Читать книгу Diez razones para amarte - María R. Box - Страница 14

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Capítulo siete

Quizá pasaron horas hasta que pude conciliar el sueño en el incómodo sillón del hospital. Había tenido que pasar por casa para cambiarme, pero no pude dejar el dinero. Aún sin estar segura de que esto era lo que debía hacer, admiré el reflejo del sol entre las persianas de la habitación. Miré de refilón a Alba, tumbada en el otro sillón, y a mamá en la cama. No debía faltar mucho para que el doctor pasase a verla y quise aprovechar para leer los papeles que Alejandro me había dado la noche anterior.

Alejandro era uno de los motivos de mi desvelo. ¿Cómo un hombre tan inteligente, divertido y guapo necesitaba la compañía de una niña como yo?

—Buenos días, Lu.

Me sobresalté al escuchar a mi hermana, de inmediato disimulé el convenio que tenía en manos.

—Buenos días, Alba. ¿Qué tal has dormido? —pregunté con una ligera sonrisa.

—Mal, el sillón es incomodísimo.

—Lo sé, cielo, pero es lo que hay. Ya te dije que podías quedarte con la vecina —dije, levantándome—. Escucha, Alba, vuelvo en media hora, ¿vale? Tengo que hacer unas gestiones.

Mi prioridad era pagar los recibos y la universidad, no quería quedarme sin luz y agua caliente estando mamá en estas condiciones.

—¿Dónde vas? —preguntó ella, curiosa.

—Ya te lo he dicho, voy a hacer unas gestiones. Volveré rápido, te lo prometo.

—Vale.

Me acerqué a mi hermana y besé su coronilla. Salí corriendo del hospital con el dinero a buen recaudo. Anduve por las calles muy temprano, siendo la primera en entrar al banco y hablar con el director. Transferí el dinero necesario para la universidad y aproveché para preguntar por mi libreta bancaria donde tenía algunos ahorros. Ya que la de mi madre había sido embargada, solo teníamos la mía. No tenía mucho, pero iría ahorrando poco a poco.

Salí del banco en poco tiempo. Entonces fue cuando me dirigí a pagar las facturas de la luz y el agua. Acabé agotada de tanto correr. Decidí sentarme en un banco que había en la calle y respirar con tranquilidad. De lo que me había dado Alejandro aún me quedaba algo de dinero para hacer la compra, nada excesivo, pero me apañaría.

Llamé a Naomi, necesitaba hablar con ella.

—Estas no son horas de llamarme, ¿lo sabes? —preguntó, adormilada.

—Disculpe usted, marquesa, pero creí que le interesaría saber que ya tengo las facturas pagadas —dije, irónicamente.

—¿Eso significa que no te vas de la universidad? —preguntó, contentísima.

Juraría que, conociéndola, se habría levantado de la cama de la sorpresa.

—Así es, así que más te vale coger apuntes porque en cuanto mi madre se recupere vuelvo.

—Vale, vale, captado. Nada de dormir en las clases. —Naomi bostezó—. Tía, me quedan aún diez minutos para que suene el despertador. Esta tarde voy a verte y hablamos.

Reí. Me levanté del banco y volví a andar camino al hospital.

—Vale, chao.

Naomi colgó y guardé el móvil. Cuando llegué, me sorprendí al ver a mamá levantada y firmando el alta médica. Nos fuimos a casa dando un agradable paseo pues el tiempo acompañaba y a mamá le vendría bien tomar un poco el sol.

—Alba, ¿te gustaría volver a las clases de música? —le pregunté.

Mi hermana me miró con los ojos abiertos.

—Me encantaría —parecía triste—, pero no nos lo podemos permitir.

—Bueno —mentí—, estoy bastante segura de que me cogerán en un trabajo.

—¿Tienes una entrevista, hija? —preguntó mamá.

—Sí —pensé rápido para que mi mentira pareciera real—, es en una revista online.

—Me alegro mucho, cielo. —Nos paramos delante de una tienda de ropa.

—Volver a las clases de música estaría genial —comentó Alba.

—Lo sé.

Llegamos a casa y Alba se quedó con mamá, aprovechando la tarde para hacer deberes y cuidar a los vecinos. Por mi parte, llamé a Naomi y le dije que tenía que ir a comprar. Me encontré con ella en el supermercado de mejores ofertas, no podía derrochar el dinero. Sin embargo, cuando me encontraba a solo una calle del supermercado, una mano agarró mi brazo de forma brusca. Me asusté, pero al girarme vi que era Roberto. Respiré tranquila. No obstante, no me gustó la forma en la que me agarró. Sus facciones estaban tensas, duras. Como si estuviese cabreado.

—Hola, Rober, me habías asustado —dije mientras me soltaba de su agarre.

—¿Con quién estabas ayer? —preguntó sin tapujos.

Tragué saliva. No era posible que me hubiese visto con Alejandro, no era posible.

—¿A qué te refieres? —Sonreí de forma nerviosa.

—Ayer, en el restaurante italiano. ¿Quién era el tío con el que estabas?

¡Mierda! Si era posible. Mis manos comenzaron a sudar. Lo miré a los ojos, sorprendida.

—Es un amigo —dije—. Además, ¿qué te importa? —pregunté.

—Hace un tiempo te pedí una oportunidad y me dijiste que no, dijiste que no querías una relación y ayer te encuentro con ese hombre… ¿Piensas que soy tonto?

—No me controles, Roberto. —Enfadada, quise comenzar a caminar, pero me lo impidió.

—¿Qué tiene él que no tenga yo? —preguntó—. ¡No entiendes que yo te quiero!

—No grites —insistí—. Esto no va contigo, Roberto. Ya te he dicho que es un amigo, te guste o no tengo el derecho de rehacer mi vida de la forma que quiera.

No le dejé decir una palabra, me fui corriendo al supermercado donde me esperaba Naomi. Al verme agitada se asustó.

—Tía, ¿pasa algo?

—Roberto me ha pillado con Alejandro y me ha liado una en medio de la calle... ¡Dios! Todo me pasa a mí. —Entramos al supermercado y agarré una cesta.

—¿Qué me cuentas? —preguntó sorprendida.

—Lo quiero como un amigo, ¿sabes? Pero nada más. No entiende que no quiero nada serio ahora y encima me reprocha que hace unos meses me pidió una oportunidad.

—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó Naomi. Agarré varias bolsas de pasta y las eché a la cesta.

—¿Con Roberto o Alejandro?

—Con ambos, ya que estamos…

—Pues con Roberto no sé, no quiero que me controle de esa forma. —Agarré unos dulces de oferta y varias bolsas de pan de molde.

—Está celoso.

—Ya, pero es que no me atrae de esa forma. ¿Qué hago? Con todo lo que tengo encima no quiero algo serio —dije.

—¿Y con Alejandro? —preguntó.

—No lo sé, tía, necesito el dinero. Parece amable y comprende mi situación. De momento, esa es la mejor opción. Por lo menos hasta que encuentre un trabajo estable.

—Me dio una buena impresión. ¿Has leído los papeles que te dio? —Naomi cogió verduras y frutas.

—No me ha dado tiempo. Me dijo que iba a ser algo hablado, pero que quería dejarme en claro lo que necesitaba de mí. De ahí la especie de contrato que me dio.

Naomi me acompañó a casa y saludó a mi madre, me pasó los apuntes e insistió en que llamase a Alejandro lo antes posible. Aproveché la tarde para ponerme al día con los estudios y la casa. Alba me ayudó a hacer la cena mientras mamá descansaba en el sofá. Alba se sorprendió de ver tanta compra en la nevera. Reí ante sus gestos.

—¿Nos ha tocado la lotería? —preguntó chistosa.

—He ido a por las ofertas, no veas lo que me han cundido cincuenta euros.

—Me encantaría poder daros más, niñas —comentó mi madre desde el sofá.

—No te preocupes, mamá, lo que importa es que estemos bien. Si consigo el trabajo —mentí—tendremos un sueldo fijo en casa. Iremos un poco hasta arriba, pero juntas podremos superarlo.

—Eso seguro, hermanita. —Alba me guiñó un ojo.

Cenamos las tres viendo la televisión y cuando me fui a la cama aproveché el momento de soledad para leer lo que Alejandro esperaba de mí:

Cláusula uno

La señorita dispondrá de tiempo para acompañar al señor Alejandro Arias, alias Aries88, a reuniones, eventos y viajes laborales.

Cláusula dos

La señorita tendrá su propia habitación.

Cláusula tres

La señorita dispondrá de un sueldo superior a mil euros, quedando con el señor Arias de viernes noche a domingo noche dejando así los días entre semana libres.

Cláusula cuatro

Todos los viajes, eventos, gastos extras, etc. serán pagados por el señor Arias.

Cláusula cinco

Se prescinde de sexo. En ningún caso, será obligatorio mantener relaciones sexuales con el señor Arias. (…)

Las cláusulas seguían en torno a mis actitudes con Alejandro. No había nada fuera de lo normal a mi parecer. Suspiré, dejé los papeles a un lado y agarré el móvil. Saqué la tarjetita que me dio y marqué su número.

Un pitido.

Dos pitidos.

—¿Sí? —Solo escuchar su aterciopelada y masculina voz me daban escalofríos, y no por miedo.

—¿Alejandro? —pregunté, tartamudeando.

—Buenas noches, Lucía, pensé que no me llamarías. —Juraría que tras el teléfono había una sonrisa por su parte.

—Siento haber tardado tanto —me disculpé de inmediato escuchando una carcajada leve en respuesta.

—No te preocupes, no tienes porqué disculparte. Entiendo que esta situación es complicada, ¿has revisado los papeles que te di?

—Sí —contesté.

—¿Y?

—Acepto las condiciones, Alejandro, pero nada de sexo. Hago esto por necesidad, no soy ningún tipo de prostituta —le dejé claro.

—Por supuesto, Lucía. ¿Te parece bien quedar este fin de semana? Tengo un evento muy importante y me gustaría que asistieras conmigo.

—Claro.

—Será una cena formal. Me gustaría que vistieras de forma elegante. También me gustaría darte una tarjeta para tus gastos. O cómo lo prefieras, Lucía. —Mi boca se abrió de par en par.

—¿Una tarjeta? No hace falta, Alejandro, te lo agradezco pero…

—Pero nada, Lucía. ¿No quieres la tarjeta? Vale. Podemos hacerlo de forma tradicional, transferencia bancaria si así te sientes más segura.

—De verdad que esto no hace falta. —Reí un tanto sorprendida.

Alejandro rio entre dientes.

—Estos gastos van a mi nombre, Lucía —dijo.

—Ya, pero no quiero aprovecharme de ti.

Alejandro volvió a reír.

—Haremos algo, Lucía. ¿Qué te parece si quedamos para tomar un café mañana? Si no tienes nada que hacer, por supuesto.

—¿Mañana? —pregunté sorprendida—. Cla… claro.

—Te mando mañana por la mañana un mensaje y concretamos. Que tengas una bonita noche, Lucía.

Diez razones para amarte

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