Читать книгу Diez razones para amarte - María R. Box - Страница 16
ОглавлениеAlejandro
Pensé en desistir en mi búsqueda de la candidata perfecta. A toda mujer que conocía le faltaba algo, no terminaba de convencerme. Era exigente. La vida me había hecho así por desgracia. A mis treinta y un años no debería ser complicado encontrar a una mujer, en realidad no me costaba encontrar un ligue para pasar la noche, pero esto era aún más complejo.
Había probado de todo para encontrar a la mujer perfecta, pero a todas las mujeres que conocía les ponía un pero. Fer, mi mejor amigo, estaba harto de mí. Él era el único que sabía de mi situación crítica y fue quien me recomendó la web. Me hizo pensar en que quizá podría ayudar a alguna chica en su vida con la cantidad de dinero que ganaba yo. No me parecía mal, el problema llegó cuando las chicas mentían para conseguir la pasta. No hay cosa que más odie que las mentiras. Hasta que Lucía llegó de forma sorpresiva. Era diferente a las otras, así me lo demostró en su foto de perfil. En ella no mostraba su cuerpo sino que se centraba en sus expresivos y bonitos ojos. Tenía una sonrisa preciosa. Leí su descripción y me atrajo de inmediato. Una chica que, al parecer, estudiaba idiomas. Era muy bella, eso no cabía en discusión, pero ¿sería todo fantasía para cazar a un ricachón? Le hablé, esperando su respuesta. Estuve día y medio esperando, algo desesperado y entrando cada dos por tres en su perfil para ver su foto. Era joven, tenía solo veintidós años. Sin embargo, esos ojos azules como el mar Caribe se incrustaron en mi mente. No podía dejar de mirar su foto embobado.
Ese día y medio fueron una tortura. Fer estaba que me mataba en el bufete. Él más que nadie sabía que estaba bastante desesperado, pero que no iba a confirmarme con quién fuera. De cierta forma, antes de investigar y meterme en el mundo de los Sugar Daddy y Babies pensaba que era una especie de prostitución camuflada. No obstante, me había dado cuenta de que había chicas jóvenes que no tenían otra opción para pagarse los estudios.
Me negaba a mantener relaciones con una de estas chicas. ¿Cómo podría? Había gente muy mala y aprovechada que solo quería buscar un juguete sexual en estas jóvenes desesperadas. Pero yo no.
El día que me contestó Lucía fue inolvidable, estaba ya perdiendo la esperanza y ahí tintineó la notificación. Sin embargo, aún dudaba. ¿Y si me mentía? ¿Y si era igual a todas? Para comprobar su nivel, decidí invitarla a charlar en un restaurante italiano. ¿Qué decir? Me dejó estupefacto.
Cuando la vi allí sentada el corazón me dio un vuelco, tenía una expresión tierna y ni hablar de sus increíbles ojos azules. Debería ser ilegal ser tan bonita. No solo había elegancia, simpatía y belleza en Lucía sino que también había inteligencia. No me mintió. No dudé en darle unos papeles para concretar lo que necesitaba de ella. Quería asegurarme de que comprendiese que no quería que fuese una prostituta. ¿Y si no aceptaba lo que le proponía? Sería un desastre.
Podía parecer estúpido, pero me encantaba charlar con ella. Siempre tenía algo que preguntar u opinar, era muy curiosa. Aunque me negué a contarle parte de mi pasado, aún dolía hurgar en aquella herida. Ninguno de los dos quería dar las razones del porqué había llegado a esa página web, en parte me desagradó no saberlo. Una parte de mí estaba cautivado por su voz armoniosa y suave. Y la otra prendía de un fino hilo de cordura cuando la miraba a los ojos.
Fer se quedó igual que yo cuando vio su fotografía, estuvimos todo el día hablando de Lucía. Fer se interesó mucho, pues era el único que conocía de mi situación algo desesperada.
Estábamos en el bufete, en mi despacho para ser más concretos. Me encontraba mirando unos papeles del caso que me había llegado y pendiente del teléfono para ver si Lucía me llamaba diciéndome que aceptaba el trato. Fer entró sin avisar, él era así.
—¿Cómo lo llevas? —me preguntó sentándose frente de mí.
Aún estando vestido de traje, Fer tenía esa actitud de adolescente que siempre lo ha caracterizado. No entiende que ya ha entrado en la etapa de los treinta y debería madurar. Se sentó de forma que su trasero quedaba a escasos centímetros del borde de la silla.
—Bastante bien. —Le eché una ojeada al teléfono—. Pero Lucía no me llama.
Fer se echó a reír.
—Eres incorregible, cuando quieres algo estás ahí hasta que lo consigues.
—Ya no es eso, idiota —exclamé—. Esto depende solo de ella. Lo último que haría sería obligarla, pero me inquieta que tarde tanto en llamarme.
—Te llamará, ya lo verás. —Fer agarró un caramelo de un cuenco dónde tenía y se lo metió a la boca—. No te desesperes.
Sucedió lo que dijo Fer. Me pasé toda la mañana pendiente del móvil y, una vez que llegué a casa a altas horas de la noche, recibí una llamada de un número desconocido.
Era Lucía.
Su afirmativa me hizo quitarme un peso de los hombros. Saqué un tupper del frigorífico y cené frente a la televisión con Lucía aún en mi mente. ¿Cómo se podía ser tan mona? Se había mostrado muy humilde al rechazar mi propuesta de una tarjeta, pero era lo mejor para ella. Al final, acabé consiguiendo lo que más ansiaba.
Volver a quedar con Lucía antes del evento que tenía la noche del sábado.
Era esencial que fuese lo más elegante posible sino la gente hablaría y tendría que enfrentarme a ella. En mi mundo las apariencias lo eran todo. Sobre todo si eras un Arias.
Me acosté temprano, esperando que el día llegase para poder ver a Lucía. Los nervios me carcomían, ¿por qué sentía esto por esa niña?
A la mañana siguiente, después de trabajar y hablar con Fer, fui a recogerla a la universidad. La vi llegar hasta mí sonriente, pero hubo algo que no me gustó.
¿Quién coño era el chico que la miraba de forma demoledora desde la entrada? Le sostuve la mirada un bien rato hasta que decidí iniciar la marcha hacia el restaurante donde concretaríamos el evento del sábado.
Al llegar, noté las miradas de las mujeres sobre Lucía. Supe que se sentía incómoda. Pero ella no tenía nada que envidiar, estaría bellísima con un saco de patatas como ropa. Hablamos sobre el evento, insistí en que la tarjeta no tuviese límite. Sin embargo, Lucía volvió a sorprenderme. Se notaba a la legua que no quería aprovecharse de mí, cualquier otra hubiese aceptado mi propuesta sin miramientos.
Tres mil euros.
Para mí ese dinero no era nada, tenía buenos clientes y varios negocios. Mi familia era adinerada. Esa cantidad era mínima en comparación con lo que ganaba a diario.
Después de comer llevé a Lucía a su casa, me dijo que la dejase en la calle paralela para no llamar mucho la atención. Me despedí de ella y comencé a conducir hacia casa. En comparación con el de Lucía, mi edificio estaba en una de las mejores zonas de Madrid. No obstante, cuando cerré la puerta de casa, mi teléfono comenzó a sonar. Tenía la esperanza de echarme un rato antes de irme a la reunión, pero no pude.
Esa maldita llamada me puso de muy mal humor.
∞
Quedar con ella era mi única salida a toda la mierda que se me echaba encima.
Habíamos quedado puesto que tenía una reunión importante con un cliente. La recogí de nuevo donde me dijo y nos dirigimos al lugar de la comida. Pero ella estaba retraída, apenas hablaba. Lo que menos me gustaba era verla de aquella forma tan triste.
Supongo que sería por haberla avisado de un día para otro y con prisas. Era mi culpa.
Cuando terminó la comida nos despedimos y fuimos hasta mi coche, la escuché suspirar.
—¿Pasa algo, Lucía? —le pregunté antes de arrancar.
—Estoy estresada. —Me sonrió—. No me siento del todo bien en este tipo de cosas, tengo que acostumbrarme. —Miró sus pies.
—Sé que ha sido todo repentino, lo siento si eso te ha impactado —me disculpé.
—No te preocupes. —Rio por lo bajo—. ¿Te apetece ir a tomar un helado?
—¿Un helado? —le pregunté sorprendido, nunca nadie me había propuesto algo así.
—Sí —respondió—. Un helado y un paseo en barca por el Retiro. ¿Qué te parece? Tú también pareces algo tenso.
Decidí aceptar su proposición. Fuimos en coche hasta el Retiro y me llevó por todo el parque contándome su día en la universidad. Era sorprendente lo inteligente que llegaba a ser una niña de tan solo veintidós años. Sin embargo, lo que más me gustó fue verla sonreír y reír ante mis anécdotas de la universidad. Su perfil era bellísimo, toda ella era una belleza. No podía evitar desviar mi mirada para mirarla fijamente mientras paseábamos.
Me llevó a un puesto de helados que había por allí y pidió uno grande para los dos. Nos lo comimos siguiendo el paseo hasta llegar al lago.
Nunca había montado en barca, pero fue de lo más gracioso vernos a los dos ahí metidos y a punto de caernos al agua.
Nunca olvidaría este día.
Nunca.