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Capítulo diez

15 de septiembre de 2017

No podían descubrirme. Me encontraba en el baño de casa, de nuevo, mintiendo a mi hermana y madre delante de sus narices para sacar adelante a la familia. Era horrible no poder contarles la verdad y que pensasen que el dinero lo sacaba de un trabajo ficticio, pero era lo que debía hacer. Por lo menos había encontrado a un buen hombre que no iba a aprovecharse de mí.

—Me encanta que te hayas animado a salir con tus amigos, hija.

Sonreí a mamá a través del reflejo del espejo del baño. Sin embargo, esa sonrisa no era de verdad, me dolía mentirle. Por dentro estaba rota, pero no podía decir nada. Mamá llevaba unos días con mucho ánimo, había utilizado parte del dinero de Alejandro para un tratamiento más eficaz para que no sintiera esos horribles dolores de huesos. Sin embargo, lo peor estaba por venir. Mamá debía enfrentarse a otra operación pronto, la cual había que pagar.

—Me sabe mal dejarte con Alba, mamá —dije, suspirando. Me giré y agarré el bolso que lo había dejado encima del inodoro—. Se han puesto muy pesados con que salga, pero me sabe fatal dejarte en tu estado.

—Quizá tendría que haber considerado ser actriz, mentir se me daba bastante bien.

—¡Tú por eso no te preocupes, hermana! —Alba se asomó por la puerta y me guiñó un ojo —. Deja que yo cuide a mamá, sal un rato y diviértete.

Me acerqué a ella y revolví su pelo.

—Eres una payasa —hablé riendo entre dientes—. Cuida mucho a mamá y cualquier cosa, llámame.

—Vale, la cuidaré, no te preocupes. Además, vendrá Amaia a hacernos compañía —dijo, mientras yo me dirigía a la puerta—. ¡Y tú liga mucho que quiero tener pronto un cuñado! —exclamó Alba antes de que saliese por la puerta. Escuché a mamá reír y cerré la puerta con una sonrisa ladeada.

«Como si en lo que estuviese pensando ahora fuese en ligar», pensé para mis adentros. Salí dirección al hotel donde ya estaría Naomi con todo preparado, me había dicho que ella se encargaría de recoger el vestido y prepararlo todo en la habitación para cuando yo llegase. No debían ser más de las seis y media cuando entré por la puerta del hotel. Como me había imaginado, ahí estaba Naomi de brazos cruzados. Me iba a montar el pollo del siglo por llegar tarde.

—¿Se puede saber por qué has llegado tarde? —preguntó seria—. ¿Te haces una idea de cuánto cuesta arreglar tu pelo? —suspiré con pesadez y me senté en el borde de la cama.

—Lo sé, perdona. —Hice varios pucheros que la hicieron sonreír—. Sabes que me cuesta mucho dejarlas solas.

Naomi se movió por la habitación y me invitó a sentarme delante de un pequeño escritorio que simulaba el tocador de una peluquería.

—Lo sé, pero tú también tienes derecho a divertirte, ¿no? Alba ya es mayor, ella también puede hacerse cargo de tu madre.

—Lo sé —respondí.

—Bueno, ahora calladita que voy a hacer magia con todo este pelo —dijo—. ¿Lista para ser la más bella del evento al que vas a ir con ese buenorro de hombre? —Reí.

—Comienza.

Y así hizo. Naomi era muy buena en lo relacionado con el maquillaje y la peluquería, aunque esto se debía a que su madre tenía un centro de belleza y ella la ayudaba en verano o en ocasiones especiales como bodas o comuniones. Aprovechamos para picotear algún snack que me había traído de casa.

—¿Estás nerviosa? —me preguntó.

Agaché la mirada dándole la respuesta.

—Sabía yo que sí que estabas de los nervios. Por cierto, muy bonita la manicura que llevas.

—Gracias —dije, sonriendo—. ¿Cómo quieres qué no esté nerviosa? ¿Y si no llego a las expectativas de lo que Alejandro quiere?

—Con ese vestido vas a superar sus expectativas y las de todos los que te vean en ese evento pijo.

Naomi me hizo un semi recogido muy sencillo, apenas utilizó un maquillaje fuerte a excepción de los labios en un tono rojo pasión. Hizo que me levantase y me pusiera unos tacones negros que me había dejado ya que los míos eran muy bajos. Normalmente, no llevaría este tipo de tacón, pero el vestido lo requería. Mi amiga se dirigió al armario y sacó el vestido. Me lo puso con mucha delicadeza y me dejó unos segundos para verme en el espejo. No pude evitar sentir esas mariposas, aunque más bien parecía una estampida de animales, en el estómago al verme de aquella forma. Iba preciosa, siquiera lograba reconocerme al verme en el reflejo. Había crecido varios centímetros por los tacones y parecía más esbelta. El vestido se ceñía a mis curvas naturales y hacía que mi pecho pareciera más grande por la forma del escote.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Naomi sentada en la cama con mi móvil en mano.

—Me encanta —admití.

La vi levantarse e ir hacia la ventana de la habitación, tecleó varias cosas en mi móvil sin que yo lo viese. Fruncí el ceño y fui hacia ella con decisión, le agarré el móvil y me quedé boquiabierta por lo que había escrito. Era Alejandro.

Estoy abajo.

Naomi no tardó en responderle.

Bajo en dos minutos, por cierto, vas muy guapo de esmoquin.

—¡¿Estás mal de la cabeza?! —grité, roja de la vergüenza.

—Es que es verdad, está muy guapo con el esmoquin, mira, ven a verlo.

Me acerqué a la ventana y lo vi esperándome delante del coche. Tragué saliva. No podía obviar lo evidente, Alejandro era muy atractivo aunque sus ojos guardaban mil y un secretos. Tenía una coraza muy profunda que ansiaba romper y descubrir cómo era él de verdad y no como quería que lo vieran. Pero eso no quitaba lo guapo, masculino, inteligente y amable que era.

—Te has puesto roja —canturreó pícara.

—¡Calla!

Naomi rio y me empujó para irme con la excusa de que llegaría tarde y no debía hacerlo esperar. Agarré el bolso de fiesta que llevaba y me dispuse a bajar sola ya que ella se quedaría para recogerlo todo. Mientras bajaba por el ascensor, con la cabeza gacha, escuchaba mi corazón latir a mil por hora. La pregunta de sí estaría a la altura de lo que Alejandro quería no paraba de martirizarme. Salí del ascensor, despidiéndome de la recepcionista quien me miró con sorpresa al verme así vestida. Supongo que no se explicaba cómo era que yendo así vestida hubiera pillado una habitación en el hotel. Me paré en la puerta, viéndolo mirar sus pies con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Cogí aire y salí con una sonrisa en los labios.

Su cara me dejó impactada, no lo conocía tanto como para descifrar esas facciones sorprendidas. ¿Estaría a su altura? Mi sonrisa fue deshaciéndose conforme avanzaba, hasta que llegué a su lado y le pregunté lo que tanto necesitaba saber.

—¿Voy mal? —pregunté con una mueca de tristeza.

—¡No! —exclamó con decisión, sorprendiéndome—. Vas preciosa, Lucía. Me has sorprendido, es solo eso.

—¿De verdad? ¿Crees que estaré a la altura de ese evento?

Sentí la mirada de Alejandro sobre mi cuerpo, sorprendido de verme con tal vestimenta. Era como si me estuviese admirando.

—¿A la altura? —preguntó—. No, Lucía, te aseguro que vas a ser la estrella que más destaque entre todas.

Me sonrojé, sentía mis orejas arder. Acabé riendo como una tonta, en momentos así me daba la risa floja.

—Qué cosas dices.

—La verdad —dijo, sonriéndome.

Me cedió su mano y me acompañó hasta mi asiento, muy caballerosamente me abrió y cerró la puerta para luego ir él a su asiento y encender el motor del coche.

Comenzó a conducir por calles que jamás había pisado. Estábamos en la zona más rica de Madrid, donde una casa podía pasar del millón de euros. Entonces, distraída, lo escuché hablarme.

—¿Tu amiga sabe lo nuestro? ¿Sabe lo qué somos? —preguntó preocupado.

—Ella también lo es, no dirá nada —le aseguré. Lo vi respirar tranquilo.

—¿Lleva mucho tiempo en esto?

—Bastante. A decir verdad, no me enteré hasta que me lo propuso —comenté distraída. Nos quedamos callados por unos minutos, escuchando de fondo la música hasta que hablé—. Si me preguntan sobre nosotros, ¿qué debo decir? Alejandro paró en un semáforo y me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué te parece si decimos que nos conocimos en algún evento?

—No creo que sea muy creíble. —Fruncí el gesto—. ¿Y en una conferencia? Tú eres abogado y hay conferencias para el bloque de derecho en la universidad.

—Gran idea. —Me sonrió.

—Me dijiste que tengo que hacerme pasar por tu pareja, ¿cuánto tiempo se supone que llevamos?

—Unos meses, ¿seis quizá? —Alejandro se iba acercando a un lugar de celebraciones de lujo todo bien alumbrado. Aluciné con la cantidad de gente que había.

—Perfecto.

Alejandro le dejó el coche a un aparcacoches que había puesto la organización del evento y me ayudó a bajar. Me susurró que agarrase su brazo para que pareciese algo más real la situación. Pero no fui consciente de a qué me exponía hasta que pasamos por un pasillo lleno de cámaras y flashes que me hicieron cerrar los ojos. Toda la gente a mi alrededor era adinerada y déspota, se le notaba al andar. Tuve que reprimir varios insultos al pasar delante de varias mujeres que me miraron con desprecio. Sin embargo, sentí un suave escalofrío en mi piel al sentir el aliento de Alejandro en mi oreja.

—Ignóralas, están celosas de verte. —Lo miré a los ojos ya que aún con los tacones Alejandro era más alto que yo.

—No serán también locas del bótox, ¿verdad? —le susurré en el oído haciéndolo reír.

—Tenlo claro.

Iba a seguir hablando con él, pero unos gritos nos distrajeron.

—¡Señor Arias! ¿Es esta su nueva conquista?

Me sentí avergonzada al ver como una cámara de televisión nos enfocaba mientras que su compañero de periódico sacaba fotos por doquier.

Escuché a Alejandro reír entre dientes, pero parecía algo nervioso.

—Así es, le ruego que no insista mucho, mi pareja no está acostumbrada a este tipo de situaciones y está bastante incómoda.

Lo miré con una media sonrisa en la cara; él, por su parte, me miró y me guiñó un ojo. No obstante, insistieron en tomarnos varias fotos juntos, menos mal que ni mi madre ni Alba leían el periódico, y hacerle una entrevista rápida a Alejandro a solas ya que yo estaba bastante incómoda. Me aparté y me quedé esperándolo, parecía muy motivado por la situación del evento. Pero, de repente, sentí una mano en mi hombro. Me giré, asustada, y vi a un hombre de la edad de Alejandro riendo. Mi cara debía ser un poema, pero ¿qué esperaba? Me estaba tocando el hombro un desconocido y eso me ponía muy nerviosa. No me gustaba sentir el contacto de alguien que no conocía.

—Vaya cara más graciosa pones cuando te asustas. —Se rio de mí.

Me planché el vestido, quitándole la mano de mi hombro, y lo miré con el ceño fruncido, desconfiada—. ¿Usted quién es? —pregunté.

—No me trates de usted —volvió a reír—. Ya veo que Alejandro no te ha hablado de mí, soy Fernando, su mejor amigo, aunque puedes llamarme Fer.

Aún seguía desconfiando de aquel extraño, pero me mostré amable y un poco más relajada al saber que era amigo de Alejandro.

—¡Oh! —exclamé—. Encantada, soy Lucía.

—Ya, lo sé, Alejandro me ha hablado mucho de ti. —Me guiñó un ojo y no pude evitar sonrojarme. ¿Alejandro le había hablado mucho de mí?

—Pero ¿para bien o para mal? —bromeé.

—Para bien, por supuesto. Lo has impresionado mucho y eso es admirable.

—¿Admirable? ¿Por qué? —pregunté incrédula—. Alejandro es un buen tío, su trabajo es importante —lo miré mientras hablaba con el periodista— y parece que hace grandes cosas por como lo tratan los medios de comunicación. Yo solo soy Lucía, su acompañante.

Fernando puso su mano en mi cabeza y me revolvió un poco el pelo, resoplé y me lo acomodé mirándolo mal. Volví a girarme para prestar atención a Alejandro, quien estaba charlando con un hombre. Había terminado ya la entrevista.

—Ahora entiendo porque te eligió a ti entre tantas candidatas. —Sus palabras me dejaron helada.

—¿Sabes lo de…? —asintió —. ¡Oh, Dios!

—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. —Me guiñó un ojo—. ¡Mira, ahí viene!

Diez razones para amarte

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