Читать книгу Diez razones para amarte - María R. Box - Страница 9
ОглавлениеCapítulo dos
—¿Como que os han embargado la cuenta?
Naomi estaba atacada. Nos encontrábamos en El Retiro, apoyadas en la barandilla del lago. Había tenido que saltarme el primer día de clases para ir al banco. Pero ¿cuál fue mi sorpresa? Al llegar al banco y hablar con el director de la sucursal supe que nos habían embargado la cuenta por la deuda que nos había dejado mi padre. Ahora mi preocupación era otra, no tenía trabajo y nos embargaban casi todo lo que mi madre ganaba, hasta el último euro de la ayuda que nos daba el Estado. ¿De dónde mierda iba a sacar yo dinero para pagar las tasas, el agua, la luz y todo lo que se pusiera por delante? Porque, que yo supiese, no había ningún tipo de árbol del que creciese dinero.
Asentí, resoplando.
—Eso me ha dicho el director del banco —dije dándome la vuelta y apoyándome en la barandilla—. ¿Qué hago? —Mi voz salió rota, sentí como Naomi me abrazaba.
—Lo primero es relajarte, vamos a dar una vuelta.
—No quiero dar una vuelta, quiero encontrar un maldito trabajo —grité frustrada, atrayendo la atención de algunas personas a nuestro alrededor. Me agaché y agarré varias piedras que encontré bajo mis pies, comencé a tirarlas al lago.
—¿Has echado currículos?
—Por todos lados —resoplé—. ¡Y nada! ¡No me quieren ni de cajera porque no tengo experiencia!
—¿Y en la oficina de este verano? —preguntó ella.
Negué repetidas veces con la cabeza.
—Me cogieron para cubrir bajas y vacaciones, les comenté de quedarme y me dijeron que no. Pero un no rotundo.
—¡Joder, tía! —exclamó Naomi fastidiada. Sin embargo, de repente, la vi abrir los ojos como platos—. Lucía, ¿y si te haces Sugar Baby?
La miré con el ceño fruncido.
—¿Qué es una Sugar Baby?
Ella sacó su móvil del bolsillo y comenzó a teclear. Intenté echar un ojo a lo que estaba haciendo, pero me fue imposible por el reflejo del sol. Al final, acabó enseñándome el móvil muy cerca de mi cara, tan cerca que me rozó la nariz.
—Una Sugar Baby —habló ella—, es una relación de beneficio.
—¡¿Quieres que me haga prostituta?! —grité.
—¡No! Es una relación profesional y con contrato incluido donde el hombre te paga una cantidad cada vez que quiera quedar contigo.
—Una puta, vamos. —La escuché reír.
—¡No! —Rio—. ¡Mira! —Volvió a acercarme el móvil a la cara. Entonces, pude ver una página que estaba buscando con tanta energía—. El hombre te especifica qué es lo qué quiere, quedas con él y ya lo que veas. Si te gusta la cantidad que te ofrece y ves que el tipo es legal, pues que comiencen a rodar los billetes.
—¡Tú estás mal de la cabeza! La de pervertidos que debe de haber por ahí…
Naomi guardó el móvil y agarró mis manos suspirando.
—Escucha, sé que estás en una situación bastante… precaria. Piénsatelo, Lucía. ¿Quién sabe? Hay muchas chicas que se dedican a eso y se pagan los estudios o lo que les salga del coño.
Rodé los ojos. ¿Yo? ¿Una Sugar Baby? Reí.
—Que no, que no —dije.
—Bueno… —Naomi miró la hora y abrió los ojos—. ¡Hostia! Tía, me largo, tengo que hacer la cena e ir al entrenamiento —resopló cansada—. ¿Nos vemos mañana en la uni? —asentí.
—Claro, yo me voy con mamá.
—¡Vale! —exclamó ella echando a correr—. ¡Piensa en lo que te he dicho!
Comencé a caminar hacia el metro, daba gracias por tener descuento por ser universitaria si no me arruinaría con tanto transporte público. Volví a ponerme los auriculares. Intenté pensar en algo que no fuese la proposición que me había dicho Naomi, pero no pude. Tenía seis días para pagar las tasas de la universidad si no quería quedarme a puertas de sacarme la carrera. Necesitaba dinero para mantener una casa, a mi madre y a mi hermana. Apreté los puños y entré en el tren. Me quedé de pie, viendo como el túnel pasaba a toda velocidad. ¿Yo una Sugar Baby? Sería una locura.
Salí del metro sobre las siete de la tarde, el sol aún estaba en todo su esplendor, pero debía ir a casa y cerciorarme de que mamá estaba bien. Sentía presión en el pecho debido a todo el estrés que estaba sufriendo.
Llegué muy cansada a casa, nunca me había sentido así. ¡Maldito padre! ¡Maldito hijo de…! ¿Por qué tendría que haber dejado una púa de once mil euros? Necesitaba descansar, desconectar de esta vida. No obstante, los gritos y risas acudieron a mí en cuando abrí la puerta de mí piso. Grité en cuando sentí que alguien venía corriendo hacia mí y me agarraba las piernas.
—Pero ¿qué es esto? —le pregunté a Alba, quien estaba en la alfombra soportando el peso de Pilar, nuestra pequeña vecina. En cambio, su hermano Ian estaba pegado a mi pierna mientras se reía. Alba lo estaba pasando mal con esos dos diablillos—. ¡Alba! —le grité.
—¿No ves que no puedo contestar? Estoy muy ocupada intentado ponerle la camiseta a esta niña del demon… —la callé.
—¡Alba!
—Vale, vale, me callo.
Me agaché para coger en brazos al niño de tan solo dos años y medio que no paraba de reír viendo como su hermana Pilar le daba guerra a Alba. La escena era muy graciosa. Había trabajado con esos dos niños en veranos anteriores y sabía de lo que eran capaces, Alba lo iba a pasar bastante mal hasta que los niños se acostumbraran a ella.
—Pilar, ponte la camiseta porque tu mamá está a punto de venir por ti. —La niña me miró con los ojos muy abiertos. ¡A saber lo que le habría prometido su madre si se portaba bien! Esa mirada también la ponía conmigo y era por eso.
—¿Por qué hay tanto escándalo?
Me giré aún con Ian en brazos. Me sorprendí gratamente al ver a mamá levantada, ya que llevaba unos días postrada en la cama y solo se levantaba para ir al baño y poco más. Entonces, la escaneé detenidamente. Su pelo, corto, estaba bien peinado hacia atrás. Las duras sesiones de quimioterapia habían hecho que su larga melena castaña desapareciera. Aún seguía teniendo esas grandes bolsas negras bajo sus ojos achocolatados que la perseguían desde que estaba tomando la medicación para la prevención de la metástasis. Sin embargo, hoy sus labios estaban curvados para arriba formando una adorable sonrisa que en muy pocas ocasiones había salido desde que le dijeron que el cáncer había vuelto.
—¿No te lo ha dicho Alba? Ahora es niñera. —Reí.
Ian hizo el ademán de bajarse, pero no lo dejé.
—Me acuerdo de cuando tú y tu hermana erais así de pequeñas. —Mamá sonrió nostálgica—. Aunque no te lo creas, tú eras más bicho que Alba. —¿Se refería a mí? ¿Yo un bicho?
—¿En serio? —preguntó Alba, resoplando. Al fin pudo ponerle la camiseta a Pilar.
Mamá se sentó en el sofá con cara de cansada. Era muy probable que hoy le doliera menos, pero el dolor aún seguía presente en cada uno de sus huesos. La vi asentir.
—Sí, Lucía era mucho más revoltosa que tú, Alba. —Mi hermana se levantó con Pilar en brazos y se sentó al lado de mamá. Ella acarició la cabeza de la niña pequeña y, al final, tuve que dejar ir a Ian para que, de igual forma, se sentase en el sofá junto a su hermana—. Recuerdo una vez que se levantó en mitad de la noche y se puso a comer galletas a escondidas, la tuvimos que llevar a urgencias con indigestión. —Rio—. Pero, por muchas travesuras que hiciera, siempre acababa confesando.
—¿De verdad Luci era así? —preguntó Pilar ensimismada. La niña se había quedado sorprendida al escuchar que de pequeña era muy traviesa, para ella yo era una chica mayor y eso era inconcebible.
Mamá asintió. Sin embargo, la puerta acalló lo que quería decir. Alba, murmurando lo agradecida que estaba de que la madre de Pilar e Ian hubiese llegado ya, fue corriendo a abrirla. Los pequeños salieron corriendo hacia los brazos de su madre y le comenzaron a contar lo que habían hecho con Alba; más bien lo que le habían hecho.
Mamá y yo no podíamos parar de reír, Alba se veía muy avergonzada de lo que relataban los pequeños. Fue entonces cuando escuchamos la puerta cerrarse. Mi hermana vino corriendo al sillón y se desplomó agotada.
—¿Estás cansada? —me burlé de ella con la mirada.
—No tenía ni idea de a qué me enfrentaba con esos dos… —comentó, haciendo reír a mamá.
—Lucía te lo dijo, hija.
Perdí la noción del tiempo. Cuando quise darme cuenta, ya estaba en mi cama tumbada bocarriba y sin poder pegar ojo. Le había tenido que contar a mamá los problemas con el banco, pero me negué a decirle nada a Alba. La pobre había caído rendida en cuanto terminó de cenar. Todo estaba silencioso, me puse de lado y cerré los ojos para conciliar el sueño.
Nada.
Era imposible.
Mi cabeza seguía maquinando alguna forma de conseguir dinero antes de que me echasen de la universidad y de que viniesen todas las facturas. Suspiré, cansada. Acabé por sentarme en la cama y apoyar mis codos en las piernas, dejé caer mi cabeza sobre las manos y comencé a llorar en silencio.
¿Por qué todo lo malo nos tenía que pasar a nosotras?
Tenía planes de futuro. Todas los teníamos. Mamá quería llevarnos de viaje a Londres, Alba quería hacer los exámenes para entrar en el conservatorio de música y yo quería acabar mi carrera y comenzar el máster.
Aún con los ojos empapados, di un vistazo a mi habitación. Las paredes en color cereza se habían oscurecido, el pequeño escritorio lleno de libros de estudio y papeles, la silla de ruedas negra para estudiar descentrada y la ventana que daba a la calle estaba semiabierta. Lo que más me gustaba de mi habitación eran las estanterías llenas de libros. Era una romántica empedernida que coleccionaba libros por doquier, incluso tenía algunos en la cómoda y en el armario porque ya no me cabían en las estanterías. Soñaba con que algún día yo también encontraría a esa persona especial que me hiciera sentir mariposas en el estómago. Sin embargo, en la oscuridad de la noche, volví a dejarme caer sobre la cama. Un largo y agónico suspiro salió de mis labios. Agarré el móvil que estaba en mi mesita de noche y miré la hora, solo eran las once de la noche. Era mejor dejar atrás todas esas ideas y centrarse en lo importante.
¿De dónde sacaba yo mil euros para pagar las facturas y las tasas de la universidad?
Entonces, de repente, la voz de Naomi resonó dentro de mi cabeza. ¿Podría ser yo una Sugar Baby? ¿De verdad podría haber alguien interesado en darme dinero por solo quedar con él? Inmediatamente, casi inconsciente, comencé a teclear en mi móvil la palabra Sugar Baby y mi sorpresa fue ver una página dedicada a ello. Respiré profundamente y entré en aquella página, la desesperación pudo conmigo. Rellené las preguntas que me hacía la página. Me hacía preguntas de todo tipo, en especial sobre mi físico y es que las chicas que había ahí metidas eran puras modelos de Victoria Secret. Incluso, me preguntaban por mis ingresos. Me relamí los labios, bastante secos, cuando llegué a la parte de las fotos. No pensaba poner una fotografía provocativa ni nada por el estilo. Fui a mi galería de imágenes y colgué tres muy sencillas donde solo se me veía la cara. Dudé en si continuar o no, no obstante, mi madre y hermana se apoderaron de mi mente. Su imagen la tenía clavada a fuego lento en mi memoria y si hacía esto era para pasar el bache.
Acepté las condiciones y entré en mi perfil.
Estuve un buen rato mirando la pantalla del móvil sin obtener respuesta de nadie. Aunque, ¿qué esperaba? Había cientos de tías mucho más guapas que yo en las páginas, además de que esto debía ser la mayor tontería del mundo.
Dejé el móvil en mi mesita de noche, bloqueado, y recosté mi cabeza en la almohada para intentar coger el sueño ya que mañana tenía que seguir buscando trabajo.
Había sido una tontería apuntarme en la web de Sugar babies, nadie querría a una chica tan normalita como yo teniendo a semejantes bellezas.