Читать книгу Diez razones para amarte - María R. Box - Страница 18
ОглавлениеAlejandro
Haber recibido el mensaje de Lucía me tomó desprevenido. ¿Sabes esa sensación cuando el móvil se ilumina y al ver su nombre el corazón se pone a latir a mil por hora? Me encontraba ya en casa, después de un duro día de trabajo en el bufete. La llamada de esa misma mañana me había puesto de muy mal humor, pero ese enfado había desaparecido al recibir el mensaje de Lucía. El simple hecho de intercambiar algunas palabras con ella, aún a través de un sistema informático, había hecho desaparecer todo ese mal humor que llevaba carcomiéndome toda la jornada laboral. ¿Cuánto hacía que no ponía en un mensaje esa típica carita hecha con letras? ¿Años? Me parecían siglos. No obstante, con Lucía había retrocedido a mi juventud. Me sentía vivo después de años en un abismo de amargura que me consumía día tras día.
Con Lucía era todo extraño, me sentía joven de nuevo. Feliz.
¿Por qué me estaba pasando esto? ¿Qué me había hecho esa pequeña chica? Me encantaba estar en su compañía, pero solo habíamos quedado dos veces. Debía admitirlo, me había impresionado desde el minuto cero y no ocurría muy a menudo eso. Era exigente, así me había hecho la vida. Así me habían obligado a ser.
—¿Te encuentras bien, Alejandro? Pareces ido.
Giré sobre mis talones para encontrar a Fer mirándome con una ceja alzada. Se me había olvidado por completo que hoy iba a quedarse en casa por un problema de goteras en la suya.
—¿Con quién estabas mensajeándote? Tenías una sonrisilla de tonto… —comentó riendo.
—No seas imbécil. —Reí—. Era Lucía.
—¿Y qué te dice?
Fer fue dirección al frigorífico, como si estuviese en su propia casa, y sacó dos cervezas y una pizza que metió al horno.
—Hablábamos del evento de mañana —dije—, me comentaba que habían encontrado un vestido y que esperaba estar a la altura.
Dejé caer el cuerpo en el sofá, cansado bostecé. Fer no tardó en seguirme, ambos habíamos tenido un día de mierda.
—Mañana por fin la conoceré, estoy entusiasmado por ello. Hacía tiempo que no te veía así.
—¿Así cómo? —pregunté bebiendo de la cerveza.
—Feliz.
Resoplé.
—Es que con Lucía me siento joven. —Volví a beber de la cerveza—. Con ella es fácil hablar, es inteligente y guapísima. Sabes que la belleza nunca ha sido algo en lo que me fijase, pero… ¿Qué quieres qué te diga? Lucía tiene esa mezcla que tanto me gusta, inteligencia y belleza a la vez. —Me rasqué la nuca—. Sin embargo, me siento un pederasta al pensar en ella de esa forma. Me llevo casi diez años con ella…
—Mis abuelos se llevaban quince años, no creo que eso sea una excusa.
Miré a Fer con los ojos como platos.
—Mejor dejemos la conversación, no quiero ni debo pensar en ella de esa forma —aclaré—. Esto es como un trabajo, negocios. Nada más. Nunca ocurrirá nada con Lucía.
Fer se echó a reír y dijo:
—Nunca digas nunca, amigo.
Seguido, se levantó y fue a ver la pizza. Cenamos viendo la televisión, comentamos un poco el evento de mañana y nos fuimos a dormir. Aún en la cama, seguía con el recuerdo de lo que había hablado con Lucía. De cierta forma me inquieta sentir algo por ella más allá de lo que habíamos estipulado. Ella era una niña con mucha vida por delante como para perder el tiempo con un viejo como yo. Un estúpido viejo de treinta y dos años que necesitaba su ayuda para librarse de aquello que más temía.
Parecía algo totalmente irreal. ¿A qué le podría temer un abogado de prestigio que ganaba millones con cada caso? Aunque parezca mentira, mi gran pesadilla tenía nombre y apellidos. Pero yo la conocía como mamá. Michelle Bernabéu, mi madre, siempre nos había exigido más de lo que, en ocasiones, podíamos dar y ahora no iba a ser diferente. De cierta forma, iba a utilizar a Lucía para que mi madre se olvidase de mí por completo; algo rastrero en mi opinión pero necesario. Su cinismo y ansia de control llegaban a límites infranqueables.
Conseguí dormir ocho horas del tirón, no siempre ocurría, y, a la mañana siguiente, estuve trabajando con Fer en el nuevo caso que habíamos adquirido en el bufete. Lo bueno de tener a mi mejor amigo conmigo eran las risas que nos pegábamos en el trabajo. Ambos éramos los jefes, él era mi mano derecha e izquierda. Mi segundo al mando. Siempre había sido así, Fer siempre había estado ahí. Al final, más que trabajar, no paramos de mofarnos de las estúpidas causas de aquel divorcio entre dos personas muy adineradas. Mi especialidad, entre otras, era coger casos de este tipo. Divorcios de famosos, sobre todo. Según mi madre era el trabajo que más dinero me iba a hacer ganar, estaba en lo cierto. Pero no me metí a la carrera de Derecho para llevar divorcios. Sentía un gran vacío en mi interior cada vez que llegaba al bufete. Teníamos varios especialistas en diferentes temas y cada vez que veía un caso criminal o sobre agresiones hacia la mujer se me saltaban las lágrimas de la impotencia. ¡Yo quería esos casos! Pero mi madre no lo aceptaría. ¿Cómo voy a estar yo, un Arias, rodeado de criminales o defendiendo a una cualquiera que ha sido maltratada por su marido? Era impensable para ella. ¿Se podía odiar a una madre? ¿A la mujer que te dio a luz? Porque yo la odiaba. Odiaba que controlase mi vida de aquella forma, que me controlase a mí con sus sucios juegos mentales.
—Tío, ¿comemos y nos preparamos para irnos al evento? No sé si te has dado cuenta de la hora, pero solo faltan cuatro horas y yo tengo que ir a la peluquería —dijo, cerrando su portátil.
Reí con ganas.
—¿Es que no puedes arreglarte tú el pelo o qué?
—Sabes que no. —Rio él.
—¿Qué quieres para comer? —le pregunté, caminando hacia la cocina.
—Cualquier cosa que me llene la tripa, luego voy a pasar un hambre que te cagas con esa comida que nos van a poner. —Hizo una mueca de asco.
Saqué la bolsa de pan de molde y comencé a hacer muchos, uno tras otro, y colocándolos en una bandeja. Tuve que reír por las palabras de Fer. Él no era mucho de la comida pija de este tipo de eventos.
—Vamos a un evento de lujo, ¿qué quieres? ¿Que pongan pizza? —pregunté, llevando la bandeja hacia la mesita del comedor. Encendí la televisión y me llevé a la boca el primer sándwich.
—No estaría mal —respondió con la boca llena—. Lo digo en serio, son cantidades minúsculas que te comes en un bocado. Por cierto, ¿a qué hora has quedado con la chica?
—A las ocho.
—Por fin conoceré a la chica que ha impresionado a mi amigo. —Sus cejas saltaron a lo Groucho Marx—. ¿Es guapa? ¿Tiene alguna amiga? —Volví a reír, dándole una palmada en el hombro.
—Eres un caso imposible, Fer. Tienen diez años menos que nosotros, ¿qué vas a hacer tú con una jovencita, abuelete?
—Has herido mis sentimientos. —Se hizo el ofendido poniendo una mano en su corazón—. ¿Qué crees que haría con ella?
—Lo más seguro es que cosas indecentes.
—Tú también lo harías, pero esa cabezota tuya no te deja —dijo.
Lo miré con una ceja alzada y contesté:
—No pienso hacer nada con Lucía, otra vez te lo digo. No quiero nada sexual con ella.
—Pero la chica es guapa y te ha impresionado.
—¿Y? —pregunté levantando los hombros.
—Vas a ser su Richard Gere, ya verás. No es normal en ti que una mujer te impresione así como así.
—¿No tenías qué ir a la peluquería? —le pregunté, queriendo dejar el tema.
Lo escuché reí, pero se levantó y anduvo hasta la puerta con dos sándwiches en las manos. No sé siquiera como pudo abrir la puerta, pero, antes de irse, se giró y dijo, guiñándome un ojo: —Nos vemos esta noche, ponte guapo.
Me quedé solo en casa, el silencio solo era roto por la televisión. Al final acabé quedándome dormido durante una hora en el sofá y, cuando eran las seis y media, decidí meterme al baño para comenzar a prepararme.
Salí de casa, cerrando con llave y bajando por el ascensor hacia el garaje para coger el coche e ir a por Lucía. Puse el GPS y llegué antes de la hora prevista. No podía negarlo, estaba un pelín nervioso por verla. Bajé del coche y le mandé un mensaje decidido a esperarla para verla.
Estoy abajo.
No tardó en responderme.
Bajo en dos minutos, por cierto, vas muy guapo de esmoquin.
Me quedé bastante impresionado por su respuesta, pero lo guardé y esperé. No pude obviar ese sentimiento de nerviosismo e impresión cuando la vi salir del hotel. El corazón se me paró en aquel momento. No era normal tanta belleza en aquella niña. Boquiabierto, viendo como se acercaba a mí con ese vestido largo y con una sonrisa que deslumbraba, comencé a mirarla de arriba abajo. Su figura se ceñía a la tela negra, Lucía iba elegante y sexy. No pude evitar admirar sus curvas y ese maravilloso escote que le hacía el vestido. Nunca había sido muy fan del encaje, pero esas sutiles piezas colocadas en el vestido astutamente para tapar lo necesario me volvían loco. Mi corazón comenzó a acelerarse con cada uno de sus pasos hacia mí, pero al verme de aquella forma su mirada fue apagándose.
—¿Voy mal? —preguntó con una mueca de tristeza.
—¡No! —exclamé con decisión, sorprendiéndola—. Vas preciosa, Lucía. Me has sorprendido, es solo eso.
—¿De verdad? ¿Crees que estaré a la altura de ese evento?
—¿A la altura? —pregunté—. No, Lucía, te aseguro que vas a ser la estrella que más destaque entre todas.
La vi sonrojarse y reír avergonzada.
—Que cosas dices —exclamó, riendo entre dientes.
Adelanté una mano, con una sonrisa en los labios, y le pregunté: —¿Lista para irnos?
Ella asintió y deslizó su mano por la mía. La llevé hasta su asiento, le abrí la puerta para luego cerrarla. Subí a mi lugar y puse el coche en marcha, mirándola a momentos con disimulo y pudiendo apreciar su belleza natural.