personas que menos lo merecen —contesté, abrazando a Alba aún más—. Escucha, ¿por qué no vas a por algo de picar? Con las prisas no has desayunado.

Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué dos euros que llevaba encima. Pero ¿qué iba a hacer mi hermana con solo dos euros?

—No te preocupes, Lu, llevo suelto —la miré a los ojos. Alba me estaba sonriendo de lado, sabiendo que esos dos euros eran un manjar de reyes.

Asentí, orgullosa de tener una hermana como Alba. Ella no era como las niñas de su edad, al contrario. Alba se preocupaba por cosas más importantes que salir de fiesta o salir a cenar cada viernes por la noche. La vi irse por el pasillo, entonces, me derrumbé contra el respaldo del sillón y resoplé. Era como un mecanismo para no ponerme a llorar.

¿Qué iba a hacer? Tenía a mi madre en el hospital, no tenía trabajo y tenía que pagar las tasas de la universidad si quería seguir estudiando. Sin embargo, allí, medio recostada en el maldito sillón de la sala de espera, comenzó a temblarme el móvil en el bolsillo de mi sudadera. Lo saqué viendo que era una llamada de Roberto.

Suspiré de nuevo.

Roberto había sido una parte importante de mi vida, salimos juntos una temporada e, incluso, fue mi primera vez. Pero me di cuenta de que para mí no era más que un muy buen amigo. No me arrepiento de nada de lo que hice con él, la verdad es que fue un caballero y comprendió mi situación. Sin embargo, a pesar de la confianza que tenía con él, le colgué. No quería hablar con nadie. Lo que necesitaba ahora era una solución a mis problemas. ¿Dónde se encontraría la lámpara maravillosa del genio de Aladdin? Pero me fijé en un emoticono en pequeño que había en mi móvil. Era una notificación. Extrañada, deslicé mi dedo para ver qué tipo de notificación era y me sorprendí al ver que no solo era una sino que había bastantes notificaciones de la página de Sugar Babies a la que me inscribí fruto de la desesperación.

Aluciné en colores.

Enseguida me metí y pude ver unos cuantos mensajes de los que suponía que eran Daddys. Había gente de edad avanzaba que me pedía citas y sexo a cambio de una cantidad de euros bastante alta.

Pero no, no iba a prostituirme. Me negaba a vender mi cuerpo, antes echaba el currículum en un McDonald’s.

No obstante, hubo un mensaje que llamó mi atención. Su ortografía era impoluta, no como los señores (más bien viejos verdes que buscaban jovencitas para echar el casquete de turno) anteriores. Pinché en su fotografía y me quedé impactada. Parecía joven, como mucho unos treinta y pocos años. Tenía unos rasgos muy masculinos: mandíbula cuadrada, barba arreglada, pómulos firmes, cejas pobladas y unos ojos que derretirían la misma Antártida.

Era sexy.

Parecía sacado de una maldita revista de modelos masculinos de Calvin Klein.

Fui directa a su mensaje, suponiendo que su foto fuese real. Cómo bien había visto, su ortografía era impoluta (algo que me encantaba). Se había presentado como Aries88 y esperaba que el número fuese su fecha de nacimiento y no su edad. Me proponía quedar para charlar y ver si podía encajar en lo que estaba buscando, que según él era exclusivamente compañía. Su propuesta era quedar para cenar en un restaurante de nombre italiano justo hoy mismo y a gastos pagados.

Abrí los ojos como platos.

—¿Qué miras tanto en tu móvil? —Salté del sillón al escuchar la voz de mi hermana. Enseguida, guardé el móvil en el bolsillo de mi sudadera y sonreí nerviosa.

—Nada.

—Seguro que era Roberto pidiéndote otra oportunidad. —Rio.

«Si solo fuera eso…», pensé para mis adentros.

—Algo así —dije, riendo nerviosa—. ¿Qué es eso que llevas ahí?

Alba se sentó a mi lado y me pasó un cruasán relleno de chocolate.

—Te lo he traído, come y calla.

Me lo comí sin rechistar, estaba delicioso. Si había una palabra que me definirse sería golosa, me encantaba toda la bollería y chucherías que encontraba en tiendas o supermercados. Sin embargo, volví a la cruel realidad cuando el médico se dirigió a nosotras. Mamá había pillado un resfriado del quince y estaba muy débil, nos dijo que debía pasar la noche en observación. Alba me miró con preocupación, demasiada para solo una niña de quince años. Sin embargo, intenté serenarme.

—Alba, quédate con mamá y yo iré a por algo de ropa para pasar la noche con ella.

—No. —Me miró con reproche—. Yo también me quedaré. Además, me ha dicho Naomi que tenéis que comenzar un trabajo de no sé qué. —Sus manos fueron hasta sus caderas—. ¿Por qué no me dejas con mamá un rato y tú puedes ir a estudiar?

—¿Cómo sabes eso? —pregunté, mirándola extrañada.

—He hablado con ella.

—¿Cuándo has hablado con Naomi? —Puse mis manos en mis caderas y fruncía el ceño.

—Cuando estaba en la cafetería, no le cogías el teléfono y me ha llamado a mí.

—No me creo que mi amiga tenga el número de una enana de colegio como tú. —Me burlé de ella, Alba chasqueó la lengua.

—Si no fueses tan despistada...

—No soy tan despistada —repliqué enfurruñada.

—¿Quién se dejó el móvil dentro del frigorífico? —Alba levantó sus cejas en señal de burla.

Acabé resoplando y asintiendo.

Era una despistada sin arreglo. Bien podías decirme qué iba a estamparme con una farola que como estuviese en mi mundo ni me enteraba.

—Señoritas —la enfermera llamó nuestra atención— ya pueden entrar a ver a su madre.

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