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Sublimación y carácter

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Vimos cómo el mecanismo de la formación reactiva colabora para la formación del carácter, en la medida en que si hay un predominio de formaciones reactivas, éste tendría características defensivas. Pero la conformación del carácter podría tener otros atributos además de las formaciones reactivas y posibilitar otros tipos de defensas del yo frente a la pulsión. La sublimación sería uno de estos destinos defensivos que contribuirían al carácter.

J. Laplanche, en Sublimación-Problemáticas III (1980), comentando la obra freudiana, afirma que la formación reactiva sería un mecanismo defensivo más preciso y acabado respecto de la sublimación, ya que la formación reactiva se presenta en algunas formaciones caracteriales armadas como “una capa de hormigón” que presenta una lucha con lo pulsional pero que tomaría la energía de la pulsión. En cambio, al referirse a la sublimación señala que sería un mecanismo más ambiguo o paradojal. Este autor crea interrogantes acerca de este concepto y de la energía que se le provee, cuando dice: “…en lo sublimado no permanece ni la meta, ni el objeto, ni tampoco la fuente de la pulsión, de modo que supuestamente deberemos reencontrar la sola “energía sexual”; pero una energía sexual […] también “desexualizada”, descualificada, puesta al servicio de actividades no sexuales” (p. 125).

Al hablar de sublimación, Laplanche alude a una mutación de la meta entre la satisfacción sexual directa y la meta llamada sublimada. Lo esencial en la sublimación sería el cambio de meta. Este autor se interroga sobre cuál sería el camino de esa energía sexual utilizada para otros fines no sexuales. Toma como referencia las “vías de influencia recíprocas” enunciadas por Freud en “Tres ensayos de teoría sexual”.

Efectivamente, Freud plantea que una función para la autoconservación puede ser alterada por la función erógena de esa misma zona, por ejemplo el caso de la boca en los problemas de alimentación, si la zona se erotiza. Este sería el principio en el, que a la inversa, lo erógeno puede transmutarse para otro fin.

Freud concluye diciendo: “Ahora bien, esos mismos caminos por los cuales las perturbaciones sexuales sobre las restantes funciones del cuerpo servirían en el estado de salud a otro importante logro. Por ellos se consumaría la atracción de las fuerzas pulsionales sexuales hacia otras metas, no sexuales; vale decir la sublimación de la sexualidad” (p. 187). En el capítulo III de “El yo y el ello”, cuando se refiere a la identificación conformante del carácter, la denomina una suerte de sublimación. “La trasposición así cumplida de libido de objeto en libido narcisista conlleva manifiestamente una resignación de las metas sexuales, una desexualización y, por tanto, una suerte de sublimación” (p. 32).

Puede suponerse que el punto de contacto entre la identificación y la sublimación es que en ambos procedimientos ocurre una desexualización que hace efectiva la identificación con el objeto que debió ser resignado como objeto erótico y en el caso de la sublimación el alejamiento de lo sexual a un destino no sexual, en un objeto del mundo que sustituye el interés de lo sexual hacia lo no sexual, como un fin en pos de logros aceptados culturalmente. En este movimiento incluiría no sólo cambio de meta: también podría haber un cambio de objeto. Por lo tanto, en el período de la latencia, cuando surgiría el carácter, las mociones pulsionales, en su mayoría son desviadas del uso sexual y aplicadas a otros fines.

En el capítulo II de “Tres Ensayos de teoría sexual”, Freud alude a la cultura que impondría esa desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas y su orientación hacia metas nuevas, y denomina a este proceso, sublimación. El comienzo de esta defensa, coincidiría con la latencia sexual de la infancia (p. 161).

Sabemos que un aspecto del superyó alude a lograr la perfección, a través del ideal del yo, y cómo el ideal del yo es la proyección del narcisismo perdido de la infancia. La sublimación sería un destino posible para lograr ciertos requerimientos del ideal del yo, y así conformar rasgos de carácter.

En el capítulo III de “Introducción del narcisismo” (1914) Freud menciona la sublimación y algunos puntos de acuerdo y divergencias.

La sublimación es un proceso que corresponde a la libido de objeto y habría un cambio de meta alejado de lo sexual. El ideal del yo exige sublimación, pero éste sigue siendo un proceso especial cuyo estímulo puede provenir del ideal pero la ejecución será independiente de tal exigencia.

Sin embargo, si la sublimación puede estar presente en la conformación del ideal o no, parecería depender de características propias de cada individuo; indudablemente el carácter podrá devenir con diferentes matices en la medida que predomine la sublimación o las formaciones reactivas.

Freud concluye en el libro mencionado: “La formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión” (p. 92). La sublimación satisface la pulsión, proponiéndole otro fin.

Freud plantea cómo a veces un carácter puede estar determinado por una pulsión única, como en Leonardo da Vinci, su apetito por saber.

Esa pulsión hiperintensa existiría desde la infancia y la particular intensidad de la misma debería su origen a un refuerzo sexual. También Freud menciona la particularidad de la pulsión sexual que podría sublimarse hacia la actividad profesional torciendo su primitiva meta hacia otra meta no sexual (“Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, 1910, p. 72).

En el caso de la pulsión de investigar derivaría de la necesidad del niño de preguntar y, sobre todo, de investigar sobre la sexualidad infantil. Un ejemplo de la capacidad de sublimar la libido daría origen en Leonardo a su gran esfuerzo por investigar, convirtiéndolo en un genio, pero con una vida sexual casi nula. Entonces, la sublimación puede dar un matiz al carácter pero restringiendo otro aspecto del yo. Freud, refiriéndose a Leonardo, dice que “la hiperpotente pulsión de investigar estaría en relación con una limitación de su vida sexual (sublimada)” (p. 75). “Entonces, el núcleo y el secreto de su ser sería que, tras un quehacer infantil del apetito de saber al servicio de intereses sexuales, consiguió sublimar la mayor parte de su libido como esfuerzo de investigar” (p. 75).

Freud habla de tres tipos de opciones para la pulsión de investigar en su enlace con la pulsión sexual, luego de la represión sexual. Un primer tipo, donde la represión es totalmente exitosa y se produce una inhibición del pensar, en una inhibición neurótica; un segundo tipo, donde se logra sortear parte de la represión, el desarrollo intelectual unido al impulso sexual, regresa de lo inconsciente como compulsión a cavilar, revistiendo el acto del pensar y el desarrollo intelectual con tintes del placer sexual, reemplaza al quehacer sexual y la misma insatisfacción que tuvo en la sexualidad, la traslada a lo intelectual y por lo tanto no puede llegar a una conclusión.

El tercer tipo más raro y perfecto, dice Freud, es el caso de Leonardo, en donde la sublimación toma el camino más amplio. Si bien la represión sexual existe y el pensar es sustituto de lo sexual, no hay irrupción desde lo inconsciente, sino que hay libido sublimada, al servicio de la pulsión de investigación y en desmedro de la sexualidad. Se angosta la sexualidad y se agranda la pulsión de saber, de conocimiento.

Una particular disposición posibilitaría la mayor o menor capacidad de sublimar y por ende aportar al carácter sus productos.

La sublimación sería una defensa funcional que aportaría al carácter una determinada coloratura, que evidenciaría la influencia del ideal del yo. Pero como la sublimación deviene de una desmezcla pulsional, la pulsión de muerte quedaría liberada, quedando como interrogante si esta situación podría acrecentar, en el carácter del yo, rasgos de sobreexigencia, o una tendencia masoquista.

La pulsión de investigar sería un aspecto de la sublimación en Leonardo, pues también existía la pintura como otra actividad sublimada que sin embargo remitiría a otra naturaleza, que por momentos era sofocada por la pulsión de investigar, como si una de ellas dominase a la otra. Laplanche alude a una incapacidad “de sublimar, de volver, al menos parcialmente, a lo pulsional” (p. 103). Podríamos entonces suponer que lo sublimado a nivel intelectual responde mucho más al ideal del yo mientras que aquello que emerge como un acto creativo se desembaraza en parte de alguna exigencia superyoica para dar lugar al yo en una regresión formal del preconsciente al funcionamiento inconsciente con el aval del superyó.

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