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ОглавлениеCapítulo cinco
8 de septiembre de 2017
Por última vez, me miré en el espejo de cuerpo entero que tenía tras mi puerta. Volví a pasear, para planchar, mis manos sobre el vestido que Naomi me había prestado. Una hermosa pieza de color azul oscuro, con la manga tres cuartos de encaje y de medida un poco más arriba de la rodilla. Sin duda, un vestido espectacular al que Naomi me había hecho acompañar con unos bonitos, y enormes, tacones en un tono crema.
—Estás guapísima, Lu.
Miré a Naomi a través del espacio. Se encontraba en mi cama, tumbada y con la cara apoyada en sus brazos.
—No sé si esto es una buena idea —dije, admirando la tela del vestido.
—Te he presionado demasiado. —Naomi me miró arrepentida—. Lo siento, no era lo que pretendía.
Me giré sobre los talones y le sonreí.
—Sé de sobra que lo has hecho por mí, pero estoy cagada del miedo. ¿Y si no es quién dice y me hace algo? Necesito el dinero, he mandado mi currículum a muchos lugares y ninguno dice nada. —Anduve hasta la cama y me senté a su lado. Acabé tumbada y resoplando sobre la mullida cama.
Naomi se removió y se sentó con las piernas cruzadas a lo indio.
—¿Estás segura de esto? —preguntó.
—No, pero necesito el dinero. Además, ¿estarás ahí por lo pueda pasar? —Ella asintió.
—Claro que sí. Anda, ven que te arregle el pelo.
Nos levantamos y fuimos hacía una improvisada peluquería que nos habíamos montado en mi habitación. Me senté en la silla de cocina y dejé que Naomi hiciese magia en mi cabello castaño oscuro. Terminó por hacerme una cola alta, bien planchada y dejando ver, según Naomi, mis enormes ojos azules con motas verdes.
—¿Te he dicho alguna vez que me encantan tus ojos? Son espectaculares, Lu.
—Son normales, Naomi, no tienen nada de especial —dije sincera.
Así lo pensaba. Mi hermana Alba y yo éramos muy parecidas, las únicas diferencias eran que ella tenía los ojos más verdes y el pelo rizado como mamá y yo los ojos azules y el pelo liso como mi padre, el gilipollas que nos dejó tiradas.
Mirarme al espejo era verlo reflejado en mí, o yo en él, una de dos.
—Eres guapísima y no lo quieres admitir. —Naomi fue hasta un cajón de mi cómoda y saco un estuche de maquillaje—. ¿No tienes maquillaje?
—Tengo una crema hidratante con color, si uso maquillaje me salen granos.
—Eso vamos a evitarlo, no quiero volver a verte con acné por toda la cara. Vaya años más asquerosos que pasamos, ¿te acuerdas?
—No compares mis volcanes de la era prehistórica con tus pequeños poros. —Reí.
—Que payasa. —Rio ella—. ¿Te echo mucho potingue o quieres algo más natural?
—Natural, por favor.
Y así lo hizo.
Naomi me maquilló de forma sencilla, para nada extravagante. Lo único destacable, a mi pesar, eran los ojos. Naomi se había esmerado mucho en dejarlos impecables para que el azul resaltase.
—Me siento fatal, mi madre está en el hospital con mi hermana y yo aquí...
—Lo haces por ellas, para sacarlas adelante. —Naomi dejó el labial encima de la mesa de estudio e hizo que me levantase de la silla—. Os han embargado la pequeña nómina que tiene tu madre por la deuda del coche de tu padre, ¿cómo piensas sobrevivir con apenas doscientos euros? ¿Cómo pagas la luz, la casa, el agua, el colegio, la universidad y el tratamiento de tu madre? Quizá ellas no sepan el esfuerzo que estás haciendo mientras intentas buscar un trabajo «normal». —Hizo las comillas con sus dedos cuando dijo normal.
—Lo sé, pero me siento como una prostituta.
—No eres una puta, Lu. No vas a venderte por sexo, eso que te quede claro —dijo Naomi con el rostro serio. La vi mirar el reloj de pulsera que llevaba—. Son casi las ocho menos veinte, ¿vamos yendo al lugar? No quedaría bien llegar tarde.
Asentí.
No pude ocultar el nerviosismo que me embargaba por todo el cuerpo. Iba a hacer una locura por salvar a mi familia, pero ellas lo merecían.
Entramos en el metro y, con toda la suerte del mundo, encontramos dos asientos libres. Miraba cada dos por tres las estaciones que faltaban para bajarnos.
Cinco paradas.
—Relájate, Lu, voy a estar vigilando.
Mi pie no paraba de taconear el suelo del tren subterráneo.
Cuatro paradas.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo. Me tiemblan las piernas. Parezco una maldita gelatina.
—Tú solo relájate e intenta ser tú misma, sin contar aspectos de tu vida privada. —Naomi era la experta en este tipo de cosas, le haría caso.
—Está bien. ¿Y si no es lo esperado?
—En caso de que no sea quien esperas, se intente propasar o cualquier otra cosa, te rascas la oreja y llamo a la policía —dijo ella.
—¿Y si me hago el pelo para atrás? ¡No confundas señas, Naomi! Te conozco.
Tres paradas.
—¿Estás insinuando que soy una despistada? —preguntó, haciéndose la ofendida.
—Eres la persona más despistada que hay en la faz de la tierra.
—Qué ataque más gratuito. —Naomi miró de nuevo su reloj—. Quedan diez minutos para tu cita con Aries88 —canturreó.
—Eso, tú ponme más nerviosa —llevé mi mano a la coleta y comencé a toquetear las puntas de forma nerviosa. Era un acto reflejo, si me ponía nerviosa comenzaba a tocarme el pelo.
—¡Déjate el pelo! —exclamó.
Dos paradas.
—Será mejor que nos levantemos para salir. —Naomi me ayudó a levantarme por los meneos que daba el tren por la velocidad.
Acabé agarrada de una barra para no matarme. Otra cosa que me gustaba de estar en la capital era que nadie se fijaba en como ibas y si lo hacían, les importaba un rábano. No obstante, antes de poder divagar en mis pensamientos, me vi saliendo del metro hacia el restaurante en el que había quedado con Aries88.
No pude evitar recordar su fotografía en el perfil de la web. ¿Sería el de la foto o no? Aún podía recordar sus rasgos masculinos, un hombre que no se comparaba a nada de lo que había visto hasta el momento.
En pocos minutos la GIOIA se plantó bajo nuestros pies. Un restaurante muy elegante y costoso que tenía maître en la puerta de entrada. Tragué saliva, parando en seco justo antes de cruzar la calle.
—¿Estás bien, Lu? —preguntó Naomi, agarrando mi mano con cariño.
—Estoy muy nerviosa.
—Lo sé, nena, pero tienes que relajarte. ¿Vale? Todo va a salir bien. —Naomi besó mi puño en señal de confianza.
—¿Por qué a mí y no a otra de la web? —pregunté—. Había bellezones y entre ellas me escoge a mí...
—Te infravaloras, Lu. Eres mucho más bella que esas chicas operadas de cabeza a pies.
—¿Y si no consigo nada con esto? —Me mordí el labio.
—Lo vas a conseguir, ahora, vamos, llegarás tarde.
Dicho y hecho.
Me planté delante del maître en menos que cantaba un gallo.
—¿Cuál es su nombre, señorita? —preguntó el hombre mirando la lista.
Me aclaré la garganta y le dije lo que Aries88 me había escrito.
—Tengo una mesa reservada a nombre de Aries88.
El maître me miró con las cejas alzadas, pero al volver a mirar la lista, pareció entenderlo todo.
—Sígame, señorita.
Miré hacia la otra esquina y me despedí de Naomi. Nerviosa, seguí al maître hasta una mesa en un pequeño reservado que daba a la calle, me senté justo frente a la ventana, viendo a Naomi sacar una bolsa de chucherías de su bolso.
Estaba sola en la mesa, muy bien arreglada. Respiré varias veces, jugando con la punta del cuchillo que estaba envuelto en la servilleta. Miré el reloj que había en la pared del restaurante, fijándome en otras parejas que se encontraban cenando.
«¿Y si ha sido todo una broma y no aparece?», me pregunto a mí misma mientras repaso el borde de la copa para vino con uno de mis dedos. ¿Qué haría? Necesitaba el dinero con urgencia si no quería quedarme sin estudios en el último año.
Suspiré, mirando a Naomi a través del cristal. Sin embargo, una aterciopelada voz masculina hizo que el vello de mis brazos se erizara.
—Disculpa la tardanza, he tenido una reunión de última hora.
Miré a Naomi, que estaba con la boca exageradamente abierta.
Mi corazón se aceleró y tragué saliva. Poco a poco, me giré para verlo. Me topé con su torso, bien definido, enfundado en una chaqueta del más sublime tejido. Subí la mirada y mi sorpresa se hizo notable en cada uno de mis rasgos.
¡Era él!
Me quedé embelesada con sus ojos, que me miraban expectantes, de un tono verde con notas marrones. Me levanté de inmediato, avergonzada por haberme quedado como una tonta mirándolo.
—No... No pasa nada.
Aries88 era real y me daba cuenta de cuan masculino era. Debía medir bastante, quizá uno noventa y algo. Su pelo estaba echado hacia atrás y más corto en los lados, de un color que rozaba el negro, pero con reflejos más claros. Las cejas pobladas y bien arregladas, pestañas largas y rizadas, nariz de estilo romano y labios rellenos. La barba le quedaba muy bien y ni hablar del traje. Me encantaban los hombres en traje.
—¿Llevas aquí demasiado tiempo? —preguntó, cediéndome la silla para que me sentase.
—No, apenas cinco minutos —dijo.
Me senté frente a él. ¿Os he dicho que nunca en mi vida había visto un hombre tan apuesto como él? Debía de ser modelo o actor.
El maître apareció de inmediato con dos cartas, nos las dio y al ver el precio de los platos mis ojos saltaron de sus órbitas.
—Puedes pedir lo que quieras. —Lo miré, estaba mirándome por encima de la carta y juraría que tenía una media sonrisa en sus labios.
«Bienvenida al mundo de los hombres que hacen que mojes las bragas con solo una sonrisa», me dije a mí misma.
—Eh... —tartamudeé—. Esto es demasiado caro.
—No te preocupes, pago yo —dijo.
Tragué saliva, asintiendo. Miré la carta de nuevo, sin parar de taconear el suelo. El corazón aún me iba a mil por hora, acelerado y basto pensaba que se me iba a salir del pecho.
—Esto es un poco incómodo —dije, con la voz leve. Dejé la carta a un lado y subí la mirada para ver cómo Aries88 me miraba expectante y serio.
¿Desde cuándo llevaba mirándome de esa forma tan intensa?
—¿Tú crees? —preguntó, dejando la carta a un lado.
—Sí —respondí segura—. Ni siquiera sé tu nombre...
—En eso tienes razón. —Y ahí, señoras, fue donde caí en que tenía una sonrisa cerrada de encanto, de esas que hace que te derritas tan solo mirarla—. Soy Alejandro, Alejandro Arias, encantado.
Alejandro.
Qué bien sonaba su nombre en mi mente...
—Soy Lucía, Lucía Rodríguez. Aunque me llaman Luci o Lu.
Alejandro me volvió a sonreír.
—Bonito nombre, Lucía.
¿Podía enamorarme de una persona con solo verla? Alejandro poseía una voz aterciopelada que te encandilaba nada más escucharlo. Y esos labios... ¡Madre mía! Qué ganas de lanzarme a probarlos.
«A ti lo que te pasa es que el coño te está haciendo palmas, guapa», me dije a mí misma.
Me di una bofetada mental y volví al restaurante GIOIA.
—Gracias —me sonrojé un poco por su halago. Aparte de Roberto, nadie me había dicho cosas como que mi nombre fuese bonito ni me habían cedido la silla para sentarme y, aunque fuese un micromachismo, a mí me encantaba.
De repente, el camarero nos irrumpió con un acento de lo más italiano. Gracias al cielo lo entendí a la perfección.
—Cosa vogliono i signori?1 —dijo.
Entonces, miré a Alejandro, quien me miraba de nuevo a través de su carta, expectante y desafiante. ¡El hijo de perra quería comprobar si de verdad sabía italiano! Seguro que, y son suposiciones, se había estudiado mi perfil de pe a pa y quería comprobar si era verdad.
—Buona sera, voglio la piadina e la bistecca alla fiorentina2 —dije, cerrando la carta y sonriendo en su dirección.
Alejandro sonrió con satisfacción, comprobando así que no era una mentirosa.
—Lo mismo que la señorita y traiga una botella del mejor vino que tengan —se atrevió a pedir.
—¿Celebramos algo? —Una de mis cejas se alzó cómicamente. Miré con disimulo por la ventana para ver a Naomi muy entretenida mirándonos, solo le faltaban las palomitas.
—Que he encontrado a la candidata perfecta, Lucía, eso celebro.
1 ¿Qué es lo que van a querer los señores?
2 Buenas noches, yo voy a querer piadina y Bistecca alla fiorentina.