Читать книгу Diez razones para amarte - María R. Box - Страница 13

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Capítulo seis

¿A qué se refería Alejandro con qué había encontrado a la candidata perfecta? ¿Perfecta para qué? Dudé en sí preguntarle o no, luego de estar varios minutos callados. Sin embargo, al final opté por decírselo. No podía callarme, necesitaba saber de qué se trataba esto.

—¿A qué te refieres?

Un camarero se acercó y nos llenó las copas de vino. Alejandro bebió, sin quitarme la mirada de encima. Se la mantuve.

—Necesito una mujer para hacerme un trabajo. —Dejó su copa y cruzó sus manos en la mesa.

Alcé una ceja.

—¿Hacerte un trabajo? —pregunté.

¡Ni de coña iba a hacerle un trabajo! ¿Qué se creía que era? ¿Una prostituta? Me puse en tensión. Sin embargo, de repente, Alejandro pareció comprender sus propias palabras y comenzó a gesticular con los brazos.

—No, no, no —se apresuró a responder—. No me refiero a eso —bajó unos tonos su voz y se acercó sobre la mesa a mí—, no quiero sexo.

Solté el aire de mis pulmones y reí, no pude contenerme. Ante situaciones incómodas o inapropiadas, me reía. Podía parecer un gesto de mala educación, pero así era yo. No obstante, me sorprendí al escuchar a Alejandro reír, pero a la vez de una forma ronca.

«Respira, Lucía, respira», me dije, mordiéndome el labio inferior. Me encantaba esa risa, se había quedado grabada en mi mente.

—¿Te das cuenta de lo mal que ha sonado? —le pregunté.

—Sí, me doy cuenta. —Alejandro rio suavemente.

Con disimulo, miré por la ventana. Naomi se había sentado en un banco cercano, comiendo chucherías como una posesa.

El camarero llegó con nuestros platos, volvió a llenar su copa de vino y se retiró. Fui la primera en probar la deliciosa comida italiana, tuve que contenerme para no gemir del placer al probar el plato. ¡Estaba delicioso!

—¿Te gusta? —me preguntó y yo asentí—. Me alegro muchísimo, Lucía.

—¿Puedo preguntarte algo? —Dejé el tenedor a un lado y bebí de mi copa.

—Ya lo estás haciendo. —Rio con suavidad—. Claro, dime. Si está en mi mano te responderé.

—¿Por qué haces esto? No creo que te haga mucha falta encontrar compañía en una web.

Entonces, fue cuando a Alejandro se le oscureció la mirada llena de recuerdos desafortunados. Sus manos se cerraron en medio de la mesa, miró por unos segundos hacia abajo y luego subió su vista hasta mis ojos.

—Eso es algo demasiado personal —dijo.

Asentí con una mueca en los labios. Esa mirada tan profunda me demostraba la horda de secretos que guardaba en su interior, en lo más profundo de su corazón para que nadie pudiese entrometerse en su vida de forma íntima.

—Claro. —Sonreí—. Lo entiendo.

—¿Y tú? ¿Por qué decidiste meterte en la web? No creo que sea por falta de pretendientes. —Alejandro bebió y comió, fijando su mirada intensa en mí.

Me mordí el labio, mirando para abajo. Sus ojos saltaban en chispas de interés y yo solo podía repetirme una y otra vez que esto solo era algo de conveniencia.

—Digamos que me hace falta el dinero y no encontré otra solución.

Comí de mi plato, aún sin mirarle a los ojos. Me ponía nerviosa su mirada entre verde y marrón. Muy nerviosa. Era demasiado intensa. Si a eso le sumabas su atractivo y lo que me hacía sentir con solo una mirada...

¡Madre mía! Me parecía a Naomi, pero nunca un hombre me había atraído tanto físicamente.

—Entiendo —dijo.

Subí mi mirada y dejé el tenedor cerca del plato.

—¿Qué te parece si te doy el contrato y en casa lo miras con tranquilidad?

El camarero vino y retiró los platos.

Alejandro sacó del pequeño maletín de oficina que llevaba unos papeles que supuse que era el contrato.

—Quiero que todo esto sea legal, como un trabajo —apuntó.

Asentí, cogí los papeles y tragué duro. «Esto va muy en serio» pensé.

—Me parece bien. —Le eché una ojeada a los papeles, todo parecía bien estipulado.

—Para que entiendas, necesito a una mujer para acompañarme a ciertos lugares: reuniones de trabajo, galas benéficas, viajes de trabajo... Todo pagado por mí, por supuesto.

—Aquí — comenté mientras señalaba con mi dedo una cláusula del contrato— pone que debo quedar contigo cuando me necesites. El problema es que estudio y no sé si podré asistir a lo que me dices.

—¿Qué horario tienes?

—De mañana —dije.

—Bueno, puedo intentar que las reuniones sean por la tarde.

—¿Y los eventos? —pregunté, leyendo el contrato.

—Son en fin de semana, al igual que los viajes. De verdad, te necesito Lucía. Eres la primera mujer que no me miente en la cara para conseguir dinero.

Suspiré cuando mi vista cayó en el dinero que me llevaría cada vez que quedase con él. Sin embargo, me negaba a reconocer que este impresionante hombre necesitase compañía femenina para estas cosas. Y mucho menos que necesitase a alguien como yo.

—Sigo sin creer que me necesites. ¿Por qué yo?

—Ya te lo he dicho, Lucía —contestó, rascándose la nuca—. Eres la primera mujer que no me miente, eres inteligente, hermosa y educada. Las mujeres de la web con las que he quedado eran unas mentirosas, decían tener ciertos requisitos que buscaba solo para sacarme el dinero. No busco una relación sexual, no quiero una mujer solo hecha de plástico. Necesito una mujer real, Lucía, y esa eres tú.

Los colores me subieron de inmediato. No podía creer que un hombre como Alejandro pensase que era bonita. No, bonita, no, hermosa había dicho. Pero lo más sorprendente era saber que pensaba que era inteligente. Me habían catalogado de muchas cosas: Guapa, bella, sabelotodo, empollona... pero nunca de inteligente y hermosa. Para mí eran palabras mayores por el hecho de ser pronunciadas sin lascivia alguna.

—¿Qué te parece si nos comemos el postre? —le pregunté, mirando el plato. Subí la mirada y le sonreí, algo avergonzada—. Te prometo mirar el contrato y decirte algo lo antes posible.

Lo vi sonreír en mi dirección de forma sincera, sin enseñar sus dientes. Me hizo caso, comenzó a comer de su postre.

—Entonces, ¿estudias Traducción e Interpretación? Tienes un acento italiano muy trabajado, casi perfecto. ¿Has ido alguna vez a Italia?

—Sí, estudio eso, pero no, nunca he salido del país. ¿Y tú? ¿Has viajado mucho? —asintió.

—Bastante, pero nunca he podido disfrutar del lugar.

Le sonreí con tristeza. No lograba entender su vida. Quizá por ello necesitaba una chica a su lado, quizá Alejandro lo que necesitaba era disfrutar de la vida.

—¿A qué te dedicas, Alejandro? —pregunté.

—Soy abogado.

—Guau —dije, sorprendida—. Derecho era mi segunda opción.

—¿De verdad? —preguntó sorprendido.

—Así es. —Reí.

Terminamos de cenar entre una charla muy amena, la verdad es que hablar con Alejandro era un lujo. Era un hombre culto y divertido. No podía parar de reírme con sus bromas. Me sentía muy cómoda. Me había dado cuenta de que teníamos cosas en común, aunque en otras éramos completamente diferentes. Sin embargo, cuando el camarero recogió nuestros platos y me disponía a levantarme, Alejandro agarró mi mano y sacó un sobre de su maletín. Con disimulo, lo echó hacia delante y, con un ademán, me dijo que lo cogiera.

—Es tuyo, la cena también corre de mi cuenta.

—Aún no hemos firmado nada, no hace falta.

Quise pasarle el dinero, pero me lo negó. Su mano tibia estaba encima de la mía, tragué saliva.

—Sí que la hace, es tuyo —insistió.

—De verdad, no hace falta... —Siquiera me dejó terminar de hablar.

—Lucía, es tuyo. Por favor, acéptalo.

No me quedó más remedio que agarrar el sobre a regañadientes y meterlo en el bolso. Le di las gracias y, como buen caballero, me cedió la mano para levantarme. Se la acepté y ambos salimos del restaurante después de pagar. Alejandro me paró en la puerta y del bolsillo de su chaqueta sacó una tarjeta y me la dio.

—Este es mi número, llámame cuando hayas leído el contrato. De verdad, Lucía, léelo y cualquier duda, llámame. Podemos arreglarlo a lo que tú necesites.

—Claro. —Agarré los papeles mucho más fuerte entre mis dedos.

—¿Quieres que te acerque a casa? —se prestó.

—¡Oh, no! —exclamé despreocupada—. No te preocupes, cogeré el metro.

—¿Segura? —pregunto, frunciendo el ceño—. Puedo acercaros donde queráis.

Lo miré estupefacta y con la boca seca. ¿Acaba de hablar en plural?

—¿Acercarnos? —pregunté riendo incómoda.

—Claro. —Sonrió él—. A tu amiga, la devoradora de chucherías que estaba en el banco, y a ti.

Mi cara volvió a tornarse roja.

—¿La has visto? ¡Dios, qué vergüenza!

Alejandro rio.

—No te preocupes, es normal que no confiases en mí.

Alejando puso su mano en mi hombro y se acercó unos pasos hasta quedar a escasos centímetros de mi cara. Él tuvo que bajar unos centímetros la suya por el cambio de altura entre ambos. Sorprendida, vi como tocaba mi nariz con uno de sus dedos en un gesto cariñoso y divertido.

—Estás muy guapa cuando te pones tan roja. —Rio.

Abrí mis ojos a más no poder. Estaba tan cerca que nuestras respiraciones se juntaban en una sola. Llegué a pensar que me besaría, no me importaría saborear esos labios.

—Yo... Eh... —tartamudeé, sin saber qué decir.

—Quedamos en que me llamarás cuando lo tengas todo leído, ¿vale? De todos modos, si no aceptas, dímelo.

—Cla... claro. —Fue lo único coherente que pude decir. Lo volví a escuchar reír, se apartó.

«¡No te apartes, joder! ¡Bésame, maldito!», pensé.

Alejandro se apartó y comenzó a caminar, no obstante, me miró por encima de su hombro con su mirada brillante y dijo con voz grave:

—Espero tu llamada.

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