Читать книгу Diez razones para amarte - María R. Box - Страница 15

Оглавление

Capítulo ocho

9 de septiembre de 2017

A la mañana siguiente, el despertador sonó a las ocho. Impertinente como solo él, tuve que abrir los ojos para apagarlo. Estaba cansada, pero debía ir a la universidad ahora que mamá estaba bien. Me levanté y me vestí, agarré una bandolera donde metí varios trabajos, un estuche y algunos apuntes que nos habían mandado junto a mi ordenador portátil.

Al salir de mi habitación fui al baño. Hice mis necesidades, me lavé la cara, los dientes y me peiné. Decidí dejarme el pelo suelto, estaba ondulado. Me miré en el espejo y sonreí, hoy estaba nerviosa por la cita con Alejandro.

Ese hombre era mi Robin Hood. No podía evitar sentirme nerviosa cuando se trataba de él. Hoy habíamos quedado para concretar el tema del evento que tenía y al que quería que le acompañase.

—¡Venga que llego tarde al instituto! —me gritó Alba golpeando la puerta del baño.

Reí y salí.

—Todo tuyo.

—¡Joder! Vas muy guapa, ¿hay alguien especial para que hoy estés radiante? —preguntó pícara.

—¡Mira que eres tonta! —exclamé, yendo hacia la cocina.

Hoy, mamá estaba preparándonos el desayuno. Tenía mejor color de piel, quizá la quimioterapia estaba funcionando. Aunque esto era así, un día estaba bien y otro mal.

—Buenos días, mamá, ¿qué tal te encuentras?

—Buenos días, hija —respondió—. Hoy me siento con fuerzas, luego iré con la vecina a dar un paseo.

—Me parece bien, mamá. Me alegro de que estés más animada —dije, sonriéndole.

Alba salió del baño ya vestida. Entonces, las tres nos dispusimos a desayunar con la televisión de fondo. Alba nos dijo que pronto tendría los primeros exámenes y que quería sacar las mejores notas. En cambio, yo esperaba poder seguir el ritmo de las clases. Había faltado varios días, Naomi me había pasado apuntes, pero no era lo mismo.

Cuando terminé de desayunar, sin dejar que mamá recogiese la vajilla, lo recogí todo y metí en la bandolera algo para comer entre clases. Alba se fue con una amiga a clase y yo cogí el metro para ir a la universidad.

En la puerta me esperaba Naomi, preocupada. Se le notaba en el rostro. Estaba inquieta y no paraba de mirar a todos lados. Cuando sus ojos hicieron contacto con los míos, echó a correr en mi dirección.

—¿Te encuentras bien? —pregunté alarmada—. ¿Ha pasado algo?

—Roberto ha ido diciendo que has pasado de él por un tío un tanto mayor. Lucía, no para de ir diciendo que eres una cualquiera, una mentirosa.

Me alarmé. Lo último que necesitaba era que todos se enterasen de mi situación por el bocazas y celoso de Roberto. Me estaba dando a demostrar que no era el tipo de persona que yo pensaba.

—¿Han dicho algo? ¿Ha dicho algo más? —pregunté, andando hacia nuestro sitio.

—No, solo que está indignado. —Naomi se paró en seco—. ¿Qué vas a hacer?

—De momento —tomé aire—, cantarle las cuarenta a Roberto por gilipollas.

Enfadada, me acerqué. Su actitud me había decepcionado. Me daba la espalda, por lo que agarré su hombro y lo obligué a girar. Me daba igual que el resto del grupo estuviese delante, no era nadie para controlarme de esa forma.

—¿Soy una cualquiera, Roberto? —le pregunté—. ¿Quién te has creído para juzgarme de esa forma?

Me miró con una ceja alzada y con los brazos cruzados en su pecho. Los demás nos rodearon intentando no crear un barullo. Me negaba a gritarle.

—¿Tengo que recordarte quién me dijo que no quería nada con nadie? ¿Quién era el hombre de la otra noche entonces? —preguntó de forma agresiva.

—¿A ti que te importa? No te metas en mi maldita vida, salgo con quién quiero. ¿Te enteras? —exclamé.

—¿Eso significa que ya te lo has tirado? No has tardado mucho, Lucía, tu actitud de perra me decepciona —dijo, con los ojos entrecerrados y una sonrisa ofensiva en sus labios.

No lo dudé en ningún momento, le di una bofetada que hizo que girase la cara. ¿Quién se creía él para hablarme así? Algunas personas a nuestro alrededor se percataron de lo ocurrido y se acercaron a husmear.

—Por lo menos él sabe tratar a una mujer, no como tú.

Roberto había sido una parte importante de mí, pensé que comprendía que lo nuestro no era posible porque no sentía más allá de una amistad por él. Pero no. Años después, luego de muchos intentos por su parte, me demostraba que era un hijo de la gran puta. Nunca lo había visto con esa actitud tan brusca, normalmente era un chico muy cariñoso. Me di media vuelta ante el asombro de mi pequeño grupo y me fui a clase seguida de Naomi. Ella aún estaba alucinando. Ni yo misma me creía capaz de ser tan fría con Roberto, bueno, ni con Roberto ni con nadie.

Al entrar a clase los cuchicheos sobre lo que había ocurrido rondaban las bocas de nuestros compañeros. Rodé los ojos, sentándome al lado del gran ventanal en última fila. No estaba para aguantar tonterías de nadie. Naomi se sentó a mi lado y la miré.

—Ha sido alucinante —dijo bajito.

—Se lo merecía por imbécil.

—Y que lo digas, no tiene sentido que te hable así. —Naomi sacó de su mochila el móvil. Entonces recordé que Alejandro había quedado en mandarme un mensaje para concretar nuestra cita de hoy. Maldije por lo bajo y saqué el móvil—. ¿Pasa algo?

—Ayer llamé a Alejandro y quedamos en que concretaríamos una cita para hoy.

—¡Habéis quedado otra vez! —exclamó sorprendida.

—Baja el volumen, tía, que te van a escuchar los del otro pabellón.

Desbloqueé el móvil y vi que tenía un mensaje de Alejandro.

—¿Qué te dice? —preguntó Naomi. Leí su mensaje con atención—. ¡Dímelo!

—¡No grites! —exclamé—. Me ha dicho de quedar a comer ya que a primera hora de esta tarde tiene una reunión.

—¿Qué le vas a responder?

—Necesitamos quedar para hablar de un evento que tiene el sábado y quiere que le acompañe —dije dubitativa—. Quería aprovechar y comer con mamá y Alba…

—Vaya marrón —comentó Naomi torciendo el gesto.

Después de pensarlo mucho, decidí responderle. Necesitaba el dinero y la verdad era que tenía muchas ganas de ver a Alejandro. Disfrutaba mucho de su compañía.

Claro, me encantará comer contigo. ¿A qué hora y dónde?

Le di a enviar y esperé a que me respondiera. El profesor entró y tuve que silenciar el móvil. Me concentré en la clase hasta que el móvil vibró en mi pierna. Con disimulo, lo cogí y vi la respuesta de Alejandro.

¿A las dos en el restaurante Santceloni?

Claro, nos vemos allí.

Volví a dejar el móvil en mi pierna, pero su vibración volvió a distraerme de la clase. Volví a cogerlo y lo desbloqueé. Era Alejandro.

¿Quieres que vaya a recogerte a la universidad? Solo dime hora y dónde e iré para que no tengas que darte la caminata del siglo.

Pensé en la posibilidad de que Alejandro viniese a recogerme, me daba vergüenza, pero era lo mejor para no llegar tarde.

Claro.

Si no te importa recógeme en la calle paralela a la entrada de la universidad a la una y media. Gracias, Alejandro. Nos vemos pronto.

Perfecto, nos vemos pronto, Lucía.

Naomi me codeó, el profesor estaba mirando para nuestro lado. Guardé el móvil y presté atención a la clase. Tomé apuntes y pude reincorporarme sin problemas a las clases. A la hora del descanso le mandé un mensaje a mamá y a Alba diciéndoles que me iba a quedar un rato más en la universidad para recuperar las clases perdidas. Mentira, pero no iba a decirles que había quedado con un hombre que me daba dinero a cambio de quedar conmigo.

Mi madre estaría enferma, pero la bofetada que me daría sería de película.

—¿En qué has quedado con él? —me preguntó Naomi por lo bajo.

—Iré a comer con él —le dije, escuchando al profesor decir que la clase había acabado.

Naomi y yo recogimos nuestras cosas y nos dirigimos a la zona de árboles para estar con nuestra pandilla. Allí, aún enfadado, estaba Roberto. Me negué a dirigirle la palabra tan siquiera, solo hablé unas cuantas palabras con él cuando me metían en la conversación.

—¿Vendrás con nosotros el sábado, Lucía? —me preguntó Paula, agarrada de la mano de su novio.

—No creo, tengo ya un compromiso.

—¿Con tu nuevo ligue el ricachón? —preguntó en forma de burla Roberto.

Me giré hacia su persona y lo miré mal.

—Sí, ¿pasa algo? —Me crucé de brazos.

—¡Oh, no, no! Solo que ya comienzas a cambiar a ese viejo por tus amigos. Roberto se estaba pasando tres pueblos.

—¿No te has parado a pensar que lo que encuentro en él no lo hice en ti? —Roberto abrió los ojos. No iba en serio, Alejandro era un hombre amable, pero no lo conocía tanto como para asegurar algo así.

—Roberto, deberías callarte la boca, Lu puede hacer lo que quiera con su vida. —Paula salió en mi defensa.

No quise seguir escuchándolos y decidí irme hacia mi última clase, dos horas seguidas con la misma profesora de japonés. Naomi, como siempre, salió corriendo para pillarme. Ambas entramos a clase y charlamos hasta que la profesora entró. Naomi me puso nerviosa con tanta pregunta sobre Alejandro. Al final, acabé mirando la hora del móvil cada dos por tres, esperando a que fuera la una y media para que viniese a recogerme. Necesitaba eso que Alejandro me daba, amabilidad y alguien maduro con quien hablar.

La profesora de japonés dio por finalizada la clase y salí pitando hacia el lugar donde había quedado con Alejandro. Estaba todo lleno de estudiantes, Naomi se colocó a mi lado. Comencé a mirar de un lado a otro para buscarlo.

—Mira, está ahí. —Naomi señaló con la cabeza un coche negro de alta gama—. Madre mía, qué pedazo de coche que tiene el tío.

—Nos vemos mañana, Naomi, luego te llamo —le dije, respirando para tranquilizarme.

Agarré mi bandolera y me dirigí hacia el coche. En una esquina vi a Roberto mirándome con los ojos entrecerrados. Pasé de él y llegué a la puerta del copiloto del coche. La ventanilla tintada se bajó. Retuve todo el aire en mis pulmones cuando lo vi con unas gafas de moda y el pelo revuelto. Me sonrió y sentí que me moría.

—Buenas tardes, Lucía, ¿vamos?

—¡Claro! —Me subí al coche y me abroché el cinturón. Alejandro cogió la bandolera y la puso detrás.

—Hoy vas muy guapa —dijo, encendiendo el coche.

Me sonrojé y respondí con voz tenue.

—Gracias.

Alejandro condujo hasta el restaurante. El viaje fue corto y ameno. Alejandro me preguntó por las clases. A la hora de salir, me ayudó a bajar de forma caballerosa y me guio hasta nuestra mesa. Nos sentamos y pronto vinieron a pedirnos la comanda. Me sentía un poco incómoda, toda mujer que estaba a mi lado iba con ropa fina y cara, me miraban por encima del hombro y tenía que morderme la lengua para no decirles cuatro cosas.

—Ignóralas, vas preciosa —habló Alejandro.

—¿Qué? —Estaba tan distraída que no me percaté de que Alejandro estaba pendiente de mí. Él rio por lo bajo y levantó la mirada de su carta.

—Que vas preciosa, Lucía, ignora a las otras mujeres.

Asentí un tanto sonrojada y fijé mi mirada en la carta. El maître vino a tomarnos el pedido y nos dejó solos entre la multitud de mesas que se encontraban en el restaurante.

—Tenemos que concretar el evento del sábado —dijo, bebiendo de su copa.

—Es verdad —susurré—. ¿Qué tipo de evento será?

—Un cliente dará una fiesta benéfica para recaudar dinero para una ONG, será un evento formal y estarás rodeada de gente muy importante. De ahí que quiera que vayas con lo mejor. Las mujeres de ese entorno pueden ser muy crueles y hablarán más de la cuenta, lo último que quiero es eso —me explicó. Bebí de mi copa mientras asentía—. Serás mi pareja, mi novia.

El líquido se me atragantó en la garganta y comencé a toser. Su novia había dicho. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no salpicar ni escupir el vino. Pensaba que solo iba a ser su acompañante, no su pareja. En el contrato no ponía nada de actuar. ¿Desde cuándo había pasado a ser actriz? Esa nunca había sido mi vocación.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

—Sí, me ha tomado por sorpresa, nada más.

—He sido muy brusco, lo siento —se disculpó.

—No sé fingir, Alejandro. ¿Cómo voy a hacerme pasar por tu pareja? —le pregunté en un tono bajo.

El maître nos trajo los platos.

—Porque sé que eres tú la indicada, Lucía.

Alejandro metió la mano en uno de los bolsillos internos de su chaqueta y sacó un sobre pequeñito. Lo puso en la mesa y lo deslizó hasta mí. Miré el sobre, luego lo miré a él y así repetidas veces.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—Es la tarjeta que te dije. Quiero que la utilices cuando lo necesites.

—No pienso aceptar esto, Alejandro —me negué.

—¿Entiendes que quiero que vayas espléndida? —Sonrió de lado —. Lucía, eres preciosa, pero a este tipo de eventos va gente muy sofisticada, por no decir pija. —Me hizo reír—. Quiero que vayas a las tiendas más caras y te compres lo que creas necesario.

—De verdad que esto es demasiado, Alejandro.

—Por favor, deja que comparta mi dinero contigo.

Estaba decidida a devolverle el sobre, pero su mano se posó sobre la mía y me lo negó.

—Esto no es compartir, Alejandro. Me estás pidiendo que gaste una cantidad indecente de dinero en algo que solo me voy a poner una vez.

—Viéndolo así, es verdad —dijo, dubitativo—. Aún así, quiero que te quedes la tarjeta. Es tuya, no tiene límite. Puedes gastar lo que quieras y necesites.

—¿Cómo qué no tiene límite? —pregunté un tanto exaltada—. No, no. Quiero que pongas un límite.

De repente, nos quedamos mirándonos a los ojos. Alejandro los achinó y me miró por unos segundos que se me hicieron eternos. Cogí mi copa y bebí, mirando hacia otro lado.

—Eres diferente, me gusta.

Su sonrisa me deslumbró. Suspiré, era muy atractivo.

—¿De qué límite estamos hablando? —preguntó, comiendo.

—Un límite razonable.

—Está bien, la tarjeta tendrá un límite de cinco mil euros, ¿qué te parece? —preguntó, comiendo.

—Mil —dije, probando el primer bocado.

—Tres mil y es mi última oferta.

Diez razones para amarte

Подняться наверх